Capítulo 6

Era casi el crepúsculo cuando Sparhawk abrió silenciosamente la puerta del dormitorio de su reina y se quedó mirándola. Su cara estaba enmarcada por los abundantes cabellos rubios desparramados en la almohada, que reflejaban la dorada luz de la vela que ardía al lado de la cama. Tenía los ojos cerrados y el rostro sereno y apacible. El caballero había descubierto en el transcurso de las últimas jornadas que una adolescencia pasada en la corrupta corte dominada por el primado Annias había dejado en su semblante la marca de un recelo defensivo y una férrea determinación. Cuando dormía, no obstante, su expresión adquiría la misma luminosa dulzura que tanto lo había prendado cuando era una niña. Para sus adentros, y ahora sin reservas, reconocía que amaba a esa pálida muchacha, a pesar de que todavía le costaba hacerse a la idea de que Ehlana ya era toda una mujer y no una niña. Con una imprecisa punzada de dolor, Sparhawk admitió para sí que no era realmente digno de ella. Aunque sentía la tentación de aprovechar su enamoramiento de chiquilla, sabía que no sólo era reprobable moralmente, sino que, asimismo, podría causarle a ella muchos sufrimientos en el futuro. Decidió que en modo alguno cargaría a la mujer que amaba con los achaques que pronto le traería la edad.

—Sé que estáis ahí, Sparhawk. —Sin abrir los ojos, la joven esbozó una sonrisa—. ¿Sabéis? Siempre me encantó esto cuando era niña. A veces, sobre todo cuando comenzabais a darme clase de teología, me quedaba dormida… o fingía estarlo. Entonces continuabais hablando un rato y luego os limitabais a seguir sentado, mirándome. Me hacía sentir tan protegida, tan segura y tan al margen de peligros… Esos momentos fueron probablemente los más felices de mi vida. Y pensar que, cuando nos hayamos casado, contemplaréis cada noche cómo me duermo en vuestros brazos, y yo sabré que nada en el mundo puede hacerme daño porque siempre estaréis cuidándome. —Abrió sus calmados ojos grises—. Venid aquí y besadme, Sparhawk —le dijo, alargándole los brazos.

—No es correcto, Ehlana. No estáis vestida del todo, y estáis en la cama.

—Estamos prometidos, Sparhawk. Disponemos de una cierta libertad en estas cuestiones. Además, yo soy la reina y yo decidiré lo que es correcto y lo que no lo es.

Sparhawk cedió y la besó. Como había notado antes, Ehlana había dejado atrás, sin margen de duda, la niñez.

—Soy demasiado viejo para vos, Ehlana —volvió a recordarle con suavidad, deseoso de interponer firmemente entre ellos aquel razonamiento—. Sabéis que estoy en lo cierto.

—Tonterías. —Todavía le rodeaba el cuello con los brazos—. Os prohíbo que envejezcáis. Ya está, ¿no queda solucionado?

—Esto sí que carece de sentido. Es lo mismo que si ordenarais que cesasen las mareas.

—Eso no lo he probado todavía, Sparhawk, y, hasta que lo haga, no sabemos de fijo si obtendría resultado, ¿no es verdad?

—Me rindo —capituló riendo.

—Oh, estupendo. Me encanta ganar. ¿Tenéis algo importante que decirme, o simplemente habéis venido para comerme con los ojos?

—¿Os molesta?

—¿Que me comáis con los ojos? Por supuesto que no. Contempladme hasta hartaros, querido. ¿Os gustaría ver más?

—¡Ehlana!

Su risa fue una rutilante cascada.

—Bueno, centrémonos en asuntos más serios —la reprendió el caballero.

—Lo decía en serio, Sparhawk…, muy en serio.

—Los caballeros pandion, yo incluido, deberemos abandonar Cimmura dentro de poco, me temo. El venerado Clovunus está consumiéndose rápidamente y, tan pronto como fallezca, Annias va a poner en marcha una ofensiva para acceder al trono del archiprelado. Ha inundado las calles de Chyrellos con tropas que le son leales y, a menos que las órdenes militantes estén allí para detenerlo, se hará con el trono.

