Capítulo 23

—Han pasado muchos años, ¿no es cierto, Sparhawk? —agregó Martel con tono inexpresivo. No obstante, sus pupilas se mantenían al acecho.

No sin esfuerzo, Sparhawk consiguió relajar su rígida musculatura.

—Así es —repuso—. Deben de haber transcurrido al menos diez. Tendríamos que intentar ponernos en contacto con más frecuencia.

—Lo consideraremos como algo prioritario.

El corto diálogo se detuvo en ese punto, aunque ambos continuaron escrutándose mutuamente. El aire parecía crepitar con la tensión mientras cada uno de ellos aguardaba a que el otro tomara la iniciativa.

—Sparhawk —musitó Arasham—, un nombre poco corriente. Creo haberlo escuchado en algún sitio.

—Es un nombre muy antiguo —le explicó Sparhawk—. En nuestra familia lo hemos conservado a lo largo de muchas generaciones. Algunos de mis antepasados adquirieron cierta relevancia.

—Quizá mi recuerdo se relacione con alguno de ellos —murmuró complaciente Arasham—. Estoy encantado de haber podido reunir a dos viejos y queridos amigos.

—Nos sentiremos eternamente en deuda hacia vos, Su Santidad —replicó Martel—. No podéis imaginar hasta qué extremo deseaba volver a ver el rostro de Sparhawk.

—No más de lo que yo anhelaba contemplar el vuestro —aseguró éste. A continuación volvió el semblante hacia el lunático anciano—. En otro tiempo, Martel y yo estábamos tan unidos como hermanos. Desgraciadamente, los años nos han conducido por caminos distintos.

—He intentado encontraros, Sparhawk —indicó Martel fríamente—, a decir verdad, en más de una ocasión.

—Sí, me consta vuestro interés. Por mi parte, siempre me he apresurado a acudir al lugar donde os habían visto, pero, cuando llegaba, ya habíais partido.

—Acuciado por urgentes ocupaciones —murmuró Martel.

—Siempre ocurre lo mismo —balbuceó Arasham, cuyas palabras luchaban por adoptar una pronunciación congruente en su desdentada boca—. Los amigos de juventud se alejan de nosotros y nos dejan solos en la vejez. —Sus ojos se cerraron, al tiempo que se sumía en una melancólica ensoñación. No volvió a abrirlos; al cabo de un momento comenzó a roncar.

—Se cansa rápidamente —declaró tranquilamente Martel. Giró el semblante hacia Sephrenia, sin bajar la guardia respecto a Sparhawk—. Pequeña madre —la saludó con un tono que oscilaba entre la ironía y la añoranza.

—Martel. —Ella inclinó la cabeza con suma brevedad.

—Ah —exclamó—. Al parecer, os he decepcionado.

—Creo que menos de lo que os habéis decepcionado a vos mismo.

—¿Utilizáis un tono represivo, Sephrenia? —preguntó sarcásticamente—. ¿No os parece que ya he recibido suficiente castigo?

—Esa pregunta no encaja con mis ideas, Martel. La naturaleza no comporta galardones ni castigos, únicamente consecuencias.

—De acuerdo. Entonces, acepto las consecuencias. ¿Me permitiréis al menos saludaros y solicitar vuestra bendición? —Tomó las muñecas de la mujer para girar hacia arriba las palmas.

—No, Martel —replicó, al tiempo que cerraba las manos—. Ahora ya no sois mi alumno. En estos momentos seguís los dictados de otro ser.

—La decisión no fue enteramente mía. Vos me repudiasteis, no lo olvidéis. —Con un suspiro, le soltó las muñecas y miró nuevamente a Sparhawk—. De veras, me sorprende veros, hermano mío, sobre todo si consideramos las numerosas ocasiones que he enviado a Adus para que se encargara de vos. Tendré que aleccionarlo muy severamente al respecto, a no ser que ya lo hayáis matado, por supuesto.

—Sangraba un poco la última vez que lo vi —contestó Sparhawk—, pero su estado no comportaba gravedad.

—A Adus no lo arredra la sangre, ni siquiera la suya.

—¿Os importaría apartaros a un lado, Sephrenia? —indicó Sparhawk mientras se desabotonaba el sayo y hacía girar levemente la empuñadura de la espada—. Martel y yo sostuvimos una pequeña discusión en nuestro último encuentro. Creo que es el momento de retomarla.

Martel entornó los ojos, al tiempo que abría la pechera de su atuendo. Al igual que Sparhawk, llevaba cota de malla y una espada.

—Una excelente idea, Sparhawk —aceptó, con su profunda voz reducida a poco más que un susurro.

Sephrenia se interpuso entre ambos.

—Deteneos —les ordenó—. No nos hallamos en el lugar apropiado. Nos encontramos justo en medio de un ejército. Si os entregáis a ese tipo de juegos, la mitad de la población de Rendor caerá sobre vosotros antes de que hayáis finalizado.

Pese a su súbito acceso de impotencia y desilusión, Sparhawk tuvo que reconocer que Sephrenia tenía razón; por tanto, retiró pesaroso la mano del puño de su arma.

—Lo aplazaremos para otro día, que espero sea muy próximo, Martel —anunció con espeluznante calma.

—Constituirá un placer para mí otorgaros cumplida respuesta —replicó Martel antes de realizar una irónica reverencia. Frunció el entrecejo con aire especulativo—. ¿A qué habéis venido a Rendor? —inquirió—. Os imaginaba aún en Cammoria.

