CAPÍTULO 15

Theon Ranus había sentido muchas veces rabia, dolor, tristeza y deseo, pero nunca había experimentado el miedo.

Hasta aquel día.

—La princesa no está en sus aposentos. ¡No la encuentro por ninguna parte!

El grito de la doncella hizo que acelerara el paso. Aquella criada debía montar guardia ante la puerta de la princesa durante la noche, mientras él descansaba.

Una fría certidumbre creció en su interior. Sabía adónde había ido Cleo. Había hecho exactamente lo que había amenazado con hacer: escaparse del palacio para ir a Paelsia. Al comprobar que él se negaba a acompañarla, le había mentido diciendo que pensaba esperar un par de días. Sí, se había ido.

Pero no era solo miedo lo que sentía. Detrás de esa emoción asomaba otra: la ira. Aquella muchacha le había desobedecido, había ignorado todas sus advertencias. Era necia y terca como una mula.

Había que informar al rey de la huida de Cleo y de la desaparición de Nic. Y Theon sabía que debía ser él quien lo hiciera.

Entonces apareció un miedo distinto: el temor por sí mismo.

—¿Cómo has podido permitir que pasara? —rugió el rey, con el rostro encendido por la cólera.

Theon no tenía respuesta. Sabía que Cleo quería escaparse; sabía lo terca y decidida que era, y lo mucho que le preocupaba la salud de su hermana. Tendría que haber previsto aquello.

—Iré a Paelsia a buscarla.

—Por supuesto que lo harás —repuso el rey. Su rostro estaba oscurecido por las ojeras; aquella mañana aparentaba bastantes más años de los cuarenta que acababa de cumplir—. Tengo suficientes problemas de los que ocuparme como para añadir una preocupación más.

Tu obligación era custodiarla. Me has fallado, soldado.

Theon se sintió tentado de responder que, a no ser que compartiera cama con ella, era imposible que la vigilara día y noche, pero se mordió la lengua y miró al suelo con expresión contrita. El rey Corvin no era cruel, pero no vacilaba en imponer correctivos cuando lo consideraba necesario. Theon no había cumplido su deber de custodiar a la princesa, y sabía que su fallo tendría consecuencias.

Se preguntó por qué la princesa habría cometido aquella locura, y no tuvo que pensar demasiado para hallar una respuesta. Lo había hecho porque estaba convencida de que, si encontraba a aquella vigía legendaria, podría salvar la vida de su hermana. Estaba dispuesta a romper todas las normas para salvar a la princesa Emilia. Sí, era un acto de estupidez… y de coraje.

—Partiré de inmediato —dijo con los ojos bajos—. Si me dais permiso, quisiera llevar algunos hombres conmigo.

—No más de dos; hay que mantener oculta esta embarazosa situación.

—Sí, majestad.

El rey guardó silencio y Theon alzó la vista. Estaba demudado; ahora parecía más preocupado que furioso.

—A veces creo que estoy maldito —musitó—. Como si alguien me hubiera lanzado una maldición que me va arrebatando lentamente todo lo que amo —hizo una pausa—. Cuando era joven, en cierta ocasión conocí a una bruja. Era muy hermosa.

Theon se quedó sorprendido por aquel brusco cambio de tema.

—¿Una bruja auténtica?

El rey asintió con un gesto brusco.

—Yo no creía en la magia hasta que la conocí. Pretendía casarse conmigo para convertirse en reina, pero… Bueno, conocí a Elena y supe de inmediato a cuál de las dos elegir. Lo de la bruja no fue más que un devaneo. Aún era joven, y no me importaba gozar de las atenciones de las muchachas mientras encontraba al amor de mi vida —soltó aire lentamente—. Cuando rompí con la bruja, ella se puso furiosa. Tal vez fuera entonces cuando me maldijo. Perdí a mi querida Elena cuando dio a luz a mi hija menor, y ahora Emilia está enferma; temo que Cleo tenga razón y se esté muriendo. Y Cleo… —se le rompió la voz—. Cleo tiene mucho carácter, y eso puede hacer que se meta en problemas. Más de los que ella cree. Debes encontrarla.

—La encontraré, majestad. Os lo juro.

—Por tu bien, espero que lo hagas —clavó sus ojos en Theon y este sintió un escalofrío—. Si me vuelves a fallar, lo pagarás con tu vida. Te mataré con mis propias manos. ¿Me oyes?

Theon asintió; no esperaba otra cosa. Salió de la sala de reuniones a grandes zancadas, con el corazón en un puño.

Habría debido prestarse a acompañar a la princesa; tendría que haberse dado cuenta de que era tan cabezota como para marcharse sola, con la única protección de Nicolo Cassian.

Nic solo era el escudero del rey y carecía de entrenamiento e instinto luchador. No era suficiente. Era Theon quien habría debido permanecer junto a la princesa pasara lo que pasara, ahora y siempre.

El rey lo mataría si fallaba. Y si algo le ocurría a Cleo… La idea de no ver más sus ojos brillantes y no volver a escuchar su alegre risa le estremeció. De pronto, su cuerpo quedó bañado en sudor frío y tuvo que apoyar la frente contra la pared de mármol para no tambalearse.

Me estoy enamorando de ella.

La revelación le atravesó como una daga.

Era un amor sin esperanza. Theon no pertenecía a la nobleza; ni siquiera era caballero. Y Cleo estaba prometida.

Sin embargo, estaba seguro de haber visto algo en ella: el brillo retador y juguetón de su mirada cada vez que hablaban, su aliento entrecortado, el rubor en sus mejillas… Había disfrutado del tiempo que pasaba a su lado más de lo que quería admitir. Necesitaba estar a su lado, y no solo como guardián.

La deseaba.

Pero no podía dejarse llevar por aquellos sentimientos; incluso pensar en ello era peligroso.

Por el momento, su misión era encontrarla y devolverla sana y salva a Auranos. Tal vez su futuro fuera incierto, pero una cosa estaba clara como el agua: no iba a fracasar.