El rostro de la joven volvió a adoptar aquella dureza como de pedernal.

—¿Por qué no os lleváis a ese gigantesco thalesiano, sir Ulath, cabalgáis hasta Chyrellos y le cortáis la cabeza a Annias? Después volved enseguida. No me dejéis tiempo para sentirme sola.

—Una idea interesante, Ehlana. Sin embargo, me alegra que no la hayáis planteado delante de Ulath. La cuestión a que conduce lo que os estaba explicando es que, cuando nos vayamos, vais a quedaros indefensa aquí. ¿Qué os parecería la perspectiva de venir con nosotros?

—Me gustaría, Sparhawk —respondió tras reflexionar unos instantes—, pero no veo cómo puedo hacerlo en estos momentos. He estado incapacitada durante bastante tiempo y debo quedarme en Cimmura para reparar los estragos causados por Annias mientras yo estaba dormida. Tengo responsabilidades, amor.

—Estábamos casi convencidos de que pensaríais así, por lo cual hemos ideado un plan alternativo para garantizar vuestra seguridad.

—¿Vais a utilizar la magia y encerrarme a cal y canto en el palacio? —bromeó con ojos maliciosos.

—No nos lo habíamos planteado —concedió el caballero—. De cualquier modo, creo que no surtiría el efecto deseado. Tan pronto como Annias tuviera constancia de lo que habíamos hecho, enviaría soldados aquí para tomar la ciudad. Sus secuaces podrían gobernar el reino desde fuera de los muros de palacio y vos no podríais hacer gran cosa para detenerlos. Lo que vamos a hacer es reunir una especie de ejército para protegeros a vos y a la ciudad, dando así tiempo a que nuestras propias huestes regresen de Arcium.

—La expresión «una especie de ejército» suena un poco incierta, Sparhawk. ¿De dónde vais a sacar tantos hombres?

—De las calles, y de las granjas y pueblos.

—Oh, vaya por Dios, Sparhawk. Maravilloso —exclamó con tono irónico—. ¿Van a tener que defenderme cavadores de zanjas y labriegos?

—También ladrones y matones, mi reina.

—¿Estáis hablando en serio?

—Así es. No os cerréis de banda a la idea. Esperad a oír los detalles… Y hay un par de canallas que están en camino para entrevistarse con vos. No toméis ninguna decisión hasta haber hablado con ellos.

—Me parece que estáis completamente loco, Sparhawk. Os sigo queriendo, pero parece que se os está ablandando el cerebro. No se puede armar un ejército con peones de albañil y destripaterrones.

—¿De veras? ¿De dónde suponéis que proceden los soldados rasos que componen vuestro ejército, Ehlana? ¿No los reclutan en las calles y en las granjas?

—No había pensado en eso —admitió, frunciendo el entrecejo, la joven—, pero sin generales no voy a tener un ejército digno de tal nombre.

—Eso es lo que van a parlamentar con vos los dos hombres que acabo de mencionar, Su Majestad.

—¿Por qué será que «Su Majestad» siempre suena tan frío y distante cuando vos lo pronunciáis, Sparhawk?

—No cambiéis de tema. ¿Aceptáis demorar vuestra decisión al respecto, pues?

—Si vos lo decís, pero sigo viéndolo un tanto incierto. Ojalá vos pudierais quedaros aquí.

—A mí también me gustaría, pero… —Abrió los brazos en señal de impotencia.

—¿Dispondremos alguna vez de tiempo para nosotros?

—No tardaremos, Ehlana, pero debemos quitar de en medio a Annias. Lo comprendéis, ¿verdad?

—Supongo que sí —concedió suspirando.

