CAPÍTULO 19
LUCÍA
La oscuridad se convirtió en su morada. En la mente de Lucía solo había espacio para dos ideas horribles que se repetían una y otra vez.
Mi madre piensa que soy malvada.
Mi madre quiere que muera.
Finalmente, tras una espera demasiado larga en aquel asfixiante vacío, llegó el amanecer. Lucía descubrió que se encontraba de nuevo en aquel prado, entre la hierba verde enjoyada y los árboles cristalinos.
El Santuario.
O más bien, la versión onírica del Santuario. Pero resultaba tan real, desde la brisa cálida hasta la hierba bajo sus pies descalzos y el aparentemente infinito cielo azul… Era tan auténtico que Lucía no se creía capaz de distinguir lo uno de lo otro.
Sintió la presencia de Alexius a su espalda, pero no se giró.
—Me has abandonado durante demasiado tiempo —susurró.
—Lo lamento, princesa.
Antes de aquel, habían compartido cuatro sueños. En ellos caminaban por ese mismo prado hasta llegar a unas ruedas de piedra tachonadas de diamantes, mientras conversaban sobre cualquier cosa: la infancia de Lucía, su relación con Magnus, su madre, su padre, su magia… Tal vez se hubiera sincerado en exceso, pero Alexius hacía que se sintiera… cómoda.
Y eso era sorprendente, teniendo en cuenta quién y qué era: un vigía inmortal de dos mil años de edad.
Lucía nunca había sentido nada parecido. Con nadie.
Él le hacía preguntas, muchas preguntas. Y ella contestaba. Sin embargo, Alexius era muy hábil eludiendo las preguntas que le hacía ella. Lucía todavía no sabía por qué la había traído hasta allí, pero cada vez que se encontraba en aquel prado, una niebla de sosiego parecía envolver su mente. Por más que intentara mantenerse alerta, todos los problemas de la vigilia se desvanecían cuando se encontraba allí.
Muerte. Destrucción. Profecías. Magia.
Necesitaba respuestas. Tal vez Alexius la hubiera evitado desde su último sueño; quizás la hubiera dejado dormir a la deriva todo ese tiempo.
En tal caso, aquella era su oportunidad para descubrir algo más, y no tenía intención de distraerse con aquella dorada criatura que hacía palidecer todo lo que la rodeaba. Lucía le miró directamente a los ojos.
—¿Qué quieres de mí?
Una sonrisa se asomó al hermoso rostro del muchacho.
—A mí también me alegra verte, princesa.
Aquella sonrisa… La mirada de Lucía se quedó prendida en sus labios antes de clavar la vista de nuevo en sus ojos plateados.
—Mi madre quiere matarme por mi elementia.
La sonrisa de Alexius se desvaneció.
—Te aseguro que no hará nada de eso.
Lucía contempló la palma de su mano y deseó que estallara en llamas. Su deseo se vio satisfecho al instante.
—¿Llegará a corromperme este poder? ¿Me volverá malvada?
—La elementia no es ni buena ni mala: solo es. El mundo fue creado a partir de los elementos; yo he sido creado a partir de los elementos.
—Y tú no eres malvado —a pesar del calor de las llamas, Lucía se estremeció cuando Alexius se acercó a ella, sonriente de nuevo.
—Nadie es malvado por naturaleza. Se trata de una elección personal.
—¿Siempre?
—Eso te preocupa —concluyó él frunciendo el ceño.
—Por supuesto que me preocupa —Lucía se retorció las manos y las llamas se extinguieron—. ¿Cómo me puedo librar de ella?
—¿Librarte de qué?
—De mi magia. ¿Qué pasa si no la quiero? ¿Y si deseo ser normal?
Alexius la observó como si no la entendiera.
—¿Normal? No puedes cambiar lo que eres: la elementia forma parte de ti.
—¿Cómo estás tan seguro? He pasado dieciséis años de mi vida sin conocerla. Mi existencia era… tranquila, plácida. A veces me parecía melancólica, pero no lo era en realidad. No podía matar a alguien solo con pensarlo; no podía hacer que estallaran en llamas; nadie me miraba con odio o temor, y no tenía que preocuparme por dominar algo oscuro y desagradable que se filtra a través de mi piel como un veneno.
