CAPÍTULO 24

LYSANDRA

Jonas partió hacia la boda real al amanecer, acompañado de veinte voluntarios deseosos de gloria. Los demás rebeldes se quedaron en el campamento.

Lysandra decidió matar su ansiedad cazando y fabricando flechas. También habían enviado varios exploradores —Nerissa entre ellos— para que recabaran más información sobre la calzada. Lysandra estaba decidida a encontrar algún punto débil en ella, algo que la ayudara a encontrar y liberar a su hermano.

Algo que le diera ventaja si Jonas fracasaba y no conseguía terminar con la vida del rey.

Horas después, se produjo un terremoto que derribó a todos los rebeldes del campamento. Brion se apresuró a ayudar a Lysandra, como había hecho durante el tornado de Paelsia, y la envolvió entre sus fuertes brazos como si quisiera protegerla de cualquier daño. Cuando la tierra dejó de sacudirse, ella se libró de su abrazo.

—Tengo… tengo que seguir cazando —dijo.

—Lys…

—Brion, yo… —echó un vistazo a los demás, que cuchicheaban y se reían a pesar del sobresalto.

Por culpa del bocazas de Jonas, el enamoramiento de Brion era de dominio público en todo el campamento.

—Necesito espacio, Brion —dijo al fin.

—Lo siento —murmuró él mientras su sonrisa se desvanecía—. No te preocupes.

Lysandra agarró el arco y se adentró en el bosque.

¿Por qué trataba así al único rebelde que la había acogido con los brazos abiertos, el único que la había defendido ante el cabecilla de la banda cuando nadie más lo hizo? Lo único que sabía Lysandra era que no sentía por Brion nada más que amistad… en el mejor de los casos. No tenía tiempo para amigos ni para amores. No era ni el momento ni el lugar para ello.

—Idiota… —murmuró pisoteando la hojarasca.

No estaba segura de a quién se refería, pero decirlo en voz alta la ayudó a sentirse mejor.

Después del terremoto casi todas las presas se habían refugiado en sus madrigueras, y la muchacha tuvo que esperar hasta el anochecer para divisar un ciervo. Contuvo el aliento y levantó el arco muy despacio.

Vas a ser una cena estupenda, amiguito. No te muevas.

De pronto, un ruido de maleza y ramas rotas espantó al ciervo. Lysandra maldijo en voz baja: alguien debía de haberla seguido desde el campamento.

—Más vale que no seas tú, Brion —murmuró avanzando hacia el ruido.

Una figura familiar rompió el denso follaje, trastabilló, cayó al suelo e intentó incorporarse sin éxito.

—¿Jonas? —preguntó Lysandra frunciendo el ceño.

En ese momento, un jinete limeriano irrumpió en el claro, descabalgó de un salto y agarró a Jonas del pelo.

—¿Creías que no te atraparía, gañán?

Jonas no respondió; estaba cubierto de sangre y tenía los ojos vidriosos. El soldado desenvainó la espada y acercó la hoja a la garganta del muchacho.

—Sé quién eres: Jonas Agallon, el asesino de la reina Althea. Si le llevo tu cabeza al rey, me ganaré una buena recompensa. ¿Tienes algo que decir?

—Él no —musitó Lysandra—. Pero yo sí —concluyó alzando la voz.

El guardia se volvió hacia ella justo en el momento en que la chica disparaba la flecha, que se clavó en su ojo izquierdo. Sin gritar siquiera, el limeriano se derrumbó y estaba muerto antes de caer al suelo. Lysandra se acercó y empujó el cuerpo con el pie.

—¿Qué ha ocurrido, Jonas? —preguntó agarrándole de la camisa—. ¿Hay más perseguidores?

Jonas resolló, incapaz de responder. Lysandra lo examinó rápidamente: tenía una herida profunda en el costado y una brecha en la nuca que sangraba de forma alarmante. El corazón de la chica dio un vuelco.

—Te dije que era una locura. ¿Cuándo empezarás a escucharme?

Oteó a su alrededor para asegurarse de que no se acercaban más soldados y luego ayudó a Jonas a ponerse en pie, tambaleándose bajo su peso. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, le ayudó a tumbarse con la cabeza apoyada en las raíces de un enorme roble. Le rasgó la camisa para examinar la herida del costado e hizo una mueca al ver la carne desgarrada.

—¿Qué hacemos contigo?

Arrancó una tira de tela de su camisa, más limpia que la de él, para presionar la brecha y detener la hemorragia; ya cauterizarían la herida más tarde.

Si sobrevivía.

Jonas, vas a vivir, pensó. Eres demasiado testarudo para morir hoy.

Un halcón se había posado sobre el roble y los observaba con curiosidad.

—Si no piensas ayudarnos, ocúpate de tus asuntos —le espetó Lysandra.

La reconocía perfectamente: era la misma hembra que aparecía una y otra vez por el campamento. Los encantos del líder rebelde traspasaban la barrera de las especies… Agarró una piedra y se la lanzó al ave, que echó a volar.

