CAPÍTULO 21

A Jonas se le estaba haciendo muy larga la noche.

En primer lugar, se había acercado a la casa de la abuela de Sera y había buscado un agujero en la gastada lona que cubría la ventana. Necesitaba comprobar si la muchacha de la que le había hablado Sera era verdaderamente la princesa Cleiona; desde que había salido de la taberna, no dejaba de dudar de su intuición.

Una chica de cabellos dorados dormía profundamente en un jergón de paja colocado junto a la chimenea.

Era ella.

La furia le hizo verlo todo negro por un instante, y tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no irrumpir en la casa, rodearle la garganta con las manos y apretar hasta que el brillo de la vida se extinguiera en sus ojos. Quizá la venganza le permitiera descansar al fin. Sí, vengarse sería dulce… pero terminaría demasiado pronto. Así pues, cabalgó a toda prisa hasta el campamento del caudillo y le habló de la inesperada presencia de la princesa Cleiona en Paelsia. Para su asombro, Basilius no pareció concederle mucha importancia.

—¿Y qué más da que una mocosa malcriada decida darse un paseo por mis tierras?

—¡Pero es una princesa de Auranos! —protestó Jonas—. Tal vez su padre la haya enviado como espía.

—¿Una espía de dieciséis años? ¿Princesa, nada menos? Imposible. Es inofensiva, muchacho.

—Te equivocas.

El caudillo le miró con curiosidad.

—Entonces, ¿qué sugieres que hagamos?

Era una buena pregunta, y Jonas no había dejado de planteársela desde que reconociera a la princesa. La audacia de aquella chica —la falta de respeto que mostraba al atreverse a regresar al lugar donde había causado tanto dolor y sufrimiento— le resultaba inconcebible.

Respiró hondo antes de seguir hablando.

—Creo que debemos capturarla; estoy seguro de que su padre hará todo lo posible para garantizar su regreso. Podríamos enviarle un mensajero para hacérselo saber.

—Dentro de cuatro días, viajaré a Auranos junto al rey Gaius para parlamentar con Corvin: le vamos a proponer que se rinda antes de declararle la guerra. Tu amigo Brion y tú podéis acompañarme. Si hemos de entregar ese mensaje, lo haremos en persona.

Verle la cara al rey Corvin cuando le dijeran que Cleo estaba en manos de sus enemigos…

Sería una pequeña venganza en nombre de todos los paelsianos contra aquel rey egoísta que no veía más allá de su esplendoroso reino.

—¿Y qué mejor modo de asegurar el éxito en las negociaciones que tener a la hija del rey en nuestro poder? —repuso Jonas.

La guerra, por meditada que estuviera su estrategia, tendría como resultado la pérdida de vidas paelsianas, máxime cuando las tropas de Basilius estaban compuestas por campesinos sin experiencia ni instrucción. Sí, todo iría mucho mejor si el rey Corvin se rendía sin presentar batalla.

El caudillo frunció los labios y jugueteó con el montón de comida que tenía en el plato. A pesar de lo tarde que era, los criados continuaban sirviendo manjares, y en torno al fuego había un grupo de bailarinas que actuaban para disfrute de Basilius.

Jonas procuró ignorar aquellas cosas; todavía le impresionaba descubrir en el entorno del caudillo comportamientos tan decadentes como los que criticaba en los auranios. En Paelsia cada vez circulaban más rumores sobre los excesos que se permitía Basilius gracias al abusivo tributo sobre el vino. Sin embargo, a pocos parecía importarles. Juzgaban al caudillo con un baremo distinto, porque él simbolizaba todas sus esperanzas. Muchos lo adoraban como si fuera un dios y le atribuían poderes mágicos; posiblemente estuvieran dispuestos a creer que su magia necesitaba bailarinas y carne asada para funcionar.

Finalmente, el caudillo asintió.

—Es un plan excelente. Te encomiendo la tarea de apresar a la chica. El rey Gaius llegará aquí mañana para que partamos juntos a Auranos; le haré saber las noticias sobre la hija del rey Corvin en cuanto llegue.

Jonas hizo una mueca. Limeros siempre había tratado a Paelsia con el mismo desprecio que los auranios, y le disgustaba que su rey fuera ahora uña y carne con el caudillo. Le hubiera gustado protestar, pero sabía que Basilius le ignoraría o, aún peor, le retiraría su confianza.

—Vete —ordenó el caudillo—. Busca a esa muchacha y enciérrala en un lugar seguro —le dedicó una sonrisa leve—. E intenta tratarla con respeto: pertenece a la realeza.

Basilius era muy consciente del odio que Jonas le profesaba a la princesa; todo el mundo lo sabía en más de veinte millas a la redonda.

—Por supuesto —Jonas hizo una reverencia y se dio la vuelta para marcharse.

—Una vez estemos seguros de la rendición del rey Corvin —añadió el caudillo—, tendrás mi permiso para hacer con ella lo que te plazca.

Jonas no estaba seguro de poder tratar con respeto a la princesa. Su odio era obsesivo, palpable, y crecía día a día. Cada vez que pensaba en ella, le hervía la sangre. Parte de él deseaba no haber ido a ver al caudillo; podría haber matado a Cleo en aquella cabaña y nadie lo hubiera sabido excepto él.

Esperar hasta la rendición de Auranos iba a ser un auténtico desafío.

Sin embargo, incluso Jonas se daba cuenta de que había algo más importante que la venganza: la prosperidad de su pueblo. La princesa era más valiosa viva que muerta.

De momento.