—El primado ya me avisó de que tal vez os mostraríais receloso —comentó Harparín con su voz afeminada.
—Mi cabeza tiene un precio aquí en Cimmura, barón —agregó Krager—. Bajo tales circunstancias, es conveniente tomar precauciones.
—¿Reconoceríais la firma del primado y su sello si los vierais?
—Sí —repuso Krager.
—Bien. Aquí tenéis una nota suya que atestigua mi identidad. Destruidla después de haberla leído.
—Me inclino a no obedeceros. Puede que Martel quiera ver la prueba con sus propios ojos. —Krager hizo una pausa—. ¿Por qué Annias no ha puesto por escrito sus instrucciones? Eso simplificaría las cosas.
—Es una idea descabellada, Krager —adujo Harparín—. Cualquier mensaje puede caer en manos enemigas.
—Lo mismo puede sucederle a un mensajero. ¿Habéis presenciado alguna vez el procedimiento que utilizan los pandion con la gente a quien desean sonsacar información?
—Estimábamos que vos tomaríais las medidas precisas para evitar tales interrogatorios.
Krager soltó una carcajada burlona.
—Ni lo soñéis, Harparín —rechazó con tono levemente ofensivo—. Mi vida no vale gran cosa, pero es todo cuanto tengo.
—Sois un cobarde.
—Y vos sois… ¡Qué diantres! Mostradme esa nota.
Sparhawk oyó un roce de papel.
—Correcto —aceptó Krager—. Es el sello del primado, con lo cual aceptaré un acuerdo.
—¿Habéis bebido?
—Naturalmente. ¿Qué otra cosa puede hacerse en Cimmura? A menos que se tenga acceso a otros entretenimientos. Podría mencionar algunos de ellos.
—No os tengo en gran estima, Krager.
—Ni yo a vos, Harparín, pero no vamos a amargarnos la vida por ese motivo, ¿no os parece? Libradme vuestro mensaje y partid. Ese perfume que lleváis comienza a producirme espasmos en el estómago.
Reinó un tenso silencio por unos instantes; Harparín lo rompió para aleccionar a Krager como si de un chiquillo se tratara.
—El mensaje que el primado Annias quiere que traspaséis a Martel es que reúna tantos hombres como crea necesarios y que los vista con armaduras negras. Tienen que llevar los estandartes de los caballeros pandion; cualquier costurera puede falsificarlos, y Martel conoce bien su diseño. Después deben cabalgar ostentosamente hacia el castillo del conde Radun, tío del rey Dregos de Arcium. ¿Sabéis dónde está?
—En el camino que va de Darra a Sarrinium, ¿no?
—Exactamente. El conde Radun es un hombre piadoso y admitirá a los caballeros de la Iglesia sin preámbulos. Una vez que Martel se halle en el interior de la fortaleza, sus hombres deben matar a sus moradores. Probablemente encontrarán poca resistencia, puesto que Radun mantiene una guarnición bastante reducida. Tiene esposa y varias hijas solteras. Annias desea que las violen repetidas veces.
—Adus lo haría de todos modos —apuntó Krager con una risotada.
—Bien, pero recomendadle que se aplique en su tarea. Radun acoge en su castillo a varios eclesiásticos. Queremos que sean testigos de todo. Cuando Adus y los demás hayan tomado a todas las mujeres, cortadles el cuello. Radun debe padecer tortura y luego ser decapitado. Llevaos su cabeza al partir, pero dejad suficientes joyas personales en su cuerpo para que puedan identificarlo. Matad con saña a todos los habitantes del castillo, excepto a los religiosos. Cuando hayan presenciado la masacre, dejadlos en libertad.
—¿Por qué?
—Para que informen del ultraje al rey Dregos en Larium.
—¿Pretendéis que el rey Dregos declare la guerra a los pandion?
—No exactamente, aunque ello entra dentro de las posibilidades. Tan pronto como hayáis concluido el trabajo, enviad a un hombre con un caballo veloz a Cimmura para confirmarme personalmente el fin de la operación.
—Sólo un idiota llevaría un mensaje de esa clase —interrumpió Krager riendo—. Tendría una docena de cuchillos clavados en el cuerpo cuando hubiera terminado de hablar.
—Sois realmente suspicaz, Krager.
—Mas vale excederse con las prevenciones que morir, y la gente que contratará Martel opinará, sin duda, de igual forma. Será preferible que me expliquéis más detalladamente vuestro plan, Harparín.
