CAPÍTULO 5
JONAS
Cima de Halcón, la ciudad más populosa de Auranos, era un buen lugar para comprobar el verdadero efecto de tener al Rey Sangriento en el trono.
También era el lugar perfecto para que dos rebeldes sembraran el caos antes de regresar a su campamento en los bosques de la Tierra Salvaje.
Brion y Jonas avanzaban por un lado de la calzada. Estaban en pleno centro de la ciudad, rodeados de tabernas iluminadas, lujosas casas de huéspedes y comercios que vendían toda clase de mercancías, desde flores y joyas hasta ropa.
—Míralos —resopló Jonas—. Siguen con sus negocios como si no hubiera pasado nada.
—Sí, no cabe duda de que los auranios son… —Brion hizo una pausa para buscar la palabra adecuada—. ¿Adaptables?
—Más bien crédulos. Es repugnante —Jonas abordó a un muchacho de su edad que pasaba a su lado—. ¿Vives aquí?
El joven era rubio e iba lujosamente vestido, con una túnica de seda color esmeralda bordada en oro.
—Sí —contestó, examinando con el ceño fruncido las capas rotas y polvorientas de los dos paelsianos—. Vosotros no sois… de por aquí, ¿verdad?
—Hemos venido a Cima de Halcón para preguntar a los habitantes de esta hermosa ciudad qué opinan sobre el nuevo rey —repuso Jonas cruzándose de brazos.
El muchacho se giró para observar a la gente que pasaba. Luego miró de reojo a su derecha, donde dos soldados montaban guardia en un cruce.
—¿Trabajáis para el rey Gaius?
—Considéranos investigadores independientes.
El chico arrastró los pies con nerviosismo.
—No sé qué piensan los demás, pero yo estoy encantado de darle la bienvenida al nuevo rey de Auranos. Escuché su discurso la semana pasada y me entusiasmaron sus anuncios: la nueva calzada, el compromiso de su hijo con la princesa Cleiona… Todo el mundo espera con impaciencia la boda real.
—¿Crees que es una buena unión? —preguntó Jonas.
El joven auranio reflexionó un momento antes de responder.
—Sí, por supuesto —contestó al fin—. Además, en mi opinión, la princesa debería dar gracias a la diosa por hallarse en una posición tan elevada; eso demuestra que el rey Gaius no guarda rencores ni viejos agravios. Está claro que pone por delante las necesidades de sus súbditos… En realidad, no ha cambiado gran cosa —echó de nuevo un vistazo a los soldados vestidos de granate—, salvo por la presencia de las tropas limerianas.
No ha cambiado gran cosa… Tal vez no para alguien que había vivido entre algodones, sin mirar nada más que su propio ombligo. Jonas y Brion habían hablado con bastante gente de la ciudad desde que llegaran el día anterior, y la mayoría había respondido lo mismo que aquel estúpido. La vida siempre les había sonreído; todos creían que, si seguían las instrucciones del rey Gaius y no causaban problemas, su existencia continuaría igual que hasta entonces.
—¿Has oído hablar de las bandas rebeldes que están surgiendo en Auranos? —preguntó Brion.
—¿Rebeldes? —el joven frunció el ceño—. Aquí no queremos problemas.
—No te he preguntado si queríais problemas, sino si has oído hablar de los rebeldes.
—Sí, bueno… Dicen que hay algunos grupos dispersos por Auranos y Paelsia, provocando disturbios. Destruyen propiedades, incitan a la revuelta…
¿Incitan a la revuelta? Brion y Jonas cruzaron una mirada de intriga. Las palabras de su interlocutor parecían indicar que los rebeldes carecían de un objetivo claro. Nada más lejos de la realidad: todas las acciones que Jonas decidía llevar a cabo —ya fuera la destrucción de una propiedad, la caza furtiva o el robo de armas— estaban encaminadas a crear un grupo fuerte, que pudiera alzarse contra el rey en el momento adecuado. También se estaban ocupando de reclutar nuevos miembros; de hecho, ese era el principal motivo por el que habían viajado hasta Cima de Halcón, que, dada su situación a medio día de camino de la Ciudadela de Oro, era un área estratégica para la resistencia. Aquella misma mañana, Jonas había convencido a una joven y atractiva criada de que se uniera a su causa; la muchacha seguiría trabajando normalmente hasta que los rebeldes requirieran su ayuda. Los disturbios que mencionaba aquel muchacho debían de ser obra de otros grupos, tal vez incluso auranios. Al menos, aquello indicaba que no todos eran tan inútiles como aquel muchacho.