Talen y Berit regresaron al poco rato con Platime y Stragen. Sparhawk salió a recibirlos en la antesala mientras Ehlana se ocupaba de aquellos detalles de última hora que siempre intervienen en el acto que hace que una mujer esté «presentable».

Stragen iba ataviado con suma elegancia, pero el patoso Platime de negra barba, jefe de mendigos, ladrones, matones y prostitutas, parecía marcadamente fuera de lugar.

—¡Hola, Sparhawk! —bramó el gordo personaje, que había sustituido su jubón naranja manchado de comida por otro de terciopelo azul que no le sentaba muy bien.

—Platime —repuso gravemente Sparhawk—. Tenéis un elegante aspecto esta noche.

—¿Os gusta? —Platime dio un tirón a la pechera de su jubón con expresión complacida. Dio una vuelta completa y Sparhawk advirtió varios desgarrones de puñal en la parte posterior de la prenda de gala del ladrón—. Hace varios meses que le había puesto el ojo encima. Al fin convencí a su antiguo propietario para que se desprendiera de él.

—Milord. —Sparhawk dedicó una reverencia a Stragen.

—Caballero —respondió Stragen, inclinándose también.

—¿Y bien, de qué trata todo esto? —preguntó Platime—. Talen estaba parloteando sobre la descabellada idea de componer una guardia local de algún tipo.

—Guardia local. Una buena manera de denominarlo —aprobó Sparhawk— el conde de Lenda se reunirá con nosotros en breves momentos y después me consta que Su Majestad efectuará su entrada por esa puerta de ahí…, detrás de la cual debe de estar escuchando en estos instantes.

En el dormitorio de la reina sonó un enojado pisotón.

—¿Cómo van los negocios? —preguntó Sparhawk al obeso gobernante de los bajos fondos de Cimmura.

—Bastante bien. —El gordo individuo irradiaba satisfacción—. Esos soldados eclesiásticos extranjeros que el primado envió para apoyar al bastardo Lycheas eran muy inocentes. Les robamos a mansalva.

—Estupendo. Me gusta que mis amigos se desenvuelvan bien.

Se abrió la puerta y el anciano conde de Lenda entró arrastrando los pies en la estancia.

—Excusad mi retraso, Sparhawk —se disculpó—. Ya no estoy en condiciones óptimas para correr.

—Es perfectamente comprensible, mi señor de Lenda —reconoció Sparhawk—. Caballeros —dijo a los dos ladrones—, tengo el honor de presentaros al conde de Lenda, director del consejo de Su Majestad. Mi señor, éstos son los dos hombres que dirigirán vuestra guardia local. Éste es Platime y éste, milord Stragen de Emsat.

Todos realizaron reverencias…, al menos Platime lo intentó.

—¿Milord? —preguntó extrañado Lenda a Stragen.

—Una afectación, mi señor de Lenda. —Stragen esbozó una irónica sonrisa—. Es un remanente de una juventud dilapidada.

—Stragen es uno de los mejores —alabó Platime—. Tiene algunas ideas estrafalarias, pero le va muy bien, incluso mejor que a mí algunas semanas.

—Me abrumáis —murmuró Stragen con una reverencia.

Sparhawk atravesó la habitación hasta la puerta del dormitorio de la reina.

—Estamos todos reunidos, mi reina —anunció.

Tras una pausa, Ehlana se personó, vestida con una túnica de satén azul cielo y tocada con una discreta tiara de diamantes.

—Su Majestad —saludó ceremoniosamente Sparhawk—, ¿puedo presentaros a Platime y Stragen, vuestros generales?

—Caballeros —dijo ella con una breve inclinación de la cabeza.

Platime volvió a intentar efectuar una reverencia, pero Stragen compensó con su elegancia la torpeza de su amigo.

—Una preciosidad, ¿no os parece? —comentó Platime a su rubio compañero.

Stragen esbozó una mueca de alarma. Ehlana manifestó cierto desconcierto y para disimularlo paseó la mirada por la estancia.

