—¿Pero por qué tiene que ser en público? —preguntó Sparhawk, paseando de un lado a otro para asentar las piezas de la armadura.
—Eso es lo que espera todo el mundo, querido —respondió con calma Ehlana—. Ahora sois un miembro de la familia real y estáis obligado a aparecer en público en ciertas ocasiones. Con el tiempo uno va acostumbrándose. —Ehlana estaba sentada frente al tocador, vestida con una túnica de terciopelo azul ribeteada con piel.
—No es peor que un torneo, mi señor —observó Kurik—. Éstos también son públicos. ¿Y ahora vais a parar de caminar arriba y abajo para que os pueda poner bien el cinto?
Kurik, Sephrenia y Mirtai habían llegado a la estancia nupcial con la salida del sol, Kurik trayendo la armadura de Sparhawk, Sephrenia, flores para la reina, y Mirtai, el desayuno. Emban también había ido con ellos y lo que él había traído era la noticia de que la ceremonia de despedida tendría lugar en las escalinatas de la basílica.
—No hemos dado explicaciones detalladas a las tropas de Wargun, Sparhawk —advirtió el obeso eclesiástico—, de modo que convendría que no concretarais mucho si os ponéis a pronunciar discursos. Os ofreceremos una calurosa despedida e insinuaremos el hecho de que vos solo vais a salvar el mundo. Como estamos acostumbrados a mentir, sonará incluso convincente. Es una tontería, claro está, pero apreciaríamos vuestra colaboración. La moral de los ciudadanos y en especial la de los ejércitos de Wargun es muy importante en estos momentos. —En su redonda cara se proyectó la sombra de una decepción—. He propuesto que os hiciéramos realizar algo espectacular que involucrara la magia, pero Sarathi se ha negado en redondo.
—Vuestra tendencia a la teatralidad es a veces exagerada, Emban —le dijo Sephrenia que, con las manos ocupadas con un peine y un cepillo, hacía experimentos con el peinado de Ehlana.
—Yo me crié en el seno del pueblo, Sephrenia —replicó Emban—. Mi padre era un tabernero, y sé cómo complacer a una multitud. A la plebe le agrada el espectáculo, y eso es lo que yo quería proporcionarles.
Sephrenia había levantado el pelo de Ehlana, recogiéndolo en masa encima de la cabeza de la reina.
—¿Qué os parece, Mirtai? —inquirió.
—Me gustaba más como estaba antes —respondió la giganta.
—Ahora está casada. Antes llevaba el cabello como lo llevaría una chica joven. Tenemos que modificarlo para indicar que es una mujer casada.
—Marcadla. —Mirtai se encogió de hombros—. Eso es lo que hace mi gente.
—¿Que hacen qué? —exclamó Sephrenia.
—En mi pueblo, cuando una mujer se casa se le imprime con hierro candente la marca de su esposo… normalmente en el hombro.
—¿Para indicar que es de su propiedad? —preguntó con desdén la reina—. ¿Y qué clase de marca lleva el marido?
—La marca de su mujer. En nuestra cultura, el matrimonio no es algo que se tome a la ligera.
—Comprendo —dijo Kurik con cierta admiración.
—Comed el desayuno antes de que se enfríe, Ehlana —ordeno Mirtai.
—La verdad es que no me apetecen mucho todas esas frituras, Mirtai.
—No es para vos. Mi gente otorga mucha importancia a la noche de bodas porque muchas novias quedan embarazadas entonces… O eso dicen. Aunque eso podría ser consecuencia de prácticas llevadas a cabo antes de la ceremonia.
—¡Mirtai! —la reprendió Ehlana, ruborizándose.
—¿Queréis decir que vos no lo hicisteis? Me decepcionáis.
—No se me ocurrió —confesó Ehlana—. ¿Por qué no dijisteis algo, Sparhawk?
—¿Por qué no me largo? —se preguntó sin esperar respuesta Emban, violentamente sonrojado—. Tengo un millón de asuntos que atender. —Y sin más, salió de la habitación.
