(23)
Se tiende la trampa

Cuando un Gerald Newsome obediente pero resentido llegó esa tarde al Albany, encontró esperándole a un trío sorprendentemente alegre. Por lo visto Kensington había desaparecido del mapa. Ni Roger, ni Anne, ni la señorita Carruthers tenían la menor intención de ir a un lugar tan absurdo. Iban a cenar en el Albany y habían encargado los mejores platos.

—Deja que me disculpe por haberte hablado como un sargento de brigada, Jerry —le dijo Roger a su perplejo invitado, a quien se las arregló para abordar en el vestíbulo—. Pero noté que Pleydell quería tu cabeza, y tuve que quitarte de en medio antes de que te saltara encima.

—¿Mi cabeza? ¿Y por qué demonios…?

—Pues porque tiene muy mala opinión de ti, mi pobre Jerry. Está convencido de que eres el malo de la función y yo sabía que tratar de convencerle no serviría de nada. Era mejor aplacarlo fingiendo estar de acuerdo con él. Ahora ambos esperamos tu detención con impaciencia.

—¡Dios mío!

—En fin, la verdad es que no le culpo —observó Roger—. Aparte de las demás pruebas contra ti, ahora tenemos que enfrentarnos al hecho de que eres la única persona que pudo haber atacado a Anne. Él cree que saltaste de tu escondrijo disfrazado con las patillas y las gafas de montura dorada y te abalanzaste sobre ella.

—¡Condenado tipejo…! —dijo el indignado sospechoso.

—No, ya te he dicho que no le culpo. Pero aquí estás a salvo; aunque dijo que tenía que hacer esfuerzos para no saltarte al cuello. Bueno, ya hablaremos después de cenar. Anne tiene que recuperarse del todo y quiero que olvide el asunto por completo. He descolgado el teléfono y la consigna es no hablar más que de frivolidades hasta nueva orden. Pasa y prepáranos unos cócteles.

—¿Anne? ¿Está aquí…?

—Sí. Y también mi buena amiga la señorita Carruthers.

—¡Dios mío! Entonces… ¿no vamos a ir a Kensington?

—¿Dónde está Kensington? —preguntó dulcemente Roger.

Y el resultado fue una agradable velada que, al menos en apariencia, condujo a la completa recuperación de Anne.

A Newsome le sorprendió enterarse de que las dos chicas iban a pasar la noche en el piso de soltero de su anfitrión.

—Intenté conseguir habitación en el Piccadilly Palace —explicó por encima Roger—, pero estaba lleno. Y, si lo que necesitan es un lugar seguro, ¿dónde mejor que en el Albany? De noche este sitio es una fortaleza.

—¡Cambiemos de tema! —dijo Anne, y Roger inclinó la cabeza.

Cuando las chicas pasaron al salón y Roger y Newsome volvieron a quedarse solos, Roger abandonó el aire despreocupado que había afectado toda la tarde y se puso muy serio.

—Éste es un asunto muy desagradable, Jerry —afirmó—, y la verdad es que no sé qué hacer. Tenemos que meter a ese hombre entre rejas cuanto antes. De lo contrario, estoy convencido de que la vida de Anne no vale ni medio penique.

—Caramba —balbució Newsome—. ¿Tan mal está la cosa?

—En fin, es posible que esté exagerando, pero no lo creo. Y luego está lo de tu detención. Eso paralizará las investigaciones de la policía por un tiempo, al menos hasta que descubran que no eres el hombre a quien buscan.

—¿Y no se te ocurre quién puede ser ese tipo que se hace pasar por abogado?

—Bueno, no me importa admitir que tengo una teoría. Pero por ahora no es más que eso. Y quizá esté equivocado. No lo sé.

—¿No podríamos conseguir pruebas que la apoyaran?

—No se me ocurre ninguna; al menos sin una orden de registro. Y ni siquiera así. No puedo probarlo, aunque mi sexto sentido me dice que estoy en lo cierto.

—¿De quién crees que se trata?

Roger dudó.

—No sé…, creo que prefiero no decírtelo todavía. Pero te aseguro que si publicara mi teoría en The Courier las carcajadas se oirían en todo el país. Y tú, Jerry, probablemente te reirías como el que más. Me temo que, a primera vista, mi teoría parece un poco fantasiosa.

—Pero ¿crees estar siguiendo la pista correcta?

Roger se puso en pie y empezó a ir y venir por la habitación.

—Sí. De hecho, estoy casi seguro. La primera vez que lo pensé hace un rato, estuve a punto de echarme a reír yo también. Pero la he puesto a prueba y me parece factible. Es cierto que depende un poco de la probabilidad, pero al menos no es demasiado improbable. ¡Maldita sea! Estoy seguro de tener razón. ¡Pero no puedo probarlo! Y tengo que hacerlo, ¡aunque solo sea para que puedas casarte con Anne y tener una familia de pequeños Jerries!

