CAPÍTULO 30

NIC

No había tiempo que perder. Debía hablar con Cleo enseguida.

Nic la buscó por todo el castillo hasta que por fin la encontró en el patio, sentada en un banco soleado, rodeada de árboles cargados de fruta y flores fragantes. Estaba tan sumergida en la lectura que no le oyó llegar, y Nic pudo atisbar el libro por encima de su hombro. Era muy antiguo, tanto que las hojas estaban amarillas y quebradizas. Cleo pasó el índice sobre un dibujo de un anillo con una gema grande, cuyo aro estaba labrado en forma de zarcillos de hiedra.

—Se parece al tuyo —comentó Nic.

Cleo cerró el libro de golpe y se giró, asustada.

—Nic… Menos mal que eres tú —susurró con voz entrecortada.

Pocas veces la había visto tan nerviosa como en aquel momento. Echó un vistazo a los otros cuatro guardias que vigilaban la zona: estaban apoyados en los muros de piedra, quietos como estatuas, lo bastante lejos para no oírlos.

La princesa apretó el libro contra su pecho, con los dedos crispados, y Nic torció la cabeza para leer el título. La canción de la hechicera.

Pero no podía distraerse con esas cosas. Tenía que decirle algo antes de que los interrumpieran. Un guardia de palacio gozaba de escasos momentos de intimidad.

—Tenemos que huir, Cleo —musitó—. Debemos marcharnos mientras podamos, mientras haya posibilidad de escapar sin que se den cuenta. No puede pasar de esta noche.

—No, Nic —los ojos de Cleo se encontraron con los suyos—. Este es mi palacio y aquí está mi trono. No puedo irme. Todavía no.

—No dejo de darle vueltas y he llegado a un punto muerto, Cleo. Cuando regrese el príncipe… Yo no podré protegerte de él a todas horas, de día y de noche. Y no voy a permitir que te mate igual que a Mira.

—Ay, Nic… —susurró Cleo, con una mueca de dolor ante la mención de su amiga muerta—. Lloro la pérdida de Mira tanto como tú, pero fue el rey el que mató a tu hermana —dejó el libro a un lado y se retorció las manos—. Magnus te perdonó la vida, y en Limeros me protegió de un intento de asesinato.

Él la miró con incredulidad.

—¿De verdad estás defendiendo al hombre que asesinó a Theon? ¿El que conquistó este reino junto a su padre? No estarás… No estarás enamorándote de él, ¿verdad?

Cleo se estremeció como si la hubiera abofeteado.

—Bajo ningún concepto. Detesto a Magnus y siempre lo haré.

Nic tragó saliva, sintiendo una punzada de culpabilidad por haberla acusado de algo tan descabellado.

—Entonces, ¿por qué no quieres irte de aquí?

—Porque aquí me crie y pasé dieciséis años de felicidad. Aquí están todos los recuerdos de Emilia y de mi padre… y también de tu hermana, Nic. Este es mi reino, nuestro reino.

—Ahora es distinto.

—Tienes razón —Cleo bajó la vista al libro y posó la mano sobre la cubierta. Al cabo de unos instantes, tomó aire—. Muy bien. Ya has visto el anillo que aparece en este libro y te has dado cuenta de lo mucho que se parece al mío.

Nic frunció el ceño. ¿Adónde quería ir a parar?

—Sí.

—Es porque son el mismo. Mi padre me entregó este anillo antes de morir —la voz de Cleo se quebró, y tuvo que guardar silencio por un momento—. Apenas he encontrado información concreta, pero las leyendas dicen que esta joya es la clave para localizar los vástagos y utilizar su poder. Perteneció a la hechicera Eva, y le permitió tocar las gemas sin que su poder la corrompiera. Tengo que encontrar los vástagos, Nic. Necesito su magia; con ella podré derrotar al rey Gaius y recuperar mi reino.

Nic la miró, asombrado.

—Lo que dices… es una locura, Cleo.

—No, es real. Sé que es real.

El muchacho intentó asimilar lo que estaba oyendo. Algo destacaba por encima de todo lo demás, algo que no podía pasar por alto.