—¿Ha sido algo que he dicho yo? —preguntó Mirtai con inocencia.
—Emban es un clérigo, querida —le hizo ver Sephrenia, tratando de reprimir una carcajada—. Los clérigos prefieren no saber mucho de estas cuestiones.
—Qué necios. Comed, Ehlana.
La reunión al pie de las escalinatas de la basílica no fue tanto una ceremonia como una de esas solemnes representaciones algo triviales que se ofrecen para diversión del público. Dolmant estaba allí para aportar solemnidad al acto. Los reyes, tocados con corona y vestidos con empaque, estaban presentes para dar un tono oficial, y los preceptores de las órdenes militantes para agregar un aire marcial. Dolmant dio inicio al acto con una plegaria, a la cual siguieron breves alocuciones de los monarcas y luego las disertaciones algo más largas de los preceptores. Después Sparhawk y sus compañeros se arrodillaron para recibir la bendición del archiprelado, y la despedida entre Ehlana y su príncipe consorte puso el broche final al espectáculo. Volviendo a adoptar el tono oratorio, la reina de Elenia ordenó a su paladín que atacara y venciera. Concluyó quitándose el anillo y entregándoselo a él en señal de su especial favor. Él correspondió a su gesto sustituyéndolo en su dedo con una sortija coronada con un diamante en forma de corazón. Talen se había mostrado un poco evasivo sobre cómo había llegado a sus manos la joya cuando la había regalado a Sparhawk justo antes de la ceremonia.
—Y ahora, mi paladín —finalizó Ehlana, tal vez con un exceso de dramatismo—, partid con vuestros bravos compañeros, y no olvidéis que nuestras esperanzas, nuestras oraciones y toda nuestra fe cabalgan con vos. ¡Esgrimid la espada, esposo y adalid mío, y defendedme a mi, a nuestra fe y a nuestros amados hogares de las viles hordas de los paganos zemoquianos! —Y entonces lo abrazó y le dio un somero beso en los labios.
—Bonito discurso, amor mío —la felicitó él.
—Lo escribió Emban —confesó la reina—. Es un entrometido por naturaleza. Tratad de hacerme llegar noticias vuestras de tanto en tanto, esposo mío, y, por el amor de Dios, tened cuidado.
La besó suavemente en la frente y después él y sus amigos se encaminaron resueltamente a los caballos que los aguardaban al pie de las escalinatas en señal de despedida. Los preceptores de las órdenes militantes, que los acompañarían un trecho, salieron tras ellos. Kring y sus jinetes keloi ya estaban esperando en la calle. Antes de emprender la marcha, Kring se acercó a donde estaba Mirtai, y su caballo ejecutó una genuflexión ritual ante ella. Aun que ninguno de los dos habló, Mirtai dio muestras de haber quedado ligeramente impresionada.
—Bueno, Faran —dijo Sparhawk al montar—, puedes darte el gusto de exhibirte un poco. El grande y feo ruano irguió ansiosamente las orejas e inició la marcha pavoneándose con descaro entre la comitiva de guerreros que se dirigía a la Puerta del Este.
Cuando hubieron traspuesto ésta, Vanion se apartó de Sephrenia y condujo a su caballo al lado de Faran.
—Manteneos alerta, amigo mío —aconsejó—. ¿Lleváis el Bhelliom en un lugar de donde podáis sacarlo rápidamente en caso de apremiante necesidad?
—Está debajo de la sobreveste —le respondió Sparhawk. Observó con mayor detenimiento a su amigo—. No os lo toméis a mal —dijo—, pero parecéis decididamente pachucho esta mañana.
—Estoy más que nada cansado, Sparhawk. Wargun nos tuvo corriendo sin parar allá en Arcium. Cuidaos mucho, amigo mío. Quiero ir a hablar con Sephrenia antes de separarnos.
Sparhawk suspiró mientras Vanion retrocedía a lo largo de la columna para reunirse con la menuda y hermosa mujer que había introducido a varias generaciones de pandion en los secretos de Estiria. Aun cuando Sephrenia y Vanion jamás habían confesado nada abiertamente, ni siquiera entre sí, Sparhawk sabía los sentimientos que se profesaban, y también sabía cuan imposible era aportar un desenlace a su situación.
