Capítulo 14

Al día siguiente, a media mañana, sir Bevier, un caballero cirínico de Arcium, llamó a la puerta de la fortaleza pandion en Chyrellos. Su armadura protocolaria estaba barnizada con un reluciente color plateado y su sobreveste era blanca. Su yelmo carecía de visera, pero poseía, por el contrario, formidables piezas de protección para las mejillas y la nariz. Desmontó en el patio, colgó su escudo y su hacha en la silla y se quitó el yelmo. Bevier era joven y delgado. Su tez aceitunada quedaba enmarcada por unos cabellos rizados de un color negro azulado.

Ceremoniosamente, Nashan, junto con Sparhawk y Kalten, descendió las escaleras del edificio para recibirlo.

—Nuestra casa se honra con vuestra presencia, sir Bevier —saludó.

—Mi señor —replicó Bevier, al tiempo que inclinaba rígidamente la cabeza—. El preceptor de mi orden me encargó haceros llegar su saludo.

—Gracias, sir Bevier —exclamó Nashan, algo desconcertado por la estricta formalidad del joven caballero.

—Sir Sparhawk —dijo a continuación Bevier tras volver a inclinar la cabeza.

—¿Nos habíamos visto antes, Bevier?

—Nuestro preceptor me describió vuestro aspecto, mi señor Sparhawk, así como el de vuestro compañero sir Kalten. ¿Han llegado ya los demás?

—No —repuso Sparhawk—. Vos sois el primero.

—Entrad, sir Bevier —lo invitó Nashan—. Os asignaremos una celda para que podáis desprenderos de vuestra armadura, y os llevarán comida caliente de la cocina.

—Si no representa una molestia, mi señor, ¿podría visitar antes vuestra capilla? He cabalgado durante varios días y siento una profunda necesidad de orar en un lugar consagrado.

—Por supuesto —concedió Nashan.

—Nos ocuparemos de vuestro caballo —indicó Sparhawk al joven caballero.

—Gracias, sir Sparhawk —respondió Bevier con una leve reverencia antes de subir las escaleras detrás de Nashan.

—Oh, hemos hallado un alegre compañero de viaje —comentó irónicamente Kalten.

—Se desentumecerá cuando nos conozca mejor —auguró Sparhawk.

—Espero que estés en lo cierto. Había oído que a los cirínicos les agrada la formalidad, pero creo que nuestro joven amigo tiende a extremar esa característica. —Entonces desató con curiosidad el hacha de la silla—. ¿Te imaginas un ataque con esta arma? —preguntó con un estremecimiento.

El arma constaba de una hoja de dos pies de ancho coronada en la punta por un acerado pico similar al de un halcón. Su pesado mango medía unos cuatro pies de longitud.

—Con esto se podría desnudar a un hombre de su armadura de la misma forma en que se saca una ostra de su concha.

—Supongo que se ideó para ese objetivo. Resulta bastante intimidatoria, ¿verdad? Ponla en su sitio, Kalten. No juegues con las pertenencias ajenas.

Después de realizar sus plegarias y desembarazarse de la armadura, sir Bevier se reunió con ellos en el lujoso estudio de Nashan.

—¿Os han enviado algo de comer? —inquirió Nashan.

—No es necesario, mi señor —respondió Bevier—. Si así me lo permitís, cenaré con vos y vuestros caballeros en el refectorio.

—Desde luego —replicó Nashan—. Estaremos encantados de compartir nuestra cena con vos.

Cuando Sparhawk le presentó a Sephrenia, el joven se inclinó profundamente ante ella.

—He oído hablar mucho de vos, señora —la saludó—. Nuestros profesores de secretos estirios os tienen en gran estima.

—Sois muy amable, caballero. No obstante, mis habilidades son deudoras de la edad y de la práctica, no de ninguna virtud especial.

—¿La edad, Sephrenia? De ningún modo. No podéis sobrepasar en mucho mi edad, y aún me faltan varios meses para cumplir los treinta. El esplendor de la juventud no ha abandonado todavía vuestras mejillas y os doy mi palabra que vuestros ojos casi me deslumbran con su fulgor.

Sephrenia le sonrió afectuosamente y luego miró con aire crítico a Kalten y a Sparhawk.

—Espero que ambos prestéis atención a sus palabras —dijo—. Un poco de caballerosidad no os perjudicaría en absoluto.

—Nunca he sido un experto diplomático —confesó Kalten.

—Ya había reparado en ello —observó Sephrenia—. Flauta —llamó después con tono cansado—, deja ese libro, por favor. Te he pedido muchas veces que no toques ninguno.

