Capítulo 10

Lord Abriel, preceptor de los caballeros cirínicos de Arcium, permanecía junto a la ventana de verdes cortinajes del estudio de Vanion, situado en la torre sur del castillo de la orden pandion, contemplando la ciudad de Cimmura. Abriel poseía una complexión corpulenta y el pelo cano. Debía de tener unos sesenta años; su rostro arrugado mostraba una expresión seria y sus ojos se hallaban profundamente hundidos en las cuencas. A su llegada al recinto, se había desprendido del yelmo y la espada, pero aún llevaba el resto de la armadura y la sobreveste de color azul pálido. Dado que su edad aventajaba a la de los otros tres preceptores, le cedieron la palabra.

—Estoy convencido de que todos somos en gran medida conscientes de lo que sucede en Elenia desde hace algún tiempo —comenzó su exposición—. No obstante, algunos puntos requieren una clarificación más detallada. ¿Seríais tan amable de respondernos a algunas preguntas, Vanion?

—Desde luego —repuso éste—. Intentaremos en lo posible aclarar vuestras dudas.

—Bien. En otros tiempos hemos mantenido posiciones alejadas, mi señor, pero en la presente coyuntura debemos olvidar rencillas. —Como todos los cirínicos, Abriel hablaba en tono cortés, incluso demasiado rígido—. Creo que precisamos obtener más información sobre el mencionado Martel.

—Era un antiguo miembro de la orden —respondió Vanion mientras se inclinaba sobre el respaldo de la silla—. Me vi obligado a expulsarlo.

—Nos ofrecéis una explicación muy concisa, Vanion —afirmó Komier.

A diferencia del resto, Komier llevaba una cota de malla en lugar de armadura. Era un hombre de estructura sólida, con amplias espaldas y manos anchas. Como la mayoría de los thalesianos, el preceptor de los caballeros genidios era rubio, y sus enmarañadas cejas le conferían un aspecto casi brutal. Al hablar, manoseaba continuamente el puño de su espada, que reposaba encima de la mesa delante de él.

—Si ese Martel se convierte en un problema, todos deberíamos tener el máximo de información sobre su persona.

—Era uno de nuestros mejores caballeros —lo describió Sephrenia en voz queda; estaba sentada al lado de la chimenea, con una taza de té en la mano—. Había adquirido una extremada destreza en el empleo de los secretos. En mi opinión, esa habilidad lo condujo a la desgracia.

—También era bueno con la lanza —admitió Kalten con pesar—. En el campo de entrenamiento solía derribarme del caballo sin hacer trampa. Probablemente sólo Sparhawk podía comparársele.

—¿En qué consistió exactamente la desgracia que habéis mencionado, Sephrenia? —inquirió lord Darellon.

El preceptor de los caballeros alciones de Deira poseía una figura delgada, y su edad se aproximaba a los sesenta años. Su pesada armadura deirana parecía una carga excesiva para su escasa corpulencia.

—Los secretos de Estiria son innumerables —replicó la mujer, con un suspiro—. Martel dominó en poco tiempo los que resultaban relativamente simples, ciertos hechizos y encantamientos sencillos y habituales. Sin embargo, más allá de este tipo de magia, se extiende un reino más profundo y peligroso. Los que nos ocupamos de instruir a los caballeros de la Iglesia en los secretos no introducimos a nuestros alumnos en ese nivel de magia. En la práctica normal no se utiliza y, además, pone en peligro las almas de los elenios.

—Muchas cosas pueden ser arriesgadas para las almas de los elenios, mi señora —intervino Komier riendo—. Yo mismo sentí ciertas tentaciones la primera vez que entré en contacto con los dioses troll. Por lo que insinuáis, el tal Martel practicó artes que debía haber evitado.

—Sí —asintió Sephrenia con un nuevo suspiro—. Acudió a mí para pedirme que lo introdujera en los secretos prohibidos. Estaba sumamente interesado en ello; en realidad, demostraba la misma pasión que dedicaba a todas sus actividades. Desde luego, me negué, pero al igual que existen renegados pandion también se hallan estirios traidores. Martel provenía de una familia muy rica y podía permitirse pagar para recibir la instrucción que deseaba.