—¿Y bien, cómo ha ido la noche de bodas? —preguntó con ojos brillantes Kalten, situándose junto a él.
Sparhawk le asestó una larga e impasible mirada.
—Intuyo que no quieres hablar de ello.
—Es algo más bien privado.
—Somos amigos desde niños, Sparhawk, y nunca hemos tenido secretos uno para el otro.
—Ahora sí. Falcan unas setenta leguas para Kadach, ¿no es cierto?
—Aproximadamente. Apurando el paso, podríamos llegar allí en cinco días. ¿Parecía preocupado Martel cuando hablaba con Annias allá en ese sótano? Lo que quiero decir es, ¿piensas que le inquietará tanto que lo persigamos como para llevar de manera constante una marcha apresurada?
—De lo que no cabe duda es de que quería marcharse de Chyrellos.
—Entonces es probable que esté forzando los caballos, ¿no te parece?
—Es una suposición acertada.
—Sus monturas se fatigarán si las apremia demasiado, con lo cual todavía tendríamos la posibilidad de alcanzarlo dentro de unos días. No sé cómo te sentirás tú respecto a él, pero a mí me encantaría atrapar a Adus.
—Es algo a tener en cuenta, de acuerdo. ¿Cómo es el terreno que media entre Kadach y Moterra?
—Llano. Tierras de cultivo principalmente, con algunos castillos y aldeas diseminados. Se asemeja mucho a Elenia Oriental. —Kalten emitió una carcajada—. ¿Te has fijado en Berit esta mañana? Le cuesta un poco acostumbrarse a la armadura. Parece que no le encaja del todo bien.
Berit, el huesudo y joven novicio, había sido promovido a un rango raras veces utilizado por las órdenes militantes. Ahora era un aprendiz de caballero, lo cual le permitía llevar su propia armadura, pero no le daba derecho a recibir el tratamiento de «sir».
—Se acostumbrará —aseguró Sparhawk—. Cuando nos detengamos para pasar la noche, llévatelo aparte y enséñale a almohadillar los puntos expuestos, no sea que comience a sangrar por las junturas. Pero hazlo de un modo discreto. Si no recuerdo mal, un joven se siente muy orgulloso y algo susceptible cuando se pone por primera vez una armadura. Luego se le pasa, al reventarse las primeras ampollas.
Cuando llegaron a la cima de un cerro situado a varios kilómetros de Chyrellos, los preceptores volvieron grupas. Los consejos y las advertencias ya estaban dados, de modo que sólo quedaba intercambiar apretones de manos y expresiones de buenos deseos. Sparhawk y sus amigos observaron con cierto ánimo sombrío cómo sus dirigentes regresaban a la Ciudad Sagrada.
—Bien —dijo Tynian—, ahora que estamos solos…
—Antes hablemos un poco —propuso Sparhawk. Alzó la voz—: Domi —llamó—, ¿querríais reuniros con nosotros, por favor?
Kring ascendió la colina con semblante interrogador.
—Veamos —comenzó a exponer Sparhawk—, Martel piensa, al parecer, que Azash desea que realicemos el viaje sin topar con impedimentos, pero puede que Martel esté equivocado. Azash tiene muchos servidores, y cabe la posibilidad de que les ordene atacarnos. Lo que quiere es el Bhelliom, no la satisfacción que pudiera reportarle un enfrentamiento personal. Kring, creo que será mejor que dispongáis una avanzadilla de exploradores para que no nos encontremos con sorpresas.
—Lo haré, amigo Sparhawk —prometió el domi.
—Si por azar encontráramos a alguno de los siervos de Azash, quiero que todos os retiréis y dejéis que yo me enfrente con ellos. Yo tengo el Bhelliom y en principio la ventaja está de mi parte. Kalten ha planteado la cuestión de que tal vez alcancemos a Martel. Si así fuera el caso, intentad apresar a Martel y Annias con vida. La Iglesia quiere someterlos a juicio. Dudo que Arissa o Lycheas ofrezcan gran resistencia, de modo que prendedlos también.
