CAPÍTULO 27

Cleo estaba como ida. Los sonidos le llegaban amortiguados; solo oía los latidos de su corazón y el bombeo de la sangre en sus venas. Theon estaba muerto.

—Tranquila. Quédate a mi lado —musitó Nic al entrar en la antecámara. Los guardias los habían conducido directamente a la sala del trono, sin permitirles pasar primero por sus aposentos; parecían atónitos de verlos.

Cleo no respondió. No estaba segura de poder hablar.

Las altas puertas de madera y hierro se abrieron y Cleo lo vio. El rey. Su padre. Un soldado se había adelantado para informarle de su llegada.

Estaba pálido y avejentado.

—Cleo… —dijo—. ¿Es esto verdad? ¿Has vuelto, o me engañan mis ojos?

Las puertas se cerraron a su espalda y Cleo captó una mirada de lástima de uno de los guardias; todos conocían el carácter del rey.

—Lo siento —comenzó a decir, pero las lágrimas le impidieron seguir hablando.

El rey se acercó y la estrechó entre sus brazos.

—Mi niña… No sabes cuánto me alivia verte de nuevo en casa.

Su reacción la sorprendió: el rey llevaba tanto tiempo tratándola con severidad que casi había olvidado la ternura que era capaz de mostrar. Finalmente, la soltó y le acercó una silla antes de volverse hacia Nic.

—Explícate.

—¿Por dónde empiezo? —contestó él con la cabeza gacha.

—Me puse furioso al ver que os habíais escapado a Paelsia en contra de mi voluntad. Sin embargo, entonces ni siquiera sospechaba el alcance del conflicto que se estaba fraguando. El rey Gaius me vino a ver y afirmó que tenía a Cleo en su poder.

La princesa se estremeció al recordar a aquel muchacho de cabellos negros y ojos fríos como el hielo.

—Intentó capturarla —asintió Nic—. Pero pudimos huir.

—Gracias a la diosa —el rey suspiró de alivio—. ¿Cómo?

—Theon… —farfulló Nic. Suspiró para contener las lágrimas, pero enseguida se rehízo—. Se enfrentó a los hombres del príncipe Magnus y los mató para evitar que capturaran a la princesa. Entonces Magnus mató a Theon.

—¿Qué? —exclamó el rey.

—Tuvimos que dejar su cuerpo en Paelsia: debíamos huir de inmediato.

—Hubiera querido matar al príncipe —murmuró Cleo—. Estuve a punto de hacerlo, pero…

—No se lo permití —admitió Nic—. Si hubiera asesinado al príncipe Magnus, las cosas habrían empeorado más aún.

El rey meditó sus palabras.

—Hiciste bien en detenerla, pero comprendo su deseo de venganza.

Venganza… Aquella palabra sonaba contundente, decisiva: era lo que buscaba Jonas cuando la capturó. Había visto el odio llamear en sus ojos cuando la culpaba de la muerte de su hermano. Si sentía por ella lo mismo que Cleo sentía por Magnus, daba gracias a la diosa por continuar viva.

Y sin embargo, Jonas había reprimido sus ansias de venganza para entregar a Cleo al príncipe Magnus. Los enemigos de su padre pretendían utilizarla para destruir su reino, pero ella había escapado de milagro… Un milagro que le había salido muy caro.

—Cleo, estás pálida —observó el rey, y Nic le dio un toque suave en el brazo.

—Todavía no ha reaccionado.

—¿Entiendes ahora por qué no quería que fueras, hija? Sé que solo intentabas ayudar a tu hermana, pero en estos momentos hay demasiado en juego.

—He fracasado —repuso ella con un hilo de voz—. No he encontrado nada que pueda ayudar a Emilia, y Theon ha muerto por mi culpa.

El rey tomó su rostro entre las manos y la besó en la frente.

—Ve a tus aposentos y descansa. Mañana todo irá mejor.

—Creí que estarías furioso conmigo…

—Y lo estoy, pero verte sana y salva es la respuesta a mis oraciones. Mi alegría por tenerte a mi lado sobrepasa a mi enfado. El amor puede más que la ira y el odio; es más fuerte que nada en este mundo. Recuérdalo, Cleo.

Nic la condujo a sus aposentos y también la besó en la frente antes de dejarla sola en su confortable cama. Cleo intentó dormir, pero sus sueños estaban plagados de pesadillas protagonizadas por dos muchachos con el pelo negro. Uno era un bárbaro paelsiano que la arrastraba por un camino polvoriento y la encerraba en un cobertizo sucio y diminuto. El otro era cruel y arrogante, con una cicatriz en la cara y la espada teñida de sangre. Se reía sobre el cuerpo de Theon.

Se despertó a mitad de la noche entre sollozos.

—Vamos, vamos —murmuró una voz familiar, y Cleo notó que una mano fría le acariciaba la frente.

—¿Emilia?

Se incorporó. Su hermana se encontraba a su lado; aunque la habitación estaba en penumbra, era evidente la delgadez de su silueta. Acercó su cara a la de ella y se estremeció: Emilia estaba muy pálida y tenía ojeras profundas.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar acostada.

—¿Cómo iba a quedarme en la cama sabiendo que mi hermana pequeña ha vuelto a casa? —respondió Emilia muy seria—. Nuestro padre me lo ha contado todo… Cleo, lamento mucho la muerte de Theon.

Cleo se quedó sin palabras.

—Fue por mi culpa —articuló finalmente.

—No deberías pensar así.

—Si no me hubiera escapado, no tendría que haber venido en mi busca y todavía estaría vivo.

—Su trabajo era protegerte, y lo hizo. Te protegió, Cleo.

