Capítulo 17

Krager se encontraba en un estado bastante lamentable cuando Kalten y Tynian lo llevaron medio a rastras al estudio de sir Nashan esa tarde. A los finos cabellos desgreñados, los ojos inyectados en sangre, la barba sin afeitar y las manos agitadas por un violento temblor, se sumaba un sufrimiento manifiesto en su expresión que nada tenía que ver con su captura. Los dos caballeros llevaron al secuaz de Martel a una silla situada en el centro de la habitación y lo sentaron en ella. Krager ocultó la cara entre sus temblorosas manos.

—Me parece que no vamos a sacar nada en claro de el mientras esté en estas condiciones —gruñó el rey Wargun—. Yo mismo he pasado por trances semejantes y lo sé. Dadle un poco de buen vino. Se mostrará aceptablemente coherente cuando dejen de temblarle las manos.

Kalten miró a sir Nashan y el regordete pandion apuntó al lujoso armario del rincón.

—Sólo lo tengo como medicina, lord Vanion —se apresuró a explicar Nashan.

—Desde luego —aceptó Vanion.

Kalten abrió el armario y tomó una garrafa de cristal llena de tinto arciano. Después llenó una gran copa y la tendió a Krager, el cual consiguió apurar la mitad de su contenido, tras haber derramado el resto. Kalten le sirvió otra copa y luego otra más. Con el pulso más apaciguado, Krager miró en derredor, pestañeando.

—Veo que he caído en manos de mis enemigos —constató con voz que habían tornado rasposa los años de consumo de alcohol—. Ah. Bueno. —Se encogió de hombros—. Son los azares de la guerra.

—Vuestra situación no es de envidiar —le señaló con tono de amenaza lord Abriel.

Ulath tomó una piedra de amolar y se puso a afilar el hacha, produciendo un desagradable ruido.

—Por favor —dijo Krager con expresión de fatiga—. No me encuentro muy bien. Ahorradme las melodramáticas amenazas. Soy un superviviente, caballeros, y me doy perfecta cuenta de cuál es mi situación. Colaboraré con vosotros a cambio de mi vida.

—¿No es ésta una actitud un tanto desdeñable? —observó, con sarcasmo, Bevier.

—Por supuesto que lo es, caballero —convino cansinamente Krager—, pero yo soy un tipo despreciable… ¿o no os habías dado cuenta? De hecho, me situé deliberadamente en un lugar donde pudierais capturarme. El plan de Martel era muy bueno, al menos en principio, pero, cuando comenzó a desbaratarse, decidí que no me interesaba compartir su fortuna cuando ésta se hallaba en su fase de declive. No perdamos más tiempo, caballeros. Todos sabemos que yo soy demasiado valioso para que podáis permitiros matarme. Sé demasiado. Os diré todo lo que sé a cambio de mi vida, mi libertad y diez mil coronas de oro.

—¿Y qué hay de vuestras lealtades? —preguntó el patriarca Ortzel con aire severo.

—¿Lealtad, Su Ilustrísima? —Krager se echó a reír—. ¿Hacia Martel? No seáis ridículo. Trabajaba para Martel porque me pagaba bien. Los dos lo sabíamos. Pero ahora vosotros estáis en condiciones de ofrecerme algo de un valor muy superior. ¿Hacemos trato?

—Un rato en el potro os haría bajar un poco el precio que exigís —le dijo Wargun.

—No soy un hombre robusto, rey Wargun —señaló Krager—, y mi salud no ha sido nunca lo que se dice muy buena. ¿De veras queréis exponeros a la posibilidad de que expire en manos de vuestros torturadores?

—Dejadlo —aconsejó Dolmant—. Le daremos lo que pide.

—Su Ilustrísima es un hombre sabio y clemente.

—Una condición, sin embargo —agregó Dolmant—. Dadas las circunstancias, no podríamos dejaros libre hasta no haber arrestado a vuestro antiguo amo. Vos mismo habéis admitido que no sois muy de fiar. Además, necesitaremos una pequeña confirmación de lo que nos contéis.

—Perfectamente comprensible, Su Ilustrísima —acordó Krager—. Nada de mazmorras. Tengo los pulmones delicados y no me convienen los sitios húmedos.

—¿Un monasterio, pues? —propuso Dolmant.

—Del todo aceptable, Su Ilustrísima…, a condición de que no se permita a Sparhawk acercarse en un radio de quince kilómetros de allí. Sparhawk es a veces impulsivo y hace años que me quiere matar…, ¿no es cierto, Sparhawk?

—Oh, sí —admitió sin tapujos Sparhawk—. Vamos a hacer una cosa, Krager. Prometo no poneros las manos encima hasta que Martel esté muerto.

—Me parece justo, Sparhawk —acepto Krager—, si también me juráis que me daréis una ventaja de una semana antes de salir en mi busca. ¿Cerramos el trato, caballeros?

—Tynian —indicó el preceptor Darellon—, llevadlo al pasillo mientras lo discutimos. Krager se levantó temblorosamente.

—Vamos pues, caballero —dijo a Tynian—. Vos también, Kalten, y no olvidéis traer el vino.

—¿Y bien? —inquirió el rey Wargun cuando el prisionero hubo abandonado la estancia.

—Krager en sí carece de importancia —opinó Vanion—, pero tiene toda la razón al valorar la información de que dispone. Yo recomiendo aceptar sus requisitos.

—Detesto, sin embargo, tener que entregarle todo ese oro —gruñó Wargun malhumorado.

—En el caso de Krager, no se trata precisamente de un favor —apunto Sephrenia—. Si le dais a Krager todo ese dinero, dentro de seis meses habrá muerto de tanto alcohol como habrá ingerido.

—Eso no me suena como un castigo a mí.

—¿Habéis visto fallecer a un hombre a consecuencia de los efectos de la bebida, Wargun? —le preguntó la estiria.

—No.

—Podríais visitar un asilo en alguna ocasión y observar el proceso, sin duda lo encontraríais muy educativo.

—¿Estamos de acuerdo, pues? —preguntó Dolmant, mirando a su alrededor—. ¿Le damos a esa rata de cloaca lo que pide y lo recluimos en un monasterio hasta que llegue el tiempo en que sepamos que no puede informar de nada significativo a Martel?

—De acuerdo —concedió a regañadientes Wargun—. Traedlo y acabemos de una vez.

Sparhawk se encamino a la puerta y la abrió. Un hombre con una cicatriz hablaba precipitadamente con Tynian.

—¿Kring? —preguntó Sparhawk con cierta sorpresa, reconociendo al domi de la banda de jinetes nómadas de las marcas orientales de Kelosia—. ¿Sois vos?