—Nos ha traído una cuestión de negocios.

—Ah, habéis averiguado lo del darestim. Siento tener que comunicaros que perdéis el tiempo. No existe ningún antídoto. Lo comprobé con gran meticulosidad antes de recomendárselo a cierto amigo de Cimmura.

—Confiáis demasiado en vuestra buena suerte, Martel —le advirtió de manera amenazadora Sparhawk.

—Siempre me ha sido fiel, hermano mío. De todas formas, no hay beneficio que no comporte un riesgo. Lycheas alcanzará el trono y Annias será nombrado archiprelado. Espero obtener una provechosa cantidad a cuenta de mi intervención.

—¿Acaso sólo os mueve ese motivo?

—¿Qué otra meta podría perseguir? —contestó Martel con un encogimiento de hombros—. Cualquier otro objetivo resultaría ilusorio. ¿Qué tal se encuentra Vanion últimamente?

—Bien —repuso Sparhawk—. Le diré que os habéis interesado por él.

—En caso de que viváis lo bastante para verlo de nuevo. Os halláis en una situación muy precaria, mi viejo amigo.

—La vuestra tampoco ofrece seguridad, Martel.

—Lo sé, pero ya estoy acostumbrado a estos asuntos. A vos os estorban los escrúpulos y los prejuicios. Yo me liberé de ellos hace mucho tiempo.

—¿Dónde está vuestro damork domesticado, Martel? —preguntó Sephrenia de improviso.

—Realmente, no tengo ni la más remota idea, pequeña madre —respondió prontamente Martel tras un instante de sorpresa—. Acude a mi encuentro sin que yo lo invoque, de modo que nunca puedo prever cuándo va a hacer su aparición. Tal vez regresó al lugar de donde procede. Como sabéis, debe hacerlo con cierta frecuencia.

—Nunca me he sentido tan atraída por las criaturas del inframundo.

—Podría suponer un grave descuido por vuestra parte.

—Tal vez.

Arasham se agitó entre los cojines y abrió los ojos.

—¿Me he quedado dormido?

—Sólo un momento, Su Santidad —repuso Martel—. Sparhawk y yo hemos renovado nuestra amistad. Nos habéis proporcionado el tiempo suficiente para hablar de muchos asuntos.

—Muchos —acordó Sparhawk; Dudó unos segundos, pero llegó a la conclusión de que Martel se encontraba tan seguro de sí mismo que no alcanzaría probablemente a detectar el propósito de la pregunta—. Durante vuestro sermón, habéis hecho mención de un talismán, venerable —dijo a Arasham—. ¿Nos concederíais el honor de verlo?

—¿La reliquia sagrada? Desde luego. —El anciano buscó a tientas entre sus vestiduras y extrajo algo que parecía un retorcido fragmento de hueso. Después lo levantó orgullosamente en el aire—. ¿Sabéis qué es esto, Sparhawk? —preguntó.

—Me temo que no, santo Arasham.

—Ya sabéis que el bendito Eshand fue pastor en los inicios de su vida.

—Sí, lo he oído.

—Un día, cuando era muy joven, una oveja de su rebaño parió un cordero de una blancura tal como no había visto ninguno hasta entonces. Al contrario de los demás corderos de su raza, éste tenía cuernos en la frente, lo que, sin duda, era una señal de Dios. La pureza del cordero simbolizaba al propio Eshand, y el detalle de los cuernos sólo podía significar que Eshand había sido elegido para castigar a la Iglesia por su iniquidad.

—Cuán misteriosos son los caminos del Señor —se maravilló Sparhawk.

—Ciertamente, hijo mío. Eshand cuidó tiernamente al carnero, el cual, con el tiempo, comenzó a hablarle. Su voz era la voz de Dios. Por ese medio Dios informó a Eshand de cómo debía obrar. Esta sagrada reliquia es un pedazo del cuerno de ese cordero. Ahora podéis comprender por qué posee tan enorme poder.

—Con total evidencia, Su Santidad —admitió Sparhawk con una reverencia—. Acercaos, hermana —indicó a Sephrenia—. Contemplad esta milagrosa reliquia.

La mujer se adelantó unos pasos y observó atentamente el retorcido pedazo de asta que reposaba en la mano de Arasham.

—Admirable —murmuró. Después dirigió la mirada a Sparhawk y sacudió casi imperceptiblemente la cabeza.

El caballero sintió en la boca el sabor amargo de la decepción.

—El poder de este talismán superará la fuerza concertada de los condenados caballeros de la Iglesia y su estúpida brujería —declaró Arasham—. El mismo Dios me lo ha revelado. —Sonrió casi con timidez—. He descubierto algo verdaderamente extraordinario —les anunció confidencialmente—. Cuando me hallo a solas, puedo llevarme la sagrada reliquia al oído y escuchar la voz de Dios. De ese modo me instruye, al igual que lo hizo con el bendito Eshand.

—¡Un milagro! —exclamó Martel con irreverente asombro.

—¿Acaso no lo es? —tronó Arasham.

—Nuestra gratitud por haber consentido enseñarnos este talismán resulta completamente inexpresable, Su Santidad —intervino Sparhawk—. No ahorraremos esfuerzos para propagar la noticia de su existencia en los reinos del norte, ¿no es cierto, Martel?

—Desde luego, desde luego —respondió éste con un semblante algo desconcertado mientras miraba con suspicacia a Sparhawk.

