CAPÍTULO 28
JONAS
Brion se desplomó en el suelo.
A Jonas se le cortó el aliento. Contempló la escena desde su escondite entre el follaje, aturdido. Era un sueño, tenía que serlo. Una pesadilla de la que despertaría en cualquier momento.
De pronto, su visión se tiñó de rojo: rojo de ira. Se lanzó hacia delante dispuesto a matar a Aron con sus propias manos, a despedazarlo hasta reducirlo a un montón de carne sanguinolenta.
Pero antes de que abandonara la protección del frondoso bosque, Lysandra le sujetó. Las lágrimas rodaban por sus mejillas cuando le agarró la cara para obligarle a apartar la mirada del cadáver de su mejor amigo.
—¡Jonas, no! Es demasiado tarde —murmuró—. Brion ya está muerto; si te acercas, morirás tú también.
Todo había transcurrido en un segundo. El amigo al que conocía desde su nacimiento yacía en el suelo a treinta pasos de distancia. La sangre corría por su pecho y empapaba la tierra; sus ojos vacíos miraban hacia el bosque como si buscaran a Jonas.
Era como presenciar la muerte de Tomas otra vez: Aron Lagaris había vuelto a arrebatarle sin previo aviso a uno de sus seres amados.
—Suéltame —exigió en un susurro roto por el dolor.
Se debatió para liberarse de Lysandra, pero la muchacha le sujetaba con mano de hierro.
—Te matarán si vas —masculló ella.
—Ha sido por mi culpa; una vez más, ha sido culpa mía. Yo propuse que robáramos las armas. Y cuando nos vieron… —la voz se le quebró y Jonas hundió el rostro entre las manos, como si al dejar de ver pudiera olvidar lo que había sucedido—. Brion me protegió para que yo escapara. Por eso le atraparon.
—Nos estaba protegiendo a los dos —murmuró Lysandra dejando escapar una lágrima—. No te culpes de lo que ha pasado; necesitábamos esas armas. No podíamos saber que…
—Tengo que matar a Aron Lagaris. Necesito vengarme —susurró Jonas tembloroso, mirando el rostro surcado de lágrimas de la chica.
En ese momento, Lysandra le servía de ancla y de contrapeso. Si no fuera por ella, Jonas ya estaría luchando contra los limerianos. Sangrando. Muriendo. Pero en vez de estallar en un acceso de odio y cólera ante lo sucedido, Lysandra le abrazó con fuerza.
—Tendrás tu venganza —le aseguró—. Y yo también. Pero no aquí. Ahora no.
Jonas reprimió una arcada. En su mente se repetía una y otra vez la imagen de Brion desplomándose.
—Sabíamos que el príncipe vendría en esta dirección; fue idea de Brion seguirle, Jonas. No puedes culparte —continuó Lysandra, y Jonas se aferró a sus palabras como a un clavo ardiendo—. Mírame —le agarró de nuevo el rostro y le obligó a enfrentarse a sus ojos llorosos—. Gracias a Nerissa, ahora sabemos hacia dónde se dirigen y por qué. Es el momento de actuar de una vez por todas. Es la hora; pase lo que pase, no debemos olvidarlo.
Jonas intentó centrarse, ver más allá de la rabia y el dolor. En su cabeza comenzó a aparecer una estrategia, al principio desdibujada, pero más firme y clara a cada instante.
Es la hora, había dicho Lysandra.
Tenía razón.
La muerte de Brion no sería en vano; Jonas no estaba dispuesto a permitirlo. En aquel momento, veía las cosas con mayor claridad que en toda su vida.
La Calzada Sangrienta era la clave para la caída del rey.
Y era el momento de que los rebeldes pulsaran esa clave.
Cuando regresaron al emplazamiento rebelde, era noche cerrada. La Tierra Salvaje, sumida en la oscuridad, bullía de sonidos que hacían pensar en bestias hambrientas y acechantes, preparadas para cazar y devorar a todos los seres que se cruzaran en su camino. Jonas se sentía como una de ellas: en ese momento, habría sido capaz de matar a cualquiera.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Tarus después de que Lysandra les relatara cómo había muerto Brion—. Están acabando con nosotros de uno en uno.
Jonas sacó fuerzas de flaqueza y carraspeó.
—Durante todo este tiempo —comenzó a decir con voz alta y clara—, hemos buscado la forma de arrebatarle al rey el dominio que asumió sobre Paelsia desde que el caudillo fue asesinado. Admito que a veces he tenido miedo de que no fuéramos capaces. Tras el desastre del templo de Cleiona, dudé. Dudé de mí mismo, dudé de todo. Y así, durante unos días permití que el Rey Sangriento me derrotara. Nos supera en fuerza. Cuenta con guardias y soldados. Dispone de armas. Ha engañado a los auranios y los ha convertido en un rebaño estúpido que camina dócilmente hacia el matadero. Y ahora, a juzgar por la información que nos ha llegado, ha decidido no salir de la Ciudadela de Oro y dejar que los demás cumplan sus órdenes mientras él permanece aislado, a salvo de cualquier daño.