—¡Qué! —exclamó atónito su interlocutor—. Caramba, Roger, no creerás que… Quiero decir que ella no… Dios mío, ¿de verdad piensas que…?

—¡Deja ya de balbucear! Estamos ante la situación más difícil a la que nos hemos enfrentado jamás, incluyendo la guerra, y te sientas ahí a balar como una oveja, y a preguntar que si pienso esto o lo otro… ¿Pensar? Demonios, te aseguro que esta noche tengo mucho en lo que pensar. Y tú también, así que ya puedes empezar.

—¡Qué demonios…! —murmuró el pobre enamorado, y volvió a sumirse en el silencio.

Roger siguió dándole vueltas al asunto. Al cabo de un par de minutos, exclamó:

—Recuerdo haber dicho que los métodos de Scotland Yard no nos servirían para resolver este caso, pero que los de los franceses tal vez sí. Sigo pensando que tenía razón en lo primero, pero los métodos franceses no parecen haber surtido mucho efecto, ¿no crees?

—¿Lo de esta tarde fue un método francés? —preguntó casi con timidez Newsome.

—Tanto como un croissant —respondió secamente Roger—. Y de no ser por sus patillas ya lo habríamos identificado.

—Oye, llevo un rato queriendo preguntártelo: ¿cómo demonios logró escapar?

—Pensó que había concluido el trabajito y bajaba por las escaleras cuando me oyó llegar haciendo más ruido que un elefante en una cacharrería. Si hubiese ido en zapatillas me habría tropezado con él. Supongo que debió de ocultarse en algún zaguán para dejarme pasar y luego salir a la calle tan tranquilo.

—¿Y supiste que algo pasaba porque no sonó el timbre? Caramba, menos mal que se os ocurrió.

—En parte. La alarma se disparó de pronto. Ese tipo debió de pisarla sin darse cuenta, ¡menuda ironía! Gracias a Dios. De lo contrario Anne podría estar muerta. ¡Menuda suerte!

—¡Demonios! —suspiró Newsome—. De todos modos es raro, ¿no crees? Pensaba que la idea era que se enterase de nuestros planes y aun así tratara de eliminar a Anne. Es evidente que de eso no se había enterado.

—Eso parece —dijo Roger con aire ausente—. Vamos, Jerry, mi excelente pero un poco cabeza hueca amigo, ¿es que no se te ocurre nada? Tenemos solo dieciocho horas para atrapar a ese tipo y tardaría dieciocho semanas en reunir pruebas para probar de forma ortodoxa mi teoría, suponiendo que sea posible. Debemos tener presente que nos enfrentamos a un loco muy astuto.

—¿Otro método francés?

—¡Una trampa! —murmuró Roger—. Deberíamos tenderle una trampa. Ya que no podemos descubrirle, tendremos que hacer que se delate, pero ¿cómo?

Meditaron la cuestión en silencio.

Roger, que iba arriba y abajo, se detuvo de pronto.

—Supongamos… —dijo despacio—, que escenificáramos un… ¿Sería posible? Dios mío, creo que sí. Es un riesgo horrible, pero la verdad es que… En fin, todo depende de Anne. Tengo que… ¡Oh, sí, creo que podría funcionar! En todo caso es nuestra única oportunidad.

—¿Qué, Roger? —preguntó Newsome muerto de curiosidad.

—Otro ejemplo del manual francés. Ve a llamar a Anne, ¿quieres? Y quédate en el cuarto dándole conversación a Moira. Todo depende de lo que diga Anne.

—Pero ¿de qué se trata?

—Te lo diré cuando haya hablado con Anne. Deprisa, Jerry, estoy a punto de estallar de emoción.

—Roger eres muy irritante —gruñó el señor Newsome antes de hacer lo que le pedían.

Al cabo de un momento llegó Anne. Roger, sentado en el borde de la mesa la contempló con interés más profesional que humano. Aunque el interés humano que podía despertar aquella chica era muy grande.

—¿Quería verme, Roger? —preguntó.

—Sí. ¿Qué tal se encuentra, Anne? ¿Ya recuperada?

—¡Oh, sí, gracias! Todavía me duele un poco la cabeza y tengo el cuello magullado, pero por lo demás estoy bien.

—Quisiera saber cómo estará usted mañana.

—Supongo que perfectamente, ¿por qué?

Roger se puso en pie y la llevó ceremoniosamente a una silla.

—Siéntese, Anne. Tenemos que hablar muy seriamente. Antes de nada quiero que comprenda que, mientras ese hombre siga en libertad y nadie sospeche de él, su vida, por decirlo francamente, no vale un penique. Acabo de decirle a Jerry que no vale ni medio.

—¡Ah! —dijo Anne con los ojos muy abiertos.