—¿Quién lo descubrió? —preguntó Darellon.

—Yo —respondió Sparhawk—. Ocurrió poco tiempo antes de que el rey Aldreas me enviara al exilio, un día que cabalgaba de Cimmura a Demos. Anochecía cuando llegué a un bosque que se halla a tres leguas de Demos. De pronto capté una extraña luz que se filtraba entre los árboles. Al acercarme, vi a Martel. Había engendrado una especie de criatura destellante. El fulgor que despedía era tan intenso que no pude distinguirle el rostro.

—No creo que os hubiera gustado verlo, Sparhawk —le aseguró Sephrenia.

—Tal vez no —concedió—. En fin, observé que Martel se dirigía a la criatura en estirio. La instaba a que le obedeciera.

—No representa nada extraordinario —arguyó Komier—. De vez en cuando, todos invocamos espíritus o fantasmas de algún tipo.

—Aquello no se trataba precisamente de un espíritu, lord Komier —intervino Sephrenia—. Era un damork. Los dioses mayores de Estiria los crearon para utilizarlos como esclavos. Los damork tienen poderes fuera de lo común, pero carecen de alma. Un dios puede hacerlos venir desde el inimaginable lugar donde moran y mantenerlos bajo su control. No obstante, si un hombre intenta imitarlo, simplemente muestra una pura insensatez, puesto que ningún mortal puede controlar a un damork. Lo que ha hecho Martel está totalmente prohibido por todos los dioses menores.

—¿Y los dioses mayores? —inquirió Darellon.

—Los dioses mayores no se rigen por ninguna regla, mi señor, sólo se guían por caprichos y deseos.

—Sephrenia —apuntó Dolmant—, Martel es elenio. Quizá no se sintió obligado a atenerse a las restricciones impuestas por los dioses estirios.

—Mientras alguien practique las artes de Estiria, está sujeto a los dioses estirios, Dolmant —replicó.

—Me pregunto si no constituye un error instruir a los caballeros de la Iglesia en las armas convencionales y en la magia estiria juntamente —musitó Dolmant—. Seguramente nos movemos en un terreno que quizá sea preferible ignorar.

—La decisión de unir ambos conocimientos se tomó hace nueve siglos, Su Ilustrísima —le recordó Abriel, que regresó junto a la mesa—, y si los caballeros de la Iglesia no hubieran sido eminentes magos, los zemoquianos habrían ganado la batalla de los llanos de Lamorkand.

—Tal vez —dijo Dolmant.

—Proseguid con vuestro relato, Sparhawk —sugirió Komier.

—Me queda poco que añadir, mi señor. No sabía que se trataba de un damork hasta que me lo explicó Sephrenia más tarde, pero era consciente de que no nos estaba permitido entrar en contacto con aquel tipo de criaturas. Pasado un momento, el ser se desvaneció y me aproximé a Martel para hablar con él. Éramos amigos y quería avisarle del carácter ilícito de lo que pretendía; sin embargo, parecía haber perdido la cabeza, pues me advirtió a gritos que me ocupara de mis propios asuntos. Aquella actitud me sacó de dudas. Continué el viaje hasta la casa principal de Demos y allí referí a Vanion y a Sephrenia la escena que había contemplado. Nuestra tutora nos descubrió la naturaleza de aquel ser y del peligro que entrañaba su presencia en el mundo. Vanion me ordenó reunir un grupo de hombres, prender a Martel y llevarlo a la casa principal para interrogarlo. Al vernos, éste perdió completamente los estribos y empuñó de inmediato la espada. Debo reconocer que Martel es un gran guerrero, y aquel día su demencia le infundía una fuerza salvaje. A causa de aquel encuentro perdí a un par de amigos íntimos, pero finalmente logramos reducirlo y lo condujimos encadenado a Demos.

—Recuerdo que por los tobillos —agregó Kalten—. Sparhawk puede resultar muy expeditivo cuando está irritado. —Dirigió una sonrisa a su amigo—. No te granjeaste su simpatía tratándolo de ese modo, Sparhawk —comentó.

—No era ésa mi intención. Acababa de dar muerte a dos de mis compañeros y quería darle suficientes motivos para que aceptase mi reto después de que Vanion hubiera hablado con él.