Unos días más tarde, llegaron cabalgando juntos sir Tynian y sir Ulath. Tynian era un jovial caballero alcione de Deira, el reino que se extendía al norte de Elenia. Su amplio rostro expresaba franqueza y amistad, y sus hombros y pecho lucían una poderosa musculatura, moldeada gracias a soportar la armadura deirana, la más pesada del mundo, durante muchos años. Encima de su compacta protección metálica llevaba una capa azul cielo. La estatura de Ulath, el fornido caballero genidio, era un palmo más elevada que la de Sparhawk. En lugar de armadura vestía una sencilla cota de malla, que cubría con una capa de color verde, y un simple yelmo cónico. Iba armado con un gran escudo redondo y una maciza hacha de guerra. El caballero genidio era un hombre reservado que hablaba en raras ocasiones. Sus rubios cabellos colgaban en dos trenzas sobre su espalda.

—Buenos días, caballeros —saludó Tynian a Sparhawk y a Kalten mientras desmontaba en el patio del castillo. Luego, los miró detenidamente—. Vos debéis de ser sir Sparhawk —apuntó—. Nuestro preceptor nos describió vuestra nariz desviada. —Le dedicó una sonrisa—. Os favorece, Sparhawk. No malogra en absoluto vuestra apostura.

—Voy a confraternizar con este hombre —afirmó Kalten.

—Vos tenéis que ser Kalten —añadió Tynian.

Después le tendió la mano, y Kalten la tomó sin advertir que el alcione ocultaba en su palma un ratón muerto. Con un juramento, Kalten retiró velozmente la mano mientras Tynian estallaba en carcajadas.

—Creo que también me unirá una buena relación con él —observó Sparhawk.

—Mi nombre es Tynian —se presentó el caballero alcione—. Mi silencioso acompañante es Ulath de Thalesia. Se reunió conmigo hace unos días. Desde entonces, no ha pronunciado más de diez palabras.

—Ya habláis vos lo suficiente —gruñó Ulath, al tiempo que descendía del caballo.

—Reconozco que esa verdad es irrefutable —admitió Tynian—. Tengo una debilidad especial por escuchar el sonido de mi propia voz.

Ulath tendió su gran mano.

—Sparhawk —dijo.

—¿No lleváis ningún ratón? —inquirió Sparhawk.

El genidio esbozó una leve sonrisa al estrecharle la mano. Después saludó a Kalten y los cuatro se dispusieron a entrar en la casa.

—¿Ha llegado Bevier? —preguntó Tynian a Kalten.

—Hace unos días. ¿Lo conocéis?

—Lo he visto una vez. Acompañé a nuestro preceptor en una visita de cortesía a Larium y nos presentaron a los cirínicos del castillo principal, que se halla ubicado en la ciudad. Me pareció un poco engreído y estirado.

—No ha cambiado mucho.

—Tal como suponía. ¿Cuál es nuestra misión en Cammoria? En algunas ocasiones, el preceptor Darellon resulta exasperantemente lacónico.

—Esperemos a que Bevier esté presente —sugirió Sparhawk—. Me da la sensación de que puede ser algo susceptible, por lo cual no conviene tratar de estos temas sin contar con él.

—Tenéis razón, Sparhawk. Nuestros lazos podrían desbaratarse si Bevier comienza a enfadarse. No obstante, debo admitir que es muy útil en enfrentamientos armados. ¿Todavía lleva aquella mortífera hacha?

—Oh, sí —respondió Kalten.

—Un arma espantosa, ¿eh? Lo vi entrenarse con ella en Larium. Al galope, truncó un poste más grueso que mi pierna de un solo hachazo. Sospecho que sería capaz de cabalgar entre un pelotón de infantería y dejar tras de sí un rastro de cabezas sesgadas a lo largo de diez yardas.

—¡Ojalá no necesite hacerlo! —deseó Sparhawk.

—Si adoptáis esa actitud, Sparhawk, vais a desechar cualquier oportunidad de diversión durante esta excursión.

—Me voy a llevar realmente bien con él —aseveró Kalten.

Sir Bevier se reunió con ellos en el estudio de Nashan al finalizar el servicio en la capilla. Por lo que había podido observar Sparhawk, había acudido a todas las celebraciones religiosas desde su llegada.

—Bien —dijo Sparhawk tras ponerse en pie cuando estuvieron todos presentes—, os explicaré los rasgos generales de la situación. Annias, el primado de Cimmura, se ha impuesto como meta el trono del archiprelado de Chyrellos. Controla el consejo real de Elenia y, por medio de él, obtiene fondos del tesoro real. Intenta utilizar ese dinero en la compra de los votos necesarios para ganar las elecciones tras la muerte de Cluvonus. Los preceptores de las cuatro órdenes desean desbaratar sus planes.