—Ahora comprendo que nuestra visita forma parte de los designios de Dios —prosiguió Sparhawk—. Nuestra misión consiste en informar del advenimiento de este milagro a los habitantes de los reinos norteños, en cada pueblo y en cada encrucijada. En estos momentos puedo sentir el espíritu de Dios que infunde elocuencia a mis palabras para que sea capaz de describir lo que he presenciado. —Alargó la mano y propinó una airosa palmada en el hombro de Martel—. ¿No captáis vos lo mismo, querido hermano? —inquirió con entusiasmo.

El rostro de Martel se ensombreció ligeramente, y Sparhawk percibió el reprimido intento de zafarse de su mano.

—Oh, sí —admitió Martel con voz levemente afligida—. Creo que sí.

—¡Cuán grandes son los designios de Dios! —exultó Arasham.

—Sí —convino Martel, que se posó a su vez la mano en el hombro—, maravillosos.

La idea se había fraguado lentamente, en parte debido a la sorpresa que le había producido ver de nuevo a Martel. De pronto, todo comenzó a encajar, y Sparhawk se alegró de que Martel se encontrara presente.

—Ahora, Su Santidad, permitid que os exprese lo que resta del mensaje de Su Majestad —dijo.

—Por supuesto, hijo. Mi atención está pendiente de vuestras palabras.

—Su Majestad me ordena que os suplique que le concedáis tiempo para poner en orden sus tropas antes de que arremetáis contra la venal Iglesia establecida en Rendor. Él debe obrar con mucha precaución al movilizar sus fuerzas, a causa de la omnipresente vigilancia a que lo someten los espías de la jerarquía de Chyrellos. Pese a desear fervientemente prestaros su ayuda, dado el enorme poder de la Iglesia, ha de reunir un ejército de tal magnitud que le permita acabar con los eclesiásticos de Deira al primer ataque, para evitar que se recuperen y concentren sus iras en él. Su propuesta consiste en que si vos emprendéis vuestra campaña en el sur al tiempo que él se rebela en el norte, la Iglesia quedará confundida, sin saber qué frente atacar. De este modo, si actuáis con rapidez, podéis aprovechar la ventaja de la turbación y ganar una victoria tras otra, lo cual abatirá y desmoralizará a las fuerzas de la Iglesia. Finalmente, podréis marchar triunfalmente hacia Chyrellos.

—¡Dios lo quiera! —exclamó Arasham tras ponerse en pie y comenzar a blandir su cuerno de carnero como si de un arma se tratara.

Sparhawk levantó una mano.

—Pero —previno—, este gran designio, que únicamente puede habernos insuflado el propio Dios, únicamente tiene posibilidades de realizarse con éxito si vos y Su Majestad atacáis simultáneamente.

—Advierto perfectamente la importancia de ese detalle. La voz de Dios también me ha aconsejado esa estrategia.

—No albergaba duda al respecto. —Sparhawk adoptó una expresión de extrema sutileza—. Hemos de tener presente —continuó— que la Iglesia es maliciosa como una serpiente y que ha apostado vigías en todos los lugares. A pesar de nuestros denodados esfuerzos por mantener el plan en secreto, quizá lo descubra. Observad que su principal recurso ha consistido siempre en la mentira.

—Lo había notado —admitió Arasham.

—Podría suceder que, una vez que haya averiguado nuestras intenciones, trate de engañarnos. Seguramente, decidirá enviaros falsos mensajeros que declaren que Su Majestad está dispuesta para la lucha cuando todavía no ha llegado el momento oportuno. Con esta estratagema, la Iglesia burlaría nuestras intenciones y os derrotaría a vos y a vuestros discípulos.

—Tenéis razón —concedió Arasham mientras arrugaba el entrecejo—. Pero ¿cómo podemos precavernos contra sus acciones?

Sparhawk fingió meditar sobre la cuestión y, luego, chasqueó súbitamente los dedos.

—Tengo una idea —exclamó—. ¿Existe una manera más efectiva de confundir las perversas artimañas de la Iglesia que la fuerza de una palabra, una palabra que sólo conoceríamos vos y yo y el rey Obler de Deira? Así podríais discernir si un mensaje es verdadero. Si acudiera alguien a vuestra presencia para informaros de que ha llegado la hora y fuera incapaz de repetir esa contraseña, significaría que ese hombre constituiría una serpiente enviada por la Iglesia para mentiros, y vos deberíais tratarlo de acuerdo con su condición.

Arasham reflexionó sobre la propuesta.

—Vaya, sí —balbuceó finalmente—. Creo que realmente lograríamos frenar el ardid de la Iglesia. Pero ¿qué palabra puede permanecer tan oculta en nuestros corazones que nadie sea capaz de encontrarla?

Sparhawk miró de soslayo a Martel, cuyo rostro presentaba repentinas señales de ira.

—Debe ser una palabra imbuida de poder —declaró, a la vez que escrutaba el techo de la tienda como si se hallara sumergido en profundos pensamientos.

La trama ideada resultaba transparente, incluso infantil, pero configuraba el enredo idóneo para atraer la atención del senil Arasham, y, por otra parte, le proporcionaba la maravillosa oportunidad de aventajar a Martel, como recuerdo de viejos tiempos.

Sephrenia lanzó un suspiro y alzó resignada la mirada. Sparhawk se sintió algo avergonzado de sí mismo en aquel instante. Observó a Arasham, el cual se inclinaba ansioso hacia adelante, masticando el vacío con su boca desdentada al tiempo que agitaba su larga barba.