—¿Y Adus? —inquirió Kalten lleno de ansiedad.
—Adus apenas sabe hablar y por consiguiente tendría poco valor delante de un tribunal. Puedes quedarte con él… como regalo personal mío.
Habrían recorrido poco más de otro kilómetro cuando encontraron a Stragen sentado debajo de un árbol.
—Pensé que tal vez os hubierais perdido —comentó el esbelto ladrón arrastrando las palabras.
—¿Intuyo bien tomándoos como voluntario? —sugirió Tynian.
—En absoluto, mi viejo amigo —contestó Stragen—, nunca he tenido ocasión de visitar Zemoch, y me parece que prefiero dejarlo así. En realidad, me hallo aquí como mensajero y enviado personal de la reina. Cabalgaré con vosotros hasta la frontera con Zemoch, si así me lo permitís, y después regresaré a Cimmura para presentarle mi informe.
—¿No estáis pasando demasiado tiempo apartado de vuestros propios negocios? —le preguntó Kurik.
—Mis negocios en Emsat funcionan por sí solos. Tel atiende mis intereses allí. De todas formas, necesito unas vacaciones. —Se tentó el jubón en diversos puntos—. Oh, sí, aquí está. —Sacó una hoja plegada de pergamino—. Una carta para vos de vuestra esposa, Sparhawk —anunció, tendiéndosela—. Es la primera de las diversas que se supone que debo entregaros cuando lo dicte la ocasión.
Sparhawk se alejó de los demás y rompió el sello de la misiva de Ehlana.
Amado:
Hace solamente unas horas que os habéis ido y ya os añoro desesperadamente. Stragen lleva consigo otras misivas para vos, misivas que espero que os inspiren cuando las cosas no vayan bien. En ellas también os haré partícipe de la firmeza de mi amor y mi fe en vos. Os quiero, mi Sparhawk.
Ehlana.
—¿Cómo nos habéis tomado la delantera? —estaba preguntando Kalten cuando Sparhawk volvió con ellos.
—Vos lleváis armadura, sir Kalten —repuso Stragen—, y yo no. Os sorprendería ver lo rápido que puede llegar a correr un caballo cuando no va cargado con ese exceso de hierro.
—¿Bien? —inquirió Ulath a Sparhawk—. ¿Lo enviamos de vuelta a Chyrellos?
—Está cumpliendo órdenes de la reina y en su actuación hay un mandato implícito que me atañe también a mí. Vendrá con nosotros.
—Recordadme que nunca acepte el cargo de paladín real —pidió el caballero genidio—. Por lo visto, implica toda suerte de compromisos y complicaciones políticas.
El cielo fue nublándose conforme avanzaban hacia el noreste siguiendo el camino de Kadach, pese a lo cual no llovió como lo había hecho la última vez que habían pasado por allí. El terreno cercano a la frontera suroriental de Lamorkand tenía un carácter que lo identificaba más con Kelosia que con Lamorkand, con sus castillos que coronaban las colinas circundantes. Debido a su proximidad con Chyrellos, no obstante, el paisaje estaba salpicado de monasterios y conventos, el sonido de cuyas campanas resonaba melancólicamente en los campos.
—Las nubes están desplazándose en la mala dilección —observó Kurik mientras ensillaba los caballos la segunda mañana desde que habían dejado Chyrellos—. El viento del este en otoño trae malas noticias. Me temo que nos espera un duro invierno, y eso no va a ser del agrado de las tropas que van a acampar en los llanos de Lamorkand Central.
Montaron y siguieron cabalgando hacia el noreste, y, hacia media mañana, Kring y Stragen se adelantaron para reunirse con Sparhawk a la cabeza de la columna.
—El amigo Stragen estaba contándome algunas cosas sobre la mujer tamul, Mirtai —comentó Kring—. ¿Tuviste oportunidad de hablarle de mí?
