V

Jhary-a-Conel

—¡Aquí está! ¡De prisa, Elric!

El albino se incorporó de un salto.

Estaba amaneciendo y ya había hecho un turno de guardia durante la noche.

Sacó la Espada Negra de la funda advirtiendo con cierta sorpresa que Erekosë ya había desenvainado su arma y que era casi idéntica a la suya.

Allí estaba la Torre Evanescente.

Corum ya corría hacia ella.

La torre era, en realidad, un pequeño castillo de recia piedra gris, pero en sus almenas había un extraño juego de luces y sombras y la silueta no era del todo nítida en ciertas partes de las murallas.

Elric corrió junto a Erekosë.

—Siempre tiene la puerta abierta para atraer a sus «huéspedes» —dijo el gigante negro con un jadeo—. Es nuestra única ventaja, me temo.

La Torre empezó a difuminarse.

—¡De prisa! —gritó Corum de nuevo, y el Príncipe de la Capa Escarlata franqueó a la carrera la oscuridad del portón.

—¡De prisa!

Entraron corriendo a una pequeña antecámara iluminada por una gran lámpara de aceite que colgaba de una cadena sujeta al techo.

De pronto, la puerta se cerró a su espalda.

Elric observó las tensas facciones negras de Erekosë y el rostro tuerto de Corum. Los tres tenían las espadas prestas, pero un profundo silencio reinaba ahora en la estancia. Sin una palabra, Corum señaló una estrecha ventana de la pared. La vista del exterior había cambiado. Ahora parecían encontrarse sobre un mar azul.

—¡Jhary! —exclamó Corum—. ¡Jhary-a-Conel!

Respondió a su voz un leve sonido. Podía tratarse de una respuesta o del chillido de una rata en las paredes del castillo.

—¡Jhary! —volvió a gritar Corum—. ¡Voilodion Ghagnasdiak! ¿Pretendes burlarte de mí? ¿O acaso has dejado este lugar?

—No me he marchado. ¿Qué queréis de mí?

La voz procedía de la estancia contigua. Con cautela, los tres héroes que eran uno penetraron en ella.

Una especie de relámpago parpadeaba en la estancia y, bajo su luz fantasmagórica, Elric vio a Voilodion Ghagnasdiak.

Era un enano vestido con abultadas sedas multicolores, pieles y satenes, que portaba una pequeña espada en la mano. Tenía una cabeza desproporcionadamente grande en relación con el cuerpo, pero sus facciones eran atractivas con unas cejas negras y espesas que se juntaban sobre su nariz. El enano les sonrió.

—Por fin alguien nuevo para aliviar mi aburrimiento. Pero dejad esas espadas, caballeros, os lo ruego, pues sois mis invitados.

—Ya sé cuál es el destino que pueden esperar tus invitados —replicó Corum—. Debes saber que hemos venido para liberar a Jhary-a-Conel, al que tienes prisionero. Entréganoslo y no te haremos daño.

Las hermosas facciones del enano sonrieron abiertamente al escuchar tales palabras.

—Sabed que soy muy poderoso y que no podéis vencerme. Observad.

Agitó la espada y nuevos relámpagos centellearon en la estancia. Elric levantó a medias la espada para protegerse de ellos, pero no llegaron a alcanzarle. Dio unos pasos hacia el enano, enfurecido, y le anunció:

—Yo soy Elric de Melniboné, Voilodion Ghagnasdiak, y tengo mucho poder. La Espada Negra que empuño está sedienta de sangre y se beberá tu alma a menos que liberes al amigo del príncipe Corum.

El enano soltó una nueva carcajada.

—¿Espadas? ¿Qué poder tienen?

—Nuestras armas no son espadas corrientes —intervino Erekosë—. Y nos han traído aquí unas fuerzas que tú no eres capaz de comprender. Hemos sido arrancados de nuestras épocas respectivas por el poder de los propios dioses, con el concreto propósito de exigirte la entrega de ese Jhary-a-Conel.

Voilodion Ghagnasdiak replicó a esto:

—Una de dos: os han engañado, o tratáis de engañarme a mí. Reconozco que ese Jhary es un tipo ingenioso pero ¿qué interés podrían tener los dioses por él?

Elric alzó la Tormentosa y la espada mágica emitió un gemido de expectación ante la oportunidad de saciar su sed.