—En efecto —intervino Vanion—, cuando llevaron a Martel a Demos me ocupé de él. Ni siquiera se molestó en negar su dedicación a tales actividades. Le ordené que pusiera fin a aquellas prácticas prohibidas y desafío mi autoridad. Ante tal actitud sólo me quedaba la alternativa de expulsarlo de la orden. Lo despojé de su condición de caballero, le hice entregar la armadura y lo acompañé hasta la puerta principal.

—Quizá fue una decisión equivocada —gruñó Komier—. Yo hubiera ordenado que lo mataran. ¿Volvió a invocar a ese ente?

—Sí —asintió Vanion—, pero Sephrenia apeló a los dioses menores de Estiria y ellos lo exorcizaron. Después desposeyeron a Martel de sus poderes más relevantes. Se alejó mientras lloraba y juraba vengarse de nosotros. Abandonó Elenia y durante los últimos diez o doce años se ha dedicado a prestar su espada al mejor postor en diferentes áreas del mundo.

—Por tanto, ¿nos enfrentamos a un vulgar mercenario? —preguntó Darellon, con un halo de preocupación en su delgado rostro.

—No es nada vulgar, mi señor —lo desengañó Sparhawk—. Fue entrenado como pandion y hubiera podido ser el mejor de la orden. Además, posee una inteligencia audaz. Guarda estrechos contactos con mercenarios de toda Eosia y carece de escrúpulos; en realidad, no creo que Martel haya conservado algún vestigio de creencia o de moralidad.

—¿Qué aspecto tiene? —inquirió Darellon.

—Su estatura es superior a la media —repuso Kalten—, y su edad, aproximadamente la misma que la de Sparhawk y la mía, aunque con los cabellos completamente blancos. No obstante, ya los tenía así a los veinte años.

—Deberíamos vigilar sus movimientos —sugirió Abriel—. ¿Quién es el otro, el tal Adus?

—Un animal —afirmó Kalten—. Después de haber sido expulsado de la orden, Martel reclutó a Adus y a un hombre llamado Krager para que lo ayudaran en sus actividades. Me parece que Adus es kelosiano, o quizá lamorquiano. Como apenas sabe hablar, resulta difícil identificar su acento. Es un salvaje integral, desprovisto de sentimientos humanos. Disfruta matando a la gente lentamente, y posee habilidad especial para realizarlo.

—¿Y el otro? —inquirió Komier—. ¿Krager?

—Krager resulta un tipo bastante inteligente —respondió Sparhawk—. Básicamente se dedica a actividades criminales: monedas falsas, extorsiones, fraudes… Pero es débil. Martel le confía tareas que Adus sería incapaz de ejecutar.

—¿Qué vinculación une a Annias con Martel? —preguntó el conde Radun.

—Seguramente ninguna, aparte del dinero, mi señor —especuló Sparhawk, encogiéndose de hombros—. Martel trabaja a sueldo y no profesa convicción alguna. Corre el rumor de que esconde en algún lugar media tonelada de oro.

—Yo tenía razón —lo interrumpió bruscamente Komier—. Debisteis haberlo matado, Vanion.

—Yo me ofrecí para tal menester —informó Sparhawk—, pero Vanion se opuso.

—Tenía mis motivos —adujo Vanion.

—¿Puede ser un detalle significativo el hecho de que hubiera rendorianos entre los hombres que atacaron la morada del conde Radun? —les preguntó Abriel.

—Probablemente no —replicó Sparhawk—. Acabo de regresar de Rendor. Existe allí el mismo porcentaje de mercenarios que en Kelosia, Lamorkand o Cammoria. Martel alquila los servicios de ese tipo de gente cuando los necesita. Además, los asesinos a sueldo de Rendor no respetan ninguna religión, ya sea la eshandista o cualquier otra.

—¿Contamos con las pruebas suficientes para presentar una acusación contra Annias ante la jerarquía de Chyrellos? —inquirió Abriel.