—Hola, Sparhawk —saludó Kring—. Me alegra veros. Estaba dándole algunas noticias al amigo Tynian. ¿Sabíais que los zemoquianos están acantonados en Lamorkand Oriental?

—Eso hemos oído decir, sí. Estábamos planteándonos tomar medidas al respecto.

—Bien. He estado viajando con el ejército del rey de los thalesianos y uno de mis hombres vino a verme desde casa. Cuando partáis para tomar esas medidas de que hablabais, no os centréis demasiado en Lamorkand. Los zemoquianos están merodeando también en Kelosia Oriental. Los hombres de mi tribu han estado juntando orejas por montones. Pensé que los caballeros de la Iglesia deberían saberlo.

—Estamos en deuda con vos, domi —le agradeció Sparhawk—. ¿Por qué no le enseñáis al amigo Tynian el lugar donde estáis acampados? En estos momentos estamos ocupados con los reyes de Eosia, pero, en cuanto quedemos libres, iremos a haceros una visita.

—En ese caso, haré los preparativos, caballero —prometió Kring—. Tomaremos sal juntos y hablaremos de negocios.

—Así lo haremos, amigo mío —corroboró Sparhawk.

Tynian se fue en pos de Kring por el corredor y Sparhawk y Kalten volvieron a hacer entrar a Krager en el estudio de Nashan.

—Muy bien, Krager —acordó el patriarca Dolmant con tono de firmeza—. Aceptaremos vuestras condiciones… con tal que convengáis en permanecer recluido en un monasterio hasta que no sea arriesgado soltaros.

—Desde luego, Su Ilustrísima —se apresuró a conceder Krager—. De todas formas, necesito descansar. Martel me tuvo corriendo de un lado a otro del continente durante años. ¿Qué querríais escuchar primero?

—¿Cómo se inició esa conexión entre Otha y el primado de Cimmura?

Krager se apoyó en el respaldo, cruzó las piernas y agitó pensativamente su copa de vino.

—Según tengo entendido, todo comenzó poco después de que el viejo patriarca de Cimmura cayera enfermo y Annias lo relevara en las responsabilidades de la dirección de la catedral. Hasta entonces, el objetivo principal del primado había parecido ser mayormente político. Quería casar a su querida con su hermano para poder hallarse en situación de gobernar el reino de Elenia. Cuando paladeó la clase de poder que la Iglesia puede delegar en manos de un hombre, no obstante, empezó a ensanchar el horizonte de sus expectativas. Annias es un realista, y es perfectamente consciente del hecho de que no inspira un amor universal.

—Esa podría ser la gran afirmación del siglo —murmuró Komier.

—Veo que ya habías reparado en ello —comentó secamente Krager—. Martel lo desprecia, y por más que lo pienso no puedo comprender cómo Arissa puede vencer la repugnancia y meterse en la misma cama con el. El caso es que Annias sabía que iba a necesitar ayuda para acceder al trono del archiprelado. Martel se enteró de lo que se proponía y entro disfrazado en Cimmura para hablar con él. No sé exactamente cómo, pero, en el pasado, Martel había entrado en contacto con Otha. No hablaba nunca de ello, pero yo deduje que tenía algo que ver con su expulsión de la orden pandion.

Sparhawk y Vanion intercambiaron una mirada.

—Así fue —confirmó Vanion—. Proseguid.

—Annias rechazó la idea en un principio, pero, dado que Martel puede ser muy persuasivo cuando le interesa, el primado acabó por acceder a abrir negociaciones. Encontraron a un estirio de mala fama que vivía al margen de su banda y, tras hablar largamente con él, éste se avino a actuar como emisario para Otha, con el cual llegaron a su debido tiempo a un trato.

—¿Y en qué consistía éste? —le preguntó el rey Dregos de Arcium.

—Lo expondré dentro de poco, Su Majestad —prometió Krager—. Si voy saltando de una cosa a otra, podría olvidar algunos detalles. —Hizo una pausa y miró en derredor—. Espero que toméis todos nota de mi actitud cooperativa. Otha envió a algunos de los suyos a Elenia para proporcionar asistencia a Annias, buena parte de la cual era en forma de oro. Otha lo tiene por toneladas.

—¡Cómo! —exclamó Ehlana—. Creía que Annias nos había envenenado a mi padre y a mí con la intención de conseguir el control del tesoro elenio para poder financiar su candidatura a la archiprelatura.

—No lo digo con afán de ofenderos, Su Majestad —replicó Krager—, pero el tesoro elenio no habría bastado ni para empezar a cubrir las deudas que estaba contrayendo Annias. El control de éste sirvió para encubrir el verdadero origen de sus fondos. La malversación es una cosa, y otra muy distinta es asociarse con Otha. Vos y vuestro padre fuisteis envenenados sólo para ocultar el hecho de que Annias disponía de un suministro ilimitado de oro. Los sucesos se encadenaron mas o menos de acuerdo con sus planes. Otha aportaba dinero y de vez en cuando la magia estiria para ayudar a Annias a cumplir sus metas provisionales. Todo iba bastante bien hasta que Sparhawk volvió de Rendor. Sois un tipo que desbarata mucho las cosas, Sparhawk.

—Gracias —contestó éste.

—Estoy convencido de que ya conocéis el resto de los detalles, mis señores —continuó Krager—. Al final, todos pasamos un gran susto aquí en Chyrellos, y lo demás, como dicen, es historia. Ahora, volvemos a vuestra pregunta, rey Dregos. El pacto con Otha supone unas condiciones muy duras y Annias ha de pagar un alto precio por su ayuda.

—¿Qué tenía que darle Annias? —inquirió el patriarca Bergsten, el fornido clérigo thalesiano.

—Su alma, Su Ilustrísima —respondió Krager, estremecido—. Otha insistió en que Annias debía convertirse al culto a Azash como requisito para que él lo apoyara con magia o dinero. Martel presenció la ceremonia y me refirió lo ocurrido. Ésa era, por cierto, una de mis obligaciones. Martel se siente solo de vez en cuando y necesita alguien con quien hablar. Martel no es una persona remilgada, pero incluso él experimentó repugnancia por los ritos que celebraron la conversión de Annias.

—¿Se convirtió Martel también? —preguntó con evidente interés Sparhawk.

—Lo dudo mucho, Sparhawk. Martel carece realmente de toda convicción religiosa. El cree en la política, el poder y el dinero, no en dioses.

—¿Cuál de los dos ostenta el mando? —inquirió Sephrenia—. ¿Cuál es el dirigente y cuál es seguidor?