—No precisáis saber más.
—Pero Martel sí. No aceptará representar un papel de pelele.
Harparín murmuró un juramento.
—De acuerdo, entonces. Los pandion se han inmiscuido en las actividades del primado, y esa atrocidad le proporcionará una excusa para confinarlos en su castillo principal de Demos. Después se encargará de llevar personalmente un informe a la jerarquía eclesiástica y al archiprelado de Chyrellos. No les quedará más alternativa que disgregar la orden de los pandion. Los líderes, Vanion, Sparhawk y el resto, serán arrestados y encarcelados en las mazmorras que hay bajo la basílica de Chyrellos. Ningún hombre ha salido jamás con vida de allí.
—A Martel le complacerá la idea.
—Annias lo supuso. Por supuesto, la mujer estiria, Sephrenia, será quemada con el cargo de bruja.
—Representará un alivio librarnos de ella. —Se sucedió una nueva pausa—. Hay algo más ¿verdad? —agregó Krager.
Harparín no respondió.
—No os comportéis de manera tan remilgada, Harparín. Si yo veo puntos oscuros en todo este asunto, podéis estar seguro de que Martel también. Contadme el resto.
—De acuerdo —asintió Harparín con voz agria—. Seguramente los pandion se resistirán a ser confinados y tratarán de proteger a sus dirigentes. Llegado el momento, el ejército se encargará de ellos. Esa circunstancia permitirá a Annias y al consejo real declarar el estado de emergencia y suspender así determinadas leyes.
—¿Qué leyes?
—Las concernientes a la sucesión en el trono. Elenia se hallará técnicamente en estado de guerra, y Ehlana, evidentemente, no se halla en condiciones de enfrentarse a esa situación, con lo cual abdicará en favor de su primo, el príncipe regente Lycheas.
—¿El hijo bastardo de Arissa, ese mocoso gimoteante?
—El consejo puede otorgarle legitimidad por medio de un decreto. Yo que vos mediría las palabras al hablar de Lycheas, Krager. Por si no lo sabíais, una ofensa al rey se considera alta traición y puede aplicarse retroactivamente.
Siguió un silencio repleto de aprensión.
—Aguardad un momento —dijo Krager—. He oído que Ehlana está inconsciente, rodeada de una especie de caja de cristal.
—Eso no representa ningún inconveniente.
—¿Cómo puede firmar la abdicación?
—Un monje del monasterio próximo a Lenda ha practicado su firma durante un mes. Es muy hábil.
—Muy ingenioso. ¿Y qué será de ella después de la abdicación?
—Tan pronto como hayan coronado a Lycheas, le ofreceremos un espléndido funeral.
—Pero todavía está viva, ¿no es cierto?
—¿Qué importa? En caso necesario, la enterraremos también con el trono.
—Entonces, sólo quedará un problema por resolver.
—No veo cuál puede ser.
—Eso se debe a vuestra falta de miras, Harparín. El primado deberá actuar con rapidez. Si los pandion averiguan lo que está tramando antes de que hable con la jerarquía de Chyrellos, tomarán medidas para contrarrestar sus acusaciones.
—Somos conscientes de ello. Por ese motivo, tenéis que enviarnos el mensaje inmediatamente después de la muerte del conde y sus vasallos.
—Nunca lo recibiríais. El mensajero advertiría de inmediato que hallaría la muerte después de entregároslo y a buen seguro encontraría alguna excusa para huir a Lamorkand o a Kelosia. —Krager se detuvo un instante—. Dejadme ver ese anillo que lleváis.
—¿Mi anillo? ¿Para qué?
—Es un sello, ¿no es cierto?
—Sí, con el escudo de armas de mi familia.
—Todos los aristócratas poseen anillos de este tipo, ¿me equivoco?
—Por supuesto que no.
—Bien. Decidle a Annias que observe con atención las limosnas depositadas en la bandeja de la catedral de Cimmura. Uno de estos días aparecerá en ella un anillo entre las monedas. La joya llevará el escudo de armas de la familia del conde Radun. Él comprenderá su significado, y el mensajero podrá partir ileso.
—No creo que Annias apruebe la idea.
—No es preciso. Y bien, ¿cuál es la cantidad?
—¿A qué cantidad os referís?