—Me temo que no —dijo el patriarca Dolmant—. Annias ha comprado muchos votos entre los altos dignatarios de la Iglesia. Cualquier cargo que expusiéramos en su contra debería ser demostrado con evidencia, y únicamente disponemos de una conversación que intercambiaron Krager y el barón Harparín. Annias podría librarse fácilmente al no existir pruebas concluyentes, o conseguir una declaración de inocencia mediante sobornos.

Komier se arrellanó en la silla y se acarició la barbilla con un dedo.

—Creo que el patriarca ha tocado el punto clave de la situación. Mientras Annias pueda disponer a su antojo del tesoro de Elenia, logrará financiar sus planes y comprar el soporte de la jerarquía. Si no actuamos con cautela, conseguirá que lo nombren archiprelado con el mismo procedimiento. En alguna ocasión todos nosotros nos hemos interpuesto en su camino, y auguro que su primer acto como mandatario de la Iglesia consistiría en desarticular las cuatro órdenes. ¿Existe algún medio para impedirle el acceso a las arcas del reino?

Vanion hizo un gesto negativo.

—Controla a los miembros del consejo real, con excepción del conde de Lenda. Siempre le conceden las sumas que solicita.

—¿Qué sucedía cuando gobernaba la reina? —inquirió Darellon—. Me refiero a si también la controlaba a ella antes de caer enferma.

—Ni por asomo —replicó Vanion—. Aldreas era un monarca débil que actuaba según la voluntad de Annias. Ehlana, por el contrario, lo despreciaba. Mas su situación libera a Annias de someterse a cualquier restricción, al menos hasta que ella no recobre la salud.

Abriel deambulaba por la estancia, sumido, al parecer, en profundos pensamientos.

—En ese caso, nuestras acciones deben seguir un curso lógico, señores. Debemos concentrar nuestros esfuerzos en buscar un remedio para contrarrestar la dolencia de la reina Ehlana.

—Annias es muy astuto —observó Darellon mientras martilleaba con los dedos la mesa—. Adivinará fácilmente nuestras intenciones y tratará de detenernos. Por otra parte, en el supuesto de que hallemos una cura, ¿no pondríamos inmediatamente la vida de la reina en peligro?

—Sparhawk es su paladín, mi señor —informó Kalten—. Él puede hacerse cargo de la misión, especialmente si cuenta con mi apoyo.

—¿Habéis obtenido algún progreso en vuestros esfuerzos por encontrar una solución, Vanion? —preguntó Komier.

—Todos los médicos locales están desconcertados —repuso Vanion—. He mandado aviso a especialistas de otros reinos, pero todavía no han llegado.

—Los médicos no siempre acuden a las llamadas —apuntó Abriel—, y dicha tendencia podría incrementarse en una situación en que el dirigente del consejo real posee cierto interés en que la reina no se recupere. —Reflexionó un instante—. Los cirínicos tienen muchos contactos en Cammoria —indicó—. ¿Habéis pensado en llevar a vuestra reina a la facultad de medicina de la universidad de Borrata en ese reino? Son afamados expertos en el tratamiento de misteriosas dolencias.

—No creo que podamos arriesgarnos a disolver la película que la rodea —respondió Sephrenia—. Por ahora, es lo único que la mantiene con vida. No podría soportar el largo viaje hasta Borrata.

El preceptor de los caballeros cirínicos asintió pensativamente con la cabeza.

—Tal vez estéis en lo cierto, señora —concedió.

—Ése no constituye el único impedimento —agregó Vanion—. Annias no nos permitiría sacarla de palacio bajo ningún pretexto.

—Existe una alternativa —propuso Abriel después de reflexionar un momento—. Aunque convendría que los médicos pudieran examinar a la paciente, a veces se prescinde de este requisito; al menos eso me han dicho. Un especialista puede obtener gran parte de la información que necesita con una descripción detallada de los síntomas. Vanion, yo sugeriría que pusierais por escrito todo lo que sepáis sobre la enfermedad de la reina Ehlana y enviarais a alguien a Borrata con los documentos.

—Yo los llevaré —se ofreció Sparhawk—. Por ciertos motivos personales deseo ardientemente que la reina recobre la salud. Por otra parte, me han llegado noticias de que Martel se halla en Cammoria y tengo algunos asuntos pendientes de discusión con él.