—Ningún eclesiástico decente aceptaría dinero para expresar un voto determinado —opinó Bevier con tono ofendido.

—Concuerdo en esa afirmación con vos —aceptó Sparhawk—, pero, por desgracia, muchos religiosos distan mucho de ser honrados. Seamos realistas, caballeros: existe una amplia facción corrupta en el seno de la Iglesia elenia. Seguramente, todos desearíamos no encontrarnos ante esta situación; sin embargo, debemos afrontarla tal como se presenta. Hay muchos votos en venta. El detalle crucial es que la reina Ehlana está enferma; de lo contrario, no permitiría que Annias utilizara el tesoro para beneficio propio. Los preceptores coinciden en que el mejor modo de detener a Annias consiste en hallar el medio de curar a la reina y reintegrarla así en el poder. De ahí la necesidad de nuestro viaje a Borrata; en su universidad hay médicos que tal vez puedan diagnosticar la naturaleza de su dolencia y proporcionar un remedio eficaz contra ella.

—¿Vendrá la reina con nosotros? —inquirió Tynian.

—No. Es prácticamente imposible.

—En ese caso, los especialistas tendrán dificultades para averiguarlo.

Sparhawk realizó un gesto negativo con la cabeza.

—Sephrenia, la encargada de instruir a los pandion en los secretos, nos acompañará. Ella puede describir minuciosamente los síntomas de la reina Ehlana e invocar la imagen de Su Alteza si los médicos requieren un examen más detallado.

—Parece complicado —observó Tynian—, pero si creéis que debemos llevarlo a cabo de esa manera, así lo haremos.

—En estos momentos existe una gran agitación en Cammoria. —Prosiguió Sparhawk—. Los reinos centrales están todos infestados de agentes zemoquianos que intentan confundir y alterar el orden. Además, Annias adivinará sin duda nuestro propósito y tratará de interceptarnos.

—Borrata está muy alejada de Cimmura, ¿no es cierto? —preguntó Tynian—. ¿Abarca tanto terreno la capacidad de acción del primado de Cimmura?

—En efecto —respondió Sparhawk—. En Cammoria se encuentra un pandion renegado que, en ocasiones, trabaja para Annias. Se llama Martel. Probablemente pondrá obstáculos a nuestros fines.

—Si decide estorbarnos, no tendrá oportunidad de repetirlo —gruñó Ulath.

—Es preferible no entretenernos en luchas que no sean estrictamente necesarias —advirtió Sparhawk—. Nuestro principal cometido es escoltar a Sephrenia hasta Borrata y devolverla sana y salva después. Ya han atentado contra su vida una vez.

—Centraremos nuestros esfuerzos en desalentar ese tipo de acciones —aseguró Tynian—. ¿Vendrá alguien más con nosotros?

—Mi escudero, Kurik —repuso Sparhawk—, y seguramente un joven novicio pandion llamado Berit, ya que, aparte de ser un prometedor guerrero, Kurik precisa a alguien que le ayude a cuidar de los caballos. —Reflexionó un momento—. Creo que también llevaremos a un muchacho —añadió.

—¿Talen? —preguntó sorprendido Kalten—. ¿Te parece apropiado ir con un niño?

—Chyrellos ya constituye una ciudad suficientemente corrupta para dejar campar por sus calles a ese ladronzuelo. Por otra parte, intuyo que podremos utilizar de manera práctica sus especializados talentos. La otra persona que nos acompañará es una niñita llamada Flauta.

Kalten lo miró estupefacto.

—Sephrenia se negará a separarse de ella —explicó Sparhawk—, y no estoy seguro de que consiguiéramos dejarla en la ciudad. ¿Recuerdas cuán fácilmente logró salir de aquel convento de Arcium?

—Es verdad —concedió Kalten.

—Vuestra exposición ha sido muy clara, sir Sparhawk —declaró aprobatoriamente Bevier—. ¿Cuándo partiremos?

—A primera hora de la mañana —respondió Sparhawk—. Debemos recorrer un largo trecho hasta Borrata, y el archiprelado no nos proporcionará una tregua en su envejecimiento. El patriarca Dolmant opina que podría fallecer en cualquier momento, con lo que Annias pasará a la acción de inmediato.

—Dada la urgencia del caso, debemos realizar los preparativos —concluyó Bevier, al tiempo que se ponía en pie—. ¿Os veré en el servicio nocturno en la capilla, caballeros? —preguntó.

—Supongo que hay que asistir —se lamentó Kalten con un suspiro—. Después de todo, somos caballeros de la Iglesia.

—Un poco de ayuda divina no nos hará ningún daño, ¿verdad? —agregó Tynian.

Sin embargo, a última hora de la tarde llegó a las puertas del castillo una compañía de soldados eclesiásticos.