—Al dinero. ¿Cuánto está dispuesto a pagar Annias a Martel por su ayuda? Conseguirá coronar rey a Lycheas, con lo que obtendrá el control absoluto de Elenia. ¿Cuánto vale ese poder, en su opinión?
—Me dijo que mencionara la suma de diez mil coronas de oro.
—Me parece que Martel deseará negociar un poco ese punto —auguró Krager riendo.
—El tiempo constituye un factor importante en toda la operación, Krager.
—En ese caso, Annias no querrá regatear en el precio, ¿no lo creéis así? ¿Por qué no regresáis a palacio y le sugerís que tal vez le convenga mostrarse más generoso? No estará dispuesto a que me pase todo el invierno a caballo entre él y Martel con propuestas y contrapropuestas.
—No queda mucho dinero en el tesoro, Krager.
—La solución es muy simple, barón. Sólo hay que aumentar los impuestos o hurgar en las riquezas de la Iglesia.
—¿Dónde está Martel ahora?
—No me está permitido decirlo.
Sparhawk profirió una blasfemia en voz queda mientras despegaba la oreja de la pared.
—¿Ha sido interesante? —inquirió Naween.
—Mucho.
—¿Os mantenéis firme en vuestra resolución? —preguntó, al tiempo que se desperezaba voluptuosamente—. Ya habéis logrado lo que pretendíais.
—Lo siento, hermanita —declinó Sparhawk—. Todavía debo atender muchos asuntos. No obstante, ya he pagado a Shanda. ¿Por qué quieres trabajar si no tienes necesidad?
—Supongo que a causa de la ética profesional. Y también porque me gustáis, mi caballero de nariz torcida.
—Me siento halagado —respondió Sparhawk, a la vez que le entregaba una moneda de oro. La muchacha lo miró con sorpresa y gratitud—. Me escabulliré por la entrada principal antes de que el amigo de Krager abandone este lugar —agregó mientras se dirigía a la puerta.
—Volved algún día, cuando no tengáis tantas cuestiones que os ocupen —susurró Naween.
—Lo intentaré —prometió Sparhawk.
Volvió a taparse los ojos con la venda, abrió la puerta y salió sigilosamente al rellano. Después dejó atrás las escaleras y la lóbrega entrada para adentrarse en el callejón.
Talen estaba apoyado contra la pared, junto a la salida, y trataba de guarecerse de la lluvia.
—¿Lo habéis pasado bien? —preguntó.
—He averiguado lo que me interesaba.
—No me refería a eso. Naween tiene fama de ser la mejor de Cimmura.
—No me hallo en situación de corroborarlo. He entrado allí para resolver una cuestión de negocios.
—Me desilusionáis, Sparhawk —apuntó Talen con una sonrisa impúdica—. Pero seguramente Naween se habrá quedado aún más frustrada. Aseguran que es una mujer a la que le agrada su trabajo.
—Posees una mente obscena, Talen.
—Ya lo sé, y no os imagináis lo mucho que disfruto con ella. —Su joven semblante se tornó repentinamente serio mientras miraba con cautela a su alrededor—. Sparhawk —dijo—, ¿nos sigue alguien?
—Supongo que es posible.
—No me refiero a un soldado de la Iglesia. Al final de la calle había un hombre; al menos lo parecía, pues llevaba un hábito de monje y cubría su cara con una capucha, así que no he podido comprobarlo.
—Hay muchos monjes en Cimmura.
—No como ése. Me entraron escalofríos sólo con observarlo.
Sparhawk lo miró fijamente.
—¿Has experimentado antes una sensación parecida, Talen?
—Una vez. Platime me había enviado a buscar a una persona a la Puerta del Oeste. Un grupo de estirios entraba en la ciudad y, después de que pasaron, no sabía ya ni qué propósito me había conducido allí. Hasta dos días más tarde no pude librarme de aquella sensación extraña.
No existía ningún motivo para contarle al muchacho el sentido de su percepción. Mucha gente era sensible y raramente su poder de captación traspasaba ese umbral.
—Yo no me preocuparía —aconsejó Sparhawk—. En determinadas ocasiones todos tenemos sensaciones peculiares.
—Quizá —repuso Talen dubitativamente.
—Ya hemos cumplido nuestro cometido —afirmó Sparhawk—. Regresemos a la guarida de Platime.
Las lluviosas calles de Cimmura se presentaban algo más concurridas; las transitaban nobles que lucían capas de brillantes colores y trabajadores vestidos de marrón o gris. Sparhawk se veía obligado a abrirse camino a trompicones, al tiempo que blandía ante sí su bastón de ciego para evitar sospechas. Al mediodía descendieron nuevamente los escalones que desembocaban en el sótano.