—Más o menos rompí el hielo sobre ese asunto —respondió Sparhawk.
—Me lo temía. Algunas de las cosas que me ha explicado Stragen me están haciendo replantear mis intenciones.
—¡Oh!
—¿Sabíais que lleva cuchillos atados a las rodillas y a los codos?
—Sí.
—Tengo entendido que sobresalen cuando dobla uno de los brazos o piernas.
—Creo que ésa es la idea, sí.
—Stragen me ha contado que en una ocasión, cuando era joven, tres rufianes la atacaron y que ella dobló el codo y acuchilló a uno en la garganta, hincó la rodilla en la entrepierna del segundo y derribó al tercero de un puñetazo y luego lo apuñaló en el corazón. No estoy muy seguro de que me convenga una mujer así por esposa. ¿Qué os dijo? Cuando le hablasteis de mí, me refiero.
—Se echó a reír.
—¿Se echó a reír? —Kring parecía indignado.
—Deduzco más o menos que no sois exactamente de su gusto.
—¿Que se rió? ¿De mí?
—De todas formas, creo que vuestra decisión es acertada, amigo Kring —aprobó Sparhawk—. Me parece que no os llevaríais bien.
—¿Se rió de mí, eh? —Kring seguía enfurecido, con mirada desorbitada—. ¡Bueno, pues ya veremos cómo acaba esto!
Dicho lo cual volvió grupas y fue a reunirse con sus hombres.
—Todo habría salido a pedir de boca si no le hubierais contado que se rió —observó Stragen—. Ahora hará todo lo posible para perseguirla. Me cae bien y no me gusta pensar en lo que puede hacerle Mirtai si insiste demasiado.
—Tal vez podamos disuadirlo —apuntó Sparhawk.
—Yo no pondría grandes esperanzas en ello.
—¿Qué estáis haciendo realmente aquí, Stragen? —preguntó Sparhawk al rubio thalesiano—. En los reinos sureños, quiero decir.
Stragen posó la mirada en un monasterio cercano, con expresión ausente.
—¿Queréis saber la auténtica verdad, Sparhawk? ¿O preferiríais concederme un momento para que invente una historia?
—¿Por qué no comenzamos por la verdad? Si no me gusta, siempre podéis idear otra explicación.
—De acuerdo —convino Stragen, dedicándole una radiante sonrisa—. Allá, en Thalesia, soy un falso aristócrata mientras que aquí soy uno genuino… o algo muy semejante. Tengo relación con reyes y reinas, la nobleza y el alto clero casi en calidad de igual. —Alzó una mano—. No estoy engañándome a mí mismo, amigo mío, de modo que no os inquietéis por mi salud mental. Sé lo que soy, un ladrón bastardo, y soy consciente de que mi proximidad a la aristocracia en estas tierras es algo temporal, enteramente basado en los servicios en que me hallo en condición de prestar. Soy un personaje tolerado, aunque no realmente integrado. Mi ego, sin embargo, es grande.
—Ya me había fijado en ello —señaló Sparhawk con amable sonrisa.
—No os propaséis, Sparhawk. El caso es que estoy dispuesto a aceptar esta pasajera y superficial igualdad aun cuando sólo sea por la oportunidad de mantener una conversación refinada. Las prostitutas y los ladrones no son una compañía muy estimulante, ¿comprendéis?, y su único tema de conversación son los negocios. ¿Habéis escuchado alguna vez a un grupo de prostitutas hablando de negocios?
—No, nunca.
—Es absolutamente terrible. —Stragen se estremeció—. Uno aprende cosas sobre los hombres… y sobre las mujeres… que más le convendría ignorar.
—Esto no va a durar. Lo sabéis, ¿verdad, Stragen? Llegará el día en que la situación vuelva a su cauce normal, y la gente empezará a cerraros las puertas de nuevo.
—Supongo que estáis en lo cierto, pero es divertido vivir un tiempo en la irrealidad. Y, cuando todo haya concluido, tendré aun más motivos para despreciaros a los hediondos aristócratas. —Stragen hizo una pausa—. No obstante, vos me caéis bastante bien Sparhawk…, al menos por el momento.
