CAPÍTULO 13
Le había llevado más de un mes, pero Jonas había conseguido una audiencia con el caudillo Basilius.
—Estoy impresionado —murmuró Brion mientras los dos avanzaban hacia la entrada del recinto vallado en el que vivía el caudillo—. Necesito clases de carisma del gran Jonas Agallon.
—Es fácil.
—Eso dices tú —Brion echó un vistazo a la hermosa muchacha que caminaba de la mano de Jonas. Era ella quien había arreglado aquella cita con el caudillo… también conocido como su padre.
Jonas había comprendido enseguida que solo había una forma de acercarse al esquivo caudillo de Paelsia: a través de su familia. Y Laelia Basilius había estado más que encantada de ayudarle cuando se le acercó en la taberna en la que actuaba.
La hija de Basilius era bailarina.
Y menuda bailarina…
—¡Serpientes! —exclamó asombrado Brion cuando la vio actuar ante más de cien personas, hacía una semana—. ¡Está bailando con serpientes!
—La verdad es que nunca me han hecho mucha gracia esos bichos —comentó Jonas—. Sin embargo, empiezo a verles su encanto.
Laelia era una chica de belleza arrebatadora, un par de años mayor que él. Bailaba con dos serpientes, una pitón blanca y otra negra que se retorcían y se enroscaban en torno a su cuerpo escultural. Mirarla era hipnótico: sus caderas se balanceaban al mismo compás que su cabellera negra, que le llegaba hasta las rodillas.
Pero Jonas no le prestaba atención: él solo veía a una princesa rubia con ojos del color del océano, de pie entre el cadáver de su hermano Tomas y su asesino.
Aunque había descartado su plan original de colarse en el palacio de Auranos para matar a lord Aron y a la princesa Cleiona, seguía obsesionado con la muchacha. Odiaba a la realeza y todo lo que esta representaba con cada fibra de su ser. Sin embargo, tenía que centrarse; no le quedaba otra opción. Y así, consiguió fingir una sonrisa cuando Brion y él se acercaron a la hija del caudillo.
En el pasado, cuando Tomas y él acababan su jornada en los viñedos —un trabajo agotador que les dejaba el ánimo tan encallecido como las manos—, a menudo iban a las tabernas para cortejar a las muchachas. Por aquel entonces, Tomas era el más popular de los dos, un auténtico rompecorazones; al fin y al cabo, era algo mayor y tal vez un poco más guapo que él. Aunque no era raro que Jonas recibiera atenciones que alegraban sus noches tras la dura jornada, se daba cuenta de que las chicas preferían a su hermano.
Ahora que Tomas no estaba, las cosas habían cambiado.
Cuando Laelia se dio cuenta de que la observaba, le devolvió la mirada con interés. Al terminar la música, se envolvió en una gasa transparente y aguardó con gesto coqueto a que Jonas se acercara a ella.
—Bonitas serpientes —dijo él con una sonrisa traviesa.
Aquella sonrisa era su mejor arma; ni siquiera Laelia pudo resistirse a ella.
La hija del caudillo no tenía callos en las manos ni la piel curtida por la intemperie, como las chicas con las que Jonas solía pasar el rato. Cuando se reía, sus carcajadas estaban teñidas de alegría auténtica, no empañada por el agotamiento de un duro día de trabajo. Y le gustaba Jonas. Mucho. Tanto, que una semana después accedió a presentárselo a su padre.
—Acercaos —exigió el caudillo en cuanto los vio.
Estaba sentado frente a una hoguera enorme, rodeado de danzarinas medio desnudas. Hizo un gesto despectivo con la mano y todas desaparecieron en un segundo.
Las chispas de la fogata crepitaban en el aire y las estrellas brillaban en el firmamento aterciopelado. Una cabra se doraba al fuego, y el aroma de la carne asada flotaba en el aire fresco de la noche. Laelia agarró a Jonas de la cintura y se aproximó con él a su padre; el muchacho consiguió no alterar la expresión, pero se sentía intimidado. Era la primera vez que veía al caudillo, y no conocía a nadie que le hubiera conocido en persona. Basilius llevaba años recluido. Encontrarse ante el caudillo de Paelsia constituía un gran honor.