—Primero ¿dónde están nuestros otros amigos? —preguntó.

—Han vuelto al castillo principal, mi reina —la informó Sparhawk—. Deben realizar preparativos. Pero Sephrenia ha prometido regresar más tarde.

Tendió el brazo y la escoltó hasta una silla profusamente adornada situada junto a la ventana. La reina tomó asiento y dispuso con cuidado los pliegues de su túnica.

—Con vuestro permiso… —solicitó Stragen a Sparhawk.

El pandion puso cara de estupor. Stragen se encaminó a la ventana, dirigiendo un gesto con la cabeza Ehlana al pasar, y corrió las pesadas cortinas. La reina se quedó mirándolo, sin comprender.

—Es una gran imprudencia sentarse de espaldas a una ventana descubierta en un mundo donde existen las ballestas, Majestad —explicó con una nueva reverencia—. Tenéis muchos enemigos.

—El palacio es totalmente seguro, milord Stragen —adujo Lenda.

—¿Queréis decírselo vos? —preguntó cansadamente Stragen a Platime.

—Mi señor de Lenda —indicó educadamente el obeso rufián—, yo podría introducir treinta hombres en el recinto de palacio en unos diez minutos. Los caballeros son muy buenos en un campo de batalla, supongo, pero es difícil alzar la mirada cuando se lleva yelmo. En mi juventud, estudié el arte del allanamiento de morada. Un buen ladrón se encuentra tan a gusto en un tejado como en la calle. —Suspiró—. ¡Qué tiempos aquéllos! —rememoró—. No hay nada como un buen robo a domicilio para hacer correr la sangre en las venas.

—Pero sería un tanto complicado para un hombre que pesa ciento treinta kilos —agregó Stragen—. Incluso un tejado de pizarra no sería capaz de resistirlo.

—No estoy realmente tan gordo, Stragen.

—Por supuesto que no.

—¿Qué estáis haciéndome, Sparhawk? —preguntó Ehlana, que parecía genuinamente alarmada.

—Protegiéndoos, mi reina —respondió éste—. Annias os quiere muerta. Ya lo ha demostrado. Tan pronto como se entere de vuestra recuperación, volverá a intentarlo. Los hombres que envíe para asesinaros no serán caballeros y no dejarán sus tarjetas al lacayo de la puerta cuando vengan. Entre los dos, Platime y milord Stragen, lo conocen prácticamente todo en lo que concierne a la irrupción furtiva en diferentes lugares y podrán tomar las medidas pertinentes.

—Podemos garantizar a Su Majestad que nadie se colará delante de nosotros a menos que seamos cadáveres —le aseguró Stragen con su profunda y agradable voz—. Trataremos de no infligiros molestias, pero me temo que habréis de someteros a ciertas restricciones en vuestra libertad de movimientos.

—¿Como no sentarme cerca de una ventana abierta?

—Exactamente. Elaboraremos una lista de sugerencias y os la haremos llegar a través del conde de Lenda. Platime y yo somos hombres de negocios, y Su Majestad podría encontrar angustiosa nuestra presencia. Nos quedaremos en un segundo plano en la medida de lo posible.

—Vuestra delicadeza es exquisita, milord —lo halagó—, pero no me siento en absoluto angustiada por la presencia de hombres honrados.

—¿Honrados? —Platime rió roncamente—. Me parece que acaban de insultarnos, Stragen.

—Mejor un honrado matón que un cortesano sin honor —sentenció Ehlana—. ¿De veras hacéis eso? Matar a la gente, me refiero.

—Yo liquidé a unas cuantas personas en mis tiempos, Su Majestad —admitió el hombre con un encogimiento de hombros—. Es una manera sigilosa de averiguar qué lleva un hombre en la bolsa, y a mí siempre me ha despertado curiosidad esa cuestión. Hablando de ello, tú mismo podrías decírselo, Talen.

—¿De qué se trata? —inquirió Sparhawk.

—Hay una pequeña tarifa de por medio —contestó Talen.