—Annias cree que es él quien da las órdenes, pero, con franqueza a mí me parece lo contrario. Todos sus contactos con Otha se efectúan por intermedio de Martel, pero Martel mantiene contactos con Otha de los que nada sabe Annias. No podría jurarlo, pero presiento que Martel y Otha han llegado a un pacto por separado. Es la clase de acción propia de Martel.

—Hay algo más detrás de todo esto, ¿no es así? —preguntó sagazmente el patriarca Emban—. Otha y Azash no iban a gastar todo ese dinero y energías sólo en beneficio de la empañada alma del primado de Cimmura.

—Por supuesto que no, Su Ilustrísima —acordó Krager—. La idea era, desde luego, tratar de obtener lo que querían siguiendo el plan que Annias y Martel ya habían trazado. Si el primado de Cimmura hubiera conseguido ascender con sobornos a la archiprelatura, se habría hallado en condiciones de conseguir todo cuanto querían ellos sin tener que recurrir a la guerra, que siempre es una cuestión azarosa.

—¿Y qué es lo que querían? —inquirió el rey Obler.

—Annias está obsesionado por convertirse en archiprelado. Martel está dispuesto a cederle el cargo de buen grado, lo cual no va a significar nada si todo sale según lo previsto. Lo que Martel ansia es poder, riqueza y legitimación. Otha desea dominar la totalidad del continente eosiano y, claro está, Azash quiere el Bhelliom… y las almas de todos los habitantes del mundo. Annias vivirá eternamente, o poco le faltará, e iba a dedicar las centurias venideras para, aprovechando su poder como archiprelado, dirigir gradualmente a los elenios a la conversión al culto de Azash.

—¡Eso es monstruoso! —se indignó Ortzel.

—Supongo que sí, Su Ilustrísima —convino Krager—. Martel conseguiría una corona imperial que le otorgaría una preeminencia escasamente inferior a la de Otha y gobernaría toda Eosia Occidental. Entonces tendríamos a los cuatro: Otha y Martel como emperadores, Annias como sumo sacerdote de la Iglesia y Azash como Dios. Después podrían volver la atención hacia los rendoreños y el Imperio Tamul de Daresia.

—¿Como se proponían hacerse con el Bhelliom? —preguntó Sparhawk con brusquedad.

—Mediante engaños, ofertas de grandes sumas, o por la fuerza, en caso necesario. Escuchadme bien, Sparhawk. —El rostro de Krager adoptó de improviso una mortal gravedad—. Martel os ha dado a entender que se dirigirá al norte parte del camino y que luego se desviará hacia Lamorkand Oriental para reunirse con Otha. Va al encuentro de Otha es cierto, pero Otha no está en Lamorkand. Sus generales son mucho más diestros en la guerra que él, que todavía se halla en su capital, en la ciudad de Zemoch propiamente dicha. —Guardó silencio un instante—. Me recomendaron que os lo dijera, desde luego —reconoció—. Martel quiere que lo sigáis hasta Zemoch y que llevéis al Bhelliom con vos. Por alguna razón, todos os tienen miedo, y no creo que ello se deba sólo a que lograrais encontrar el Bhelliom. Martel no quiere enfrentarse directamente a vos, y eso es impropio de él. Quieren que vayáis a Zemoch a fin de que Azash luche contra vos. —Krager hizo una mueca que reflejaba una súbita angustia y horror—. No vayáis, Sparhawk —rogó—. ¡Por Dios, no vayáis! Si Azash os arrebata el Bhelliom, el mundo está condenado.

La vasta nave de la basílica estaba llena a rebosar ya desde primera hora de la mañana del día siguiente. Los ciudadanos de Chyrellos habían comenzado a regresar tímidamente a lo que quedaba de sus casas casi enseguida que el ejército del rey Wargun hubo rodeado a los mercenarios de Martel. Pese a que los habitantes de la Ciudad Sagrada no debían de ser más piadosos que los otros elenios, el patriarca Emban tuvo para ellos un gesto de puro humanitarismo al hacer propagar por la ciudad la noticia de que los almacenes de la Iglesia se abrirían al pueblo llano inmediatamente después de la conclusión de los servicios de acción de gracias. Dado que ése era el único lugar donde quedaban provisiones en Chyrellos, los ciudadanos acudieron en masa. Emban había calculado que una congregación de miles de personas impresionaría a los patriarcas, haciéndoles ver la gravedad de la situación, y los animaría a tomarse en serio sus responsabilidades. Además, Emban sentía en verdad cierta compasión por los hambrientos, dado que su propia gordura lo hacía particularmente sensible a las punzadas del hambre.

El patriarca Ortzel celebró el ritual de acción de gracias, durante el cual advirtió Sparhawk que el enjuto y severo eclesiástico hablaba en un tono completamente diferente al dirigirse a una congregación. Su voz era casi suave y a veces reflejaba un auténtico sentido de la caridad.

—Seis veces —susurró Talen a Sparhawk cuando el patriarca de Kadach acompañaba a la multitud en la plegaria final.

—¿Cómo?

—Ha sonreído seis veces durante el sermón. Lo he contado. Aunque las sonrisas no parecen muy naturales en su cara. ¿Qué decidimos hacer al respecto de lo que nos contó ayer Krager? Me quedé dormido.

—Ya lo habíamos advertido. Vamos a hacer que Krager repita lo que nos expuso a nosotros delante de la jerarquía en pleno después de que el coronel Delada haya presentado su informe sobre la conversación de Martel y Annias.

—¿Van a creerlo?

—Creo que sí. Delada es un testigo irrecusable, y Krager va a limitarse a confirmar su testimonio y a agregar detalles. Una vez que se hayan visto obligados a dar crédito al testimonio de Delada, no tendrán gran dificultad en engullir lo que les diga Krager.

—Muy ingenioso —aprobó Talen con admiración—. ¿Sabéis algo, Sparhawk? Ya casi estoy por abandonar la idea de convertirme en emperador de los ladrones. Me parece que entraré en la carrera eclesiástica.

—Dios ampare la fe —rogó Sparhawk.

—Estoy seguro de que lo hará, hijo mío. —Talen sonrió con benevolencia.

Cuando la celebración tocó a su fin y el coro entonó un exaltado cántico, se distribuyeron unas hojas entre los patriarcas en las que se les anunciaba que la jerarquía reanudaría enseguida sus deliberaciones. En diversos puntos de la ciudad interior se habían descubierto seis eclesiásticos de los que faltaban, y habían aparecido dos más que habían estado escondidos en la propia basílica. De los demás aún no se sabía nada. Mientras los patriarcas de la Iglesia desfilaban solemnemente hacia el corredor que conducía a la sala de audiencia, Emban, que se había rezagado para hablar con varias personas, pasó corriendo, sudoroso y jadeante, al lado de Sparhawk y Talen.