—Por supuesto, aceptaré sin cuestionarlo vuestro compromiso de guardar el secreto —anunció Sparhawk con fingida humildad—. No obstante, yo debo jurar por mi vida que la palabra que voy a confiaros con el más impenetrable de los secretos no saldrá de mis labios hasta que la divulgue el rey Obler en Acie, la capital de su reino.

—Yo también os otorgo mi juramento, noble amigo Sparhawk —gritó el anciano en un éxtasis de entusiasmo—. La tortura no lograría arrancarla de mis labios. —Efectuó un intento de adoptar un porte mayestático.

—Vuestras palabras me honran, Su Santidad —replicó Sparhawk con una profunda reverencia al estilo rendoriano. Entonces se aproximó a su decrépito interlocutor, se inclinó y musitó—: Ramshorn. —Percibió en ese instante que Arasham desprendía un olor bastante desagradable.

—¡Una palabra perfecta! —gritó Arasham. Después rodeó a Sparhawk con sus escuálidos brazos y lo besó sonoramente en plena boca.

Martel, demudado de furor, había intentado acercarse lo bastante para captarla; sin embargo, Sephrenia se interpuso delante de él y le impidió avanzar. Sus ojos despedían chispas y hubo de realizar evidentes esfuerzos para contener el impulso de empujarla a un lado.

Con la barbilla erguida, la mujer lo miró fijamente.

—¿Qué deseáis? —preguntó.

Tras murmurar algo ininteligible, Martel caminó altivamente hacia el otro extremo de la tienda, donde permaneció, mientras la impotencia lo corroía.

Arasham todavía se mantenía aferrado al cuello de Sparhawk.

—Mi querido hijo y libertador —exclamó, con sus legañosos ojos llenos de lágrimas—, no hay duda de que el mismísimo Dios os ha enviado hasta mí. Ahora no podremos ser abatidos. Dios apoya nuestra causa. Haremos que los malvados tiemblen ante nosotros.

—En efecto —asintió Sparhawk, al tiempo que se zafaba suavemente de los brazos del anciano.

—Una precaución, venerable —dijo astutamente Martel, pese a la rabia que aún hacía empalidecer su rostro—. Sparhawk es sólo un humano y, por consiguiente, mortal. El mundo está plagado de acechanzas. ¿No sería más razonable…?

—¿Acechanzas? —lo interrumpió sin darle tregua Sparhawk—. ¿Qué se ha hecho de vuestra fe, Martel? Ésta es la voluntad de Dios, no la mía. Él no permitirá que perezca hasta que le haya rendido este servicio, por lo que me protegerá y aumentará mi coraje ante el peligro. Está escrito en mi destino que debo realizar esta tarea, y Dios proveerá los medios para que pueda llevarla felizmente a cabo.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó en éxtasis Arasham a modo de colofón.

En aquel momento el muchacho de mirada esquiva trajo los melones y la conversación derivó hacia temas más generales. Arasham pronunció sin orden ni concierto otra diatriba contra la Iglesia mientras Martel miraba iracundo a Sparhawk. Éste concentraba su atención en el melón, cuyo sabor resultaba sorprendentemente delicioso. No obstante, el que todo se hubiera desarrollado de un modo tan sencillo lo inquietaba ligeramente. Martel era demasiado inteligente, demasiado sinuoso para ser burlado tan fácilmente. Observó apreciativamente al hombre de cabello blanco a quien había profesado un odio constante a lo largo de tantos años. Su semblante reflejaba el desconcierto y la frustración, características de su personalidad en extremo atípicas. El Martel que había conocido en su juventud nunca hubiera revelado tales emociones. Sparhawk comenzó a sentirse menos seguro de sí.

—Acabo de concebir una idea, Su Santidad —declaró—. El tiempo representa un factor decisivo en nuestros planes y es de vital importancia que mi hermana y yo regresemos enseguida a Deira para avisar a Su Majestad de que todo se halla dispuesto en Rendor y para hacerle partícipe de esa palabra que ambos mantenemos guardada en nuestros corazones. Desde luego, disponemos de magníficos caballos, pero una embarcación veloz nos trasladaría por río hasta Jiroch con una ventaja de varios días. Tal vez vos o uno de vuestros discípulos conozcáis en Dabour a algún respetable propietario cuyo barco pudiéramos alquilar.

Arasham parpadeó vagamente.

—¿Un barco? —balbuceó.

Sparhawk percibió un leve movimiento y luego observó que Sephrenia movía el brazo, fingiendo arreglarse la manga del vestido. Instantáneamente, comprendió que no se había limitado al papel de mero espectador.

—¿Alquilar, hijo mío? —bramó Arasham—. No lo permitiré. Dispongo de un espléndido bajel para mi uso particular. Ordenaré que os acompañen varios hombres armados y que un regimiento, no, una legión, patrullen las riberas del río de manera que podáis llegar sano y salvo a Jiroch.

—Hágase vuestra voluntad, Su Santidad —aceptó Sparhawk. Entonces miró a Martel con una beatífica sonrisa—. No os asombréis de lo que oís, querido hermano —indicó—. Realmente esta sabiduría y esta generosidad sólo pueden provenir de Dios.

—Sí —repuso sombríamente Martel—. Estoy convencido de que estáis en lo cierto.

—Debemos actuar con premura, santo Arasham —se apresuró a decir Sparhawk mientras se ponía en pie—. Hemos dejado nuestros caballos y pertenencias al cuidado de un sirviente en una casa de las afueras de la ciudad. Mi hermana y yo iremos a buscarlos y regresaremos dentro de una hora.