—No deberías pensar así de tu magia, princesa. No es una maldición, sino un regalo. Muchos darían todo lo que poseen por ella… Incluso muchos de mi especie.
Lucía negó con la cabeza.
—Los vigías están hechos de magia.
—Hechos de magia, sí. Pero no podemos manejarla tan fácilmente como tú.
La muchacha caminó hasta el fin de la pradera con los brazos cruzados.
—¿Para qué necesitas mi magia, Alexius?
Tenía que saberlo. No se le ocurría ninguna otra razón para que aquel muchacho continuara visitándola en sueños.
Pero no es ningún muchacho, recordó. Nada más lejos de ello.
—No tengo tiempo de explicártelo —se pasó la mano por el pelo brillante como el bronce y volvió la vista hacia la ciudad.
—¿Por qué?
—¿No lo notas? Estás a punto de despertar, y en esta ocasión no volverás a dormirte. Lo sé porque me está resultando muy duro permanecer en el sueño contigo.
El corazón de Lucía dio un vuelco. ¿Iba a despertar por fin?
Era lo que quería, pero… también ansiaba conocer muchas cosas. No estaba preparada para despedirse de Alexius, todavía no. Al pensar en ello notó que se le encogía el corazón.
—¿Cuándo volveré a verte? ¿Me visitarás cuando duerma de forma normal?
—Sí —respondió, acercándose a ella con expresión tensa y agarrándole las manos—. Hay tantas cosas que quiero contarte… Necesito hablarte de ellas aunque haya jurado que guardaría silencio.
Parecía tan real… Su piel tibia, sus manos fuertes, su aroma especiado y exótico…
—Habla ahora, rápido. Di lo que tengas que decirme. No me hagas esperar.
—¿Confías en mí, princesa?
—No se me ocurre ningún motivo por el que debería hacerlo —musitó.
—¿Ni uno solo? —preguntó enarcando una ceja, y ella estuvo a punto de sonreír.
—Esos secretos… Tratan de mí, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza.
—Necesito saber qué dice exactamente la profecía sobre mi magia. Lo único que sé es que estoy destinada a convertirme en una bruja capaz de canalizar las cuatro partes de la elementia.
—Sí, eso dice la profecía. Y puedes hacerlo.
—¿Pero para qué? —gruñó, exasperada—. Puedo hacer magia, pero no quiero hacerla.
Él le apretó las manos.
—La profecía sobre Eva dice más cosas. Tiene una parte más importante… y aún más secreta.
—Revélamela.
—Dice que tú serás la que nos libere de esta prisión y nos reúna con los vástagos —Alexius echó una mirada desconfiada a la ciudad de cristal—. Tú nos salvarás de la destrucción.
Ella buscó su mirada.
—¿A qué te refieres con «destrucción»?
—Sin los vástagos, la magia que residía aquí desde hace miles de años se ha ido desvaneciendo poco a poco. Cuando desaparezca por completo, no quedará elementia. No solo en el Santuario, sino en el mundo entero. Pero toda la vida se crea a partir de la magia de los elementos; sin ella, no quedará nada. ¿Lo entiendes, princesa? Eres la clave de nuestro futuro… Del futuro de todos.
—Imposible —Lucía meneó la cabeza—. ¿De verdad piensas que voy a salvar el mundo?
—No tenía que habértelo dicho —murmuró él—. Todavía no. Ella se va a enfadar conmigo, pero… creo que tenías derecho a saberlo.
—¿De quién hablas? ¿De tu amiga Phaedra, la que nos interrumpió la otra vez?
—No —negó con la cabeza—. De otra persona. No cuentes lo que te he dicho, princesa. Y no confíes en nadie, ni siquiera en los que creas que son dignos de confianza.
La expresión del muchacho estaba llena de angustia y de pasión… y las dos cosas parecían causadas por ella.
—Alexius…
—Se supone que no debería sentir nada por ti —susurró atrayéndola hacia él—. Cuando te observaba de lejos, la distancia me permitía ser objetivo. Ahora no soy capaz.
Lucía apenas podía respirar. La piel le ardía al contacto con Alexius.