—¡Oh!

—Stragen ha ofrecido voluntariamente sus servicios sin cargo alguno —explicó el chico.

—Sólo por la experiencia, Sparhawk —aclaró el rubio norteño—. La corte del rey Wargun es algo rudimentaria, mientras que la de Elenia tiene fama de ser exquisitamente cortés y totalmente depravada. Un hombre estudioso siempre aprovecha estas ocasiones para ampliar su cultura. Platime, en cambio, no es tan ilustrado. El quiere algo un poco más tangible.

—¿Como por ejemplo? —preguntó sin rodeos Sparhawk al gordo personaje.

—Estoy comenzando a plantearme la posibilidad de retirarme, Sparhawk, a alguna tranquila finca en el campo donde pueda entretenerme en compañía de un grupo de inmorales jóvenes, con perdón de Su Majestad. Lo cierto es que un hombre no puede disfrutar de sus años de decadencia si tiene a sus espaldas varios delitos penados con la horca. Protegeré a la reina con mi vida si ella puede concederme de corazón el perdón por mis anteriores indiscreciones.

—¿Y decidme, maese Platime, de qué clase de indiscreciones estáis hablando? —preguntó con suspicacia Ehlana.

—Oh, nada que sea digno de mención, Su Majestad —respondió éste, restándole importancia—. Hay unos cuantos asesinatos no intencionados, robos diversos, asaltos, extorsiones, allanamientos de domicilio, incendio premeditado, contrabando, bandolerismo, robo de ganado, pillaje de un par de monasterios, regentamiento no autorizado de burdeles… Esa clase de cosas.

—Os habéis mantenido muy activo, ¿eh, Platime? —se admiró Stragen.

—Es una manera de pasar el tiempo. Creo que lo mejor sería un perdón general, Majestad. Es posible que olvide alguna que otra ofensa.

—¿Existe algún delito que no hayáis cometido, maese Platime? —inquirió con severidad la reina.

—La baratería, me parece, Su Majestad. Claro que, como no estoy muy seguro de lo que significa, no puedo afirmarlo categóricamente.

—Es cuando el capitán de un barco lo hunde para robar el cargamento —le informó Stragen.

—No, nunca he hecho eso. Y tampoco he tenido contacto carnal con un animal, ni he practicado la brujería ni cometido traición.

—Esos son realmente los más graves, supongo —concedió Ehlana con expresión de absoluta seriedad—. Me preocupan mucho las costumbres morales de los alocados corderitos.

Platime estalló en estentóreas carcajadas.

—A mí también, Majestad. Me he pasado noches enteras en blanco dándole vueltas a eso.

—¿Qué fue lo que os mantuvo incólume a la traición, maese Platime? —preguntó el conde de Lenda con curiosidad.

—La falta de ocasión, seguramente, mi señor —reconoció Platime—, aunque de todas formas dudo mucho que hubiera sucumbido a esa clase de cosas. Los gobiernos inestables ponen nervioso y receloso al pueblo. Entonces comienzan a proteger sus bienes de valor, y eso dificulta mucho la vida de los ladrones. Y bien, Majestad, ¿haremos trato?

—¿Un perdón generalizado a cambio de vuestros servicios? ¿Durante todo el tiempo que yo los requiera? —replicó.

—¿Qué se supone que significa eso último? —preguntó con suspicacia el rufián.

—Oh, nada en absoluto, maese Platime —repuso inocentemente ella—. No quiero que os canséis y me abandonéis justo cuando más os necesite. Me sentiría desolada sin vuestra compañía. ¿Y bien?

—¡Hecho, por Dios! —bramó. Luego se escupió en la palma de la mano y se la tendió a la reina.

Ésta miró a Sparhawk con semblante confundido.

—Es una costumbre, Su Majestad —explicó el caballero—. Vos también os escupís en la mano y después ambos unís las palmas. Eso cierra el trato.

