XI

—¿Dónde, maldita sea, está Herwig?

—No tengo ni idea —dijo Jaskier, limpiándose la hebilla con la manga de su jubón a la moda de color brezo—. ¿Y dónde está Ciri?

—No lo sé. —Yennefer frunció el ceño y arrugó la nariz—. Anda que no apestas a perejil, Jaskier. ¿Te has hecho vegetariano?

Los invitados se iban reuniendo, llenaban poco a poco la enorme capilla. Agloval, vestido de negro ceremonial, llevaba del brazo a Sh’eenaz, que iba de blanco seledina. Junto a ella daban grandes pasos una bandada de medianos vestidos de bronce, beis y ocres, Yarpen Zigrin y el dragón Villentretenmerth, ambos de centelleante color dorado, Zywiecki y Dorregaray en tonos violetas, los legados reales de colores heráldicos, los elfos y las dríadas de verde y los amigos de Jaskier de todos los colores del arco iris.

—¿Ha visto alguien a Loki? —preguntó Myszowor.

—¿Loki? —Eskel, acercándose, les miró desde detrás de las plumas de pavo que decoraban su boina—. Loki se fue con Herwig a pescar. Los vi en la barca, en el lago. Ciri fue allí a decirles que estaba empezando.

—¿Hace mucho?

—Hace mucho.

—El diablo se los lleve, malditos pescadores —blasfemó Crach an Craite—. Cuando se ponen con los peces, se olvidan del mundo entero. Ragnar, corre a por ellos.

—Espera —dijo Braenn, sacudiendo un diente de león que se había posado sobre su enorme escote—. Aquí hace falta alguien que corra deprisa. ¡Mona, Lola! ¡Raenn’ess aen laeke, va!

—Ya os dije —bufó Nenneke— que no se podía contar con Herwig. Un idiota irresponsable, como todos los ateos. ¿A quién se le ocurrió concederle precisamente a él el papel de maestro de ceremonias?

—Es un rey —dijo Geralt inseguro—. Abdicado, pero rey…

—¡Vivan los novios! —gritó inesperadamente uno de los profetas, pero la domadora de cocodrilos le hizo callar de un pescozón. En el grupo de los medianos hubo un pequeño tumulto, alguien maldijo y a otro le dieron un codazo. Gardenia Biberveldt aulló porque el doppler Tellico le había pisado la falda. La médium de género femenino comenzó a sollozar sin motivo alguno.

—Un poco más —siseó Yennefer desde detrás de sus labios, que portaban una amable sonrisa, mientras agitaba el ramo—. Un poco más y me da algo. Que empiece por fin esto. Y que se termine por fin.

—¡No te remuevas, Yen —gruñó Triss—, porque se te rompe la cola!

—¿Dónde está el gnomo Schuttenbach? —gritó uno de los poetas.

—¡Ni pajolera idea! —le contestaron a coro las tres putas.

—¡Pues que lo busque alguien, joder! —gritó Jaskier—. ¡Prometió que iba a cortar flores! ¿Y ahora qué? ¡Ni Schuttenbach, ni flores! ¿Y qué pinta tenemos nosotros?

A la salida de la capilla hubo un revuelo y entraron corriendo las dos dríadas que habían mandado al lago, lanzando grititos agudos, y detrás de ellas apareció Loki, chorreando agua y fango, sangrando por una herida en la frente.

—¡Loki! —gritó Crach an Craite—. ¿Qué ha pasado?

—¡Maaamaaa! —lloró Lola.

—¿Que’ss aen? —Braenn alcanzó a sus hijas, completamente nerviosa, pasó de la misma excitación a hablar el dialecto de las dríadas de Brokilón—. ¿Que’ss aen? ¿Que suecc’ss feal, caer me?

—Nos ha destrozado la barca… —jadeó Loki—. Junto a la misma orilla… ¡Un monstruo horrible! ¡Le di con el remo pero se lo comió, se comió el remo!

—¿Quién? ¿Qué?

—¡Geralt! —gritó Braenn—. Geralt, ¡Mona dice que es una cirenea!

—¡Un girador! —bramó el brujo—. ¡Eskel, corre a por mi espada!

—¡Mi varita! —gritó Dorregaray—. ¡Radcliffe! ¿Dónde está mi varita?

—¡Ciri! —exclamó Loki al tiempo que se limpiaba la sangre de la frente—. ¡Ciri está peleando con él! ¡Con ese monstruo!

—¡Voto a bríos! ¡Ciri no tiene ni una posibilidad contra un girador! ¡Eskel! ¡El caballo!

—¡Esperad! —Yennefer se quitó la diadema y la estrelló contra el suelo—. ¡Os teleportaremos! ¡Será más rápido! ¡Dorregaray, Triss, Radcliffe! Dadme la mano…

Todos se quedaron callados y luego gritaron. En la puerta de la capilla estaba de pie el rey Herwig, mojado pero entero. Junto a él había un muchacho jovencito con la cabeza pelada, con una armadura brillante de extraño modelo. Y detrás de ellos entró Ciri, chorreando agua, manchada de barro, desgreñada, con Gveir en la mano. En la parte delantera de su mejilla, desde la sien hasta la barbilla, le corría un corte hondo y horrible que sangraba con fuerza a través de un pedazo de manga que se había apoyado en ella.

—¡Ciri!

—Lo he matado —dijo de forma casi ininteligible la brujilla—. Le he destrozado la cabeza.

Desfalleció. Geralt, Eskel y Jaskier la sujetaron, la alzaron. Ciri no soltó la espada.

—Otra vez… —balbuceó el poeta—. Otra vez le han dado en la cara… Qué puta mala suerte tiene esta muchacha…

Yennefer gimió con fuerza, se acercó a Ciri, desplazó a Jarre, quien con su única mano sólo entorpecía. Sin importarle que la sangre mezclada con fango y agua podía manchar y destruir su vestido, la hechicera apoyó un dedo en el rostro de la brujilla y gritó un hechizo.

A Geralt le dio la impresión de que todo el castillo temblaba y de que el sol se había apagado por un segundo.

Yennefer retiró la mano del rostro de Ciri y todos lanzaron una exclamación de asombro. La terrible herida se había reducido hasta convertirse en una fina línea roja marcada por algunas pequeñas gotas de sangre. Ciri quedó colgada en los brazos que la sujetaban.

—Bravo —dijo Dorregaray—. Mano de maestro.

—Mis reconocimientos, Yen —dijo Triss con la voz sorda mientras Nenneke lloraba.

Yennefer sonrió, puso los ojos en blanco y se desmayó. Geralt consiguió agarrarla antes de que cayera a tierra, blanda como una cinta de terciopelo.