—Ese dato aporta otro problema que afrontar —declaró Abriel—. Actualmente hay un clima de gran agitación en Cammoria. Alguien se dedica a propiciar el descontento de la población. No resulta precisamente el lugar más seguro del planeta.

—Caballeros, ¿que os parece si diéramos una pequeña muestra de unidad? —preguntó Komier a los restantes preceptores.

—¿Cuál es vuestra propuesta? —inquirió Darellon.

—En mi opinión, nuestros intereses coinciden —expuso Komier—. Nuestra meta común consiste en alejar a Annias del trono del archiprelado. Todos disponemos de paladines que destacan por su fuerza y habilidad entre sus camaradas. Creo que sería una buena idea que seleccionáramos a uno de esos adalides y lo enviáramos a Cammoria a reunirse con Sparhawk. Su ayuda no perjudicaría la causa y este acto demostraría al mundo que los caballeros de la Iglesia pelean como un solo hombre en este asunto.

—Muy bien, Komier —aprobó Darellon—. Las órdenes militares han mantenido diferencias a lo largo de los últimos siglos y mucha gente piensa que todavía se encuentran enfrentadas. ¿Tenéis alguna sospecha acerca de quién promueve el malestar en Cammoria? —preguntó en dirección a Abriel.

—Muchos creen que es Otha —repuso el cirínico—. Durante los últimos seis meses ha intentado infiltrarse en los reinos centrales.

—Tengo la impresión de que en cierto momento deberíamos hacer algo con respecto a Otha, algo que pueda calificarse de definitivo —propuso Komier.

—Esa acción implicaría oponerse a Azash —advirtió Sephrenia—, y no estoy segura de que sea conveniente por ahora.

—¿No pueden interponerse en su camino los dioses menores de Estiria? —le preguntó Komier.

—Han decidido no intervenir —respondió la mujer—. Aunque las guerras entre los hombres resultan terribles, un combate entre los dioses podría representar un desastre inimaginable. —Dirigió la mirada a Dolmant—. Al dios de los elenios se le reputa de ser todopoderoso —indicó—. ¿No podría la Iglesia apelar a él para que frenara a Azash?

—Supongo que es posible —respondió el patriarca—. El único problema radica en que la Iglesia no admite la existencia de Azash ni de ninguno de los dioses estirios. Se trata de una cuestión teológica.

—¡Qué visión tan absurda!

—Mi querida Sephrenia —dijo el patriarca riendo—, pensaba que conocíais la naturaleza de la mentalidad eclesiástica. Todos somos iguales. Encontramos una verdad y nos aferramos a ella. Luego cerramos los ojos ante el resto, para evitar la confusión. —La miró con curiosidad—. Decidme, Sephrenia, ¿a qué dios pagano adoráis vos?

—No me está permitido confesarlo —respondió gravemente—. Sin embargo, puedo deciros que no es un dios. Sirvo a una diosa.

—¿Una deidad femenina? ¡Qué idea más descabellada!

—Sólo para un hombre, Dolmant. Las mujeres lo perciben como algo natural.

—¿Existe algún otro detalle que debáis comunicaros, Vanion? —intervino Komier.

—Creo que no hemos olvidado ninguno, Komier —repuso—. ¿Deseáis añadir algo? —preguntó a Sparhawk.

—No —dijo éste—. Creo que no.

—¿Y sobre aquel estirio que nos denunció a los soldados eclesiásticos?

—Casi lo había olvidado —admitió Sparhawk con un gruñido—. Poco antes de escuchar la conversación entre Krager y Harparín, Kalten y yo íbamos disfrazados, pero un estirio descubrió nuestra identidad. Pasado un rato, fuimos atacados por algunos hombres de Annias.

—¿Puede existir una conexión? —inquirió Komier.

Sparhawk asintió con la cabeza.

—El estirio me había seguido durante varios días, y estoy prácticamente convencido de que fue él quien nos denunció a los soldados. La conclusión lógica es que está relacionado con Annias.

—La acusación tiene poca consistencia. El primado sustenta muchos prejuicios en lo que respecta a los estirios, y todo el mundo lo sabe.

—No tantos como para no valerse de su ayuda cuando la considera necesaria. Lo he descubierto en dos ocasiones cuando utilizaba su magia.