—¿Por qué no me contaste todo esto antes?

Cleo vaciló.

—Yo… No quería ponerte en peligro, y no sabía… no sabía qué hacer ni en qué creer. No estaba convencida del todo. Ahora sí: este libro confirma que todo es cierto. El anillo puede ayudarme a destruir a Gaius.

A Nic le dio un vuelco el estómago. Pero a pesar de aquella revelación, su meta estaba clara desde el instante en que había ido a buscarla, y no había cambiado.

—Si alguien se entera de que tienes ese anillo… —le agarró la mano y notó el frío de la gema contra su piel—. Tenemos que huir esta noche. Encontraremos los vástagos los dos juntos.

—No, Nic —sus ojos se volvieron sombríos—. Debes entender que no puedo marcharme.

Tenía que existir algún motivo por el que ella se resistía tanto a seguir su plan. Y a Nic solamente se le ocurría uno, uno que le retorcía las entrañas cada vez que lo pensaba.

—Cuando le besaste en Limeros, pareció tan genuino… Daba la impresión de que lo hacías con gusto.

Cleo gruñó de frustración y se desasió de su mano.

—Ya te dije en su momento que solo lo hice para aparentar.

Y Nic la había creído. Pero el recuerdo de Magnus abrazándola y besándola ante la multitud entusiasmada le estaba matando lentamente, como si le hubieran inoculado un veneno. Tenía que librarse de ello como fuera. Debía decirle la verdad o sería demasiado tarde.

Le agarró de nuevo las manos y se arrodilló ante ella.

—Te quiero, Cleo. Te quiero más que a nada en este mundo. Te suplico que huyas conmigo, que nos vayamos lejos de todo esto.

Los demás guardias ya habían advertido su presencia y se acercaban a toda prisa.

—¿Va todo bien, alteza? —preguntó uno.

—Sí, por supuesto. Mi amigo solo estaba haciendo el tonto —Cleo sonrió con dulzura en dirección al soldado y acto seguido le lanzó una mirada severa a Nic—. Conseguirás acabar en el calabozo por comportarte como un idiota.

El dolor le desgarró el pecho como si lo hubieran atravesado con una espada. Guardó silencio un instante, saboreando la decepción. Se puso en pie; su corazón pesaba como el plomo.

—Tengo que irme. Necesito pensar.

—¡Nic!

Salió del patio sin mirar atrás.

—Otra —pidió Nic.

Había perdido la cuenta de cuántas copas llevaba, y tenía intención de beber muchas más antes de caer rendido en su duro camastro.

—Ella no me quiere —dijo arrastrando las palabras, y apuró la copa de líquido ardiente—. Que así sea: que nuestras inevitables muertes sean rápidas e indoloras.

Aquella taberna se llamaba La Bestia porque parecía un enorme monstruo negro que se elevara sobre la tierra. También porque su bebida era famosa por producir a sus clientes una resaca bestial al día siguiente. En aquel momento, a Nic no le importaba.

—Parece que has tenido un mal día —comentó una voz con un ligero acento exótico—. ¿Te ayuda beber?

Nic, entre las brumas de la borrachera, se sorprendió al ver cómo el príncipe Ashur de Kraeshia tomaba asiento a su lado. Sabía que había decidido quedarse una temporada en Auranos tras la boda, y que residía como invitado en el ala oeste del palacio. Los guardias de Gaius tenían orden de vigilar estrechamente al atractivo heredero; algunos de ellos murmuraban que el rey le veía como una amenaza. Al fin y al cabo, para el padre de Ashur, conquistar la mitad del mundo conocido había sido tan fácil como arrebatarle un caramelo a un niño.

Nic se quedó mudo por un instante.

—Es vino de arroz fermentado, importado de Terrea —respondió finalmente—. Y no, no me ayuda. Todavía no. Pero dadme tiempo…

—Tabernero —llamó el príncipe—, otra ronda de vino de arroz para mi amigo Nic y para mí.

Nic le miró con curiosidad cuando les trajeron las copas.

—Conocéis mi nombre.

—Así es.

—¿Cómo es que sabéis quién soy?