—Casi me olvidaba de algo —dijo—. Dolmant debe ordenar que se abran los almacenes de la Iglesia. De lo contrario, es seguro que se producirán motines.

—¿Tendría que ponerme tan gordo como él si quiero dirigir los asuntos de la Iglesia? —susurró Talen—. Las personas obesas no corren muy bien cuando se tuercen las cosas, y es posible que a Emban acaben yéndole mal.

El coronel Delada se hallaba de pie junto a la puerta de la sala de audiencia, con el peto y el yelmo resplandecientes y la capa carmesí inmaculada. Sparhawk se separó de la hilera de caballeros de Iglesia y clérigos que entraban en la estancia y habló un momento con él.

—¿Nervioso? —preguntó.

—No realmente, sir Sparhawk, aunque debo admitir que tampoco estoy ansioso por prestar declaración. ¿Creéis que me harán preguntas?

—Es posible. No dejéis que os azoren. Tomaos vuestro tiempo y repetid con exactitud lo que oísteis en ese sótano. Vuestra reputación hablará por vos, de modo que nadie se atreverá a poner en duda vuestra palabra.

—Espero que no ocasione un tumulto ahí adentro —señaló irónicamente Delada.

—No os preocupéis por eso. El tumulto se iniciará cuando hayan escuchado al testigo que entrará después de vos.

—¿Qué va a decir, Sparhawk?

—No soy libre de confiároslo…, al menos no hasta que hayáis presentado vuestro informe. Tengo prohibido hacer cualquier cosa susceptible de influir vuestra postura neutral. Buena suerte cuando estéis dentro.

Los patriarcas de la Iglesia estaban reunidos en pequeños grupos en la sala, hablando en voz baja. El servicio de acción de gracias cuyas fases había preparado con tanto cuidado Emban había conferido a la mañana un tono solemne que nadie quería turbar. Sparhawk y Talen subieron a la galería donde solían sentarse con sus amigos. Allí Bevier se inclinaba con expresión preocupada y ademán protector hacia Sephrenia, la cual permanecía serenamente sentada vestida con su resplandeciente túnica blanca.

—No hay manera de hacerla entrar en razón —se lamentó Bevier cuando Sparhawk se reunió con ellos—. Hemos conseguido hacer entrar a Platime, Stragen e incluso a la mujer tamul disfrazados de clérigos, pero Sephrenia se ha empecinado en llevar su vestido estirio. He intentado explicarle una y otra vez que no se permite asistir a las deliberaciones de la jerarquía más que a los monarcas y a los miembros del clero, pero no me hace caso.

—Yo soy un miembro del clero, querido Bevier —se limitó a afirmar la estiria—. Soy una sacerdotisa de Aphrael… La sacerdotisa suprema, de hecho. Digamos que estoy aquí en calidad de observadora, como una demostración de la posibilidad de un encuentro ecuménico.

—Yo no mencionaría eso hasta que haya acabado la elección, pequeña madre —aconsejó Stragen—. Provocaríais un debate teológico que podría prolongarse durante varios siglos, y en estos momentos el tiempo apremia.

—Echo un poco de menos a nuestro amigo de enfrente —comentó Kalten, apuntando al lugar vacío en la galería donde solía sentarse Annias—. Daría algo por ver la cara que pondría durante el desarrollo de la agenda de esta mañana.

Tras conferenciar brevemente con Emban, Ortzel y Bergsten, Dolmant asumió su puesto frente al atril, imponiendo así orden en la sala.

—Hermanos y amigos míos —comenzó—, hemos presenciado trascendentales sucesos desde la última vez que nos reunimos aquí. Me he tomado la libertad de solicitar la asistencia de varios testigos para que sus declaraciones contribuyan a clarificar la situación antes de que iniciemos nuestras deliberaciones. Primero, no obstante, debo hablar de la presente condición de los ciudadanos de Chyrellos. El ejército asediante ha dado cuenta de toda la comida que había en la ciudad y ahora la gente se halla en una situación de desesperada necesidad. Pido el permiso de la jerarquía para abrir los almacenes de la Iglesia y aliviar así su sufrimiento. Como representantes de la Iglesia, la caridad es uno de nuestros principales deberes. —Miró en derredor—. ¿Alguna objeción? —inquirió.

Se produjo un total silencio.

—En ese caso queda ordenado así. Procedamos sin más dilación a dar la bienvenida a los monarcas reinantes de Eosia Occidental como nuestros más honrados observadores.

Los presentes se pusieron respetuosamente en pie.

En la parte anterior de la sala sonó una fanfarria de trompetas una gran puerta de bronce se abrió pesadamente dando paso a la realeza del continente. Todos vestían sus atuendos reales y llevaba puestas las coronas. Sparhawk apenas dedicó una mirada a Wargun ni a los otros reyes, concentrado como estaba en la contemplación del perfecto rostro de su prometida. Ehlana estaba radiante. Sparhawk intuyó que, durante los diez años de su exilio en Rendor, muy pocas personas habían prestado atención a su reina, y ello únicamente en funciones o ceremonias de corte en la que se le había otorgado alguna clase de relieve. Por ese motivo, ella disfrutaba de las ocasiones de gala con más intensidad de lo que es común entre los diversos miembros de las otras familias reales. Caminaba junto a los otros monarcas con paso majestuoso, las manos livianamente apoyadas en el brazo de su pariente distante, el anciano rey Obler de Deira, en dirección a los tronos situados en semicírculo desde el extremo del estrado hasta el dorado trono del archiprelado. Según las disposiciones del azar —o tal vez no enteramente debidas al azar— el círculo que formaba el prisma de luz que entraba por la gran ventana redonda emplazada detrás de los tronos caía sobre el trono de Elenia, en el cual tomó asiento Ehlana rodeada de un reluciente halo de dorado resplandor que encantó a Sparhawk.