—Tus admiradoras no te dejan ni a sol ni a sombra, Agallon —murmuró.

Jonas gruñó mientras Lysandra le limpiaba la sangre de la cara con otro pedazo de su camisa. Entreabrió los labios para decir algo, pero no le salía la voz.

—¿Qué? —preguntó la muchacha inclinándose sobre él.

—Desastre… Lo siento mucho… Os he fallado…

El chico abrió los ojos: eran de color canela, la especia favorita de Lysandra, con motas doradas junto a las pupilas, tan negras como sus espesas pestañas. No era la primera vez que la muchacha se fijaba en ellos.

—Tienes que levantarte —le apremió con voz repentinamente ronca—. Vamos. Hay que moverse.

—Tú… —murmuró.

—Sí, yo.

Jonas la agarró de la blusa y la atrajo hacia él. Ahora estaban tan cerca que sus labios casi se rozaban.

Lysandra lo miró, perpleja.

—Jonas…

—Cleo…

Lysandra se apartó con brusquedad y le propinó una bofetada.

—¡Despierta, idiota! Si piensas que soy la princesa, estás aún peor de lo que creía.

Él se incorporó hasta sentarse y se frotó la cara.

—El soldado… —murmuró.

—He acabado con él.

Jonas la miró con expresión confusa, y Lysandra se dio cuenta de que no recordaba bien lo sucedido.

—Bien —concluyó él, y se levantó con una mueca sujetándose el brazo herido.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los otros?

El chico le dedicó una mirada de una desolación tal que a Lysandra se le heló la sangre.

—Muertos.

—¿Todos?

—Sí.

La chica fue incapaz de decir nada durante unos instantes.

—Maldito seas, Jonas. No debería haberme molestado en salvarte el pellejo; no te lo mereces.

—Tienes razón —tragó saliva—. Pero ahora debo regresar al campamento.

No había nada más que decir.

Veinte rebeldes se habían ofrecido a acompañar a Jonas al templo con la esperanza de obtener una gloriosa victoria sobre Gaius.

Solo Jonas había regresado.

—Nuestros amigos lucharon con fiereza, pero los limerianos nos superaban en número —añadió Jonas tras concluir el relato de la masacre—. Estoy desolado. Fue un error y asumo toda la responsabilidad.

El silencio era tan cortante como el hacha de un verdugo. El canto de los grillos y el crepitar de la hoguera solo eran interrumpidos por algunos sollozos ahogados: los rebeldes más jóvenes todavía no controlaban sus emociones. Los mayores, rígidos, miraban al suelo.

—Ha sido por tu culpa —le acusó Iván—. ¡Por tu gran idea, esa que no podía fallar!

—Él no podía prever lo que pasaría —replicó Brion, que se encontraba al otro lado de la fogata.

—De acuerdo, no podía preverlo —concedió Iván—. Pero se lo contó a esa princesa, ¿verdad? Debió de ser ella quien nos vendió.

—Ella nunca haría eso —murmuró Jonas hundiendo el rostro entre las manos.

—¿Y por qué no? ¿Qué perdía con delatarnos?

—¿Qué perdía? —rugió Jonas—. Todo. Si hubiéramos triunfado, la victoria también habría sido suya. Nuestra derrota significa que debe convivir con su enemigo, el usurpador del trono de su padre.

—Entonces, tal vez nos hayas traicionado tú para que el rey retire la recompensa que ha ofrecido por tu cabeza.

La expresión de Jonas se endureció.

—Antes moriría, y lo sabes muy bien.

Iván se acercó a Jonas; le sacaba media cabeza.

—Recuérdame por qué eres nuestro líder.

Jonas se irguió y, a pesar de estar herido, le sostuvo la mirada sin vacilar.

—Recuérdame tú por qué estás con los rebeldes. No te mueves del campamento desde hace semanas, Iván.

El puño de Iván se estrelló contra la barbilla de Jonas, que cayó cuan largo era.

—Te crees el mejor, ¿verdad? —rugió Iván—. ¡Pues esta es la prueba de que no eres nadie! Por culpa de tu estúpido plan han muerto veinte de los nuestros. ¿Crees que vamos a seguir a tus órdenes después de esto?

—De hecho, sí —intervino Lysandra—. Eso es lo que vamos a hacer.

—¿Qué dices? —la increpó Iván, furioso.

—¿Se equivocó Jonas al planear el ataque de hoy? Sí —sentenció la muchacha—. Pero al menos tomó una decisión, y si hubiera tenido éxito todos estaríais aclamándole a voz en grito. Hoy han muerto veinte rebeldes, veinte valientes que estaban dispuestos a dar la vida para liberar a nuestro pueblo de la opresión y la esclavitud. ¿Ha merecido la pena? Cuando me enteré de la masacre pensé que no, pero ahora he empezado a verlo de otra forma. Si nosotros hubiéramos sido lo bastante atrevidos, los habríamos acompañado. Y entre todos, tal vez habríamos vencido.