—Y entonces, ¿para qué sirve todo esto? —intervino un chico—. ¿Cómo podemos atacarle?
—Llevo semanas buscando algún punto débil —respondió Jonas—. Algo que al rey le duela de verdad; algo que podamos usar contra él para obligarle a salir de su madriguera. En cierta ocasión pensé que la princesa Cleiona serviría, pero el plan no funcionó como yo esperaba. He descubierto que necesitamos a alguien que le importe de verdad al rey.
—¿Quién? —quiso saber Tarus, con los ojos como platos.
—Mañana al amanecer, el príncipe Magnus, lord Aron y un grupo importante de soldados emprenderán camino hacia las Montañas Prohibidas. Se proponen inspeccionar el campamento base de la calzada, del que nosotros no teníamos noticias hasta hace muy poco.
—¿Quién te ha contado eso? —inquirió Phineas.
—Una fuente fiable —replicó Lysandra intercambiando una mirada tensa con Jonas.
La noticia les había llegado hacía unos días, y era el motivo por el que se habían acercado a espiar al príncipe. Nerissa, antes costurera, había cambiado de profesión con entusiasmo y se había volcado en el espionaje rebelde. Los guardias de palacio más cercanos al rey disfrutaban desahogándose entre los brazos de una chica guapa y simpática tras un duro día de trabajo. Aunque Lysandra no aprobara aquella forma de obtener información, debía admitir su efectividad: quizás les hubiera proporcionado la clave final que los llevaría a la victoria.
—Entonces, vamos a secuestrar al príncipe Magnus —aventuró un rebelde.
—Eso es —Jonas entornó los ojos—. Pero no es nuestro único objetivo. Hay alguien más en aquel emplazamiento, alguien que creemos que al rey le importa tanto como su propia sangre. Se trata de un hombre llamado Xanthus que, según nuestra fuente, está rodeado de misterios. Es el ingeniero jefe de la obra de la calzada, y parece esencial para su construcción; él es quien toma las decisiones, y no se coloca una sola piedra sin su aprobación. Los cambios y nuevas instrucciones salen directamente de él y se transmiten mediante documentos oficiales a los demás emplazamientos.
—¿Y cómo puede acumular tanto poder un solo hombre? —preguntó Phineas.
—Ni lo sé ni me importa, sinceramente —replicó Jonas; tal vez sonara descuidado, pero su plan no lo era—. Solo sé que, sin Xanthus, la construcción de la calzada se detendrá. Y el rey ha invertido mucho en ella, tanto oro como tiempo. La desea, le importa de verdad. Si disponemos de Xanthus y del príncipe como rehenes, conseguiremos lo que queramos, incluso al propio rey. Le obligaremos a salir de su guarida dorada y caerá en nuestras garras.
—El plan es simple —explicó Lysandra—. Seguiremos al grupo del príncipe Magnus hasta la calzada, esperaremos a que se detengan a descansar y los atacaremos justo antes del amanecer. Luego localizaremos a Xanthus y al príncipe y secuestraremos a ambos; no hace falta decir que mataremos a todos los que se interpongan en nuestro camino. Ha llegado el momento. Esta es nuestra oportunidad para cambiarlo todo y salvar a nuestro pueblo de la tiranía del rey.
—Pero necesitaremos vuestra ayuda: la de todos y cada uno de vosotros —añadió Jonas.
—Será un baño de sangre —murmuró el hombre que estaba al lado de Phineas—. ¿Por qué vamos a arriesgar nuestra vida así? ¿Por una información que habéis obtenido de forma misteriosa?
—¡Sí! —gritó Lysandra enfrentándose a él con los ojos ardientes—. Daremos nuestras vidas si es necesario. Hoy vi cómo moría Brion, y se mantuvo firme hasta el final. Se lo debemos. Por mi parte, solo aspiro a ser la mitad de valiente que él. ¡Estoy dispuesta a morir para demostrarle al Rey Sangriento que jamás seremos sus esclavos!
—Atacaremos al rey Gaius donde más le duele —aseguró Jonas con convicción—. Y conseguiremos la victoria. ¡Vamos! ¿Quién está conmigo? ¿Quién está con Lysandra?
Uno tras otro, los rebeldes fueron dando un paso al frente. Sus voces sonaban cada vez más fuertes y entusiasmadas.
—¡Yo!
—¡Contad conmigo!
—¡Sí! ¡Ya está bien de acobardarnos! ¡Vamos a mostrarle al Rey Sangriento nuestra fuerza de una vez por todas!
—¡De una vez por todas!