—¿Un eclesiástico? —exclamó Dolmant, estupefacto—. Eso está totalmente prohibido.

—También se aparta de la ley planear el asesinato del conde Radun, Su Ilustrísima. A Annias no lo arredran las normativas. No obstante, no es un mago prominente, pero el hecho de que conozca la manera de realizar ciertos trucos significa que los ha aprendido de algún estirio.

—Hay distintas clases de estirios —apuntó Darellon, al tiempo que entrecruzaba los dedos sobre la mesa—. Tal como ha comentado antes Abriel, se ha producido un gran movimiento de estirios en los reinos centrales; la mayoría de ellos procedían de Zemoch. Si Annias buscó a un estirio para que lo introdujera en los secretos, seguramente ha contactado con un ejemplar deleznable.

—Creo que vuestra opinión tiende a complicar demasiado la situación, Darellon —señaló Dolmant—. Ni siquiera Annias se avendría a tener tratos con Otha.

—En el supuesto de que supiera que los tiene.

—Mis señores —intervino Sephrenia con calma—, reflexionad sobre lo acaecido esta mañana. —Le brillaban los ojos—. ¿Hubieran engañado a alguno de vosotros, o a los monarcas a quienes servís, las transparentes acusaciones de Annias? La argumentación era tosca, incluso infantil. Los elenios os caracterizáis por la sutileza y la sofisticación. Si vuestra mente hubiera permanecido alerta, os hubierais echado a reír ante los torpes intentos de Annias para desacreditar a los pandion. Sin embargo, no ocurrió así en vuestro caso ni en el de vuestros soberanos. Annias, que es sinuoso como una serpiente, presentó su caso como si se tratara de una muestra de genialidad.

—¿Adónde queréis ir a parar exactamente, Sephrenia? —inquirió Vanion.

—Creo que deberíamos tomar en consideración las sospechas expresadas por lord Darellon. Las pruebas expuestas esta mañana habrían convencido sin reservas a un estirio, pues representamos un pueblo sencillo y nuestros magos no deben esforzarse mucho para persuadirnos de lo que deseen. Los elenios, por el contrario, sois más escépticos, más lógicos. No os dejáis engañar tan fácilmente, a menos que os desposean de vuestra mentalidad.

Dolmant se inclinó hacia adelante; los ojos delataban su afán por iniciar una controversia.

—Pero Annias también es elenio, con una mente moldeada en las discusiones teológicas. ¿Por qué tendría que comportarse tan rudamente?

—Dais por supuesto que el primado hablaba por sí solo, Dolmant. Un brujo estirio, no cualquier criatura sujeta a él, presentaría una argumentación en términos que pudieran ser comprendidos por un humilde estirio y confiaría en la magia para conferir credibilidad a sus palabras.

—¿Alguien utilizaba ese tipo de magia en la cámara esta mañana? —preguntó Darellon, con el rostro demudado.

—Sí —respondió escuetamente Sephrenia.

—Creo que nos estamos apartando del tema —apuntó Komier—. Debemos dedicarnos en estos momentos a preparar la partida de Sparhawk hacia Borrata. Cuanto antes hallemos una cura para la enfermedad de la reina Ehlana, más rápidamente podremos eliminar la amenaza de Annias. Por lo que a mí concierne, una vez que le hayamos cortado el acceso libre al dinero, puede asociarse con quien quiera, o con lo que quiera.

—Será mejor que os encarguéis de lo necesario para el viaje, Sparhawk —indicó Vanion—. Os anotaré los síntomas de la reina.

—No creo que sea preciso, Vanion —lo interrumpió Sephrenia—. Conozco su estado mucho más minuciosamente que vos.

—Pero vos no sabéis escribir, Sephrenia —objetó el preceptor.

—No tendré que hacerlo —declaró dulcemente la mujer—. Informaré personalmente a los médicos de Borrata sobre su sintomatología.

—¿Vais a acompañar a Sparhawk? —preguntó Vanion, sorprendido.

—Desde luego. Existen ciertos peligros que parecen confluir en él. Tal vez mi ayuda le sea de utilidad cuando llegue a Cammoria.