—¿Por qué no me has despertado? —preguntó con enfado Kalten, sentado en el borde del camastro con una escudilla de estofado en la mano.
—Necesitabas reposo —replicó Sparhawk mientras se desataba el vendaje de los ojos—. Además, afuera está lloviendo.
—¿Has visto a Krager?
—No, pero lo he oído, lo cual viene a ser lo mismo. —Sparhawk se acercó al fuego, junto al cual se hallaba sentado Platime—. ¿Podéis prestarme un carro y un conductor?
—Si lo precisáis… —respondió elusivamente Platime a la vez que izaba su copa de plata y derramaba la cerveza sobre su sucio jubón anaranjado.
—En efecto, lo necesito —corroboró Sparhawk—. Kalten y yo debemos regresar al castillo de la orden. Probablemente los soldados del primado aún nos busquen; por tanto, he pensado que podríamos ocultarnos en la parte trasera de un carro, para que no nos descubran.
—Los carros resultan lentos. ¿No llegaréis más aprisa con un carruaje con las cortinas corridas?
—¿Disponéis de uno?
—A decir verdad, de varios. El Señor ha sido pródigo conmigo en estos últimos tiempos.
—Me encanta saberlo. —Sparhawk se volvió—. Talen —llamó.
El chaval se acercó a él.
—¿Cuánto dinero me has robado esta mañana?
—No mucho —repuso con rostro cauteloso—. ¿Por qué?
—Concreta más.
—Siete piezas de cobre y una de plata. Como sois un amigo, os he vuelto a poner las monedas de oro en el bolsillo.
—Qué amable.
—Supongo que querréis que os lo devuelva.
—Quédatelo como pago por tus servicios.
—Sois muy generoso, mi señor.
—Todavía no he terminado. Quiero que vigiles a Krager. Creo que deberé ausentarme de la ciudad por un tiempo y no quiero perder su pista. Si abandona Cimmura, ve a la posada de la calle de la Rosa. ¿La conoces?
—¿La que regentan los pandion?
—¿Cómo te has enterado de ello?
—Todo el mundo lo sabe.
Sparhawk prefirió fingir no haber acusado la noticia.
—Llama tres veces a la puerta y para. Después, da dos golpes más. Te abrirá un portero. Sé educado con él porque es un caballero. Le informas de que el hombre que interesaba a Sparhawk ha abandonado la ciudad. Si puedes, indícale en qué dirección partió. ¿Podrás recordarlo todo?
—¿Queréis que os lo repita?
—No es necesario. El portero de la posada te dará media corona por tu noticia.
Los ojos de Talen se alumbraron.
—Gracias, amigo —dijo Sparhawk en dirección a Platime—. Podéis considerar vuestra deuda saldada.
—Ya no la recordaba —respondió el obeso dirigente.
—Platime olvida muy deprisa las deudas —intervino Talen—. Al menos las que debe pagar él.
—Algún día esa lengua tan larga que tienes te causará problemas.
—Ninguno del que no puedan salvarme mis pies.
—Manda a Sef que enganche los caballos grises al carruaje de ruedas azules y que lo coloque ante la puerta de la calle.
—¿Qué me daréis a cambio?
—Voy a aplazar la paliza que estaba a punto de propinarte.
—No está mal —aceptó el muchacho antes de alejarse.
—Es un hombrecito muy listo —comentó Sparhawk.
—Es el mejor —corroboró Platime—. Sospecho que será mi sucesor cuando me retire.
—Entonces es el príncipe de la corona.
Platime rió estrepitosamente.
—El príncipe de los ladrones, ¿no suena mal, verdad? Me caéis bien, Sparhawk —aseguró, todavía entre carcajadas, mientras daba una palmada en el hombro de Sparhawk—. Si puedo seros útil en algo más, hacédmelo saber.
—Así lo haré, Platime.
—Incluso os cobraré una tarifa especial.
—Gracias —respondió con tono de guasa Sparhawk.
Después recogió su espada, que se encontraba apoyada en la silla de Platime, y regresó a su camastro para cambiarse la ropa.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó a Kalten.
—Estoy bien.
—En ese caso, tendrás que prepararte para salir.
—¿Adónde vamos?