—El patriarca Makova me ha ordenado venir a buscaros a vos y a vuestros compañeros —anunció el capitán cuando Sparhawk acudió al patio acompañado de los restantes caballeros—. Quiere entrevistarse con vosotros en la basílica de inmediato.

—Iremos a buscar los caballos —informó Sparhawk y condujo a sus amigos a las caballerizas.

Una vez allí soltó un juramento irritado.

—¿Problemas? —inquirió Tynian.

—Makova apoya a Annias —explicó Sparhawk mientras hacía salir a Faran del establo—. Estoy casi convencido de que intentará entorpecer nuestra marcha.

—No obstante, debemos acudir a su llamada —declaró Bevier, que ensillaba su montura—. Somos caballeros de la Iglesia y estamos obligados a obedecer los mandatos de un miembro de la jerarquía, sean cual fueren sus amistades.

—Además, afuera nos espera toda una compañía de soldados —agregó Kalten—. Parece que el tal Makova no está dispuesto a correr ningún riesgo.

—¿No pensará que íbamos a negarnos? —apuntó Bevier.

—Todavía no conocéis bien a Sparhawk —le indicó Kalten—. A veces puede ser muy rebelde.

—Bien, no tenemos alternativa —atajó Sparhawk—. Vayamos a la basílica para conocer el mensaje del patriarca.

Llevaron los caballos al patio y montaron. A una tajante orden del capitán, los soldados los rodearon en formación.

La plaza que dominaba la basílica se hallaba extrañamente desierta cuando llegaron Sparhawk y sus amigos.

—Me da la sensación de que han previsto la posibilidad de incidentes —observó Kalten mientras comenzaban a subir las escaleras de mármol.

Al entrar en la vasta nave del templo, Bevier se puso de rodillas y juntó las palmas de las manos.

El capitán entró tras ellos acompañado de una tropa de soldados.

—No debemos hacer esperar al patriarca —apremió.

Su voz delataba un cierto timbre de arrogancia que irritó a Sparhawk; no obstante, éste reprimió su desagrado y se arrodilló junto a Bevier. Kalten lo imitó con una mueca. Tynian dio un codazo a Ulath y ambos se postraron ante el altar.

—He dicho… —comenzó a protestar el capitán con un tono ligeramente elevado.

—Ya os hemos oído, compadre —intervino Sparhawk—. Os acompañaremos dentro de unos instantes.

—Pero…

—Podéis aguardarnos allí. No tardaremos.

El capitán giró sobre sus talones y se alejó con paso majestuoso.

—Un buen gesto, Sparhawk —murmuró Tynian.

—Sencillamente, nos conducimos como caballeros de la Iglesia —replicó Sparhawk—. A Makova no le importará aguardar un momento, así podrá disfrutar anticipando los acontecimientos.

—Seguro —convino Tynian.

Los cinco caballeros permanecieron arrodillados durante unos diez minutos mientras el capitán caminaba impacientemente de un lado a otro.

—¿Habéis terminado, Bevier? —preguntó delicadamente Sparhawk cuando el cirínico separó las manos.

—Sí —respondió éste con el rostro iluminado por la devoción—. Ahora me siento purificado y en paz con todo el mundo.

—Tratad de mantener ese estado anímico. Probablemente el patriarca de Coombe despertará en nosotros sentimientos agresivos —auguró Sparhawk, a la vez que se levantaba—. ¿Vamos, caballeros?

—¡Por fin! —espetó el militar cuando se reunieron con él.

—¿Tenéis algún título, capitán? —le preguntó Bevier con una fría mirada—. Me refiero a alguno aparte del militar.

—Soy marqués, sir Bevier.

—Excelente. Si nuestra devoción os ofende, os honraré dándoos una satisfacción. Podéis enviarme a vuestro padrino cuando deseéis. Estoy a vuestra entera disposición.

—Me limito a obedecer órdenes, mi señor —repuso el capitán, al tiempo que palidecía visiblemente—. Jamás osaría afrentar a un caballero de la Iglesia.

A continuación, los guió por un corredor que partía de la nave central.

—Bien hecho, Bevier —susurró Tynian.

El cirínico esbozó una breve sonrisa.

—No hay nada como ofrecer a un hombre una yarda de acero para ponerlo en su sitio —añadió Kalten.

La suntuosa estancia adonde los condujeron ostentaba alfombras marrones, tapices y paredes de fino mármol. El patriarca de Coombe se encontraba sentado junto a una larga mesa con un pergamino delante. Cuando los hicieron pasar mostró enfado en su rostro.

—¿Qué os retuvo tanto tiempo? —inquirió en dirección al capitán.

—Los caballeros de la Iglesia se sintieron obligados a dedicar un momento a la oración ante el altar principal, Su Ilustrísima.

