CAPÍTULO 26

REY GAIUS

Por fin, tras semanas de espera, la encontró en sueños.

—Me dijiste que sería inmortal —rugió Gaius en cuanto sintió la presencia de Melenia. Sin esperar respuesta, se lanzó sobre ella, la agarró de los hombros y la zarandeó—. ¿Por qué me mentiste?

—No lo hice.

La abofeteó con fuerza y se sorprendió: hacer daño a aquella hermosa criatura le resultaba aún más satisfactorio de lo que esperaba.

Ella se llevó la mano a la mejilla. Sin embargo, las lágrimas no acudieron a sus ojos.

—No te mentí —repitió recalcando cada sílaba—. Y si vuelves a pegarme te atendrás a las consecuencias, mi rey.

Solo un estúpido habría ignorado la amenaza implícita en su tono. El rey intentó calmarse.

—Estuve a punto de morir aplastado en el templo de Cleiona durante el terremoto; allí probé el sabor de mi propia mortalidad.

—Pero estás vivo, ¿verdad?

No había salido del palacio desde aquel día. Los asesinos rebeldes podían acecharle en cualquier sombra, y la amenaza de desastres naturales era cada vez más acuciante. Estaba demasiado cerca de lograr lo que siempre había querido para correr riesgos innecesarios.

Después de lo sucedido en el templo, su confianza se había tambaleado: ya no creía en Melenia. Durante un fugaz momento, la había considerado su igual en intelecto y un digno objeto de deseo. Por aquel entonces había pensado convertirla en su reina para que gobernara a su lado durante toda la eternidad: una mujer a la que sería capaz de respetar, tal vez incluso amar.

Ya no.

Ahora lo único que quería de ella eran respuestas.

—¿Cuándo? —rugió—. ¿Cuándo tendré entre mis manos el tesoro que llevas meses prometiéndome?

—Cuando la calzada esté terminada.

Demasiado tiempo de espera sin una prueba tangible de que Melenia le hubiera dicho la verdad. La paciencia del rey Gaius estaba llegando a su fin.

—¿Por qué Lucía es esencial para localizar los vástagos? ¿Sentirá con su magia dónde se encuentran? ¿Habrá que derramar más sangre para ayudarla?

—Ya te lo dije, rey mío. Se derramará sangre, mucha. La sangre es esencial para la consecución de nuestro plan.

—Cuéntamelo. ¡Cuéntamelo todo!

Una leve sonrisa caracoleó en los labios de Melenia.

—Mi rey, no estás preparado para oírlo todo.

—Por supuesto que lo estoy —protestó.

—Aún no. Habrá que hacer… sacrificios. Sacrificios para los que creo que no estás preparado.

—¿Qué sacrificios? —estaba dispuesto a arriesgarlo todo, a sacrificar lo que fuera necesario para conseguir lo que anhelaba—. ¡Dímelo!

Melenia enarcó una ceja.

—A veces me preguntó por qué me tomo tantas molestias contigo; tal vez sea porque me diviertes.

Gaius le lanzó una mirada de odio: no estaba dispuesto a servirle a nadie de diversión.

—Profetizaste que yo gobernaría el universo, que obtendría el poder de un dios inmortal.

—Sí, eso hice. Lo curioso de las profecías, mi rey, es que no siempre son inamovibles. Esta profecía me obliga a ayudarte en todo lo que debemos llevar a cabo en el mundo de los mortales, y la he cumplido de múltiples formas. No hagas que me arrepienta.

Gaius deseó matarla, aplastarla con sus manos desnudas, ver cómo la vida se extinguía en sus hermosos ojos azules. Quería verla suplicar piedad con su último aliento.

¿Los inmortales tendrían la sangre roja? Le gustaría averiguarlo.

En lugar de desvelar sus oscuros pensamientos, inclinó la cabeza con deferencia.

—Discúlpame, te lo ruego. Sabes la presión que he soportado últimamente; estoy ansioso por ver algún progreso. La enfermedad de Lucía me sacó de mis casillas. Pero ahora está despierta, y su magia es más fuerte que nunca.

—Me alegra oír eso —respondió Melenia paseando lentamente alrededor de él.

Por primera vez en su vida, el rey Gaius se sintió acorralado, como si un predador le examinara en busca de algún punto débil.

Nunca antes se había sentido como una presa.

—Debo viajar al campamento de la calzada en las Montañas Prohibidas para ver a Xanthus —dijo—. Necesito hablar con él, que me explique lo que está haciendo. Quiero asegurarme de que la calzada avanza como debe; no me basta con los mensajes que me manda por medio de sus cuervos.

—No, mi rey. Tienes que permanecer aquí.

—¿Por qué?

Una expresión grave apareció en el exquisito rostro de Melenia.

—No quisiera alarmarte, pero… Si sales del palacio, la profecía dejará de tener validez. Sobre ti penden incontables amenazas; muchos desean tu muerte. Te prometí la inmortalidad, rey mío, pero solo si permaneces a salvo hasta que nuestros planes estén encauzados.

Él la contempló durante un largo rato en silencio: era justo lo que se temía.

—De modo que he de quedarme encerrado, como un niño al que hay que proteger de todos los peligros.

Los ojos de Melenia refulgieron con un brillo acerado.

—Sé muy bien lo que es estar encerrado, mi rey. Créeme: tu confinamiento será mucho más breve que el mío. Si quieres saber más sobre la calzada y no te basta con mi palabra, siempre puedes enviar a alguien de confianza para que hable con Xanthus.

Pero Gaius no confiaba en nadie.

En nadie… salvo en sus hijos. Su hijo.

—Enviaré a Magnus —dijo.

Le inquietaba no ir en persona, pero no ponía en duda la advertencia de Melenia. Su vida como mortal era frágil, y estaba demasiado próximo a su glorioso destino para arriesgarse a perecer bajo el puñal de un rebelde.

—En cuanto regrese de su viaje nupcial y se una a la cacería de Jonas Agallon, le pediré que inspeccione el campamento de las montañas y que hable con Xanthus en mi nombre —resolvió.

—Muy bien. Espero que el príncipe te demuestre su valía en esta misión —ronroneó Melenia—. Sé que te ha causado algunos problemas.

—Si soy duro con él es porque necesita mano firme. Está en un momento complicado de su vida. Pero a pesar de sus reticencias, me ha demostrado su valía una y otra vez. No me defraudará.

—Sí, envía a tu hijo a buscar respuestas; eso te tranquilizará. Nos encontramos más cerca de lo que crees.

El rey tomó el rostro de Melenia entre sus manos, en esta ocasión con suavidad, y ella no se apartó cuando se inclinó para besarla. La boca de la inmortal era dulce y tibia, tanto como lo sería en el mundo de la vigilia.

Cuando todo hubiera terminado, cuando los vástagos estuvieran en su poder y Gaius se hubiera convertido en un dios inmortal, confiaba en descubrir lo agradable que sería matar a la mujer que abrazaba en ese instante.

Para entonces ya no necesitaría una reina.