—Al castillo. Me he enterado de algo de lo que debo hacer partícipe a Vanion.
El carruaje se hallaba mojado, pero era de construcción sólida y presentaba un buen estado. Las ventanas estaban cegadas con tupidas cortinas que protegían efectivamente a los pasajeros de las miradas curiosas. El tiro se componía de un par de caballos del mismo color gris que avanzaban con un vigoroso trote.
Kalten se recostó sobre el tapizado de piel.
—¿Son imaginaciones mías o realmente resulta más lucrativo el oficio de ladrón que el de caballero?
—No nos movió el afán de dinero, Kalten —le recordó Sparhawk.
—Representa una penosa evidencia, amigo. —Kalten estiró las piernas y cruzó los brazos satisfecho—. ¿Sabes? —agregó—, creo que no me costaría acostumbrarme a ese tipo de vida.
—Más vale que no lo intentes —le aconsejó Sparhawk.
—Debes admitir que es bastante más confortable que aporrearse las nalgas sobre una silla de montar.
—La austeridad beneficia el alma.
—Mi alma se encuentra perfectamente, Sparhawk. Es mi trasero el que comienza a dar muestras de fatiga.
El vehículo atravesaba con rapidez las calles y pronto cruzaron la Puerta del Este para proseguir el camino hasta el puente levadizo del castillo. Sparhawk y Kalten descendieron y experimentaron la acogida de la llovizna de la tarde. Sef giró de inmediato el carruaje y lo condujo nuevamente a la ciudad.
Después de atender el ritual que les franqueaba la entrada a la casa fortificada, Sparhawk y Kalten se encaminaron sin tardanza al estudio del preceptor, ubicado en la torre sur.
Vanion estaba sentado junto a la amplia mesa del centro de la habitación, frente a una pila de documentos, y Sephrenia se hallaba al lado del fuego con su inevitable taza de té en la mano. Miraba las danzantes llamas con un brillo misterioso en los ojos.
Vanion alzó la vista y percibió las manchas de sangre en el jubón de Kalten.
—¿Qué ha sucedido? —inquirió.
—Nuestros disfraces no surtieron efecto —repuso Kalten, encogiéndose de hombros—. Un grupo de soldados eclesiásticos nos acorraló en un callejón. No es nada grave.
Sephrenia se levantó de la silla y se acercó a ellos.
—¿Os ha curado alguien? —preguntó.
—Sparhawk me cubrió la herida con un vendaje.
—¿Por qué no me dejáis echarle un vistazo? A veces los vendajes de Sparhawk son un tanto rudimentarios. Sentaos y desabrochaos el jubón.
Kalten rezongó un poco, pero siguió sus instrucciones.
La mujer desanudó la tela y observó el corte con labios fruncidos.
—¿La limpiasteis? —preguntó a Sparhawk.
—La lavé con un poco de vino.
—Oh, Sparhawk —exclamó con un suspiro.
A continuación volvió a ponerse en pie y encargó a uno de los jóvenes centinelas los útiles que precisaba.
—Sparhawk trae noticias frescas —indicó Kalten al preceptor.
—¿De qué tipo? —se interesó Vanion.
—Encontré a Krager —explicó Sparhawk tras tomar asiento—. Se hospeda en un burdel, cerca de la Puerta del Oeste.
—¿Qué hacíais en un burdel? —preguntó Sephrenia, al tiempo que enarcaba una ceja.
—Es una larga historia —replicó, con un leve rubor en su rostro—. Algún día os la contaré. El caso es que —prosiguió— el barón Harparín acudió también al prostíbulo y…
—¿Harparín? —repitió Vanion, estupefacto—. ¿En un prostíbulo? Tenía menos motivos que vos para entrar en uno de esos establecimientos.
—Fue para entrevistarse con Krager. Conseguí entrar y apostarme en la habitación contigua a la que utilizaron para el encuentro.
Continuó su narración y expuso las líneas principales del enrevesado plan ideado por el primado Annias. Vanion entrecerró los ojos cuando Sparhawk finalizó su informe.
—Es más despiadado de lo que pensaba —aseveró—. Nunca lo hubiera imaginado capaz de recurrir a un asesinato masivo.
—Vamos a desbaratar su estratagema, ¿no es cierto? —inquirió Kalten, mientras Sephrenia le lavaba la herida.
—Por supuesto —repuso Vanion con aire ausente; cavilaba con la mirada perdida en el techo—. Me parece que he encontrado el modo de resolverlo. ¿Os encontráis en condiciones de montar? —preguntó a Kalten.