—También se dice que los limerianos ejecutan a todos los rebeldes que capturan —añadió el auranio—. ¿Quién en su sano juicio iba a querer unirse a ellos? —de pronto, sus ojos se agrandaron como si acabara de darse cuenta de quiénes eran sus interlocutores—. Yo… tengo que irme, de verdad. Pasad un buen día.
—Ya lo creo —respondió Jonas mientras el muchacho se escabullía sin decir una palabra más—. Sin duda pasaremos un buen día.
—Definitivamente, no tiene madera de rebelde —murmuró Brion.
—Tal vez en el futuro, pero ahora no. No ha pasado suficientes penalidades en la vida.
—Apestaba a jazmín y limón. ¿A quién se le ocurre oler a jazmín y limón?
—A ti no, seguro —replicó Jonas con una carcajada—. ¿Cuándo fue la última vez que te…? —enmudeció al divisar un fresco pintado en la pared de un edificio.
La pintura mostraba el atractivo rostro del rey Gaius junto al lema de su país: «Fuerza, fe, sabiduría». Al lado había otra palabra en letras más grandes: «Juntos».
—Lo está consiguiendo —gruñó Jonas—. Ese bastardo los está engañando, los está sometiendo con discursos floridos y promesas rimbombantes. No se dan cuenta de que los aplastaría sin pensárselo dos veces, si eso le conviniera.
—Eh, ¿adónde vas? —le llamó Brion al verle avanzar hasta el muro.
El pintor debía de haber terminado la obra hacía muy poco, porque el yeso todavía estaba húmedo. Jonas comenzó a destrozarlo con las manos desnudas, emborronando las partes húmedas y rajando las que ya estaban secas.
—¡Estás loco! Deja eso —le advirtió Brion en un susurro urgente.
—No voy a dejarle ganar. Tenemos que demostrar a todo el mundo que es un mentiroso —contestó Jonas, con los dedos ya ensangrentados.
—Lo haremos. En realidad, ya lo estamos haciendo —Brion echó un vistazo por encima del hombro y vio que a su espalda empezaba a formarse un corro de gente—. Jonas, ¿recuerdas a los rebeldes auranios que fueron decapitados la semana pasada?
Las manos de su amigo se detuvieron; había logrado destruir completamente la cara del rey. Jonas lanzó un suspiro de satisfacción. Ahora solo tenía que hacer aquello mismo, pero en persona.
—Sí —contestó.
—No querrás unirte a ellos, ¿verdad? ¡Pues mueve las piernas!
Unos guardias se acercaban por su derecha con las espadas desenvainadas.
—¡Alto! —gritó uno—. ¡En el nombre del rey!
Los dos amigos echaron a correr como almas que llevara el diablo.
—¡El nuevo rey os miente a todos! —gritó Jonas mientras huían.
Una muchacha de melena oscura y ojos castaños los contempló con curiosidad, y Jonas la interpeló directamente.
—¡El Rey Sangriento pagará por sus crímenes contra Paelsia! ¿Vais a apoyar a un tirano mentiroso? ¿Estáis conmigo y con mis rebeldes?
Si con aquello conseguían que una sola persona abriera los ojos, el riesgo habría valido la pena.
Escaparon de los guardias por calles empedradas y angostas callejuelas, esquivando los carruajes de los habitantes más acomodados de Cima de Halcón. A cada esquina que doblaban, Jonas creía que los habían perdido. Pero los soldados no eran tan fáciles de engañar.
—¡Por aquí! —exclamó Brion agarrándole del brazo y tirando de él hacia un callejón.
No tenía salida. Los dos amigos se pararon en seco frente al muro de piedra que les cerraba el camino y se volvieron hacia los tres soldados. Un halcón que estaba posado en el techo de la taberna alzó el vuelo.
—Un par de alborotadores —gruñó uno de los guardias—. Servirán de ejemplo.
—¿Nos vais a arrestar? —preguntó Brion, esperanzado.
—¿Y daros la oportunidad de escapar? Claro que no. Solo vuestras cabezas volverán al palacio con nosotros; el resto se quedará aquí para pudrirse —sonrió mostrando un diente roto, y sus compañeros se echaron a reír.
—Espera —comenzó Brion—. Podríamos…
—Matadlos —ordenó el que estaba al mando retrocediendo un paso.