—Oh, desde luego.

—¿Puedo retirarme, Su Ilustrísima?

—No. Quedaos aquí. Os corresponderá a vos encargaros de las órdenes que voy a dictar.

—Como desee Su Ilustrísima.

—Me han informado de que planeáis llevar a cabo una incursión en Cammoria, caballeros —comenzó con semblante severo.

—No lo hemos mantenido en secreto, Su Ilustrísima —replicó Sparhawk.

—Os lo prohíbo.

—¿Me será permitido inquirir por qué motivo, Su Ilustrísima? —preguntó suavemente Tynian.

—No. No tengo por qué responderos. Los caballeros de la Iglesia están sujetos a la autoridad de la jerarquía. No es preciso dar ninguna explicación. Debéis regresar al castillo de los pandion y permanecer allí hasta que os notifique nuevas órdenes. —Entonces se ensimismó—. He concluido. Podéis retiraros, capitán. Vos os ocuparéis de comprobar que estos caballeros cumplan mis designios.

—Sí, Su Ilustrísima.

Con una reverencia, salieron todos de la sala.

—Una entrevista muy corta, ¿verdad? —señaló Kalten mientras desandaban el camino.

—No tenía sentido tratar de presentar excusas poco convincentes —repuso Sparhawk.

—¿Obedeceremos sus órdenes? —musitó Kalten, inclinándose hacia su amigo.

—No.

—Sir Sparhawk —objetó Bevier—, ¿vais a desoír el mandato de un patriarca de la Iglesia?

—No exactamente. Lo único que necesitamos son órdenes de distinto cariz.

—¿Dolmant? —inquirió Kalten.

—Su nombre es el primer recurso al que hay que apelar en tales circunstancias, ¿no es cierto?

Sin embargo, el oficioso capitán no les concedió ninguna oportunidad para desviarse de la ruta, ya que insistió en escoltarlos directamente hasta el castillo.

—Sir Sparhawk —dijo al entrar en la estrecha calle donde se alzaba la casa de los pandion—, ¿seríais tan amable de informar al gobernador de este establecimiento de que esta puerta debe permanecer cerrada? Nadie está autorizado a entrar ni a salir.

—Se lo diré —replicó Sparhawk, espoleó a Faran para penetrar en el patio.

—No se me había ocurrido que llegara al extremo de sellar la puerta —murmuró Kalten—. ¿Cómo vamos a avisar a Dolmant?

—Trataré de encontrar una solución —indicó Sparhawk.

Al poco rato, mientras el crepúsculo se adueñaba de la ciudad, Sparhawk caminaba a lo largo del parapeto que remataba las paredes del castillo. De vez en cuando echaba una ojeada a la calle.

—Sparhawk —llegó hasta él la ronca voz de Kurik procedente del patio—, ¿estáis allá arriba?

—Sí. Sube.

Siguió el sonido de pasos que repicaban en los escalones de piedra que conducían a las almenas.

—¿Queríais vernos? —preguntó Kurik al salir de la penumbra acompañado de Berit y Talen.

—Sí. Una compañía de soldados eclesiásticos guarda la salida y necesito enviar un mensaje a Dolmant. ¿Sugieres alguna estrategia para conseguirlo?

Kurik se rascó la cabeza, rumiando.

—Dadme un caballo veloz y cabalgaré por entre sus filas —ofreció Berit.

—Va a ser un buen caballero —vaticinó Talen—. Según me han dicho, a los caballeros les encanta pasar a la acción.

Berit miró airadamente al chiquillo.

—No me peguéis —pidió Talen, a la vez que retrocedía—. Habíamos acordado que si yo prestaba atención a vuestras clases no volveríais a golpearme.

—¿Acaso dispones tú de alguna idea mejor? —consultó Berit.

—De varias —respondió Talen tras asomarse por el antepecho—. ¿Patrullan los soldados las calles que rodean la fortaleza?

—Sí —respondió Sparhawk.

—No comporta un grave inconveniente, aunque resultaría más sencillo si no se pasearan por ahí. —Talen frunció los labios mientras pensaba—. Berit —dijo—, ¿tenéis buena puntería con el arco?

—He seguido todos los entrenamientos —replicó el novicio, con cierta altanería.

—No os he preguntado acerca de vuestra aplicación, sino si tenéis buena puntería.

—Puedo acertar un blanco a un centenar de pasos.

—¿Tenéis vos alguna propuesta? —inquirió en dirección a Sparhawk antes de volverse hacia Berit—. ¿Veis aquel establo de allí? —señaló al otro lado de la calle—, ¿el que tiene el techo de paja?

—Sí.

—¿Podríais clavar una flecha en la paja?

—Fácilmente.