—Esta herida es apenas un arañazo —le aseguró Kalten, al tiempo que Sephrenia le aplicaba una compresa en el corte.
—Estupendo. Os dirigiréis a la casa principal de Demos. Tomad el mayor número posible de hombres y emprended camino hacia el castillo del conde Radun en Arcium. Manteneos alejados de las vías principales. No conviene que Martel se entere de vuestra partida. Sparhawk, vos os encargaréis de conducir a los caballeros de Cimmura. Acordad con Kalten un punto de encuentro en Arcium.
—Si cabalgamos en bloque —objetó Sparhawk con un movimiento de cabeza—, Annias pensará que tramamos algo. Si despertamos sus sospechas, podría aplazar la operación y atacar el castillo del conde en cualquier otro momento en que no nos hallemos presentes.
—Tenéis razón —admitió Vanion, a la vez que arrugaba el entrecejo—. Tal vez vuestros hombres deberían salir paulatinamente de Cimmura.
—Perderíamos mucho tiempo de ese modo —intervino Sephrenia, que rodeaba con una venda limpia el pecho de Kalten—, y las idas y venidas sigilosas atraen más la atención que las actuaciones abiertas. —Comprimió los labios pensativamente—. ¿Todavía forma parte de las propiedades de la orden el claustro del camino de Cardos?
Vanion asintió.
—No obstante, su apariencia es totalmente ruinosa.
—¿No constituye ésta una excelente ocasión para restaurarlo?
—No acabo de comprender que propósito encierra vuestra mente, Sephrenia.
—Debemos encontrar alguna excusa que justifique la salida conjunta de Cimmura de gran parte de los pandion. Si acudierais a palacio para informar al consejo de vuestra intención de emplear a todos vuestros caballeros en la reparación del claustro, Annias creería que os tiene en su poder. Al salir, podríais trasladar cargamentos de herramientas y material de construcción para conferir credibilidad al desplazamiento. Una vez fuera de Cimmura, no existe ningún problema para cambiar de destino sin que nadie lo perciba.
—Parece plausible, Vanion —opinó Sparhawk—. ¿Vendréis con nosotros?
—No —respondió Vanion—. Tendré que ir a Chyrellos para informar de la estratagema de Annias a los pocos miembros de la jerarquía eclesiástica que nos son favorables.
Sparhawk asintió con un gesto; entonces recordó algo.
—No puedo asegurarlo completamente —dijo—, pero creo que hay alguien en Cimmura que me espía, y no creo que se trate de un elenio. He sido entrenado para reconocer el sutil cariz de las mentes estirias —agregó, con una sonrisa hacia Sephrenia—. Ignoro el motivo, pero ese espía es capaz de distinguirme con cualquier tipo de disfraz que lleve. Cada vez me siento más convencido de que él alertó a los soldados de la Iglesia y provocó su ataque. Si fuera cierto, su persona está vinculada a Annias.
—¿Qué aspecto tiene? —inquirió Sephrenia.
—No puedo precisarlo. Lleva una túnica con capucha y mantiene el rostro oculto.
—Cuando esté muerto no podrá continuar con sus informaciones a Annias —simplificó el asunto Kalten—. Tendedle una emboscada en la carretera de Cardos.
—¿No resulta un método demasiado directo? —reparó Sephrenia tras acabar de atarle el vendaje.
—Soy un hombre sencillo, Sephrenia. Las complicaciones no me agradan.
—Quiero acabar de pulir los detalles —afirmó Vanion y agregó en dirección a Sephrenia—: Kalten y yo cabalgaremos hasta Demos. ¿Deseáis regresar a la casa principal?
—No —replicó—, partiré con Sparhawk para prevenir que ese estirio que vigila sus pasos lo siga una vez más. Yo sabré cómo enfrentarme a él sin recurrir al asesinato.
—De acuerdo —concluyó Vanion mientras se ponía en pie—. Sparhawk, vos y Kalten os ocuparéis de las carretas con el material de construcción. Yo iré al palacio a contar unas cuantas mentiras. Partiremos tan pronto como regrese.
—¿No me encomendáis ningún quehacer? —preguntó Sephrenia.
—¿Por qué no tomáis otra taza de té, Sephrenia? —repuso Vanion sonriente.
—Gracias, Vanion. Creo que así lo haré.