—He preguntado por ti —el príncipe dio un trago y esbozó una mueca—. Repugnante, sin duda.

—¿Y qué habéis… preguntado, si se me permite el atrevimiento?

Un mechón de pelo oscuro se había escapado de la coleta del príncipe. Se lo apartó de la frente con un ademán.

—Sé que eres amigo íntimo de la princesa. Te vi hablando con ella hoy en el patio, y no parecía una conversación típica entre un soldado y una persona de sangre real. A pesar de tu librea, creo que tienes influencia y sabes muchas cosas de la vida en palacio.

—Pues estáis equivocado —le miró por el rabillo del ojo; tal vez el rey hiciera bien en desconfiar de aquel hombre—. ¿Dónde está vuestra escolta?

—Pasándolo bien, supongo —respondió encogiéndose de hombros—. No me gusta sentirme rodeado.

—Deberíais saber que la Ciudadela de Oro no está exenta de peligros.

—Tomo buena nota —respondió el kraeshiano en tono divertido.

Los ojos de Nic se posaron en las cimitarras gemelas que llevaba prendidas al cinto de cuero. Tal vez fuera capaz de protegerse a sí mismo sin problemas.

Cinco… seis… diez vasos. Nic descubrió que el vino de arroz disolvía los pelos que hubiera podido tener en la lengua.

—¿Y qué queréis de mí, alteza?

—Hablar —respondió el atractivo príncipe sin abandonar su mueca divertida.

—¿Sobre qué?

—Sobre el anillo de amatista de la princesa Cleiona —respondió agitando el vaso.

Nic se envaró; hasta ese día, nunca se había fijado en el maldito anillo. Y ahora…

—La princesa tiene muchas joyas; no les presto demasiada atención.

—Creo que sabes perfectamente de cuál te hablo. Al fin y al cabo, eres su confidente más cercano —enarcó una ceja—. Aunque tal vez no tan cercano como te gustaría.

El kraeshiano le miró con una mirada cómplice, como si callara algo, y Nic se preguntó cuánto habría oído de su conversación con Cleo. ¿Tendría información, o iría de farol?

Se removió en el asiento, incómodo.

—No me apetece hablar de la princesa.

—El amor no correspondido es muy doloroso, ¿verdad?

Algo se retorció en el interior de Nic. Le inquietaba que aquel príncipe le conociera tan bien, que pudiera leer sus sentimientos con tanta facilidad.

—Es lo peor.

—Cuéntame lo que sabes de los vástagos —Ashur se acodó en la mesa y apoyó el mentón en la mano—. Yo creo que existen, ¿tú no?

—No son más que leyendas absurdas —musitó con el corazón acelerado.

¿Por qué le preguntaba esas cosas?

—Mi padre ha conquistado muchas tierras llenas de riquezas, y no cree que Mytica sea lo bastante grande como para contener nada de interés. Pero se equivoca. Yo creo que Mytica es el reino más importante de todos; creo que es la puerta de una magia grandiosa que está latente en todo el mundo, Kraeshia incluida. De modo que he venido para comprobar si esas «leyendas absurdas» son ciertas. Y resulta que una de ellas habla de un anillo muy especial.

Nic apuró su copa de un trago rápido.

—Disculpadme, alteza, pero si habéis venido a Auranos en busca de magia y leyendas, os vais a llevar una gran decepción. Cleo lleva el anillo porque su padre se lo entregó antes de morir, eso es todo. No tiene más significado que ese.

—El rey Gaius debe de conocer la historia de los vástagos —continuó el príncipe Ashur sin inmutarse—, y me imagino que ansía poseerlos con todas sus fuerzas. Sin la ayuda de una magia poderosa que fortalezca su control sobre este reino, se le podría aplastar fácilmente. ¿Crees que no se ha dado cuenta? Y esa Calzada Imperial, ¿qué tiene que ver con todo esto? Sospecho que está relacionada con la búsqueda de los vástagos. Gaius ha dispuesto todo su ejército a lo largo de la calzada; lo ha dispersado por los tres reinos de Mytica, dejando el castillo de Limeros y el palacio de Auranos expuestos a un ataque exterior. A mí me parece una estrategia propia de un rey obsesionado, ¿no crees?