Le había sorprendido la opulencia del recinto. Mientras el resto de los paelsianos trabajaban de sol a sol en los viñedos y se dejaban la piel para llevarse algo a la boca, en los dominios del caudillo no se pasaba ninguna necesidad. A Jonas le incomodaba la idea; aunque consideraba que el caudillo tenía derecho a vivir con más lujo que el pueblo llano, y que podía utilizar los tributos sobre el vino para construirse una vivienda digna de un jefe, ver aquello le producía una sensación desagradable en la boca del estómago.
Brion y él cayeron de hinojos y agacharon la cabeza con deferencia ante Basilius.
—Levantaos —el caudillo sonrió, y su piel oscura y curtida se frunció junto a sus ojos grises.
Su pelo era largo y estaba dispuesto en pequeñas trenzas, como era tradicional entre los hombres de Paelsia. Jonas lo llevaba corto desde los trece años porque le resultaba más cómodo. Brion lo tenía más largo, pero no lo suficiente para trenzarlo. Desde que la tierra había comenzado a agonizar, muchas tradiciones y costumbres se estaban perdiendo.
—Papá… —ronroneó Laelia acariciando el pecho de Jonas—. ¿A que es guapo? ¿Puedo quedarme con él?
El caudillo esbozó una sonrisa torcida.
—Laelia, cariño, déjanos hablar. Me apetece conocer a este joven que tanto te fascina —dijo mientras le indicaba con un gesto que se retirara al otro lado de la hoguera, junto a las demás mujeres.
Su hija hizo un puchero y se alejó de mala gana.
Jonas y Brion cruzaron una mirada de cautela. Ya habían llegado hasta allí. Y ahora, ¿qué?
—Caudillo, es un honor… —comenzó Jonas.
—¿Estás enamorado de mi hija? —preguntó abruptamente Basilius—. ¿Has venido a pedirme su ma…?
La llegada de un sirviente le interrumpió. Traía una fuente rebosante de comida: patas de pavo, carne de venado, boniatos asados… Jonas nunca había visto tantos alimentos juntos.
Su familia pasaba hambre con frecuencia; si su hermano y él se habían arriesgado a cazar en Auranos, era porque no tenían otra forma de alimentar a sus seres queridos. Sin embargo, en los dominios del caudillo había comida suficiente para que su aldea subsistiera durante meses.
Aquella revelación hizo que a Jonas se le helaran las entrañas.
Brion le dio un codazo al ver que no contestaba.
—¿Que si estoy enamorado de vuestra hija? —repitió Jonas, sin saber qué contestar.
—Sí —murmuró Brion—. Di que sí, idiota.
Pero eso no era cierto, y Jonas se sentía incapaz de mentir en los asuntos amorosos.
Siempre que lo había intentado, había fracasado miserablemente. No, no la amaba; había una gran diferencia entre el deseo y el amor.
—Laelia es una chica preciosa —contestó—. Me considero afortunado de que se interese por mí.
El caudillo le observó atentamente.
—No suele traer muchos jóvenes para que yo los conozca. Eres el segundo.
—¿Qué le pasó al primero? —preguntó Brion.
—No sobrevivió.
Brion se quedó de piedra, pero el caudillo soltó una carcajada estruendosa.
—Era una broma… No, el muchacho está bien. Mi hija se cansó de él, eso es todo. Estoy seguro de que sigue vivo en alguna parte.
Si no se lo comieron las serpientes de Laelia, pensó Jonas. En cualquier caso, no estaba allí para eso, así que decidió ir al grano.
—Caudillo Basilius, me siento muy honrado de estar en vuestra presencia esta noche. La verdad es que necesito hablaros de algo muy importante.
—¿Sí? —alzó una de sus espesas cejas—. ¿Y has decidido contármelo en plena fiesta de celebración?
—¿Qué se celebra?
—Un pacto. Una alianza que conseguirá devolver la prosperidad a Paelsia.
Jonas no esperaba esa respuesta, pero se alegró de oírla. La incomodidad que había sentido al ver el derroche de comida se disipó un poco.
—Es bueno saberlo, porque lo que quería contaros trata de eso mismo.
Basilius asintió con una mirada de curiosidad.
—Dime qué te trae por aquí.