Una vez sentados los monarcas, el resto de los asistentes volvió a ocupar sus asientos. Dolmant saludó a cada uno de los patriarcas e incluso hizo referencia de paso al ausente rey de Lamorkand, quien, estando acampado Otha dentro de su frontera, tenía otras preocupaciones más acuciantes. Después el patriarca de Demos centró su disertación en la necesidad de trazar un breve resumen de los últimos acontecimientos, resumen que parecía estar dirigido a la gente que había pasado las recientes semanas en la luna. Los testigos de Emban refirieron la destrucción de la ciudad exterior y las atrocidades cometidas por los mercenarios de Martel. Todo el mundo conocía, por supuesto, tales horrores, pero su descripción en vivido detalle contribuyó a crear un ánimo de indignación y una sed de venganza que Emban había considerado pertinentes para impulsar a la jerarquía en la dirección de la militancia y excitar en ellos la urgencia de tomar acciones expeditivas. Probablemente el dato más importante que revelaron aquella media docena de testimonios fue el nombre del hombre que había capitaneado el ejército atacante. El nombre de Martel figuraba prominentemente en el relato de tres de los declarantes, y, antes de llamar al coronel Delada, Dolmant expuso una breve historia del renegado pandion, presentándolo como un mercenario pero omitiendo cualquier referencia a su conexión con el primado de Cimmura. Luego solicitó el testimonio del comandante de la guardia personal del archiprelado, aprovechando para señalar la legendaria neutralidad de aquel hombre totalmente dedicado a su trabajo.

Delada demostró poseer una prodigiosa memoria. Encubrió el origen de su conocimiento del lugar donde iba a celebrarse el encuentro, atribuyéndolo a las «excelentes actividades de inteligencia militar de los caballeros de la Iglesia», describió el sótano y el olvidado acueducto que había supuesto una peligrosa vía de acceso a la propia basílica y a continuación repitió de un modo casi literal la conversación sostenida por Martel y Annias. El hecho de que la refiriera en un tono completamente impasible confirió un gran peso a su testimonio. A pesar de sus sentimientos personales al respecto, Delada se ciñó estrictamente a su código de neutralidad. Mientras hablaba, se oían frecuentes gritos de estupor emitidos por los miembros de la jerarquía y los espectadores.

El patriarca Makova, cubierto de palidez el rostro marcado por la viruela y con la voz entrecortada, se levantó para interrogar al coronel.

—¿Cabe la posibilidad de que las voces que oísteis en la oscuridad del sótano no fueran, de hecho, las de los dos hombres que supuestamente conversaban…, que aquello fuera alguna laboriosa artimaña destinada a desacreditar al primado de Cimmura?

—No, Su Ilustrísima —respondió con firmeza Delada—. Es del todo imposible. Uno de ellos era sin lugar a dudas el primado Annias, el cual se dirigía al otro llamándolo Martel.

—¿Quién os acompañó a ese sótano, coronel? —preguntó sudoroso, cambiando de táctica, Makova.

—Sir Sparhawk de la orden pandion, Su Ilustrísima.

—¡Acabáramos! —exclamó con tono triunfal Makova, sonriendo afectadamente a los otros miembros de la jerarquía—. Así se comprende. Sir Sparhawk profesa desde hace mucho una enemistad personal por el primado Annias. Es evidente que ha manipulado a este testigo.

Delada se puso en pie, rojo de ira.

—¿Estáis llamándome embustero? —inquirió, llevándose la mano a la empuñadura de la espada.

Makova se encogió, con ojos súbitamente desorbitados.

—Sir Sparhawk no me reveló absolutamente nada de antemano, patriarca Makova —aseveró Delada con las mandíbulas comprimidas—. Ni siquiera me dijo quienes eran los hombres que estaban en ese sótano. Yo identifiqué a Annias por mí mismo y a Martel a partir de las palabras de Annias. Y añadiré algo más: Sparhawk es el paladín de la reina de Elenia. Si yo ocupara ese cargo, la cabeza del primado de Cimmura estaría a estas alturas decorando un poste delante de la basílica.

—¿Como os atrevéis? —se indignó Makova.

—El hombre que tan fervientemente anheláis ver ocupando el trono del archiprelado envenenó a la reina de Sparhawk y ahora huye hacia Zemoch para implorar a Otha que lo proteja de las iras de Sparhawk. Será mejor que encontréis otro por quien votar, Su Ilustrísima, porque, incluso si la jerarquía cometiera el error de elegir a Annias de Cimmura, éste no viviría lo suficiente para asumir la dignidad de archiprelado, ya que si Sparhawk no lo mata… ¡lo haré yo! —Delada tenía los ojos encendidos y la espada a medio desenfundar.

Makova se arredró, apabullado.

—Coronel, ¿querríais descansar un momento para sosegaros? —sugirió Dolmant.

—Estoy sosegado, Su Ilustrísima —replicó Delada, envainando la espada—. No estoy ni la mitad de furioso ahora de lo que lo estaba hace unas cuantas horas. Yo no he puesto jamás en entredicho el honor del patriarca de Coombe.

—Tiene mal carácter, ¿eh? —susurró Tynian a Ulath.

—Los pelirrojos son así a veces —respondió sabiamente Ulath.

—¿Queríais formularle más preguntas al coronel, Makova? —preguntó Emban con expresión de inocencia.

Makova regresó con paso airado a su asiento, negándose a contestar.

—Sensata decisión —murmuró Emban con el justo volumen de voz para que lo oyeran todos. Una nerviosa carcajada recorrió la jerarquía.

No era tanto el descubrimiento de que Annias había promovido el ataque a la ciudad lo que escandalizaba y producía un sentimiento de agravio en la jerarquía, pues todos pertenecían al alto clero y comprendían muy bien los excesos a que podía conducir la ambición. A pesar de que los métodos de Annias eran extremos y totalmente reprobables, la jerarquía podía entender sus motivos y tal vez incluso admirar en secreto a un hombre que estaba dispuesto a llegar tan lejos para cumplir sus propósitos. La alianza con Otha era, no obstante, lo que sobrepasaba todos los límites. Muchos de los patriarcas que habían vendido de buen grado sus votos a Annias sonreían incómodos al tiempo que comenzaban a darse cuenta del verdadero alcance de la depravación del hombre con el que se habían aliado.

Por último, Dolmant llamó a Krager y no se molestó en ocultar para nada su carácter y escasa fiabilidad.

Krager, algo más aseado, con cadenas en las muñecas y los tobillos como convenía a su condición de prisionero, demostró ser un brillante testigo. No se esforzó para nada en excusar su actitud, sino que, por el contrario, demostró una franqueza casi brutal al hablar de sus múltiples defectos, llegando incluso a poner en evidencia los detalles del pacto que protegía su cabeza. La jerarquía no pasó por alto el hecho de que tenía motivos sobrados para atenerse estrictamente a la verdad. Los rostros palidecieron. Muchos patriarcas se pusieron a rezar de manera audible. Sonaron gritos de indignación y horror mientras Krager descubría, sin inmutarse y con toda minuciosidad, la monstruosa conspiración que tan cerca había estado de culminar con éxito. El testigo omitió, sin embargo, hacer la más mínima referencia al Bhelliom, ateniéndose a la decisión que habían tomado al trazar las líneas de su declaración.