La reina se encogió ligeramente y después siguió las instrucciones.

—Ya está —anunció un tanto dubitativa.

—Pues lo dicho —declaró enfáticamente Platime—. Ahora es como si fuerais lo mismo que mi hermana pequeña, y, si alguien os ofende u os amenaza, le abriré las entrañas y después vos podéis ponerle carbones al rojo vivo dentro con vuestras manitas.

—Sois muy amable —dijo con tono desfalleciente la joven.

—Os la han pegado, Platime. —Talen se desternillaba de risa.

—¿De qué estás hablando? —replicó Platime, con expresión ensombrecida.

—Os habéis prestado a cumplir un servicio al gobierno de por vida.

—Eso es absurdo.

—Lo sé, pero lo habéis hecho. Habéis accedido a servir a la reina durante todo el tiempo que ella quiera, y ni siquiera habéis planteado la cuestión de los honorarios. Puede manteneros aquí en palacio hasta el día de vuestra muerte.

—No me haríais eso, ¿verdad, Ehlana? —rogó con voz insegura y la cara blanca como el papel. La interpelada alargó la mano y le dio una palmadita en la barba.

—Veremos, Platime —dijo—. Veremos. Stragen se descoyuntaba de risa.

—¿Qué es eso de la guardia local, Sparhawk? —preguntó cuando se hubo recuperado.

—Vamos a movilizar al pueblo llano para defender la ciudad —explicó Sparhawk—. En cuanto llegue Kurik, lo planificaremos en detalle. Él ha propuesto que convoquemos a los veteranos del ejército y los utilicemos como sargentos y cabos. Los hombres de Platime pueden hacer de oficiales y vos y Platime, bajo la dirección del conde de Lenda, cumpliréis las funciones de generales hasta que el ejército regular de Elenia regrese para relevaros.

—Es un plan viable —acordó Stragen después de rumiarlo—. No se necesita tanta experiencia para defender una ciudad como para atacarla. —Miró a su grueso y alicaído amigo—. Si os parece bien, Su Majestad —dijo a Ehlana—, me llevaré a vuestro protector a algún sitio y lo regaré con un poco de cerveza. No sé por qué, pero parece un poco turbado.

—Como deseéis, milord —respondió, sonriendo, la reina—. ¿Se os ocurre a vos algún delito que hayáis cometido en mi reino y del que queráis conseguir mi perdón… en las mismas condiciones?

—Ah, no, Su Majestad —contestó el thalesiano—. El código de los ladrones me prohíbe inmiscuirme en la reserva privada de Platime. De no ser por eso, me iría corriendo a asesinar a alguien… simplemente por la perspectiva de pasar el resto de mi vida en vuestra divina compañía. —Tenía una mirada picara.

—Sois un hombre muy malo, milord Stragen.

—Sí, Su Majestad —convino éste, inclinándose ante ella—. Vamos, Platime. No parecerá tan horrible cuando os hayáis hecho a la idea.

—Esto ha sido un acto de gran astucia, Majestad —alabó Talen cuando hubieron salido—. Nadie había timado nunca a Platime hasta ahora.

—¿Te ha gustado? —inquirió con voz satisfecha Ehlana.

—Ha sido brillante, mi reina. Ahora comprendo por qué os envenenó Annias. Sois una mujer muy peligrosa.

—¿No estáis orgulloso de mí, querido? —preguntó, radiante, a Sparhawk.

—Creo que vuestro reino está a buen resguardo, Ehlana. Sólo espero que los otros monarcas estén sobre aviso, eso es todo.

—¿Querréis excusarme un momento? —solicitó, mirándose la palma de la mano, todavía húmeda—. Quisiera ir a lavarme las manos.

Transcurrieron pocos minutos antes de que Vanion condujera gravemente a los otros a la antesala de los aposentos reales, donde dedicó una mecánica reverencia a la soberana.

—¿Habéis hablado con Platime? —preguntó a Sparhawk.