—Haced lo que estiméis necesario, hijo mío —replicó impaciente Arasham—. Por mi parte, daré instrucciones a mis discípulos para que preparen la embarcación y recluten los soldados para que podáis emprender vuestro viaje por río.

—Permitidme que os conduzca hasta la salida del recinto, querido hermano —ofreció Martel, con las mandíbulas apretadas.

—Gustosamente, hermano mío —respondió Sparhawk—. Vuestra compañía siempre deja mi corazón henchido de gozo.

—Volved directamente, Martel —indicó Arasham—. Debemos comentar este maravilloso giro en los acontecimientos y agradecer a Dios su bondad al haberlo propiciado.

—Sí, Su Santidad —contestó Martel con una reverencia—. Regresaré inmediatamente.

—Nos veremos dentro de una hora, Sparhawk —lo despidió Arasham.

—Dentro de una hora —confirmó Sparhawk antes de efectuar una profunda reverencia—. Vamos pues, Martel —agregó, al tiempo que azotaba nuevamente el hombro del renegado pandion con su mano.

—Naturalmente. —Martel se sobresaltó al acusar una vez más con aprensión el aparente gesto de camaradería de Sparhawk.

Una vez fuera del pabellón, Martel se volvió hacia Sparhawk con el semblante demudado de rabia.

—¿Qué os proponéis? —preguntó furioso.

—Hoy vuestro ánimo está inquieto, ¿no es cierto, viejo amigo?

—¿Qué tramáis, Sparhawk? —gruñó Martel mientras recorría con la vista la multitud congregada, para cerciorarse de que nadie los escuchaba.

—Obstaculizar vuestro camino, Martel —replicó Sparhawk—. Arasham permanecerá sentado ahí hasta quedarse petrificado en espera de que alguien le repita la palabra secreta. Casi me atrevo a garantizaros que los caballeros de la Iglesia se encontrarán en Chyrellos cuando llegue el momento de elegir al nuevo archiprelado, puesto que en Rendor no se producirá ningún alboroto que requiera su presencia para ser aplacado.

—Muy inteligente, Sparhawk.

—Me alegro de que lo aprobéis.

—Debo sumar esta deuda a mi lista de agravios —espetó Martel.

—Poseéis plena libertad para reclamar una reparación —indicó Sparhawk—. Me complacerá en gran medida responder a vuestro reto. —Luego tomó del brazo a Sephrenia y se marchó.

—¿Habéis perdido completamente el juicio, Sparhawk? —le preguntó ésta cuando ya no podía oírlos el furibundo Martel.

—No lo creo —respondió Sparhawk—. Además, los dementes nunca son conscientes de su estado, ¿verdad?

—¿Qué pretendíais exactamente? ¿Os dais cuenta de las numerosas ocasiones en que he tenido que intervenir para allanaros el camino?

—He reparado en ello. Yo solo no hubiera podido cumplir mi objetivo.

—¿Vais a dejar de sonreír de ese modo y explicarme qué sentido tenía toda esa representación?

—Martel habría deducido sin gran esfuerzo el motivo de nuestra visita a Arasham —manifestó—. He tenido que entretenerlo con otras cuestiones para evitar que advirtiera que hemos descubierto un posible antídoto para el veneno. Aunque peque de modestia, la treta ha surtido el efecto esperado.

—Si habíais planeado esto anticipadamente, ¿por qué no me lo habéis comunicado antes de entrar en la tienda?

—¿Cómo iba a planearlo, Sephrenia? Ni siquiera sabía que Martel se encontraba dentro hasta que lo he visto.

—¿Queréis decir que…? —Abrió desmesuradamente los ojos.

Sparhawk asintió con la cabeza.

—Lo improvisé sobre la marcha —confesó.

—Oh, Sparhawk —exclamó molesta la mujer—, contáis con recursos suficientes para actuar de otra manera.

—Resultaba lo más conveniente, dadas las circunstancias —replicó Sparhawk, encogiéndose de hombros.

—¿Por qué habéis golpeado varias veces en el hombro a Martel de ese modo?

—Cuando tenía quince años se rompió un hueso en ese lugar, con lo que la zona le ha quedado especialmente sensibilizada.

—Os habéis comportado cruelmente —lo acusó.

—También él se ensañó en aquella emboscada acaecida en el callejón de Cippria diez años antes. Vayamos a buscar a Kurik y a Flauta. Creo que ya hemos cumplido nuestro cometido aquí, en Dabour.

El medio de transporte proporcionado por Arasham era una barcaza. En aquellos momentos aparecía flanqueada por remeros y atestada de celosos guerreros armados con espadas y jabalinas de popa a proa. Martel se les había adelantado y permanecía solo sobre los muelles, a cierta distancia de los discípulos de fiero semblante que se encontraban en tierra, mientras Sparhawk, Sephrenia, Kurik y Flauta embarcaban. El pelo blanco del renegado relucía bajo la luz de las estrellas y su rostro no se había recobrado de la palidez.

—No conseguiréis ir muy lejos con esta embarcación, Sparhawk —advirtió en voz baja.

—¿De veras? —replicó éste—. Me parece que tendréis que considerarlo dos veces. Por supuesto, podéis intentar seguirme, pero probablemente se interpondrán en vuestro camino esos pelotones que patrullan las orillas del río. Además, creo que una vez que hayáis superado vuestro enfado, os daréis cuenta de que es preferible que permanezcáis en Dabour para tratar de sonsacar a Arasham la palabra mágica. Toda la trama que habéis urdido en Rendor pende de vuestras dotes de persuasión.