A medida que avanzaban en dirección noreste, comenzaron a encontrar grupos de hombres armados. Los lamorquianos, que siempre estaban en un estado de alerta cercano a la movilización, se hallaban en condiciones de responder con presteza a la llamada de su rey y acudir a la guerra. En una melancólica reiteración de los sucesos acaecidos cinco siglos antes, los hombres de todos los reinos de Eosia Occidental se trasladaban para confluir en un campo de batalla de Lamorkand. Sparhawk y Ulath se entretenían conversando en troll. Sparhawk no tenía claras perspectivas de hablar en troll en un futuro, pero, ya que había aprendido el idioma —aun cuando fuera mediante magia—, le parecía una pena dejar que la falta de práctica lo sumiera en el olvido.
Llegaron a Kadach al final de un deprimente día, cuando el crepúsculo teñía las nubes de poniente con un relumbre anaranjado que recordaba el incendio de un distante bosque. El viento del este soplaba con fuerza, transportando consigo los primeros fríos que anunciaban la vecindad del invierno. Kadach era una ciudad amurallada, gris y rígida y carente de toda belleza. Sentando precedente a lo que se convertiría en una costumbre, Kring les deseó las buenas noches y, atravesando la ciudad, salió con sus hombres por la puerta este para instalar su campamento en los campos de las afueras. Los keloi se sentían incómodos enclaustrados en ciudades con frivolidades tan urbanas como paredes, habitaciones y techos. Sparhawk y el resto de sus amigos encontraron una acogedora posada cerca del centro de la ciudad, se bañaron, se mudaron de ropa y se reunieron en el comedor para ingerir una cena consistente en jamón hervido y verduras variadas. Sephrenia, como era ya habitual, declinó el jamón.
—Nunca he entendido por qué a la gente le da por hervir un jamón que está muy bueno tal cual es —señaló sir Bevier con cierto disgusto.
—Los lamorquianos salan en exceso los jamones al curarlos —explicó Kalten—, y hay que hervir durante un buen rato un jamón lamorquiano para que quede comestible. Son un pueblo extraño. Tratan de convertirlo todo en un acto de valentía…, hasta el hecho de comer.
—¿Vamos a dar un paseo, Sparhawk? —propuso Kurik a su señor después de acabar de comer.
—Pensaba que ya había hecho bastante ejercicio por hoy.
—Os interesaba saber qué ruta había tomado Martel, ¿no es cierto?
—En efecto. De acuerdo, Kurik. Vayamos a fisgonear un poco. Al llegar a la calle, Sparhawk miró en derredor.
—Esto puede llevarnos media noche —previo.
—En absoluto —disintió Kurik—, primero iremos a la puerta este, y, si no averiguamos nada allí, probaremos en la del norte.
—¿Y nos ponemos a preguntarle a la gente en la calle, sin más?
—Usad la cabeza, Sparhawk —recomendó Kurik con un suspiro—. Cuando alguien viaja, suele partir a primera hora de la mañana…, aproximadamente a la misma en que la otra gente va a trabajar. Son muchos los obreros que se desayunan bebiendo, de modo que las tabernas suelen estar abiertas. Cuando un tabernero está espetando al primer cliente del día, observa atentamente la calle. Creedme, Sparhawk, si Martel se ha ido de Kadach en los últimos tres días, habrá como mínimo media docena de taberneros que lo vieron.
—Eres un tipo extraordinariamente listo, Kurik.
—En nuestro grupo tiene que haber alguien que lo sea, mi señor. Por lo general, los caballeros no dedican mucho tiempo a pensar.
—Estás poniendo en evidencia tus prejuicios de clase, Kurik.
—Todos tenemos nuestros pequeños defectos.
Las calles de Kadach estaban casi solitarias, y los pocos ciudadanos que las transitaban apretaban el paso con los tobillos azotados por las capas que zarandeaba el viento. Las antorchas que alumbraban las esquinas, también castigadas por el viento, se avivaban y alargaban, proyectando vacilantes sombras que danzaban sobre los adoquines del pavimento.