—Hace poco, un lord auranio mató a mi hermano. Se llamaba Tomas Agallon —Jonas tragó saliva con dificultad—. Para mí, ese asesinato fue una señal de que las cosas tienen que cambiar; es inaceptable que Paelsia continúe sumida en la miseria. Auranos es una nación malvada y repleta de codicia. Hace años, los auranios nos engañaron para que plantáramos viñas, y ahora nos pagan una miseria por el vino mientras nos cobran lo que les place por su cereal. Si damos un paso más allá de la frontera, corremos el riesgo de perder la vida. Esto no se puede consentir —tomó aire y se armó de valor—. He venido a proponeros que nos alcemos en armas contra ellos, que tomemos sus tierras y las hagamos nuestras. Ha llegado el momento de que dejemos de esperar a que las cosas mejoren solas.
El caudillo clavó la mirada en Jonas durante un buen rato, en silencio.
—Estoy de acuerdo.
Jonas pestañeó.
—¿De veras?
—Y lamento mucho lo que le pasó a tu hermano. Fue una tragedia perder a uno de los nuestros sin motivo. No sabía que eras pariente del muchacho asesinado, y me alegra doblemente que hayas venido a verme. Tienes toda la razón: Auranos debe pagar por su ignorancia y su egoísmo, por lo que le ocurrió a tu hermano y por el insulto que ese crimen supone hacia mi tierra y sus habitantes.
Jonas no se acababa de creer que todo fuera tan sencillo.
—Entonces… ¿estáis de acuerdo en que nos rebelemos contra ellos?
—Mucho más que eso, Jonas. Vamos a entrar en guerra.
Jonas notó frío de repente.
—¿Guerra?
—Sí —el caudillo se echó hacia delante y estudió los rostros de Jonas y Brion—. Creo que los dos podéis ser muy valiosos para mí, porque veis lo que otros no ven. Quiero que me ayudéis en lo que está por venir.
—Entonces, nuestra propuesta no os parece una locura… —murmuró Brion, confuso—. Un momento. Este banquete… Ya lo habíais planeado, ¿verdad? Aunque no hubiéramos venido a hablar con vos…
El caudillo asintió.
—Me he unido al rey de Limeros con el objeto de conquistar Auranos. Paelsia y Limeros obtendrán grandes beneficios cuando nuestro vecino caiga.
Jonas estaba anonadado; aquello iba más allá de todo cuanto hubiera podido soñar.
—El asesinato de tu hermano en el mercado desencadenó todo esto —continuó el caudillo—. Lamento que tu familia tuviera que hacer un sacrificio así, pero al menos será el germen de grandes cambios.
—¿De verdad vais a tratar de conquistar Auranos?
—No vamos a tratar de hacerlo: lo vamos a conseguir. Ya he enviado emisarios por toda Paelsia para reclutar hombres que puedan unirse al ejército de Limeros, compuesto por soldados entrenados y capaces. El rey Gaius es un hombre muy inteligente; el rey Corvin, en cambio, es un estúpido. Los auranios han vivido en paz durante cien años, y eso ha hecho que se vuelvan descuidados y perezosos. La victoria será nuestra; a los habitantes de Paelsia les aguarda un futuro brillante.
Era demasiado bonito para ser cierto. Jonas pestañeó: tenía que estar soñando.
—Quiero que luchéis a mi lado para traer una vida mejor a estas tierras —insistió el caudillo—. Os necesito a los dos.
Jonas y Brion intercambiaron una mirada.
—Por supuesto —contestó Jonas con firmeza—. Estoy con vos para lo que necesitéis, caudillo Basilius. Lo que sea.
El caudillo los examinó con mirada calculadora.
—De momento, quiero que recorráis los pueblos de Paelsia y estéis ojo avizor ante cualquier cosa fuera de lo común. Si el rey Corvin se entera de nuestros planes, mandará espías.
—Sí, mi señor —asintió Jonas, y el caudillo sonrió.
—Ahora, os ruego que disfrutéis de la fiesta; quiero que compartáis conmigo esta celebración. Una última cosa, Jonas: debo hablarte de algo aún más importante que la guerra e incluso que la muerte.
—Decidme, señor.
La sonrisa del caudillo se hizo más pronunciada.
—Ten cuidado con mi hija: no se toma bien los desengaños.