—Has llegado a ser muy importante para mí —continuó él, vacilante—. Más importante de lo que quisiera admitir, incluso para mis adentros. Hasta ahora nunca había entendido cómo un inmortal podía enamorarse de un mortal: no me parecía lógico. Pensaba que era estúpido renunciar a la eternidad a cambio de unos pocos años en el mundo de los humanos. Ya no pienso así: hay mortales por los que merece la pena sacrificar la eternidad.
Lucía se acercó inconscientemente a él. Había dejado de notar el rubor de sus mejillas.
—No debería visitarte más en sueños —murmuró él con una mueca de dolor—. Te acechan peligros que ni siquiera comprendes. Pero yo… Tiene que haber otra forma de conseguir lo que necesitamos. Y si existe, te juro que la hallaré.
Lucía no sabía a qué podía referirse, pero en ese momento no le importaba. Solo sabía que acababa de admitir su amor por ella.
—No dejes de entrar en mis sueños, te lo suplico. No puedes abandonarme ahora. Para mí también eres muy importante, Alexius. Yo… te necesito.
Sus ojos plateados se tiñeron de angustia. Parecían increíblemente sabios, llenos de respuestas a todas las preguntas que ella ni siquiera había planteado.
Tomó el rostro de Lucía entre las manos y se inclinó hasta que sus bocas se encontraron.
Comenzó como un beso casto, pero muy pronto se convirtió en todo lo contrario. Las manos del muchacho bajaron hasta la cintura de Lucía y la apretó contra él, haciendo que el beso fuera más profundo. Ella le acarició el rostro y la barbilla y hundió los dedos en su pelo. Sabía a néctar, a miel y a especias… Era dulce y adictivo. Necesitaba más. Deslizó las manos hacia su camisa y desató los nudos para abrirla y descubrir su pecho. Entonces vio una marca, un remolino dorado resplandeciente sobre su corazón.
—¿Qué es esto?
—Un signo de lo que soy.
Tan hermoso… Alexius era tan hermoso que Lucía no quería volver a despertar. Deseaba quedarse a su lado eternamente.
—Te amo, Alexius —musitó, y él se tensó al oírlo.
Antes de que Lucía tuviera tiempo de arrepentirse por haber dejado escapar aquellas palabras, la boca de Alexius apretó de nuevo la suya, exigente, robándole tanto la respiración como el corazón…
Y entonces la oscuridad cayó sobre el prado y Alexius se alejó de ella.
Un grito atenazó la garganta de Lucía.
Abrió lentamente los ojos y descubrió que estaba tumbada en una enorme cama con dosel, bajo unas leves sábanas de seda blanca. Tenía los ojos fijos en la vela que parpadeaba en su mesilla.
Un dolor desconocido se apoderó de su corazón.
Alexius.
Una chica joven con un sencillo vestido gris dormitaba en una silla cercana. Abrió los párpados y sus ojos se desorbitaron.
—¡Alteza! ¡Estáis despierta!
—Agua —consiguió articular Lucía.
La muchacha corrió a traérsela.
—Debo informar al rey de inmediato.
—Aún no. Por favor, espera un instante.
La chica obedeció y le entregó el agua, que Lucía se atrevió a beber tras un instante de duda. Después pidió a la criada que le llevara fruta, pan y queso.
—Dos meses… —musitó Lucía impresionada cuando la muchacha le dijo cuánto tiempo llevaba dormida—. ¿Cómo he sobrevivido todo este tiempo?
—Tomabais un brebaje especial que os ha mantenido con vida —explicó la joven—. Los curanderos dicen que era un milagro.
Sí, un milagro: uno que había permitido a su madre administrarle la poción que la había mantenido inconsciente. Un espasmo de ira recorrió su cuerpo y sus dedos se engarfiaron. La copa de cristal se hizo añicos.
—¡Princesa! —exclamó la criada, horrorizada al ver que se había cortado.
Lucía contempló la sangre de su mano, torciendo la cabeza como si valorara la profundidad de la herida. El Rey Sangriento era su padre; ¿la convertía eso en la Princesa Sangrienta? Sobre las sábanas blancas, su sangre era de un rojo tan vivo que casi brillaba.
La criada le vendó la mano rápidamente con un paño.
—No es nada —la tranquilizó Lucía.
—Os traeré sábanas limpias.
—Tranquilízate; ya te he dicho que no es nada.