—Es más, si no lo atrapamos antes de mañana al mediodía, detendrán a Jerry; y le aseguro que cuando detienen a un sospechoso es muy difícil que vuelvan a soltarlo.

Anne asintió.

—¿Y bien?

—En fin, tengo la impresión de que debemos atraparlo antes de que sea demasiado tarde. Usted y yo, Anne, somos los únicos que estamos en situación de hacerlo. Y ninguno lo conseguirá sin la ayuda del otro. Y sobre todo, no puedo conseguirlo sin usted. No —se corrigió Roger—, no es cierto. Supongo que podría con Moira. Pero ya discutiremos eso después.

—¡Oh! ¿Tiene usted un plan, Roger?

—Sí. Un plan horrible. Es un plan detestable, pero que me ahorquen si se me ocurre otra cosa. Y con un poco de suerte debería funcionar. Pero antes de contárselo quiero que quede clara una cosa. Si ese hombre sigue en libertad, no solo usted sino docenas de chicas correrán un peligro mortal. ¿Se da usted cuenta?

—Sí.

—Pues bien, lo que quiero preguntarle es lo siguiente: ¿está usted dispuesta a arriesgar su vida para proporcionarme la oportunidad (y piense que es solo una oportunidad) de atrapar a ese hombre?

—Sí, Roger.

—No me refiero a un riesgo pequeño, sino muy grande, con todas las probabilidades en su contra. Como es natural, tomaré todas las precauciones que pueda, pero no es que pueda hacer demasiado. Quiero que lo entienda usted.

—Roger —respondió muy seria Anne—, en este momento solo tengo un objetivo. Salí de casa para conseguirlo, me he metido en un mundo que no me gusta; me exhibo cada noche en público con tan poca ropa como permiten los censores, y no hay nada que deteste más, y todo con el fin de descubrir al asesino de mi hermana. Pues claro que correré cualquier riesgo.

—Anne —dijo enfervorizado Roger—, me están entrando ganas de besarla.

Y así lo hizo.

—Ahora —dijo ruborizada Anne—, ¿quiere usted contarme su plan?

Roger se lo explicó, pero puso mucho cuidado en no hablarle de su teoría sobre la identidad del asesino. Era muy importante que Anne ignorase quién había sido su atacante. Si compartía con ella sus sospechas podía traicionarse con algún gesto o mirada que pusieran al otro sobre aviso, y el plan de Roger se basaba en la sorpresa.

Anne le escuchó con mucha atención.

—Pero si eso no tiene nada de peligroso —dijo cuando terminó.

—¿Eso cree? —dijo lúgubre Roger—. ¿Y si no llegase a rescatarla a tiempo, o se produjese una pelea u ocurriera algo imprevisto?

—Tengo plena confianza en usted, Roger.

—¡Es usted un encanto! —dijo Roger—. Pero ¿se da cuenta de que, por decirlo suavemente, va a ser muy desagradable? Es posible que, si el momento psicológico no ocurre antes, tenga que esperar a que pierda usted la conciencia.

—¡Oh!, sin duda será horrible —dijo Anne con una coqueta sonrisa—. Seguro que lo pasaré fatal y tendré mucho miedo. Pero eso no importa. Si cree que hay posibilidades de atraparlo así, puede hacer usted lo que quiera conmigo. Además —añadió en voz baja—, piense en todas las vidas que podrá salvar con unos minutos de incomodidad.

Discutieron un rato los detalles y luego Anne se fue a dormir. Moira, que estaba demasiado nerviosa por los últimos acontecimientos para recordar su cuidadosamente adquirida afectación y en consecuencia había sido una interlocutora mucho más simpática que anteriormente, recibió instrucciones estrictas de que Anne debía acostarse de inmediato y descansar toda la noche.

—¡Que me ahorquen si no lo hace! —afirmó Sally Briggs (luego Moira Carruthers)—. Aunque tenga que cantarle nanas toda la noche.

En cuanto los dos hombres se quedaron solos, Roger cumplió su promesa e informó a Newsome de sus intenciones. Había imaginado que Jerry pondría objeciones y las puso. Muchas. Muchísimas. Tenía mucho que decir y no se dejó nada en el tintero.

Por fin Roger optó por ponerse autoritario.

—Muy bien, Jerry —dijo—. Si ésa es tu opinión, no podrás participar. Vamos a hacerlo; Anne así lo ha decidido y la responsabilidad es suya, no tuya. Iba a pedirte que te encargaras de rescatarla cuando yo te avisara; pero si no puedo confiar en que te estés quieto, por muy horrible y peligroso que te parezca hasta que yo te avise, lo organizaré todo pasado mañana, cuando estés a salvo en la cárcel.

Tras lo cual, claro está, el señor Newsome no ofreció más resistencia.

—Y ahora —dijo Roger—, tengo que hacer unas llamadas.