—Podría haber salido bien —concluyó Krager con tono pesaroso—. Sólo con que hubiéramos dispuesto de un día más antes de la llegada de los ejércitos de los reinos occidentales a Chyrellos, el primado de Cimmura ahora estaría sentado en ese mismo trono. Su primer acto habría sido ordenar la disgregación de las órdenes militares, y el segundo, ordenar a los monarcas elenios el regreso a sus propios reinos y la desmovilización de sus fuerzas militares. Después Otha habría avanzado sin hallar resistencia y, durante generaciones, todos nos habríamos postrado ante Azash. Era un plan muy bueno. —Krager suspiró—. Y me habría convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. —Volvió a suspirar—. Ah, qué se le va hacer —finalizó.

El patriarca Emban, que había permanecido arrellanado en su asiento, juzgando atentamente el estado de ánimo de la jerarquía, se puso en pie.

—¿Tenemos alguna pregunta que plantear a este testigo? —preguntó, mirando intencionadamente a Makova.

Makova no le respondió, ni lo miró siquiera.

—Tal vez, hermanos míos —continuó Emban—, éste sea el momento oportuno para levantar la sesión e ir a comer. —Esbozó una amplia sonrisa y posó las manos sobre su voluminosa panza—. Viniendo de mí tal propuesta, no creo que ésta haya sorprendido a nadie, ¿no es cierto? —les preguntó.

Las risas que suscitó su comentario sirvieron, al parecer, para relajar la tensión.

—Esta mañana nos ha deparado muchas cosas sobre las que reflexionar, hermanos míos —prosiguió con seriedad el obeso eclesiástico—, y, por desgracia, contamos con poco tiempo para ello. Estando Otha acampado en Lamorkand Oriental, tenemos poco tiempo para dedicarlo a la reflexión prolongada.

Dolmant aplazó la sesión para una hora más tarde.

A petición de Ehlana, Sparhawk y Mirtai se reunieron con ella en una pequeña habitación de la basílica para tomar una comida fría. La joven reina parecía un poco distraída y, en lugar de comer, garabateaba a toda prisa en un papel.

—Ehlana —la conminó Mirtai—, comed. Os vais a quedar en los huesos si no coméis.

—Por favor, Mirtai —alegó la reina—, estoy intentando redactar un discurso. Debo hablar ante la jerarquía esta tarde.

—No tenéis que decir gran cosa —la tranquilizó Sparhawk—. Limitaos a hacerles saber lo honrada que os sentís por poder presenciar sus deliberaciones, exponed algunos detalles poco halagadores sobre Annias e invocad la bendición de Dios en los debates.

—Ésta es la primera vez que una reina se dirige a ellos, Sparhawk —señaló cáusticamente la joven.

—Han existido reinas antes que vos.

—Sí, pero ninguna de ellas ocupó un trono durante una elección. Lo he consultado. Ésta será una primicia histórica, y no quiero quedar en ridículo.

—Tampoco querréis desmayaros —terció Mirtai, volviendo a acercarle perentoriamente el plato a la reina.

Mirtai, concluyó Sparhawk, era una auténtica tirana.

Sonó un golpecito en la puerta y Talen entró, con una sonrisa maliciosa.

—Sólo he venido a anunciaros que el rey Soros no pronunciará su discurso a la jerarquía esta tarde —comunicó a Sparhawk después de dedicar una reverencia a Ehlana—, de modo que no tenéis que preocuparos por la posibilidad de ser denunciado como un canalla.

—¿Oh?

—Su Majestad debe de haber cogido frío y ello le ha afectado a la garganta, porque no puede hablar más que en susurros.

—Qué extraño. —Ehlana frunció el entrecejo—. No ha hecho realmente frío estos días. No quiero desearle mal al rey de Kelosia, pero ¿no es éste un afortunado incidente?

—La suerte no ha tenido nada que ver con esto, Su Majestad. —Talen esbozó una mueca—. Sephrenia casi se ha dislocado la mandíbula y a punto ha estado de quedar con los dedos entrelazados de lo que le ha costado invocar el hechizo. Excusadme. Debo ir a decírselo a Dolmant y Emban y después tendré que prevenir a Wargun para que no le dé un porrazo en la cabeza a Soros para mantenerlo callado.

Cuando hubieron acabado de comer, Sparhawk acompañó a las dos damas a la sala de audiencia.

—Sparhawk —dijo Ehlana justo antes de entrar—, ¿apreciáis a Dolmant, el patriarca de Demos?

—Mucho —respondió el caballero—. Es uno de mis más viejos amigos… y eso no se debe únicamente a que haya sido un pandion.

—A mí también me gusta —reconoció ella, sonriendo, como si acabara de dejar algo bien asentado.

Dolmant reanudó la sesión y después fue pidiendo a cada uno de los monarcas que dirigieran su alocución a la asamblea de patriarcas. Como Sparhawk había previsto, los reyes fueron levantándose por turno, dieron las gracias a la jerarquía por el permiso de estar presentes, hicieron algunas referencias a Annias, Otha y Azash, y luego invocaron la bendición de Dios sobre las deliberaciones.

—Y ahora, hermanos y amigos —anunció Dolmant—, hoy tenemos el placer de asistir a una rara ocasión. Por primera vez en la historia, una reina nos dirigirá la palabra. —Esbozó una sonrisa—. Por nada del mundo querría ofender a los poderosos reyes de Eosia Occidental, pero debo admitir con todo el candor que Ehlana, soberana de Elenia, es mucho más hermosa que ellos, y creo que quizá sea para nosotros una sorpresa descubrir que es tan sabia como bella.

La reina de Elenia se ruborizó encantadoramente. Durante el resto de su vida, Sparhawk nunca logró descubrir cómo podía enrojecer a voluntad. Ella trató incluso de explicárselo unas cuantas veces, pero aquello era algo que se hallaba fuera de los límites de su comprensión.

Ehlana se levantó y permaneció de pie con la cabeza gacha un momento, como si estuviera confundida por el halagador cumplido.

—Os doy las gracias, Su Ilustrísima —dijo con voz clara y sonora al alzar la cabeza y mostrar una resuelta expresión en el rostro del cual había desaparecido, por cierto, toda traza de sonrojo.

A Sparhawk le dio de repente un sospechoso vuelco el corazón.

—Agarraos bien, caballeros —advirtió a sus amigos—. Conozco esa mirada. Me parece que nos depara unas cuantas sorpresas.