—¿Y tú qué sabes? —replicó Iván en tono agrio—. No eres más que una mujer; tu opinión no cuenta para nada. Deberías dedicarte a hacernos la comida, no a luchar a nuestro lado.

En esta ocasión fue Iván quien recibió un puñetazo: Lysandra no consiguió derribarlo, pero sí hacerle daño. Cuando el chico se disponía a devolvérselo, Jonas se interpuso entre los dos contendientes. Un instante después, Brion se situaba a su lado.

—Déjala en paz, Iván —murmuró Jonas con los ojos nublados por el dolor—. La culpa de lo ocurrido es solo mía. Yo concebí el plan. Yo di las órdenes. Y veinte de los nuestros me siguieron… a la muerte. ¿Quieres pegar a alguien? Pégame a mí. Y lo mismo os digo a los demás.

Se hizo de nuevo el silencio.

—Hoy hemos fracasado —intervino Lysandra—. A todos nos duele que nuestros amigos perdieran la vida, pero debemos recordar que no será la última vez que ocurra algo así. No todos viviremos para ver el final de todo esto: es algo que aceptamos cuando decidimos unirnos a los rebeldes. Cada día que pasa nos volvemos más fuertes, más hábiles e ingeniosos. Nuestros ataques serán cada vez más audaces, y pronto detendremos la construcción de la Calzada Sangrienta de una vez por todas. Golpearemos al rey hasta acabar con él: es nuestro único motivo para seguir viviendo.

—No contéis conmigo —gruñó Iván limpiándose un hilo de sangre de la comisura.

—Entonces no cuentes tú con nosotros —le espetó Brion—. Largo; vete a casa con tu madre. Si no quieres estar aquí, nosotros no queremos que estés.

—Jonas os conducirá a todos a la muerte.

—Que así sea.

Con una última mirada de despecho a Lysandra, Iván se dio la vuelta en redondo y echó a andar.

—¿Alguien más quiere irse? —preguntó Brion—. ¿O estamos juntos en esto hasta el final, pase lo que pase?

Uno tras otro, los rebeldes se fueron pronunciando. Tarus fue el primero, con voz vacilante pero decidida.

—¡Contad conmigo!

—¡Estamos con vosotros!

—¡Hasta el fin!

Y sin embargo, a pesar de aquella muestra de lealtad, el ambiente era sombrío y lleno de dolor. Al menos no es el final, pensó Lysandra. Es un nuevo comienzo.

Jonas se acercó a ella con paso vacilante.

—Nunca pensé que te pondrías de mi parte.

—No lo hice —arrojó un palo a la hoguera y acto seguido se frotó los nudillos doloridos—. En realidad, era solo una excusa para partirle a Iván su fea cara.

—Ahora me lo explico.

Lysandra respiró hondo.

—Ya basta de bromas, Jonas. Escúchame: de ahora en adelante, tienes que tomar más en serio mis planes. Debemos atacar la Calzada Sangrienta; hay que pararla. Nuestro destino y el de nuestro pueblo dependen de esa calzada.

Jonas reflexionó un momento y terminó por asentir.

—Tienes razón.

—No vuelvas a cometer un error como este, Agallon.

—Lo intentaré —respondió él apretando la mandíbula.

—Más te vale… o tú y yo acabaremos mal.

—Entendido —respondió Jonas, escudriñando los ojos de Lysandra como si buscara algo oculto en ellos.

Ella fue la primera en apartar la vista.

Jonas se dio la vuelta y se dirigió a Brion para darle un apretón en el hombro.

A pesar de las tiranteces pasadas, Brion respondió sin vacilar con un abrazo de oso. La mirada dolorida de Jonas se iluminó por un instante; luego, sin decir nada, se alejó para ocuparse de sus heridas.

—¿Va todo bien entre los dos, Brion? —preguntó Lysandra.

—Supongo.

—Eres como un hermano para él.

—Ya. El sentimiento es mutuo.

—Me alegro de que os enfadarais —repuso Lysandra—. Si hubierais estado de buenas, le habrías acompañado al templo y ahora estarías muerto.

—En eso tienes razón —admitió Brion; tenía una expresión extraña, no tanto dolorida como… ¿frustrada, quizás?—. Me temo que ahora lo entiendo todo.

—¿El qué?

—La forma en que me miras —Brion se encogió de hombros—. No miras igual a Jonas. Estás enamorada de él.

Lysandra se quedó boquiabierta.

—Veinte de los nuestros han muerto hoy, ¿y solo se te ocurre decir eso? Más vale que dejes de mirarte el ombligo y te dediques a las cosas importantes.

La muchacha se alejó ofendida, sin saber qué más responder ante una acusación tan estúpida.

Sin embargo, había algo que la sorprendía: no había intentado negarlo.