El dueño de la primera taberna donde probaron suerte parecía ser su mejor cliente y no tenía ni la más mínima idea de a qué hora del día solía abrir el negocio… ni siquiera de qué hora del día era entonces. El segundo tabernero era una hombre insociable que sólo hablaba mediante gruñidos. El tercero, en cambio, resultó ser un anciano locuaz aficionado a conversar.
—A ver —dijo, rascándose la cabeza—. Veamos si me acuerdo. ¿Estos tres días pasados, decís?
—Aproximadamente, sí —confirmó Kurik—. Nuestro amigo dijo que nos reuniríamos aquí, pero nosotros nos retrasamos y parece que se ha ido sin nosotros.
—¿Podéis describir otra vez a esa persona?
—Un hombre bastante corpulento. Quizá llevara armadura, pero no podría jurarlo. Si llevaba la cabeza descubierta, os habríais fijado en él, porque tiene el pelo blanco.
—Me parece que no me viene al magín alguien así. Podría ser que a lo mejó se hubiera ido por una de las otras puertas.
—Es posible, supongo, pero estamos casi seguros de que se dirigía al este. Quizás abandonó la ciudad antes de que abrierais el local.
—Eso sí que sería una cosa rara, porque yo abro esa puerta a la mesma hora que la guardia abre la de la muralla. Algunos de los compadres que trabajan aquí en la ciudá viven en granjas de allá fuera, y las más veces tengo por la mañana clientes que da contento. ¿Viajaba por suerte solo el vuestro amigo?
—No —respondió Kurik—. Iba con un eclesiástico y una dama de alta alcurnia. Seguramente lo acompañaba también un tipo joven de mandíbula colgante que parece más tonto que una pared, y un hombre alto y fuerte con cara de gorila.
—Oh, esa pandilla. Teníais que decirme de entrada lo de ese jeta de mono. Salieron a caballo por ahí a eso del alba ayer. Y ese gorila que decíais se bajó del caballo y se vino acá bramando porque quería cerveza. Habla ansí un poco mal, ¿eh?
—Normalmente tarda medio día en pensar la respuesta cuando alguien lo saluda. El tabernero rió agudamente.
—Es la misma presona, de fijo. Tampoco huele a rosas que se diga, ¿verdad? Kurik le sonrió e hizo girar una moneda sobre la barra en dirección a él.
—Oh, no sé —dijo—. No es mucho peor que un pozo negro abierto. Gracias por la información, amigo.
—¿Agora podréis alcanzarlos?
—Oh, seguro que sí —afirmó Kurik con fervor—, tarde o temprano los alcanzaremos. ¿Había otras personas con ellos?
—No. Solamente eran los cinco. Menos el gorila, todos tenían las capas enrededor de la cabeza. Seguro que ansí se explica que no pudiera ver al del pelo blanco. Aunque iban muy ligeros, ansí que, si queréis cogerlos, vais a tener que ir muy aprisa.
—Lo haremos, amigo. Gracias de nuevo. —Kurik y Sparhawk volvieron a salir a la calle—. ¿Era más o menos eso lo que deseabais saber, mi señor? —preguntó Kurik.
—Ese anciano era una mina de oro, Kurik. Le hemos ganado algo de tiempo a Martel, sabemos que no lleva ninguna clase de tropas consigo y que se dirige a Moterra.
—Sabemos algo más, Sparhawk.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?
—Que Adus sigue necesitando un baño.
—Adus siempre necesita tomarse un baño —aseveró Sparhawk, riendo—. Probablemente tendremos que echarle litros y litros de agua encima antes de enterrarlo, no sea que la tierra lo escupa. Regresemos a la posada.
Cuando Sparhawk y Kurik volvieron a entrar en el comedor de bajas vigas de la posada, se encontraron con que se había incrementado ligeramente el número de los componentes de su grupo. Talen estaba sentado con inocente semblante con un buen número de miradas fijas en él.