Entonces, el enano sacó de la nada una pequeña bola amarilla y la lanzó contra Elric. El albino recibió el impacto en la frente y fue arrojado hacia atrás contra la pared opuesta de la sala. La Tormentosa saltó de su mano y cayó al suelo con un estruendo. Elric, aturdido, trató de levantarse y alargó la mano para recuperar la espada, pero se sintió demasiado débil. Tuvo el impulso de invocar a gritos la ayuda de Arioch, pero recordó que éste había sido expulsado de aquel mundo. En la Torre no había aliados sobrenaturales a los que apelar; sólo podía contar con la espada, y ahora era incapaz de empuñarla.

Erekosë retrocedió de un salto y dio un puntapié a la Tormentosa, impulsándola en dirección a Elric. Cuando los dedos del albino se cerraron en torno a la empuñadura, sintió que las fuerzas volvían a su cuerpo, aunque no eran más que las fuerzas normales en un mortal, y consiguió ponerse en pie.

Corum permaneció donde estaba. El enano seguía riéndose aún. Otra bola amarilla apareció en su mano y volvió a arrojarla contra Elric, pero esta vez el albino levantó a tiempo la Espada Negra y desvió el proyectil, que rebotó hacia el otro extremo de la estancia, contra cuya pared estalló. Entre el fuego de la explosión, los tres héroes vieron retorcerse algo negro.

—Destruir esos globos es peligroso —apuntó tranquilamente Voilodion Ghagnasdiak—, porque ahora os destruirá lo que llevan dentro.

La sombra negra creció de tamaño mientras las llamas se apagaban.

—Estoy libre —dijo una voz.

—¡Sí, estás libre para matar a estos locos que han rechazado mi hospitalidad!

Voilodion Ghagnasdiak estaba exultante de júbilo.

—¡Estás libre para morir! —replicó Elric mientras contemplaba cómo la sombra negra tomaba forma.

Al principio sólo pareció una maraña de pelo, que fue comprimiéndose gradualmente hasta adoptar el perfil de una criatura con el cuerpo recio y musculoso de un gorila, aunque su piel era gruesa y llena de verrugas como la de un rinoceronte. Detrás de los hombros le crecían unas grandes alas negras y sobre el cuello se sostenía la cabeza de un tigre con las fauces abiertas. La extraña criatura sostenía en sus manos velludas un arma larga, parecida a una guadaña. La cabeza de tigre emitió un rugido y la mano descargó un golpe de guadaña que pasó rozando a Elric.

Erekosë y Corum iniciaron un movimiento para acudir en ayuda del albino, quien escuchó gritar a Corum:

—¡El ojo! ¡No consigo ver en el inframundo y no puedo conjurar su ayuda!

Al parecer, también los poderes mágicos de Corum estaban limitados en aquel plano. A continuación, Voilodion Ghagnasdiak arrojó una bola amarilla contra el gigante negro y otra contra el hombre pálido de la mano postiza tachonada de piedras preciosas. Los dos consiguieron a duras penas desviar los proyectiles y, al hacerlo, provocaron su estallido. De inmediato, surgieron dos nuevas formas que se convirtieron en otros tantos hombres-tigre alados, y los compañeros de Elric se vieron obligados a defenderse.

Tras esquivar un nuevo envite de la guadaña, el albino intentó recordar alguna invocación que conjurara la ayuda sobrenatural, pero no se le ocurrió ninguna que pudiera funcionar en aquel lugar. Lanzó una estocada al hombre-tigre pero la guadaña detuvo el golpe. Su oponente poseía una rapidez de movimientos y una fuerza tremendas. Las alas negras empezaron a batir y la feroz criatura voló hasta el techo, planeó bajo las vigas durante unos instantes y se lanzó en picado sobre Elric volteando la guadaña, con un grito espeluznante en su boca de grandes colmillos y un brillo de odio en sus ojos amarillentos.

Elric se sintió próximo al pánico. La Tormentosa no le proporcionaba la fuerza que esperaba, pues sus poderes estaban disminuidos en aquel plano del universo. El albino apenas logró desviar de nuevo el arma enemiga y causar una herida superficial en el muslo desprotegido de la criatura. El filo de la espada cortó la carne de su furioso atacante, pero no surgió sangre de la herida y el hombre-tigre no pareció darse cuenta de ella. De nuevo, batió las alas y volvió a elevarse hacia el techo.