—Está todo arreglado —le aseguró Sparhawk.

—Perfecto. Deberemos cabalgar hacia Demos mañana por la mañana. Dolmant nos ha hecho llegar la noticia de que el archiprelado Clovunus se halla a las puertas de la muerte. No durará una semana.

—Sabíamos que su fin estaba próximo —manifestó Sparhawk con un suspiro—, gracias a Dios que hemos tenido tiempo de ocuparnos de situación a afrontar aquí. Platime y Stragen se encuentran en alguna estancia de palacio… —dijo volviéndose hacia Kurik—, bebiendo, probablemente. Será mejor que te reúnas con ellos y tracéis una especie de plan de acción.

—De acuerdo —aceptó el escudero.

—Un momento, maese Kurik —lo retuvo el conde de Lenda—. ¿Cómo os sentís, Majestad? —preguntó a Ehlana.

—Estoy bien, mi señor.

—¿Creéis que disponéis del suficiente vigor como para hacer una aparición pública?

—Desde luego, Lenda —afirmó—. Me gustaría pronunciar unos discursos.

—Habrás de quedarte aquí hasta haberlo dejado todo bien atado —dijo Sparhawk a Kurik—. Puedes sumarte a nosotros en Chyrellos cuando Cimmura esté a salvo.

Kurik asintió y se marchó en silencio.

—Es un hombre muy valioso, Sparhawk —apreció Ehlana.

—Sí.

—Ehlana —llamó Sephrenia, que había estado observando con ojo crítico a la reina de rosadas mejillas.

—Ya sabéis que no deberíais pellizcaros de ese modo las mejillas para darles color. Os estropearéis la piel. Sois de tez muy blanca y vuestra piel es delicada.

Ehlana se sonrojó y luego se echó a reír, arrepentida.

—Es un poco frívolo, ¿verdad?

—Sois una reina, Ehlana —le recordó la mujer estiria—, no una vaquera. La piel blanca es más regia.

—¿Por qué me siento siempre como una niña cuando hablo con ella? —preguntó Ehlana sin dirigirse a nadie en particular.

—A todos nos sucede lo mismo, Su Majestad —le aseguró Vanion.

—¿Qué está ocurriendo en Chyrellos en estos momentos? —preguntó Sparhawk a su amigo—. ¿Os ha participado algún detalle Dolmant?

—Annias controla las calles —respondió Vanion—. Por el momento no ha hecho nada evidente, pero sus soldados hacen notar su presencia. Dolmant cree que tratará de convocar elecciones antes incluso de que se haya enfriado el cadáver de Clovunus. Dolmant tiene amigos y éstos procurarán entorpecer sus intentos hasta que lleguemos allí, pero no dominan por completo la situación. La rapidez es ahora una cuestión vital. Cuando nos reunamos con las otras órdenes, seremos cuatrocientos caballeros y, aunque los soldados eclesiásticos nos superen con creces, nuestro peso no será desdeñable. Hay otra cosa que debo anunciaros: Otha ha cruzado la frontera con Lamorkand. Aún no ha emprendido su avance, pero está emitiendo varios ultimátum en los que exige la devolución del Bhelliom.

—¿Devolución? ¡Pero si nunca lo tuvo!

—Es un típico ardid diplomático, Sparhawk —explicó el conde de Lenda—. Cuanto más débil es la posición propia, mayor es la mentira que se cuenta. —El anciano frunció los labios con expresión pensativa—. Sabemos, o como mínimo suponemos, que existe una alianza entre Otha y Annias, ¿no es así?

—Sí —convino Vanion.

—Annias sabe, o debería saberlo, que nuestra táctica para contrarrestar su juego consistirá en ganar tiempo. El avance de Otha en estos momentos convierte la elección en un asunto de urgencia. Annias argüirá que la Iglesia debe estar unida para hacer frente a la amenaza. La presencia de Otha aterrorizará a los miembros más pusilánimes de la jerarquía, los cuales se apresurarán a confirmar a Annias. Después él y Otha conseguirán lo que ansían. Debo decir que es una estrategia muy inteligente.

