CAPÍTULO 9
REY GAIUS
El rey sintió su presencia antes de que apareciera ante su vista. Aquella austera sala sin ventanas había terminado por convertirse en un lugar familiar para él.
—Me has hecho esperar demasiado —murmuró sin disimular su impaciencia.
—Os pido disculpas, majestad —susurró ella—. Por favor, decidme que la espera ha merecido la pena.
Giró sobre sus talones para que el rey la contemplara. Llevaba un vestido que parecía tejido en oro puro. Su piel era perfecta; sus largos cabellos, dorados; sus ojos, como zafiros. Era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida.
Su última amante había sido una bruja mortal. Aquella era una diosa inmortal, o algo muy cercano.
—Bella Melenia… —dijo el rey—. No me importaría esperar eternamente si así pudiera soñar contigo una vez más.
Aunque le resultaba indecoroso mentir a alguien que era casi una diosa, sabía que las mujeres siempre respondían a las palabras bonitas.
—Pero esto es mucho más que un sueño. Muchísimo más —una sonrisa jugueteó en sus atractivos labios, y la atención del rey quedó prendida en ellos un instante.
Sin embargo, aquella noche su necesidad de información pesaba más que el deseo por aquella criatura etérea.
—Sé que eres real. Lo que me dices es real. Si no lo fuera, no haría lo que me pides; ni siquiera lo consideraría.
—Por supuesto que no —Melenia acarició su brazo y deslizó la mano sobre su pecho—. Y lo estáis haciendo muy bien con mi calzada, mi rey. Pero… hay un problema.
—¿Un problema?
—El tiempo se agota. Debéis trabajar más rápido para terminarla.
Gaius luchó por que su rostro no trasluciera la frustración que sentía.
—La calzada está siendo construida por manos mortales, tantas como he podido reunir; no podemos ir más rápido.
En los ojos azules de Melenia apareció un brillo acerado que desapareció enseguida. La mujer esbozó una sonrisa.
—Por supuesto que sí. Xanthus también me mantiene informada sobre los avances de la obra. Duerme pocas veces, así que es difícil contactar con él. Por suerte, confío en él sin reservas.
Xanthus: el ingeniero responsable de las obras que había trazado el recorrido de la calzada. Hábil, inteligente, entregado…
Entregado a Melenia.
En realidad, Xanthus era un vigía exiliado que aquella hermosa inmortal tenía bajo su dominio. Tras dos décadas viviendo en el mundo de los mortales, aún conservaba restos de magia de la tierra; su colaboración era esencial para la Calzada Imperial en aspectos que Melenia todavía no había revelado a Gaius.
—Os pido disculpas por mi impaciencia —continuó Melenia con suavidad—. Pero he esperado tanto tiempo… Y ahora que todo comienza a alinearse y veo los frutos de nuestro trabajo, sé que solo hay una pequeña oportunidad de que consigamos lo que tanto anhelamos.
—Frutos… ¿A qué frutos te refieres?
—Señales, mi rey. Señales de que todo se alinea justo como debe. Las piezas encajan en su sitio. Palabras dichas en el momento oportuno; conexiones; susurros oídos por las personas adecuadas… —su sonrisa creció para compensar sus crípticas palabras—. Lo que a otros podría parecerles una serie de coincidencias, para un inmortal es la señal de que todo discurre por su cauce.
Su hermosa sonrisa no era suficiente para paliar la frustración del rey.
—Necesito más, Melenia. Cuéntame algo más.
Ella le acarició al pasar a su lado.
—Haré algo mejor que contároslo, mi rey: os enseñaré algo que os dará fuerzas para acelerar el proceso.
El rey Gaius se giró y vio cómo una mesa redonda aparecía en el centro de la sala, sobre el pavimento de mármol negro. Se acercó para contemplar el mapa de Mytica que había grabado en el tablero. La imagen le resultaba familiar, ya que tenía uno idéntico en su palacio de Limeros.
Melenia deslizó su delgado índice por la costa occidental, tan suavemente como si estuviera acariciando a un amante.
—Es todo vuestro. Cada milla, cada mortal: Mytica os pertenece ya, incluso sin la magia que tenéis a vuestra disposición.
La mención de la magia le hizo desviar la vista hacia el rostro inmaculado de la mujer.
—¿Cuándo despertará Lucía?
Cuando Melenia se presentó ante él por vez primera, Gaius ya había usado la magia de su hija para derrotar al rey Corvin. La inmortal se le apareció en un sueño como aquel y le explicó quién era y lo que quería: necesitaba la ayuda de un mortal poderoso y, de entre todos los humanos, le había escogido a él.
—La joven hechicera despertará cuando llegue el momento.
—No es suficiente —Gaius le dio un puñetazo al mapa—. Necesito que despierte ahora. No quiero promesas de magia en el futuro; quiero utilizar la que ya tengo a mi alcance.
Muchos se hubieran asustado ante su cólera. Concretamente, todos aquellos dotados de inteligencia e instinto de conservación.
Pero Melenia era distinta. No temía a nada.
—¿Creéis que me arrodillaré ante vos y suplicaré vuestro perdón? —preguntó con una sonrisa, como si su furia le resultara graciosa.
Gaius se contuvo: la indiferencia de Melenia le enfurecía y le intrigaba a partes iguales. Ni siquiera Sabina había sido nunca tan audaz.
—Yo no me inclino ante nadie —remachó la mujer.
—Aquellos que no se inclinan ante mí, mueren.