A pesar de la bebida, a Nic se le había quedado la boca seca.

—No tengo ni idea de qué contestar.

—¿Estás seguro? Pues yo creo que tienes mucho que aportar, más incluso de lo que piensas —Ashur se inclinó hacia delante y le miró fijamente. Sus ojos destacaban contra su piel oscura: eran de un azul grisáceo, como el mar de Plata.

A Nic le latía el corazón con tanta fuerza que ya ni siquiera distinguía las conversaciones de la taberna.

—Os deseo que paséis una velada agradable. Buena noche, príncipe Ashur.

Salió de la taberna y avanzó entre el laberinto de calles empedradas en dirección al palacio, pero pronto se encontró perdido. Diez… once… quince vasos. ¿Cuánto había bebido?

—Ay, Nic —murmuró—. Esto no va bien… nada bien.

Especialmente cuando se dio cuenta de que alguien lo seguía. Apretó el paso, con la impresión de que unos dedos siniestros le rozaban el borde de la librea, y se llevó la mano a la empuñadura de su espada. La ciudadela era frecuentada por un buen número de ladrones y rateros dispuestos a matar para evitar que los capturaran; de todos era conocido el mal trato que el rey dispensaba a los prisioneros, y nadie deseaba terminar en sus calabozos.

Nic dobló la esquina y frenó en seco al encontrarse en un callejón sin salida.

—¿Te has extraviado? —preguntó la voz del príncipe Ashur a su espalda.

Se volvió lentamente, envarado.

—Un poco.

El príncipe le contempló de arriba abajo.

—Tal vez pueda echarte una mano.

Seguía sin escolta. Era muy extraño que vagabundeara solo, sin nadie que le cubriera las espaldas en aquellas callejuelas erizadas de peligros.

¿Se habría dado cuenta de que Nic le había mentido? ¿Qué estaría dispuesto a hacer para sacarle la verdad sobre los vástagos y el anillo de Cleo? ¿Cómo podría defenderse de él?

—Me hagas lo que me hagas, no pienso decirte nada —masculló Nic con voz ronca.

Ashur soltó una carcajada.

—Eso suena un poco exagerado. ¿Tanto te afecta el vino de Terrea? Te sugiero que de ahora en adelante te dediques a los caldos paelsianos.

Aquella respuesta despreocupada no tranquilizó a Nic en absoluto. Su instinto de supervivencia, aunque entorpecido por el alcohol, gritaba con alarma creciente. Las cimitarras gemelas que llevaba el príncipe captaron de nuevo su atención.

—Quieres respuestas que no puedo darte —dijo, preocupado al notar su voz pastosa—. Respuestas a preguntas que ni siquiera conozco.

—Te doy miedo —apuntó Ashur acercándose.

Nic dio un paso atrás.

—¿Por qué me persigues? No puedo ayudarte. Déjame en paz.

—No puedo dejarte en paz. Todavía no. Primero necesito saber algo, algo muy importante.

El príncipe se aproximó un poco más y, antes de que Nic pudiera desenvainar su espada para defenderse, le rodeó la cara con las manos y le besó.

Nic se quedó helado.

Aquello no era lo que esperaba. Ni siquiera se aproximaba.

El príncipe le agarró de la camisa y lo pegó a él para besarlo más profundamente, y Nic, sorprendido, descubrió que estaba devolviéndole el beso. En ese instante, el príncipe se apartó.

Nic le miró atónito.

—¿Lo ves? —dijo Ashur sonriendo—. Te acabo de demostrar que hay más cosas en la vida, además de emborracharse para olvidar a una princesa que solamente te considera su amigo. Y también hay más reinos en el mundo aparte de este, diminuto, lleno de conflictos y gobernado por un reyezuelo codicioso. Incluso aunque este reino sea tan valioso como yo creo.

—Alteza…

—Volveremos a hablar muy pronto, te lo prometo —le interrumpió Ashur, inclinándose para darle otro beso rápido que Nic no intentó evitar—. Y me ayudarás a encontrar las respuestas que busco. Sé que lo harás.