Se abrió el vendaje improvisado y se concentró en el corte. Su mano comenzó a brillar con una hermosa luz cálida, y en un instante la herida desapareció.
Su madre se equivocaba: ella no era malvada. Aquello no era maligno. Utilizar la elementia, especialmente después de tanto tiempo, hacía que se sintiera bien.
—Había oído rumores de lo que erais capaz de hacer —murmuró la doncella, asombrada.
Aquella criada era mucho más molesta que el ratoncillo silencioso que debería ser.
—Te recomiendo encarecidamente que guardes esos rumores para ti, a no ser que desees que crezcan y te devoren.
La muchacha palideció.
—Sí, alteza.
—Ve a buscar a mi hermano. No traigas a nadie más que a él.
El ratoncillo se escurrió lejos de su vista y Lucía se sorprendió al darse cuenta de la dureza con la que le había hablado; normalmente trataba con mucha más amabilidad a la servidumbre. ¿Qué le estaba pasando?
Volvió la vista hacia el balcón de aquella habitación que tan ajena le resultaba y contempló el cielo salpicado de nubes esponjosas y el paisaje verde. Era muy hermoso, pero no se sentía en su hogar. No era el hielo blanco y perfecto que cubría Limeros.
Un halcón dorado se posó en la barandilla del balcón y Lucía se incorporó, mareada por el esfuerzo. El halcón la contempló un instante con la cabeza ladeada.
—¿Alexius? —musitó—. ¿Eres tú?
Las pesadas puertas de la estancia se abrieron de golpe y el halcón levantó el vuelo. Lucía se volvió con el ceño fruncido y encontró a Magnus.
—Lucía… —se acercó a toda prisa a la cama—. ¡Te juro por la diosa que si vuelves a quedarte dormida me voy a enfadar de verdad!
A pesar de la leve molestia que le había producido que espantara al halcón, se alegraba de volver a verle. El pelo le había crecido tanto que casi le tapaba los ojos oscuros; no se había dado cuenta la anterior vez que despertó.
—No volveré a quedarme dormida. No voy a permitir que suceda lo mismo que antes. Magnus, nuestra madre ha estado mezclando una poción en mi agua: ella me ha hecho dormir todo este tiempo.
—¿Y por qué iba a hacer eso? —preguntó el príncipe, asombrado.
—Porque piensa que soy malvada. Dijo que quería matarme —extendió la mano y apretó la de Magnus—. No quiero ver más a esa mujer; si aparece ante mi vista, no me hago responsable de lo que pueda hacer para protegerme. Siempre me ha odiado, Magnus. Y ahora yo siento exactamente lo mismo por ella.
Las llamas de todas las velas crecieron de pronto un palmo, haciéndose eco de la cólera de Lucía. Magnus les echó un vistazo receloso antes de volver la vista hacia su hermana.
—Lucía, nuestra madre está muerta. La asesinaron los rebeldes hace semana y media.
—¿Muerta? —la boca se le secó, y las llamas que había avivado con el pensamiento se extinguieron. Esperó un momento a sentir algo: dolor, tristeza… alguna reacción. Pero no sintió nada.
—Encontraré a su asesino, te lo juro. Y le haré pagar lo que ha hecho —masculló Magnus con voz rota.
Se liberó de la mano de Lucía y empezó a pasear por la habitación, con la cabeza gacha y el rostro oculto por las sombras.
—Lamento tu pérdida —musitó Lucía.
—Es una pérdida para todos.
Magnus estaba sufriendo por su madre. En el interior de Lucía, sin embargo, solo había una extraña indiferencia.
El príncipe elevó la vista y se acarició la cicatriz con aire distraído. Lo hacía siempre que estaba concentrado, a menudo de forma inconsciente.
—Encontraron el cuerpo de nuestra madre junto a una bruja, también asesinada. Debía de ser ella quien le suministraba la poción para hacerte dormir, pero no entiendo por qué nuestra madre haría una cosa así.
Así que su madre había consultado a una bruja… Era lógico: combatir el fuego con el fuego, la magia con la magia.
—Nunca lo sabremos a ciencia cierta —dijo ella extendiendo un brazo hacia su hermano. Magnus regresó a su lado y volvió a tomarle la mano—. Ayúdame; quiero levantarme.