—Pero ahora se ha ido —gimió antes de estallar en llanto.

—Lo sé, lo sé —la consoló Emilia—. Sé cómo te sientes. Cuando perdí a Simon, pensé que era el fin.

—Le querías mucho, ¿verdad?

—Con todo mi corazón —le acarició el cabello—. Llora la muerte de Theon, atesora su recuerdo y agradece su sacrificio. Te prometo que algún día el dolor se desvanecerá.

—¡No! No desaparecerá nunca.

—Ahora lo tienes muy reciente, y tal vez sientas que el sufrimiento llena todos los recovecos de tu corazón —Emilia frunció el ceño—. Pero debes ser fuerte, Cleo. Nos esperan tiempos difíciles.

Cleo se quedó sin aliento.

—La guerra…

Emilia asintió.

—El rey Gaius pretendía que nuestro padre le entregara Auranos sin presentar batalla. Le amenazó con torturarte si se resistía.

Cleo se estremeció al pensarlo y Emilia se acercó más a ella.

—Esto no se lo diré a nadie más, pero creo que nuestro padre habría aceptado sus condiciones con tal de salvarte la vida.

—¡No es posible! En Auranos vive mucha gente; no puede entregarle el reino a Limeros sin más.

—Y a Paelsia. Recuerda que los dos países se han unido contra nosotros.

—¿Por qué nos odian tanto?

—Nos envidian. Creen que vivimos en la abundancia… y tienen razón.

Cleo soltó un suspiro trémulo. Su imprudencia había estado a punto de costarle el reino a su padre.

—Mi viaje fue un error espantoso, pero aun así no me arrepiento de haberlo emprendido.

Quería ayudarte.

—Lo sé —una sonrisa triste asomó a los labios de Emilia—. Sé que lo hiciste por mí, y no sabes cuánto te lo agradezco. Pero no creo que ni siquiera un vigía pueda ayudarme. Eso, si es que no son una leyenda…

—Existen.

—¿Has visto alguno?

La expresión de Cleo se apagó.

—No. Pero Eirene, una mujer que conocí, me contó una historia que jamás había oído sobre una hechicera y un cazador, una leyenda de los vigías. ¿Sabías que las diosas eran vigías que robaron los vástagos y quedaron prisioneras en el mundo mortal? Ahora los vigías buscan a la siguiente hechicera que pueda conducirlos hasta los vástagos escondidos, para recuperar la magia antes de que todo decaiga por completo. Es fascinante…

—Menuda historia —sonrió Emilia.

—Es cierta —insistió Cleo—. Las diosas robaron los vástagos y los dividieron, pero el ansia de poder hizo que se enfrentaran. Antes de aquello, Mytica era un solo país y todos vivíamos en armonía.

—Ya no. El rey de Limeros odia a nuestro padre y quiere destruirle; codicia nuestros dominios desde antes de llegar al trono. Su padre era un rey bondadoso y amable que buscaba la paz, pero el rey Gaius estaría encantado de provocar una riada de sangre si eso le proporcionara el poder que tanto ansía.

Cleo notó una opresión en el pecho.

—Su hijo es un ser maligno y cobarde. Si le vuelvo a ver, le mataré.

Emilia la observó con una mezcla de inquietud y admiración.

—Tienes un coraje y una pasión inagotables, Cleo. Y tanta fuerza…

—¿Fuerza? —Cleo se volvió bruscamente—. Apenas fui capaz de levantar una espada para salvar la vida.

—No hablo de fuerza física; hablo de esta fuerza —Emilia le apoyó la palma de la mano en el pecho y después en la frente—. Y de esta. Aunque me temo que tienes que trabajar un poco la última: espero que no se te ocurra volver a viajar por tierras tan peligrosas.

—Emilia, yo no soy fuerte —insistió Cleo—. Ni en mi corazón ni en mi mente.

—A veces no sabes lo fuerte que puedes llegar a ser hasta que te ponen a prueba. Al ser la hija menor, no has pasado por muchas pruebas en tu vida, Cleo —su rostro se ensombreció—. Pero créeme: posees una gran fortaleza. Y debes mantenerla y luchar por aumentarla, porque a veces nuestra fuerza interior es la única luz que puede guiarnos en la oscuridad.

—También tú tienes que ser fuerte —Cleo le apretó las manos—. Voy a enviar un guardia a Paelsia para que continúe la búsqueda, y estoy segura de que esta vez hallaremos algo.

Theon le había prometido que iría él; ahora tendría que buscar a alguien en su lugar. Si a Emilia le quedaban fuerzas para levantarse de la cama e ir a los aposentos de Cleo en mitad de la noche, todavía había esperanzas de que se recuperara.

—Lo intentaré —suspiró Emilia con fatiga, y giró la cabeza para mirar por la ventana—. Voy a intentar ser fuerte. Por ti.

—Bien.

Las dos hermanas se quedaron calladas unos minutos.

—Debes saber que Limeros y Paelsia están agrupando sus tropas para atacar Auranos —dijo al fin Emilia—. Esperan que nuestro padre se rinda en cuanto lleguen a la frontera.

—¡No puede hacerlo!

—Si no capitula en el acto, intentarán tomar el palacio.

—¿Y qué va a hacer? —preguntó Cleo, notando que la cólera despertaba en su pecho.

Emilia le apretó la mano.

—Ya te dije lo que pienso: si estuvieras presa en las mazmorras de Limeros, creo que se habría rendido para salvarte la vida.

—¿Y ahora?

—Ahora… —Emilia la miró a los ojos—. Ahora, si el rey Gaius quiere la guerra, la tendrá.