Elric vio que sus compañeros se encontraban en un apuro similar. Corum tenía una expresión de gran consternación, como si hubiera esperado una victoria fácil y ahora previera una derrota.

Mientras tanto, Voilodion Ghagnasdiak continuó con sus gritos de júbilo mientras seguía arrojando más bolas amarillas que, al estallar, se convertían en nuevas criaturas aladas con cabeza de tigre. La sala se llenó de ellas. Elric, Erekosë y Corum retrocedieron hasta la pared opuesta mientras los monstruos se lanzaban al asalto, taladrándoles los tímpanos con el temible batir de sus alas gigantescas y con sus ásperos gritos de odio.

—Me temo que os he traído a los dos a la destrucción —se lamentó Corum, jadeando—. Nadie me advirtió que nuestros poderes estarían aquí tan limitados. La Torre debe cambiar de plano tan de prisa que las leyes normales de la brujería no actúan dentro de sus muros.

—En cambio, parecen funcionar bastante bien para el enano —replicó Elric al tiempo que movía la espada para detener los golpes sucesivos de dos guadañas—. Si pudiéramos dar muerte a un solo…

Con la espalda contra la pared, notó que una guadaña le hacía un rasguño en la mejilla, de la que brotó sangre. A continuación, notó otro desgarro en la capa y una nueva herida en el brazo. Las cabezas de tigre sonreían ahora, cerrando el cerco sobre él.

Elric descargó un golpe a la cabeza de la criatura más próxima, cercenándole una oreja, y el monstruo emitió un aullido. La Tormentosa le respondió con otro aullido y lanzó una estocada a la garganta del ser infernal. Sin embargo, la espada apenas penetró en la carne y sólo consiguió que el hombre-tigre se tambaleara ligeramente.

Aprovechando su pérdida de equilibrio, Elric le arrancó la guadaña de las manos y, dándole la vuelta, segó con su filo curvo el pecho de la criatura. El hombre-tigre emitió un grito mientras la sangre brotaba de la herida.

—¡Lo que imaginaba! —gritó Elric a sus compañeros—. ¡Sólo pueden herirles sus propias armas!

Avanzó con la guadaña en una mano y la Tormentosa en la otra. Los hombres-tigre retrocedieron y empezaron a batir las alas para remontar el vuelo y esperar planeando junto al techo.

Elric corrió hacia Voilodion Ghagnasdiak. El enano soltó un chillido de terror y desapareció por una abertura demasiado pequeña para que Elric pasara por ella con comodidad.

A continuación, con un estruendo atronador, los monstruos con cabeza de tigre descendieron de nuevo.

Esta vez, los otros dos se esforzaron por capturar las guadañas de sus enemigos. Haciendo retroceder a los que le atacaban, Elric hirió por detrás al monstruo más próximo a Corum y la criatura cayó al suelo con la cabeza cercenada. Corum envainó su espada y tomó el arma de su enemigo, con la que dio muerte casi inmediatamente a un tercer hombre-tigre, cuya guadaña impulsó de un puntapié hacia Erekosë. El aire maloliente se llenó de plumas negras y las losas del suelo quedaron resbaladizas a causa de la sangre. Los tres héroes se abrieron paso entre sus enemigos hasta la pequeña antecámara donde acababan de estar. Las criaturas de cabeza de tigre continuaron acosándoles, pero ahora tenían que traspasar la puerta y ésta resultaba más fácil de defender.

Elric volvió la cabeza y echó un vistazo por la estrecha ventana de la Torre. Fuera, el paisaje cambiaba constantemente mientras la Torre Evanescente continuaba su errante vagar por los planos de la existencia. Los tres héroes empezaban a estar fatigados y todos ellos habían perdido algo de sangre debido a heridas superficiales. Las guadañas entrechocaban en una lucha sin cuartel. Entre el batir de las alas, las fauces rugientes de sus adversarios les escupían y mascullaban palabras apenas inteligibles. Elric, privado de las fuerzas que le suministraba su espada forjada en el Infierno, empezaba a debilitarse rápidamente. Por dos veces, se tambaleó a punto de caerse y sus dos compañeros le sostuvieron. Se preguntó si acaso iba a morir en un mundo extraño, sin que Moonglum y Rackhir supieran jamás qué le había sucedido, pero entonces recordó que sus amigos ya debían encontrarse bajo el ataque de los monstruos reptilianos enviados por Theleb K’aarna contra Tanelorn y que también ellos morirían muy pronto. Este pensamiento le dio un poco más de fuerzas y le permitió hundir profundamente la guadaña en el vientre de otro de los atacantes.