—Yo también iré —afirmó Kalten—. Si Sparhawk se encuentra con Martel en Cammoria, quiero presenciar lo que pueda ocurrir. —Dedicó una sonrisa a su amigo—. Te dejaré que te ocupes de Martel —propuso— si tú me reservas a Adus.

—Un justo trato —concedió Sparhawk.

—De camino a Borrata pasaréis por Chyrellos —dijo Dolmant—. Cabalgaré con vosotros hasta llegar a mi destino.

—Nos sentiremos honrados con vuestra presencia. —Sparhawk miró al conde Radun—. ¿Querréis uniros también a nuestra comitiva, mi señor? —propuso.

—No, aunque os agradezco vuestro ofrecimiento, sir Sparhawk —replicó el conde—. Regresaré a Arcium con mi sobrino y lord Abriel.

—No querría demorar vuestro objetivo —terció Komier mientras fruncía levemente el entrecejo—, pero Darellon está en lo cierto. Annias intuirá sin duda nuestra pretensión, ya que no existen tantos centros de enseñanza médica en Eosia. Si el tal Martel se encuentra ya en Cammoria y trabaja todavía a las órdenes de Annias, seguramente tratará de evitar que lleguéis a Borrata. Creo que sería preferible que aguardaseis en Chyrellos hasta que se reúnan con vosotros los caballeros de las restantes órdenes. Una demostración de fuerza puede allanar a veces dificultades posteriores.

—El planteamiento es correcto —acordó Vanion—. Los otros caballeros pueden sumarse a ellos en el castillo de los pandion de Chyrellos y, desde allí, proseguir juntos el viaje.

—Entonces, conformes —concluyó Sparhawk al ponerse en pie—. ¿Vais a dejar a Flauta aquí? —preguntó a Sephrenia.

—No. Vendrá conmigo.

—Será peligroso —advirtió Sparhawk.

—Puedo protegerla si lo necesita. Además, no soy yo quien debe tomar la decisión.

—¿No os encanta conversar con ella? —bromeó Kalten—. Estimula enormemente intentar dilucidar el significado de sus palabras.

Sparhawk hizo caso omiso del comentario de Kalten.

Más tarde, en el patio, cuando Sparhawk y sus acompañantes se disponían a emprender la marcha hacia Chyrellos, el novicio Berit se acercó a ellos.

—Un niño lisiado espera en la puerta, mi señor —informó a Sparhawk—. Asegura que debe comunicaros algo con urgencia.

—Hacedlo entrar —repuso Sparhawk.

Berit pareció sorprendido.

—Conozco a ese chiquillo —explicó Sparhawk—. Trabaja para mí.

—Como deseéis, mi señor —dijo Berit con una reverencia, luego se volvió hacia la entrada.

—Oh, por cierto, Berit —le llamó Sparhawk.

—¿Mi señor?

—No os aproximéis demasiado al muchacho. Es un experto ladronzuelo y puede robaros todas vuestras pertenencias en un abrir y cerrar de ojos.

—Lo tendré en cuenta, mi señor.

Minutos después, Berit regresó escoltando a Talen.

—Tengo un problema, Sparhawk —informó el joven.

—¿Sí?

—Unos hombres del primado han descubierto que os he prestado ayuda. Me buscan por toda Cimmura.

—Ya te advertí que encontrarías complicaciones —lo reprendió gruñendo Kurik; luego, miró a Sparhawk y añadió—: ¿Qué hacemos ahora? No quiero verlo encerrado en las mazmorras del subterráneo de la catedral.

—Supongo que tendrá que acompañarnos —respondió Sparhawk mientras se acariciaba la barbilla—, al menos hasta Demos. —Sonrió de pronto—. Allí podemos dejarlo con Aslade y los chicos.

—¿Estáis loco, Sparhawk?

—Pensé que la idea os encantaría, Kurik.

—Lo considero lo más ridículo que he escuchado en toda mi vida.

—¿No queréis que estreche el trato con sus hermanos? —Sparhawk observó a Talen—. ¿Cuánto le has robado a Berit? —preguntó directamente al joven ratero.

—No mucho, de veras.

—Devuélveselo.

—Me decepcionáis, Sparhawk.

—La vida está llena de decepciones. Ahora, dáselo.