—También debo expresar mi gratitud a la jerarquía por permitirme estar presente —inició su disertación Ehlana—, y sumaré mis oraciones a las de los otros soberanos, pidiendo a Dios que tenga a bien conceder a estos nobles eclesiásticos la sabiduría necesaria en sus deliberaciones. Puesto que soy la primera mujer que ha dirigido nunca un discurso a la jerarquía en tales circunstancias, ¿puedo solicitar la indulgencia de los patriarcas reunidos y poder añadir unas cuantas observaciones? Si mis palabras parecen frívolas, estoy convencida de que los cultos patriarcas sabrán perdonarme. Yo sólo soy una mujer, joven aún, y todos sabemos que las jóvenes a veces se dejan ganar por el entusiasmo y hacen un triste papel. —Hizo una pausa—. ¿Entusiasmada, he dicho? —continuó, con la voz tan prístina como una trompeta de plata—. ¡No, caballeros, digamos más bien que estoy furiosa! Ese monstruo, esa calculadora y despiadada bestia, ese…, ese Annias asesinó a mi amado padre. ¡Abatió al más sabio y piadoso monarca de toda Eosia!

—¿Aldreas? —susurró Kalten con incredulidad.

—¡Y después —prosiguió con la misma resonante voz—, no contento con desgarrarme el corazón, ese voraz salvaje pretendió acabar con mi vida también! Nuestra Iglesia está mancillada ahora, caballeros, manchada porque ese villano profesó las sagradas órdenes. Vendría aquí, suplicante, a rogar, a exigir justicia, pero pienso hacer cumplir mi propia justicia en el cuerpo del hombre que asesinó a mi padre. Yo solo soy una frágil mujer, pero tengo un paladín, caballeros, un hombre que a mis órdenes buscará y encontrará a ese monstruoso Annias aunque fuera a esconderse en los mismos abismos del infierno. Annias comparecerá ante mí. Lo juro delante de todos vosotros, y las generaciones aún por nacer temblarán ante el recuerdo del destino que ahora le aguarda. Nuestra Santa Madre Iglesia no debe preocuparse por dispensar justicia a ese malnacido. La Iglesia es amable, compasiva, pero yo, caballeros, no lo soy.

Y todo aquello lo decía aparentando sumisión a los dictados de la Iglesia, se admiró Sparhawk. Ehlana había guardado de nuevo silencio, irguiendo el juvenil rostro en actitud de vengativa determinación.

—¿Pero qué hay de este galardón? —preguntó, volviéndose a mirar intencionadamente el trono oculto en tela—. ¿A quién le otorgaréis esta sede para cuya consecución Annias estaba dispuesto a anegar el mundo en sangre? ¿Sobre quién descenderá este ornado mueble? Pues no os equivoquéis, amigos míos, ya que esto es lo que es, un mueble pesado, engorroso y, estoy segura, no muy confortable. ¿A quién sentenciaréis a soportar las terribles cargas de inquietud y responsabilidad que acompañan a esta silla y que el elegido estará obligado a sobrellevar en esta tenebrosa hora de la vida de nuestra Santa Madre? Debe ser sabio, huelga decirlo, pero todos los patriarcas de la Iglesia lo son. También debe ser valiente, ¿pero no son todos valerosos como leones? Debe ser astuto, y no cometer errores, pues media una gran diferencia entre sabiduría y astucia. Ha de ser inteligente, pues se enfrenta al señor del engaño. No a Annias, aun cuando éste sea un redomado embustero; no a Otha, hundido en su propia e imprudente disipación; sino al propio Azash. ¿Cuál de vosotros tendrá fuerza, sagacidad y voluntad comparables a las de ese engendro del infierno?

—¿Qué está haciendo?, —susurró Bevier con tono de estupefacción.

—¿No es evidente, caballero? —murmuró cortésmente Stragen—. Está eligiendo un nuevo archiprelado.

—¡Eso es absurdo! —exclamó Bevier—. ¡Es la jerarquía la que elige al archiprelado!

—En la presente situación, sir Bevier, os elegirían a vos si ella os apuntara con ese pequeño dedo rosado. Miradlos. Tiene a toda la jerarquía en un puño.

—Tenéis guerreros entre vosotros, reverendos patriarcas —decía Ehlana—, hombres fuertes y arrojados, ¿pero podría un archiprelado acorazado con armadura hacer algo contra el engañoso Azash? Contáis con teólogos en vuestras filas, mis señores de la Iglesia, hombres de intelecto tan prominente que son capaces de percibir la mente y los designios del propio Dios, ¿pero preparados para contener al maestro de las mentiras? Están aquéllos versados en leyes eclesiásticas y los que son ases en la política. También disponéis de hombres fuertes y de otros valerosos. Existen los mansos, y los compasivos. ¡Si pudiéramos elegir a la totalidad de la jerarquía en pleno, seríamos invencibles, y las puertas del infierno no podrían causarnos ningún mal! —Ehlana se tambaleó, llevándose una temblorosa mano a la frente—. Perdonadme, caballeros —se disculpó con débil voz—. Los efectos del veneno con que la serpiente Annias pretendió arrebatarme la vida todavía se dejan sentir.

Sparhawk se dispuso a ponerse en pie.

—Oh, sentaos, Sparhawk —le indicó Stragen—. Vais a malograr su representación si bajáis tintineando hasta ella ahora. Creedme, se encuentra perfectamente bien.

—Nuestra Santa Madre necesita un paladín, mis señores de la Iglesia —continuó Ehlana con voz cansina—, un hombre que sea el compendio y la esencia de la misma jerarquía, y creo que en el fondo de vuestros corazones todos sabéis quién es ese hombre. Que Dios os dé la sabiduría, la clarividencia, para dirigiros a aquel que ya ahora se halla en medio de vosotros, envuelto en genuina humildad, pero extiende su dócil mano para guiaros, tal vez sin saber siquiera que lo hace, puesto que este modesto patriarca quizás hasta ignora que por él habla la Voz de Dios. ¡Buscadlo en vuestros corazones, mis señores de la Iglesia, y descargad este peso sobre él, pues sólo él puede ser nuestro adalid!

Volvió a tambalearse y las piernas comenzaron a doblársele.

Después se marchitó como una flor. El rey Wargun, con devoción pintada en el semblante y los ojos anegados en lágrimas, se levantó de un salto y la sostuvo cuando caía.

—El toque perfecto —dijo admirativamente Stragen, sonriendo—. Pobre, pobre, Sparhawk —añadió—. No tenéis la más mínima esperanza, ¿sabéis?

—Stragen, ¿queréis callaros?

