Hussain protestó.
Protestó tanto que al final tuvimos que arrearle. Es decir que Ole y el gran Hans le arrearon. Los demás estuvimos mirándolo. Llevó su tiempo, pero al final, Hussain, en el suelo con las narices pegadas al serrín y Ole encima de él, ya no dijo nada más. Cuando permitieron que se levantara tenía cara de estar muy asustado, casi parecía que temblaba. Pero no era de Ole o del gran Hans de quien tenía miedo.
De quien tenía miedo lo descubrimos después de que llorando entregara su alfombra de rezos y luego no asistiera a la escuela durante una semana. Cuando finalmente volvió, todo su cuerpo era de color azul, amarillo y verde, y tenía un brazo roto. No era un buen musulmán, había dicho su padre, y le había dado una terrible paliza.
La paliza no fue lo peor.
Lo peor fue no ser un buen musulmán.
¡Un mal musulmán! ¡Ni la sombra de musulmán! ¡Ni la sombra!
Algo en Hussain parecía haber sido destruido.
Andaba por ahí arrastrando los pies y con la cabeza gacha, y mientras que antes había sido más bien bueno repartiendo golpes y empujones, ahora ni se defendía aunque otros lo buscaran.
Tengo que reconocer que era una alfombra hermosa, tejida en un entramado de azules, rojos y grises, y era tan blanda y fina que Cenicienta estuvo a punto de abandonar el ataúd de Emil por ella. Entonces Jan-Johan la colocó en lo más alto del montón de significado, donde la perra no pudiera trepar, y funcionó. Cenicienta permaneció en su sitio.
Primero Hussain no quería decir quién sería el siguiente. Sólo meneaba la cabeza con tristeza cuando intentábamos presionarlo.
El aullido de Pierre Anthon había empezado a alcanzarnos de nuevo y Hussain debía ponerse las pilas. Ya estábamos en el mes de octubre y aún lejos del final, pronto debería estar todo listo y todavía nos faltaban seis.
Al fin, cuando Hussain ya no pudo excusarse más, señaló al gran Hans y le dijo calmado:
—La bicicleta amarilla.
No era gran cosa, aunque la bicicleta fuera flamante y nueva, amarillo neón y de carreras, y el gran Hans, con un gran disgusto, tardara dos días enteros en depositarla en el montón de significado, allí, en la serrería. Pero un poco era mejor que nada y ahora por lo menos podíamos continuar.
Si hubiéramos sabido que esto de la bicicleta encolerizaría tanto al grande de Hans que daría con algo del todo horripilante, seguro que algunos de nosotros le hubiéramos rogado a Hussain que le pidiera otra cosa. Pero no lo sabíamos e insistimos sólo para que el gran Hans entregara la bicicleta amarillo neón tal y como había pedido Hussain.
Sofie fue una de las que más presionó. No debería haberlo hecho.