—¿Ha llegado Otha al punto de mencionar el Bhelliom por su nombre? —inquirió Sparhawk.

—No. Os ha acusado de robar uno de los tesoros nacionales de Zemoch, nada más. Ha omitido deliberadamente precisar de qué se trata, ya que es demasiada la gente consciente de la significación, del Bhelliom. No puede ir directamente al grano y mencionarlo por lo que es.

—Esto va encajando cada vez más —reflexionó Lenda—. Annias declarará que sólo el conoce la manera de hacer que Otha se retire. Hará que la jerarquía se precipite a elegirlo. Después le arrebatará el Bhelliom a Sparhawk y lo entregará a Otha como parte del trato.

—Tendrá que «forcejear» bastante para arrebatárselo —adujo con fiereza Kalten—. Todas las órdenes militantes apoyarán a Sparhawk.

—Eso debe de ser lo que Annias espera que hagáis —previo Lenda—. Entonces tendrá la justificación que necesita para disgregar las órdenes militantes. La mayoría de los caballeros de la Iglesia obedecerán la orden del archiprelado. Los demás seréis unos proscritos, y Annias informará al populacho que estáis guardando para vosotros lo único capaz de contener a Otha. Como he dicho, es muy inteligente.

—Sparhawk —intervino Ehlana con sonora voz—, cuando lleguéis a Chyrellos, quiero que arrestéis a Annias con la acusación de alta traición. Quiero que me lo entreguéis encadenado. Traed también a Arissa y Lycheas.

—Lycheas ya está aquí, mi reina.

—Ya lo sé. Llevároslo a Demos y encarcelarlo con su madre. Es mi deseo que disponga de tiempo a manos llenas para describir las presentes circunstancias a Arissa.

—Es una idea muy útil, Majestad —halagó diplomáticamente Vanion—, pero apenas dispondremos de la fuerza suficiente para tomar bajo nuestra custodia a Annias en un primer momento.

—Soy consciente de ello, lord Vanion, pero, si entregáis la orden de arresto y la especificación de los cargos al patriarca Dolmant, éste podrá servirse de ello para demorar la elección. Siempre puede solicitar una investigación eclesiástica de las acusaciones, y ese tipo de cosas llevan tiempo.

Lenda se puso en pie y dedicó una reverencia a Sparhawk.

—Hijo mío —dijo—, por más que hayáis hecho y vayáis a realizar todavía, vuestra más conseguida obra está sentada en ese trono. Estoy orgulloso de vos, Sparhawk.

—Creo que deberíamos ponernos en marcha —aconsejó Vanion—. Nos quedan muchos preparativos que ultimar.

—Os haré llegar copias de la orden de captura del primado hacia las tres de la madrugada, lord Vanion —prometió Lenda—, junto con unas cuantas más. Tenemos por delante una espléndida oportunidad de limpiar el reino de indeseables. No la desperdiciemos.

—Berit —indicó Sparhawk—, mi armadura está en esa habitación de allí. Llevadla al castillo, si sois tan amable. Creo que voy a necesitarla.

—Desde luego, sir Sparhawk. —Pese a lo dicho, la mirada de Berit seguía siendo hostil.

—Quedaos un momento, Sparhawk —pidió Ehlana mientras todos se dirigían a la puerta.

—Sí, mi reina —repuso éste, tras esperar a que se hubiera cerrado la puerta.

—Debéis tener mucho, mucho cuidado, amado mío —dijo con el corazón en los ojos—. Me moriría si os perdiera ahora. —Le tendió mudamente los brazos.

Sparhawk atravesó la sala hasta llegar a su lado y la abrazó. Su beso fue apasionado.

—Marchaos deprisa, Sparhawk —dijo ella con la voz atenazada por la proximidad del llanto—. No quiero que me veáis llorar.