—¿Qué sentido tenía todo esto? —preguntó Kalten con tono de desconcierto.

—Acaba de designar un archiprelado, sir Kalten —le comunicó Stragen.

—¿A quién? Si no ha mencionado ni un nombre.

—¿Aún no lo veis claro? Ha ido eliminando cuidadosamente al resto de los contendientes. Sólo queda una posibilidad. Los otros patriarcas saben quién es y lo elegirán… en cuanto uno de ellos se atreva a mencionar su nombre. Yo mismo os lo diría, pero no quiero privaros del placer del espectáculo.

El rey Wargun había tomado en brazos a la en apariencia desvanecida Ehlana y estaba llevándola hacia la puerta de bronce situada a un lado de la sala.

—Id con ella —indicó Sephrenia a Mirtai—. Tratad de sosegarla. Está muy excitada en estos momentos… y no permitáis que el rey Wargun vuelva aquí. Podría dejar escapar algo que lo echara a perder todo.

Mirtai asintió con la cabeza y se apresuró a bajar por las gradas.

La sala rebullía con excitadas conversaciones. El ímpetu y la pasión de Ehlana los había contagiado a todos. El patriarca Emban, que permanecía sentado con los ojos desorbitados a causa del estupor, esbozó una amplia sonrisa y después, tapándose la boca con la mano, se puso a reír.

—… obviamente poseída por la divina mano del propio Dios —aseveraba animadamente no lejos de él un monje a otro—. ¿Pero una mujer? ¿Por qué iba a hablar Dios por boca de una mujer?

—Sus vías son misteriosas —señaló el otro monje con reverencia en la voz—, e insondables para el hombre.

—Hermanos y amigos míos —se dirigió el patriarca Dolmant al público tras restablecer, no sin cierta dificultad, el orden—. Debemos, desde luego, disculpar a la reina de Elenia por su arrebato emocional. La conozco desde la niñez y os aseguro que de costumbre es una joven que posee un gran autocontrol. Debe de ser sin duda como ella ha sugerido: los últimos restos del veneno todavía persisten y la inducen a veces a tener un comportamiento irracional.

—Oh, es increíble —comentó, riendo, Stragen a Sephrenia—. El ni siquiera se ha dado cuenta.

—Stragen —le ordenó vivamente la mujer—, silencio.

—Sí, pequeña madre.

Ofreciendo un imponente aspecto con la cota de mallas y el yelmo adornado con cuernos de ogro, el patriarca Bergsten se puso en pie y arañó el suelo de mármol con el extremo de su hacha de guerra.

—¿Permiso para hablar? —preguntó, aunque aquello no sonó como una demanda.

—Desde luego, Bergsten —lo animó Dolmant.

—No estamos aquí para discutir el hipocondríaco desvanecimiento de la reina de Elenia —manifestó el corpulento patriarca de Emsat—. Estamos aquí para seleccionar un archiprelado. Propongo que procedamos a ese quehacer. Con ese fin, nombro candidato a Dolmant, patriarca de Demos. ¿Quién unirá su voz a la mía en esta designación?

—¡No! —exclamó Dolmant, consternado.

—La protesta del patriarca de Demos queda desestimada —declaró Ortzel, poniéndose en pie—. Según la costumbre y la ley, en calidad de persona propuesta como candidato no puede hablar hasta que esta cuestión haya sido decidida. Con el consentimiento de mis hermanos, pediría al apreciado patriarca de Usara que asuma la presidencia. —Paseó la mirada en derredor y no captó ninguna señal de desacuerdo.

Emban, todavía con una enorme sonrisa en el rostro, se dirigió con paso pesado al atril y despidió caballerosamente a Dolmant realizando un gesto con su regordeta mano.

—¿Ha terminado el patriarca de Kadach de exponer sus observaciones? —inquirió.

—No —respondió Ortzel—. Aún no. —Con el semblante tan severo y triste como era habitual en él y sin dar muestra alguna del dolor que debía de causarle, agregó con firmeza—: Uno mi voz a la de mi hermano de Emsat. El patriarca Dolmant es el único candidato posible a la archiprelatura.

Entonces Makova se puso de pie con una mortal palidez en la cara y las mandíbulas comprimidas.

—¡Dios os castigará por este ultraje! —casi escupió a los demás patriarcas—. ¡Yo no pienso tomar parte en este despropósito! —Giró sobre sus talones y salió hecho una furia de la sala.

—Al menos es honrado —observó Talen.

—¿Honrado? —exclamó Berit—. ¿Makova?

—Por supuesto, venerado maestro. —El chico sonrió—. Una vez que alguien ha comprado a Makova, éste permanece vendido… sea cual sea la evolución de los acontecimientos.

Los patriarcas fueron alzándose uno tras otro para aprobar el nombramiento de Dolmant. Emban adoptó una expresión maliciosa cuando se hubo pronunciado el último de ellos, un frágil anciano de Cammoria a quien hubieron de ayudar para ponerse en pie y murmurar el nombre de Dolmant con quebradiza voz.

—Bien, Dolmant —constató Emban con burlona sorpresa—, parece que ya sólo faltamos vos y yo. ¿Hay alguien a quien queráis proponer como candidato, amigo mío?

—Os lo ruego, hermanos míos —suplicó Dolmant—, no hagáis esto.

—El patriarca de Demos no habla oportunamente —señaló con suavidad Ortzel—. Debe proponer un nombre o callar.

—Lo siento, Dolmant. —Emban sonrió—. Pero ya habéis oído lo que ha dicho. Oh, por cierto, yo uniré mi voz a la de los demás para nombraros a vos. ¿Estáis seguro de que no queréis proponer a nadie? —Aguardó—. Muy bien, pues. Son ciento veintiséis designaciones a favor del patriarca de Demos, un abandono y una abstención. ¿No es asombroso? ¿Vamos a votar, hermanos míos, o ahorraremos tiempo limitándonos a declarar archiprelado a Dolmant por aclamación? Guardaré silencio para escuchar vuestra respuesta.

—¡Dolmant! —se alzó primero una sola voz, profunda, desde la parte inferior de las gradas.

—¡Dolmant! —vociferaron pronto al unísono todos—. ¡Dolmant!

El clamor duró un rato, hasta que Emban levantó la mano pidiendo silencio.

—Siento tremendamente tener que ser yo el que os lo diga, viejo amigo —señaló, arrastrando las palabras, a Dolmant—, pero me parece que ya no sois un patriarca. ¿Por qué no os retiráis unos momentos al vestuario con un par de nuestros hermanos para que os ayuden a probaros vuestro nuevo hábito?