—Tal vez los entrenamientos sean útiles, después de todo.

—¿Cuántos meses practicaste tú para rajar bolsas? —espetó Kurik.

—Es distinto, padre. Mi objetivo residía en obtener un beneficio inmediato.

—¿Padre? —inquirió Berit, asombrado.

—Es una larga historia —se evadió Kurik.

—Por algún motivo, la gente del mundo entero escucha una campana que suena —declaró Talen con un tono pedante— y nadie puede sustraerse a la fascinación de contemplar el fuego. ¿Podéis conseguir una cuerda, Sparhawk?

—¿De qué longitud?

—Con la suficiente para llegar a la calle. El plan consiste en que Berit, una vez envuelta una flecha con yesca y tras prenderle fuego, dispare sobre aquel techo de paja. Los soldados correrán todos hacia esta calle para observar el espectáculo, con lo que yo podré deslizarme por la cuerda por el otro lado del edificio. Puedo llegar a la calle en menos de un minuto sin que se entere nadie.

—No puedes incendiar un establo —objetó Kurik, horrorizado.

—Lo apagarán enseguida —aseguró Talen con tono paciente—. Nosotros daremos la alarma desde aquí gritando «¡Fuego!» con toda la fuerza de nuestros pulmones. A continuación, descenderé por la soga que situaremos en la pared del otro extremo y estaré a cinco calles de distancia cuando se haya calmado la excitación. Sé dónde se halla la casa de Dolmant y puedo transmitirle la información que queráis.

—De acuerdo —aprobó Sparhawk.

—¡Sparhawk! —exclamó Kurik—. No le permitiréis que realice lo que se propone, ¿verdad?

—Puede dar un buen resultado, Kurik. La distracción y el subterfugio siempre son buenas tácticas.

—¿Os imagináis la cantidad de paja y de madera existentes en las edificaciones de este vecindario?

—Proporcionaríamos una gran ocasión de hacer algo útil a los soldados eclesiásticos —respondió Sparhawk con un encogimiento de hombros.

—Supone un gran riesgo, Sparhawk.

—Más peligro entraña la posibilidad de que Annias llegue a ocupar el trono del archiprelado. Preparemos lo que precisamos. Deseo salir de Chyrellos mañana al amanecer, y esos soldados apostados ahí afuera nos lo impiden.

Descendieron las escaleras en busca de una cuerda, un arco y un carcaj de flechas.

—¿Hay novedades? —inquirió Tynian en el patio. Lo acompañaban Kalten, Bevier y Ulath.

—Vamos a avisar a Dolmant —repuso Sparhawk.

—¿Con esto? —preguntó Tynian tras observar con sorpresa el arco que llevaba Berit—. ¿No representa mucha distancia para un disparo?

—Existen algunos ingredientes añadidos a la acción —le informó Sparhawk, y comenzó a exponer el ardid.

Al iniciar el ascenso a las almenas, puso la mano sobre el hombro de Talen.

—Tu misión no carece de peligros —avisó al muchacho—. Quiero que tomes todo tipo de precauciones.

—Os preocupáis demasiado, Sparhawk —afirmó Talen—. Podría ejecutarlo con los ojos cerrados.

—Necesitarás alguna nota para entregársela a Dolmant —añadió Sparhawk.

—¿Bromeáis? Si me detienen, puedo salir airoso con alguna mentira, pero si me encuentran una nota en el bolsillo estoy perdido. Dolmant me conoce y sabrá que sois vos quien le enviáis el mensaje. Dejad que yo me encargue de todo, Sparhawk.

—No te detengas a robar por el camino.

—Desde luego que no —replicó Talen con demasiada ligereza.

Sparhawk exhaló un suspiro antes de informar al chiquillo de lo que debía comunicar al patriarca de Demos.

El plan se llevó a cabo tal como lo había tramado Talen. Tan pronto como la patrulla de vigilancia recorrió aquel lado, la flecha de Berit surcó el aire con una trayectoria arqueada, como un meteoro, para clavarse en el techo de paja del establo, donde chisporroteó durante un momento. Tras unos instantes, las llamas comenzaron a avanzar rápidamente hacia la parhilera. Primero adquirieron una tonalidad anaranjada, luego amarilla, y después se extendieron en todas direcciones.

—¡Fuego! —chilló Talen.

—¡Fuego! —repitieron los demás.

Abajo, en la calle, los soldados de la Iglesia doblaron con paso pesado la esquina y se encontraron al desesperado propietario de la caballeriza.

—¡Bondadosos señores! —sollozaba el hombre mientras se retorcía las manos—. ¡Mi establo! ¡Mis caballos! ¡Mi casa! ¡Dios mío!