—Me lo pagaréis, Sparhawk —prometió siniestramente Martel.

—Pensaba que ya había saldado mi deuda, mi viejo amigo —repuso Sparhawk—. Acordaos de Cippria. —Alargó la mano y Martel se apartó de un salto para protegerse el hombro. Sin embargo, en su lugar Sparhawk le dio una palmadita insultante en la mejilla—. Cuidaos mucho, Martel —le indicó—. Deseo que nos encontremos pronto y debéis encontraros en perfecta posesión de vuestras facultades, porque os aseguro que vais a necesitarlas. —Entonces se volvió y atravesó la pasarela de la barcaza.

Los marineros soltaron amarras e impulsaron la embarcación hacia la mansa corriente. Después tomaron los remos y comenzaron a bogar lentamente río abajo. Los muelles, con la solitaria silueta de Martel, se perdieron pronto de vista a sus espaldas.

—¡Oh, Dios! —gritó exultante Sparhawk—. ¡Cómo he disfrutado!

Tardaron un día y medio en recorrer el río y desembarcaron algunas millas antes de Jiroch, en previsión de que Martel hubiera logrado apostar espías en el puerto. Aunque Sparhawk admitió que aquella precaución seguramente resultaba innecesaria, no quería correr riesgos inútilmente. Se adentraron en la ciudad por la puerta occidental y se confundieron entre la multitud con intención de dirigirse nuevamente a la morada de Voren. Al atardecer, llamaron a su puerta.

Este se sorprendió al verlos.

—Habéis regresado muy pronto —dijo mientras los conducía al jardín.

—La suerte nos ha sido propicia —repuso Sparhawk con un encogimiento de hombros.

—Han intervenido otros factores además del azar —puntualizó malhumoradamente Sephrenia.

El enfado de la mujer apenas había remitido desde que abandonaran Dabour, hasta el punto de que se negaba incluso a dirigirle la palabra a Sparhawk.

—¿Ha habido algún contratiempo? —preguntó prudentemente Voren.

—Ninguno, que yo sepa —respondió alegremente Sparhawk.

—Dejad de congratularos, Sparhawk —espetó Sephrenia—. Estoy profundamente disgustada con vos.

—Me duele vuestra actitud, Sephrenia, pero actué de la forma más correcta. —Se volvió hacia Voren—. Topamos con Martel —explicó—, y logré desbaratar sus planes. Todo cuanto había tramado se vino abajo delante de él.

Voren lanzó un silbido.

—No me parece un comportamiento reprensible, Sephrenia.

—No critico lo que hizo, Voren, sino la manera en que lo consiguió.

—¿Cómo?

—No quiero tratar ese tema —zanjó la mujer, y tomó luego a Flauta en brazos y se encaminó al banco situado junto a la fuente, donde se sentó y le susurró malhumorada unas palabras en estirio a la niña.

—Necesitamos embarcar sin ser vistos en un veloz bajel que se dirija a Vardenais —declaró Sparhawk a Voren—. ¿Se os ocurre algún modo para pasar inadvertidos?

—Por supuesto —repuso Voren—. Con harta frecuencia debemos enfrentarnos al riesgo de que quede desvelada la verdadera identidad de uno de nuestros hermanos, por lo que finalmente ideamos un método para sacarlos de Rendor con garantías de seguridad. —Sonrió irónicamente—. De hecho, en eso consistió mi primera ocupación al llegar a Jiroch. Además, estaba casi convencido de que yo mismo iba a precisarlo sin tardanza. Dispongo de un embarcadero en el puerto, cuyo emplazamiento queda próximo a una posada de marineros. Dicho establecimiento está regentado por uno de nuestros hermanos y ofrece los servicios habituales: cervecería, establos, dormitorios, etc… La particularidad estriba en que su sótano se une mediante un pasadizo subterráneo a mi embarcadero. Cuando la marea esté baja, podréis subir a bordo desde la bodega sin ser vistos desde el muelle.

—¿Esa estratagema servirá para engañar al damork, Sephrenia? —le preguntó Sparhawk.

La mujer lo miró fijamente y luego aplacó su ira. Se apretó ligeramente las sienes con las puntas de los dedos. Sparhawk advirtió que su cabello había encanecido de forma perceptible.

—Creo que sí —respondió—. Además, no sabemos a ciencia cierta que el damork esté aquí. Es posible que Martel no mintiera.

—Yo no me fiaría de él —gruñó Kurik.

—Aun así —continuó ella—, probablemente el damork es incapaz de comprender el concepto de un sótano, y mucho menos de un pasaje subterráneo.

—¿Qué es un damork? —inquirió Voren.

Sparhawk le describió las características de la criatura y le relató lo sucedido a la embarcación del capitán Mabin en el estrecho de Arcium a la salida de Madel.

Voren se puso en pie y comenzó a caminar de arriba abajo.

—Nuestra ruta de escape no fue diseñada para este tipo de peligros —admitió—. Creo que tendré que tomar algunas precauciones adicionales. ¿Qué os parece si hago salir a la mar a todos los barcos al mismo tiempo? Si navegáis en medio de una flotilla, resultará más difícil dilucidar en qué bajel os halláis.

—¿No representa una excesiva complicación? —le preguntó Sparhawk.