Jonas sacó la daga enjoyada que llevaba prendida al cinto: era la misma con la que lord Aron le había arrebatado la vida a su hermano. Serviría de poco frente a tres espadas afiladas, pero si iba a morir aquel día, se llevaría consigo por lo menos a uno de aquellos salvajes. Apretó la empuñadura con fuerza. Brion desenvainó mientras los guardias se acercaban; sus colosales siluetas ocultaban la luz del sol.
De improviso, en las caras de dos de los soldados apareció una expresión de dolor y perplejidad. Se tambalearon hasta caer de bruces, y solo entonces Jonas advirtió las flechas clavadas en sus espaldas. El tercero se giró, con la espada en alto. Se oyó un silbido y luego un desagradable gorgoteo, y el guardia se desplomó con una flecha enterrada en la garganta.
Había una chica a la entrada del callejón. Cuando bajó el arco, Jonas se dio cuenta de que era la misma a la que se había dirigido antes. Iba vestida con un jubón y pantalones de hombre, y su cabello negro colgaba recogido en una gruesa trenza.
—Dijiste que erais rebeldes. ¿Es cierto?
—¿Y tú quién eres?
—Responde a mi pregunta y tal vez te conteste.
Jonas intercambió una mirada con Brion, que observaba a la muchacha tan atónito como él.
—Sí. Somos rebeldes.
—Mencionaste Paelsia. ¿Sois paelsianos? —los miró de arriba abajo—. Bueno, parece obvio por vuestra forma de vestir; esos harapos no recuerdan en nada a los trajes de seda de los auranios. Dime una cosa: ¿os metéis en líos así todos los días?
—Eeeh… No todos —contestó Brion.
La chica echó un vistazo por encima de su hombro.
—Deberíamos largarnos. Hay muchísimos soldados en esta ciudad, y pronto empezarán a preguntarse qué les ha ocurrido a sus compañeros. Sobre todo cuando se enteren lo que ha pasado con el retrato del Rey Sangriento —se volvió hacia Jonas—. Buen trabajo, por cierto. Sucio, pero efectivo.
—Me alegra que te gustara. Y ahora, ¿quién eres tú?
La chica guardó el arco a su espalda y lo cubrió con la capa, ocultando también su disfraz de muchacho.
—Me llamo Lysandra Barbas y soy compatriota vuestra. He recorrido Paelsia y Auranos en busca de rebeldes, y parece que finalmente he encontrado un par de ellos.
—¿Necesitas nuestra ayuda? —preguntó Jonas.
Le miró como si hubiera dicho una estupidez.
—Más bien sois vosotros quienes necesitáis la mía. Voy a unirme a vuestro grupo. Vamos: no podemos quedarnos aquí.
La chica echó a andar a paso vivo, sin dedicar ni una mirada a los cuerpos de los tres guardas. Antes de que Jonas se diera cuenta, la estaba siguiendo, y Brion corría a su lado para mantener el ritmo.
—Lysandra, ¿estás segura? —preguntó Jonas—. La vida de un rebelde es precaria y peligrosa. Eres buena con el arco… más que buena, la verdad, pero nosotros estamos acampados en la Tierra Salvaje. Y ese es un sitio muy peligroso, incluso para nosotros.
Ella se giró con los ojos encendidos.
—¿Es porque soy una chica? ¿Acaso no hay ninguna entre los rebeldes?
—Alguna —admitió Jonas.
—Entonces encajaré perfectamente.
—No me malinterpretes: te agradecemos mucho que hayas intervenido…
—¿Intervenido? —le interrumpió ella—. Os he salvado la vida.
No exageraba: de no ser por ella, Jonas y Brion no lo habrían contado. Habían ido a Cima de Halcón en busca de nuevos reclutas, y Lysandra parecía una buena adquisición para el grupo. Sin embargo, había algo en ella que no acababa de convencerle.
En los ojos y las palabras de aquella muchacha había un fuego que no compartían todos los paelsianos. Felicia, la hermana de Jonas, estaba dispuesta a pelear cuando era necesario; pero la pasión y la voluntad de lucha de Lysandra eran especiales.
Aun así, el instinto de Jonas le decía —le gritaba, más bien— que Lysandra Barbas les traería problemas.
—¿Qué edad tienes? —preguntó.
—Diecisiete.
Como ellos dos, más o menos.
—¿Y tu gente dónde está? ¿Saben el lío en el que te has metido?
