IV

—No, Geralt. —Nenneke estaba enfadada y daba golpecitos con un pie—. No acepto ninguna responsabilidad ni por la ceremonia ni por el banquete. Este desastre al que a algún idiota se le ocurrió llamar castillo no sirve para nada. La cocina está destrozada, la sala de baile no sirve más que para establo y la capilla… no es capilla alguna. ¿Puedes decirme a qué dios adora ese cojo de Herwig?

—Por lo que sé, a ninguno. Afirma que la religión es la mandrágora del pueblo.

—Estaba segura —dijo la sacerdotisa, sin ocultar su desprecio—. En la capilla no hay ni una estatua, no hay nada de nada, si no contamos a los ratones de campo. ¡Y encima este maldito páramo! Geralt, ¿por qué no queréis casaros en Vengerberg, en una tierra civilizada?

—Sabes de sobra que Yennefer es una cuarterona y en esas tus civilizadas tierras no se permiten matrimonios mixtos.

—¡Por la gran Melitele! ¿Qué significa una cuarta de sangre élfica? ¡Pero si casi todo el mundo tiene algo de mezcla de sangre del Antiguo Pueblo! ¡Eso no es más que un prejuicio idiota!

—No he sido yo quien lo ha inventado.