—Sparhawk, me consta vuestra modestia, pero debemos reconocer que en estos momentos sois probablemente el hombre más importante del mundo, al menos hasta que lleguéis a Cimmura e informéis a Vanion de vuestras pesquisas. Si puedo evitarlo, no estoy dispuesto a exponeros a ningún incidente. —Se acercó a la pared del jardín y escrutó el cielo de poniente—. Tendremos que apresurarnos —les anunció—. La marea baja se inicia justo después del atardecer, y quiero que os encontréis en la bodega cuando encajen la barandilla del barco a unos metros por debajo de la altura del muelle. Os acompañaré para asegurarme de que no ocurra ningún imprevisto.

Cabalgaron juntos hacia la zona portuaria. La ruta elegida los obligó a recorrer el barrio donde Sparhawk había ejercido el oficio de tendero durante los años en que se había ocultado allí. Los edificios que flanqueaban ambos lados de las calles resultaban casi viejos amigos para él; incluso creyó reconocer a algunos de los viandantes que se dirigían con paso presuroso a sus casas a través de las callejuelas mientras el sol se ponía en el horizonte.

—¡Bestia! —El grito, espantosamente familiar, exhalado a sus espaldas, probablemente llegó a escucharse en el estrecho de Arcium—. ¡Asesino!

—¡Oh, no! —gruñó Sparhawk, al tiempo que refrenaba a Faran—. ¡Precisamente ahora que ya estábamos tan cerca! —Miró anhelante la posada adonde los conducía Voren, situada tan sólo una calle más abajo.

—¡Monstruo! —continuó los insultos la estridente voz.

—Sparhawk —llamó cautelosamente Kurik—, ¿son imaginaciones mías o esa dama intenta atraer vuestra atención?

—Finge no oírla.

—Como vos deseéis, mi señor.

—¡Asesino! ¡Bestia! ¡Monstruo! ¡Desertor!

Se abrió una breve pausa.

—¡Asesino! —agregó la mujer.

—No merezco tal apelativo —murmuró Sparhawk. Resignado, volvió grupas—. Hola, Lillias —saludó a la escandalosa mujer vestida con túnica y con el rostro velado. Utilizó un tono de voz tan plácido e inofensivo como le fue posible.

—¿Hola, Lillias? —chilló la interpelada—. ¡Hola, Lillias! ¿Eso es todo cuanto se os ocurre, bandido?

Sparhawk tuvo que esforzarse para reprimir una sonrisa. Amaba a Lillias de un modo peculiar, y se alegraba de verla disfrutar con su espectáculo.

—Tenéis buen aspecto, Lillias —añadió amigablemente, pese a ser consciente de que ese comentario espolearía los improperios de la mujer.

—¿Que tengo buen aspecto? ¿Buen aspecto? ¿Cuando me habéis asesinado? ¿Cuando me habéis arrancado el corazón? ¿Cuando me habéis arrojado a la más espantosa desesperación? —Se inclinó hacia atrás con ademán trágico, la cabeza erguida y los brazos extendidos—. Apenas he probado bocado desde el aciago día en que me abandonasteis a mi suerte y me dejasteis sola y en la miseria.

—Os quedasteis con la tienda, Lillias —objetó Sparhawk—. Antes de irme, proporcionaba la manutención para ambos. Estoy seguro de que las ganancias bastan para satisfacer vuestras necesidades.

—¡La tienda! ¿Qué me importa a mí la tienda? ¡Es el corazón lo que me habéis roto, Mahkra! —Se bajó la capucha y se deshizo del velo que le cubría el rostro—. ¡Asesino! —gritó—. ¡Ved el resultado de vuestra fechoría! —Entonces comenzó a estirarse de los relucientes cabellos negros y a arañarse su moreno y sensual rostro.

—¡Lillias! —rugió Sparhawk con una autoridad que pocas veces había tenido que utilizar durante sus años de convivencia—. ¡Deteneos! ¡Os vais a lastimar!

Pero Lillias se había envalentonado y no permitía que la contuvieran.

—¿Qué importa si me hago daño? —gritó trágicamente—. ¿Qué dolor puede sentir una mujer muerta? ¿Queréis contemplar mis heridas, Mahkra? ¡Ved mi corazón! —Tras esta exclamación, se rasgó la parte delantera del vestido, mas lo que salió a la luz no era su corazón.

—¡Oh, Dios mío! —exclamó Kurik, con voz desfallecida, ante los atributos de la mujer desvelados súbitamente. Voren volvió la cabeza para ocultar una sonrisa. Por su parte, Sephrenia miró a Sparhawk con una expresión ligeramente modificada.

—Oh, Dios —gruñó Sparhawk antes de descender del caballo—. ¡Lillias! —murmuró tajantemente—. ¡Cubríos ahora mismo! Pensad en los vecinos y en todos los niños que os observan.

—¡Me tienen sin cuidado los vecinos! ¡Que miren si quieren! —Puso al descubierto sus henchidos pechos—. ¿Puede afectar la vergüenza a alguien cuyo corazón ha dejado de latir?

Sparhawk avanzó hacia ella con torvo semblante. Cuando se hubo aproximado lo bastante, le habló quedamente con las mandíbulas contraídas.

—Son muy hermosos, Lillias —declaró—, pero, realmente, no creo que representen una novedad para ningún hombre que habite en los alrededores de esta calle. ¿De veras queréis continuar con esta farsa?

De pronto, Lillias pareció menos segura de sí. Sin embargo, no accedió a cubrir su busto.