—Mi gente está muerta —respondió la chica sin mostrar emoción alguna, y Jonas no pudo reprimir una mueca—. Los hombres del rey Gaius fueron a mi aldea a reclutar obreros para la calzada que quiere construir. Cuando nos negamos, regresaron y quemaron el pueblo. Esclavizaron a los supervivientes y se los llevaron a trabajar en la calzada, y masacraron a los que huyeron. Por lo que yo sé, soy la única que consiguió escapar.
La calzada del rey Gaius…
—¿Cuándo ocurrió todo eso?
—Hace dos semanas. Apenas he dormido desde entonces: no he parado de moverme y de buscar gente que quiera rebelarse. Casi todos los paelsianos están dispuestos a aceptar lo que les depare el destino… o la fatalidad. Me pone enferma. En cuanto a los auranios, viven en la inopia y se creen que el rey Gaius no es tan malo como lo pintan. Todos se equivocan. Ahora que os he encontrado, puedo unirme a vuestras filas y ayudaros a liberar a nuestros compatriotas.
Jonas tragó saliva, apurando el paso para dejar atrás lo antes posible a los guardias muertos.
—Siento lo que te ha pasado.
—No lo sientas —le espetó ella—. Ahora estoy aquí, dispuesta a luchar contra el Rey Sangriento. Quiero verle sufrir; quiero ver cómo pierde su preciosa corona y hacer que su mundo se convierta en cenizas mientras él muere gritando. Eso es lo que quiero.
—Es lo que queremos todos. Mi banda está dispuesta a hacer lo que sea…
—¿Tu banda? —inquirió Lysandra con brusquedad—. ¿Me estás diciendo que eres el líder?
—De nuestro grupo, sí.
—¿Cómo te llamas?
—Jonas Agallon.
La chica se quedó de piedra.
—He oído hablar de ti. Todos los paelsianos conocen tu nombre.
En efecto: el asesinato de su hermano Tomas —aquel incidente que le había servido al rey Gaius para convencer a los ingenuos paelsianos de que se aliaran con él contra Auranos— había hecho correr su nombre por todas partes. Jonas rozó la daga enjoyada que llevaba al cinto, preparada para el día en que encontrara de nuevo a lord Aron.
Lysandra se volvió hacia Brion.
—¿Y tú quién eres?
—Brion Radenos —respondió él con una sonrisa alegre.
—Nunca he oído hablar de ti.
La sonrisa de Brion se desvaneció.
—Bueno, puede que todavía no, pero algún día también me haré famoso.
—No me cabe la menor duda —la muchacha encaró de nuevo a Jonas—. ¿Y a qué os dedicáis los rebeldes?
Jonas echó una mirada furtiva hacia el callejón del que acababan de salir. No los perseguía nadie… aún.
—Estamos buscando miembros por Paelsia y Auranos; ya somos casi cincuenta. También hacemos ruido siempre que podemos para que el rey sepa que hay gente dispuesta a plantarle cara. Y difundimos entre la gente la idea de que Gaius es un mentiroso y que no deberían tragarse sus promesas.
—¿Y no habéis pensado en atacar al rey directamente?
—Por ahora, no.
A Jonas le vinieron a la mente las cabezas clavadas en picas de los rebeldes ajusticiados. Se le hizo un nudo en el estómago. Estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para derrocar al rey, pero la idea de perder a alguien… que sufriera y muriera alguna de las personas que estaban bajo su mando…
Sería como volver a presenciar el asesinato de su hermano Tomas y sentirse responsable de ello.
—Destrozar retratos y reclutar rebeldes no acabará con el rey Gaius —sentenció Lysandra. Sus pasos se acortaron y se mordió el labio inferior en actitud reflexiva—. Está esclavizando a nuestra gente para construir su calzada. Obliga a nuestros hermanos y hermanas de Paelsia a trabajar en contra de su voluntad… y los asesina si intentan resistirse.
—No tenía ni idea —repuso Jonas; pensar en aquellas atrocidades le provocaba una furia tal que se le nublaba la visión—. Cuando Gaius habló de la Calzada Imperial en su discurso, dijo que serviría para unificar toda Mytica en un solo territorio. Los auranios babearon igual que un gato ante un plato de leche.
—Los auranios son idiotas —Lysandra echó un vistazo a su alrededor; estaban parados en una calle bastante transitada, pegados a la pared para que los viandantes no tropezaran con ellos. A unos cincuenta pasos de distancia había un mercado de fruta y verdura—. Se merecen un rey tirano como este, pero los paelsianos no hemos hecho nada para merecerlo —se volvió hacia Brion—. ¿Qué más dijo en su discurso?