Él la ayudó a incorporarse. Cuando apoyó los pies en el suelo, descubrió que no tenía fuerzas para mantenerse sola en pie.
—Me temo que no estás preparada para esto —dijo Magnus ayudándola a tumbarse de nuevo—. Tienes que descansar.
—¡Llevo dos meses descansando!
Magnus esbozó una sonrisa agotada. Sus ojos oscuros rebosaban dolor.
—Tendrás que aguantar un par de días más, porque hoy no vas a ir a ninguna parte. Es una pena; cualquier otro día podría haberme quedado a tu lado hasta la noche para contarte todo lo que te has perdido. Por ejemplo, lo que siento al estar atrapado en Auranos, una tierra siempre brillante, luminosa y deliciosamente verde… La verdad es que no puedo detestarla más de lo que lo hago. Mi único deseo es unirme a la partida que persigue al asesino de nuestra madre. Pero eso tendrá que esperar.
—¿Esperar a qué?
Magnus se levantó y apoyó un brazo contra uno de los postes del dosel.
—A que regrese.
—¿Y adónde vas?
Magnus frunció el ceño como si no le apeteciera compartir sus pensamientos en voz alta.
—Magnus, cuéntamelo. ¿Qué ocurre?
—Hoy es un día importante, Lucía. Resulta irónico que hayas vuelto precisamente hoy a nuestro lado… A mi lado.
—¿Qué sucede hoy?
—Es el día de mi boda.
Boquiabierta, Lucía luchó por incorporarse apoyándose en los cojines y las almohadas que la rodeaban.
—¿Qué? ¿Con quién te casas?
—Con la princesa Cleiona Bellos.
Lucía no daba crédito.
—Es un matrimonio concertado.
—¡Qué va! —replicó él con sorna mirándola fijamente—. Después de conquistar el trono de su padre y destruir su vida, no he podido evitar enamorarme perdidamente de ella. Claro que ha sido concertado, Lucía.
Su hermano, prometido con Cleiona, ¡la princesa dorada de Auranos!
—Y no te hace feliz.
Magnus se acarició la frente como si le doliera hasta pensarlo.
—¿Cómo va a hacerme feliz casarme con una chica que me detesta y por la que yo no siento nada? Y todo para satisfacer las ambiciones de nuestro padre… Decir que no me hace feliz es quedarse corto.
Lucía comprendió que aquel matrimonio tan extraño tenía sentido, aunque de entrada la hubiera dejado sorprendida. Sin embargo, le parecía un gran error.
—Tal vez sea el rey y tu padre, pero tú no eres su esclavo. Rehúsa casarte con ella.
Magnus se quedó callado unos segundos.
—¿Deseas que lo haga? —preguntó al fin.
—Esto no tiene nada que ver conmigo, Magnus. Se trata de tu vida y de tu futuro.
Al ver la súbita expresión de dolor en el rostro del príncipe, Lucía se dio cuenta de que no era la respuesta que Magnus esperaba. Se crispó al recordar el momento en que Magnus confesó que la deseaba y la besó a la fuerza. Ella no había querido aquel beso, y no había hecho nada por devolverlo.
—Nada ha cambiado entre nosotros, Magnus —musitó—. Entiéndelo, te lo ruego.
—Lo entiendo.
—¿Estás seguro?
—Sí —la palabra sonó como un jadeo.
Aunque no compartieran la misma sangre, ella lo veía como un hermano y le resultaba imposible albergar otro sentimiento hacia él. Cuando la besó, lo único que sintió fue repugnancia.
Pero cuando la besó Alexius…
—No llores —le pidió Magnus secándole las mejillas con delicadeza, y Lucía se sorprendió al darse cuenta de que estaba llorando—. Debo casarme con la princesa; no hay otra opción.
—Entonces te deseo lo mejor, hermano.
Los hombros de Magnus se hundieron, y Lucía se dio cuenta de que le había decepcionado. Pero no podía evitarlo: no amaba a Magnus como él deseaba, y nunca lo haría.
Le soltó la mano y se giró de nuevo hacia la balconada, deseando con todas sus fuerzas que Alexius la visitara pronto y la guiara. Quería… Necesitaba estar a su lado.
De alguna forma, como fuera.