—Como prefiráis —añadió Sparhawk con un encogimiento de hombros. A continuación, comenzó a vocear—. Vuestro corazón no está muerto, Lillias —anunció a la audiencia arracimada en los balcones—. Ni mucho menos. ¿Cómo explicáis lo de Georgias, el panadero? ¿Y lo de Nendan, el charcutero? —Seleccionaba nombres al azar.

Con el rostro palidecido, la mujer retrocedió y tapó su generoso pecho con el vestido.

—¿Lo sabíais? —preguntó con voz quebrada.

Aunque aquella confesión ofendió levemente a Sparhawk, no mostró ninguna alteración.

—Desde luego —afirmó, a fin de proseguir con la representación dirigida al auditorio—, pero os perdono. Sois toda una mujer, Lillias, y no habéis nacido para estar sola. —Alargó la mano y le cubrió suavemente el cabello con la capucha—. ¿Os ha ido bien? —inquirió con dulzura, nuevamente en voz baja.

—Aceptablemente —susurró Lillias.

—Me alegro. ¿Hacemos las paces?

—Creo que falta un detalle para acabar de redondear la escena, ¿no os parece? —preguntó esperanzada.

Sparhawk luchó contra el irreprimible impulso de soltar una carcajada.

—Se trata de una puntualización importante, Mahkra —musitó—. Mi posición en la comunidad depende de ella.

—Contad conmigo —murmuró el caballero—. Me habéis traicionado, Lillias —declamó de cara al público—, pero os concedo mi perdón, porque yo no he permanecido aquí para evitar que os descarriaseis.

Después de reflexionar unos instantes, la mujer se arrojó sollozante en sus brazos y hundió el rostro en su cuello.

—Os había añorado tanto, Mahkra. Me ha vencido mi debilidad. Sólo soy una pobre e ignorante mujer, una esclava de mis pasiones. ¿Podréis disculparme alguna vez?

—¿Acaso yo puedo juzgar vuestra conducta, Lillias? —dijo grandilocuentemente—. Vos sois como la tierra, como el mar. Vuestro destino consiste en entregaros como lo hace la naturaleza.

Lillias se apartó unos pasos de él.

—¡Pegadme! —pidió—. ¡Merezco ser azotada! —Gruesas lágrimas que, a juicio de Sparhawk, destilaban sinceridad, manaban de sus resplandecientes ojos negros.

—¡Oh, no! —rehusó, pese a saber exactamente en qué desembocaría el espectáculo—. Nada de azotes, Lillias —aseguró—. Sólo esto. —Entonces la besó castamente en los labios—. Os deseo mucha suerte, Lillias —murmuró con afecto. Después retrocedió velozmente, antes de que ella pudiera rodearlo con sus brazos, pues conocía la fuerza que poseían—. Ahora, pese al dolor que lacera mi alma, debo partir de nuevo —declaró—. Acordaos de mí alguna vez mientras sigo el destino que la fortuna me depare. —Consiguió resistir el impulso de llevarse la mano al corazón.

—¡Lo sabía! —gritó en dirección a los observadores más que a Sparhawk—. ¡Sabía que os dedicabais a asuntos importantes! Guardaré nuestro amor en mi corazón para toda la eternidad, Mahkra, y os seré fiel hasta la muerte. Volved a mí cuando lo deseéis. —Había extendido nuevamente los brazos—. Y, si fallecéis, enviadme a vuestro fantasma en mis sueños para que pueda otorgar mi consuelo a vuestra pálida sombra.

Sparhawk se alejó de sus brazos tendidos y luego giró sobre sí para agitar dramáticamente sus ropajes, gesto del que consideraba a Lillias merecedora, y subió a lomos de Faran.

—Adiós, Lillias querida —se despidió con voz melodramática, al tiempo que tiraba de las riendas para hacer corvetear a Faran—. Si no volvemos a vernos en este mundo, quiera Dios que nos encontremos de nuevo en la vida de ultratumba. —Después clavó los talones en los flancos del caballo y pasó junto a ella al galope.

—Habéis efectuado deliberadamente toda esa comedia, ¿no es cierto? —le preguntó Sephrenia cuando desmontaron en el patio de la posada.

—Tal vez me he propasado en la exaltación —admitió Sparhawk—. Lillias realiza frecuentemente escenas similares. —Sonrió con cierto pesar—. Se le destroza el corazón con una periodicidad aproximada de tres veces por semana —apuntó clínicamente—. Siempre fue activamente infiel y un poco deshonesta en lo concerniente al dinero. Constituye una persona engreída, vulgar y autocomplaciente, además de mentirosa, codiciosa y extremadamente melodramática. —Hizo una pausa mientras rememoraba los años vividos junto a ella—. Sin embargo, me gustaba. A pesar de sus defectos, es una buena chica y nunca permitía a nadie aburrirse a su lado. Tras esa representación podrá caminar por el barrio como una reina. Le debía ese favor, y tampoco me ha costado mucho esfuerzo complacerla.

—Sparhawk —dijo gravemente Sephrenia—, nunca llegaré a comprenderos.

—En lo que nos extraña se halla la verdadera sal de la vida, ¿no es así, pequeña madre? —replicó con una mueca.

Flauta, todavía sentada a lomos del palafrén de Sephrenia, interpretó un trino burlón con el caramillo.

—Conversad con ella —sugirió Sparhawk a Sephrenia—. Os lo explicará.

Flauta giró los ojos y luego le tendió generosamente las manos para que la ayudara a desmontar.