—Anunció el compromiso entre el príncipe Magnus y la princesa Cleiona.
La chica abrió mucho los ojos.
—La princesa dorada prefiere lanzarse a los brazos de su enemigo antes que renunciar a su lujosa forma de vida.
—No —murmuró Jonas.
—¿No qué?
—La princesa no se ha lanzado a los brazos de su enemigo. El compromiso no puede haber sido idea suya: los Damora han destruido su vida, han matado a su padre y le han robado el trono.
—Y ahora la acogen en su familia, le ofrecen un techo de oro y le proporcionan servidumbre que le sirva el desayuno en la cama y atienda todos sus caprichos.
—No estoy de acuerdo.
—Puede que no estés de acuerdo, pero eso no cambia las cosas. No me importa lo más mínimo la princesa Cleiona. Me importa mi pueblo: mi hermano, los habitantes de mi aldea y todos los paelsianos que han sido esclavizados. Tenemos que organizar un ataque contra la calzada; es la única forma de mostrarle al rey que somos una amenaza, una fuerza que debe tener en cuenta. Liberaremos a los esclavos y destruiremos todo lo que se haya construido hasta ahora.
—¿Liberaremos? —repitió Jonas.
Lysandra tenía las mejillas encendidas por la emoción.
—Sí: nosotros.
—Si no te importa, quiero discutir un asunto con Brion —señaló un puesto de frutas—. Espéranos ahí; nos reuniremos contigo en un momento.
—¿Y luego me llevaréis a vuestro campamento?
Él se quedó callado y examinó a aquella gata salvaje que les acababa de salvar la vida. Su habilidad como arquera era asombrosa. Le hubiera gustado decirle que se marchara y no les causara más problemas, porque estaba claro que no era una persona de carácter fácil. Pero no podía hacer eso. Necesitaban rebeldes apasionados, fueran quienes fueran y vinieran de donde vinieran.
—Sí, te llevaré.
Lysandra esbozó una sonrisa que le iluminó el rostro.
—Me alegra oírlo. Vamos a ponerlo todo patas arriba, ya lo verás.
Sin más comentarios, giró en redondo y avanzó hacia el mercado. En cuanto estuvo lo bastante lejos para no oírlos, Jonas se volvió hacia Brion.
—Esa chica… —comenzó Brion.
—No me digas nada: es un problema andante.
Brion le dedicó una enorme sonrisa.
—¡Creo que me he enamorado!
Jonas soltó una carcajada a su pesar.
—¡No me hagas eso, Brion! Si te enamoras de ella, te meterá en toda clase de líos.
—Eso espero. Me encantan los líos… cuando tienen ese aspecto —Brion se puso repentinamente serio—. ¿Qué opinas del plan de atacar la calzada?
Jonas recordó a los rebeldes decapitados y negó con la cabeza.
—Demasiado peligroso por ahora. No quiero arriesgarme a perder a ninguno de los nuestros hasta que tengamos una oportunidad razonable de vencer. Lo que propone supondría la muerte de muchos.
—Tienes razón —asintió Brion con la mandíbula apretada.
—Pero necesito más información sobre esa calzada y sobre los planes del rey. Cuanto más sepamos, mejor podremos detenerle. Y en cuanto averigüemos su punto débil, nos aprovecharemos de él —notó una oleada de rabia al pensar en los paelsianos esclavizados—. Te juro que acabaremos con él, Brion. Pero ahora mismo no tenemos ningún modo de saber lo que se propone realmente… Nos hace falta un espía en ese palacio.
—Estoy de acuerdo. Pero si mandamos un infiltrado, seguro que acaba con la cabeza en una pica.
—Un buen espía debería ser imposible de detectar. Tendría que ser un guardia, alguien que se hiciera pasar por un soldado limeriano.
Brion meneó la cabeza.
—Repito: la cabeza en una pica. Sería una misión suicida, especialmente cuando ha pasado tan poco tiempo desde la victoria del rey Gaius. Lo siento.
Jonas suspiró. El día que Auranos cayó en poder del rey, se le había ocurrido una idea a la que no había dejado de dar vueltas. Y cada vez cobraba más fuerza.
—Entonces necesitamos a alguien que ya se encuentre en el palacio. Alguien cercano al rey y al príncipe…