El oficioso capitán vaciló, contempló el fuego y, a continuación, la pared del castillo que quedaba enfrente. Se lo veía atrapado en una angustiante indecisión.

—Os ayudaremos, capitán —le gritó Tynian desde las almenas—. ¡Abrid la puerta!

—¡No! —contestó el militar—. Quedaos dentro.

—¡Podríais destruir la mitad de la ciudad sagrada, mentecato! —rugió Kalten—. Ese fuego se propagará si no reaccionáis inmediatamente.

—¡Vos! —ordenó el capitán al plebeyo propietario del establo—. Id a buscar cubos y enseñadme dónde se encuentra el pozo más cercano. —Se volvió rápidamente hacia sus subalternos—: Id a la puerta principal del castillo de los pandion y mandad venir más soldados. —Su voz denotaba resolución antes de dirigir la mirada a los caballeros asomados en el parapeto—. No obstante, dejad un destacamento de guardia allí —añadió.

—Aun así podemos ayudaros —ofreció Tynian—. En el interior del castillo existe un profundo pozo. Podríamos formar una hilera de hombres que pasaría los cubos a vuestros soldados. Nuestra principal preocupación consiste en salvar del fuego a Chyrellos. Vuestra obligación queda relegada en estos momentos.

El hombre pareció dudar.

—¡Por favor, capitán! —suplicó Tynian con voz henchida de sinceridad—. Os lo ruego. Permitidnos ser útiles.

—Muy bien —atajó el capitán—. Abrid la puerta. Pero que no salga nadie afuera.

—Por supuesto —replicó Tynian.

—Bien hecho —gruñó Ulath, al tiempo que le propinaba un golpecito a Tynian en el hombro con el puño.

—En ciertas ocasiones, hablar resulta beneficioso, mi silencioso amigo —aseguró Tynian con una mueca—. Algún día deberíais probarlo.

—Prefiero utilizar un hacha.

—Bueno, creo que ha llegado el momento de marcharme, caballeros —anunció Talen—. Ya que voy a circular por las calles, ¿deseáis que os traiga algo?

—No te distraigas de tu misión —respondió Sparhawk—; ve directamente a hablar con Dolmant.

—Ten cuidado —advirtió Kurik—. Aunque a veces me causas decepciones, no quiero perderte.

—¿Sentimentalismos, padre? —inquirió Talen, afectando estar sorprendido.

—No —repuso Kurik—. Se trata simplemente de un cierto sentido de responsabilidad en relación a tu madre.

—Lo acompañaré —propuso Berit.

—De ninguna manera —replicó Talen con una crítica mirada hacia el entusiasta novicio—. Seríais un estorbo. Perdonadme, estimado profesor, pero tenéis los pies demasiado grandes y los codos demasiado salidos para deslizaros sin ser visto, y ahora no dispongo de tiempo para enseñaros a escabulliros.

Tras estas palabras, el muchacho desapareció entre las sombras al otro lado del parapeto.

—¿Dónde encontrasteis a este joven tan peculiar? —inquirió Bevier.

—No me creeríais si os lo contara, Bevier —respondió Kalten—. Seguramente lo tacharíais de inverosímil.

—Nuestros hermanos pandion son algo más mundanos que el resto de nosotros, Bevier —sentenció Tynian—. Nosotros, que tenemos los ojos fijos en el cielo, no estamos tan versados como ellos en el lado sórdido de la vida. —Dirigió una mirada piadosa a Kalten—. Sin embargo, todos somos útiles, y estoy convencido de que Dios valora nuestros esfuerzos, aunque éstos sean deshonestos o depravados.

—Bien dicho —aprobó Ulath con la cara absolutamente inexpresiva.

El fuego humeó todavía durante un cuarto de hora mientras los soldados arrojaban con denuedo cubos de agua. Gradualmente, gracias al trabajo dedicado y a la cantidad de agua volcadas, el incendio se extinguió, El propietario del establo se lamentaba de que su forraje hubiera quedado empapado, pese a que esta circunstancia impedía que las llamas volvieran a avivarse.

—¡Bravo, capitán, bravo! —lo felicitó Tynian desde las almenas.

—No exageréis —murmuró Ulath.

—Es la primera vez que observo a estos sujetos realizar algo loable —protestó Tynian—. Este tipo de actuaciones merecen una ovación.

—Podríamos incendiar otros edificios si ello os complace tanto —sugirió el corpulento caballero genidio—. Así tendrían la oportunidad de acarrear cubos de agua durante una semana entera.

—No —respondió Tynian después de reflexionar—. Podrían perder el entusiasmo de la novedad y dejar que la ciudad ardiera a su suerte. ¿Ha descendido el chiquillo? —preguntó a Kurik.