—Soy inmortal, la primera de los míos. He vivido más de cuatro mil años. He visto cómo este mundo cambiaba, evolucionaba y crecía desde sus inicios. He visto a tantos reyes mortales nacer y morir que ha llegado a resultarme tedioso. Hasta que te conocí, Gaius. ¿Te cuento un secreto? ¿Sabes por qué me acerqué a ti? No fue una agradable coincidencia, mi rey.
—Me dijiste que la calzada nos llevaría hasta los vástagos, que su ubicación se me revelaría en las Montañas Prohibidas y que Xanthus me mantendría informado de todo —la frustración se arremolinaba en su interior como un río de lava—. Pero no he recibido ni una sola noticia; no han encontrado nada en las montañas. Ni una pista, ni una señal. ¿Dónde debemos buscar? Necesito pruebas de que me dices la verdad, Melenia.
—Y yo necesito que confíes en mí.
—Yo no confío en nadie.
—¿En nadie? ¿Ni siquiera en tu hijo, a quien consideras tan parecido a ti?
—Todavía es joven; tiene que probar su valía antes de ganarse mi confianza.
—Y aun así, le has hablado de mí.
—Solo le dije que tenía una nueva consejera; no está preparado para creer nada más. Todavía no. Pero si quisiera hablarle a alguien sobre ti, sería a él.
La hermosa inmortal debía de contar con espías que escuchaban sus conversaciones privadas. Gaius sabía que los vigías más jóvenes podían tomar la forma de halcones para observar a los mortales. Para Melenia, sin embargo, aquella posibilidad estaba vetada: se encontraba atrapada en el Santuario, como el resto de los vigías ancianos. No había escapatoria para ella; no podía entrar en contacto con el mundo mortal, salvo en sueños como aquel.
—Tu hija adoptiva despertará cuando sea el momento. Es esencial para mi plan, para tu futuro. Para tu profecía.
El rey se puso rígido.
—¿Mi profecía?
Melenia asintió y le rozó con su suave y fresca mano la línea de la mandíbula.
—Sí. La he visto yo misma y sé que es verdad.
—¿Qué profecía?
La mujer se limitó a esbozar una sonrisa cómplice. Gaius le agarró un brazo con fuerza, tanta que habría hecho daño a cualquier mujer mortal.
—Dímelo —rugió.
—Suéltame y lo haré, mi rey.
El deseo de hacerle daño, de causarle dolor y obligarla a hablar, era muy fuerte, pero sabía que no serviría de nada. Melenia parecía delicada, quebradiza, pero no lo era. Debía tenerlo presente. Si no la trataba bien, físicamente o de palabra, tal vez no le concediera más audiencias.
No podía arriesgarse. Todavía no.
La soltó.
—La profecía dice que un día habrá un rey mortal que gobernará sobre este reino —Melenia pasó la mano de nuevo sobre el mapa de Mytica—. Ese rey descubrirá una magia grandiosa que lo convertirá en un dios inmortal, y gobernará con una diosa como reina. Y ellos dos dominarán todo, tanto esta tierra como las que hay más allá; todos, mortales e inmortales, se arrodillarán ante ellos. Ese eres tú, mi rey. Y yo seré tu reina.
Las líneas brillantes del mapa de Mytica se habían salido de la mesa y corrían por el suelo de mármol negro como líneas de fuego, iluminando las costas de otras tierras, otros reinos e imperios allende los mares. Gaius siguió su recorrido hasta que desaparecieron en la oscuridad que los rodeaba.
—Todo eso —jadeó.
—Estás destinado a convertirte en un dios inmortal. Nadie ha tenido nunca tanto poder como tú tendrás; el universo entero se encogerá de miedo ante ti.
Él asintió lentamente. Sus palabras, dulces y sedosas como la miel, alimentaban algo que estaba enterrado profundamente en el interior de Gaius, un anhelo que sentía desde hacía mucho.
—Lo sabía. Sabía que estaba destinado a la grandeza.
—Sí. Pero para ello, para encontrar esa magia, debes avanzar más deprisa en la construcción de la calzada. La sangre derramada en Auranos y en Paelsia, el efecto que ha tenido sobre los elementos… Esa es la primera señal, la que estaba esperando.
—¿La señal de qué?
—De que el proceso está en marcha —sus ojos refulgieron igual que el mapa infinito que los rodeaba en aquel océano de negrura—. Estamos a punto de encontrarlos, tú y yo.
—Los vástagos… —se le quedó la boca seca. ¿Era posible que se encontraran tan cerca?—. Pero están ocultos.
—Sí: han permanecido guardados en un lugar donde nadie de mi especie podía encontrarlos. Pero ha llegado el momento. Aquí, ahora. Y estoy segura de que serás tú quien los reúna y los haga existir una vez más.
La respiración de Gaius se había acelerado y su corazón latía desbocado. Sí: eso era lo que deseaba más que nada en el mundo.
—Haré lo que sea necesario.
Ella asintió.
—La sangre es esencial para esto; debe continuar derramándose. Muchos morirán, y eso es bueno. Nos conviene.
—Si hace falta muerte, la habrá…, mi reina. Toda cuanta sea necesario.
—Espero que hables en serio.
—Lo hago.
Melenia le había dicho todo lo que necesitaba saber; lo que, de hecho, ya intuía. Estaba predestinado a ser grande, aún más de lo que ya era. Había nacido para convertirse en un dios inmortal, en el rey más poderoso que hubiera conocido el universo. Todo y todos se arrodillarían ante él.
Eternamente.