—Con más sigilo que una serpiente que penetra en una madriguera —replicó el escudero de Sparhawk, al tiempo que trataba de disimular una nota de orgullo en su voz.

—Algún día tendréis que explicarnos por qué se empeña el chaval en llamaros padre.

—Tal vez en otro momento, mi señor Tynian —murmuró Kurik.

Al asomarse las primeras luces del alba en el horizonte, se oyó el retumbar de cientos de pasos que se aproximaban a las puertas del castillo. El patriarca Dolmant, a lomos de una mula blanca, encabezaba un batallón de soldados con la misma librea roja que los que vigilaban la fortaleza.

—Su Ilustrísima —saludó con premura el capitán que guardaba la salida.

—Quedáis relevado, capitán —indicó Dolmant—. Podéis regresar a los cuarteles con vuestros hombres. —Husmeó con un ligero aire de desaprobación—. Aconsejadles que se laven —sugirió—. Parecen deshollinadores.

—Su Ilustrísima —vaciló el militar—, el patriarca de Coombe me ordenó guardar esta casa. ¿Puedo enviar a un hombre para que confirme la contraorden?

—No, capitán —respondió Dolmant después de considerar la petición—. Retiraos de inmediato.

—Pero ¡Su Ilustrísima!

Dolmant dio una palmada y las tropas reunidas a su espalda ocuparon sus posiciones con las picas en alto.

—Coronel —dijo Dolmant con voz suave al comandante de sus tropas—, ¿seríais tan amable de escoltar al capitán y a sus hombres hasta sus cuarteles?

—Al instante, Su Ilustrísima —respondió el oficial con un rígido gesto de saludo.

—Opino que deberían permanecer confinados allí hasta que su aspecto haya mejorado.

—Desde luego, Su Ilustrísima —asintió sobriamente el coronel—. Yo mismo me encargaré de la inspección.

—Muy meticulosamente, coronel. El honor de la Iglesia se refleja en el porte de sus soldados.

—Su Ilustrísima puede confiar en que dedicaré la mayor atención al más mínimo detalle —aseguró el coronel—. El prestigio de nuestras tropas se basa en la apariencia del más humilde soldado.

—Dios aprecia vuestro celo, coronel.

—A su servicio consagro mi vida, Su Ilustrísima —aseveró el coronel con una profunda reverencia.

Ninguno de los presentes pestañeó ni sonrió.

—Oh —añadió Dolmant entonces—, antes de partir, coronel, traedme a ese mendigo andrajoso. Creo que voy a dejarlo con los hermanos de esta orden, como un acto de caridad, naturalmente.

—Desde luego, Su Ilustrísima.

A un gesto del coronel, un fornido sargento agarró a Talen por el cogote y lo llevó junto al patriarca. Después el batallón de Dolmant avanzó hacia el capitán y sus hombres y los acorralaron perfectamente contra la alta pared del castillo, con las picas en ristre. Los ahumados soldados del patriarca de Coombe fueron desarmados rápidamente antes de partir estrechamente vigilados.

Dolmant dio una afectuosa palmadita en el cuello a su mula blanca y, a continuación, dirigió la mirada a las almenas.

—¿Todavía no habéis emprendido la marcha? —preguntó.

—Efectuábamos los preparativos, Su Ilustrísima.

—El día transcurre velozmente, hijo mío —le dijo Dolmant—. Las tareas que Dios nos encarga no pueden realizarse con holgazanería.

—Lo tendré en cuenta, Su Ilustrísima —afirmó Sparhawk.

Entonces entornó los ojos para mirar severamente a Talen.

—Devuélvelo —ordenó.

—¿Cómo? —replicó Talen con ansiedad en la voz.

—Todo lo que has robado, hasta la última pieza.

—Pero, Sparhawk…

—Ahora mismo, Talen.

Refunfuñando, el chiquillo comenzó a extraer de sus ropajes toda suerte de pequeños objetos de valor ante los estupefactos ojos del patriarca de Demos.

—¿Estáis satisfecho, Sparhawk? —inquirió sombríamente, mientras alzaba la vista hacia las almenas.

—No del todo, pero representa un buen inicio. Después de haberte registrado dentro, seré más concreto.

Con un suspiro, Talen rebuscó en diversos bolsillos ocultos y añadió más artículos a las manos rebosantes de Dolmant.

—Supongo que os llevaréis a este muchacho, Sparhawk —quiso saber Dolmant mientras guardaba sus pertenencias en el interior de su casaca.

—Sí, Su Ilustrísima —respondió Sparhawk.

—Estupendo. Dormiré más tranquilo con la certeza de que no callejea por aquí. Apresuraos, hijo. Os deseo un buen viaje.

Tras esta despedida, el patriarca volvió grupas y se alejó.