Un hueco en las filas de aquellas criaturas producto de la brujería le permitió ver la portezuela del extremo opuesto de la sala contigua. En su quicio estaba agachado Voilodion Ghagnasdiak, que seguía lanzando sin cesar más bolas amarillas, de las que surgían nuevos hombres-tigre alados para reemplazar a los caídos.

Sin embargo, en ese momento, Elric escuchó al enano soltar un alarido y vio que algo cubría su rostro. Era un animal blanco y negro con unas pequeñas alas negras que batían el aire. ¿Un cachorro de aquellos monstruos que atacaba a su amo, tal vez? Elric no logró distinguirlo con claridad, pero la reacción de Voilodion Ghagnasdiak fue de absoluto terror, tratando de arrancar al bicho de su rostro.

Otra figura apareció detrás del enano. Unos ojillos brillantes le miraron desde un rostro de aire astuto enmarcado por una larga cabellera negra. El recién llegado lucía la misma indumentaria ostentosa que el enano, pero iba desarmado. Elric vio que le gritaba algo y trató de captar sus palabras al tiempo que otro de los hombres-tigre se lanzaba contra él.

Corum vio entonces al desconocido.

—¡Jhary! —exclamó.

—¿Es ése el que has venido a rescatar? —preguntó Elric.

—Sí.

Elric hizo ademán de avanzar hacia la sala, pero Jhary-a-Conel le indicó con un gesto que permaneciera donde estaba.

—¡No! ¡Quedaos ahí! —le oyó gritar.

Elric frunció el ceño y se dispuso a preguntar por qué, cuando fue atacado por los feroces monstruos por ambos costados a la vez y hubo de retroceder, descargando la guadaña a un lado y a otro.

—¡Cogeos por los brazos! —gritó Jhary-a-Conel—. ¡Corum en el centro, y los otros dos empuñando las espadas!

Elric estaba jadeando. Hirió a otro hombre-tigre y notó una nueva punzada de dolor en la pierna. Un reguero de sangre brotó de su pantorrilla.

Voilodion Ghagnasdiak seguía luchando con el animal que se había adherido a su rostro.

—¡De prisa! —volvió a gritar Jhary-a-Conel—. Es vuestra única oportunidad… ¡y la mía!

Elric miró a Corum.

—Mi amigo es muy sabio —le aseguró éste—. Conoce muchas cosas que nosotros ignoramos. Venid aquí. Yo ocuparé el centro.

Erekosë enganchó su brazo moreno con el de Corum y Elric hizo lo mismo al otro lado. Erekosë empuñó su espada con la zurda y Elric levantó la Tormentosa en su diestra.

Y empezó a suceder algo. Volvió a ellos una sensación de energía, seguida de otra de gran bienestar físico. Elric miró a sus compañeros y soltó una carcajada. Era casi como si haber unido sus respectivas fuerzas les hubiera hecho cuatro veces más fuertes…, como si se hubieran convertido en una única entidad.

Un especial estado de euforia embargó a Elric, a quien ya no quedaba ninguna duda de que Erekosë había estado en lo cierto al decir que los tres eran diferentes aspectos de un mismo ser.

—¡Acabemos con ellos! —exclamó, y se dio cuenta de que los tres habían gritado lo mismo.

Con una carcajada, los tres penetraron cogidos del brazo en la estancia y, esta vez, las dos espadas causaron heridas allí donde descargaron, matando con rapidez y proporcionando aún más vigor a los brazos que las empuñaban.

Los hombres-tigre alados, presas de un frenético desconcierto, revolotearon por la sala perseguidos por los Tres Que Eran Uno. Los tres estaban bañados en su propia sangre y en la de sus enemigos; los tres soltaban carcajadas, invulnerables, actuando completamente al unísono.

Y, mientras se movían por la sala, los muros de ésta empezaron a temblar. Les llegó la voz de Voilodion Ghagnasdiak, que chillaba:

—¡La Torre! ¡La Torre! ¡Esto va a destruir la Torre!

Elric alzó la vista de su última víctima. Efectivamente, la Torre se bamboleaba de un lado a otro como un barco en plena tormenta.

Jhary-a-Conel apartó al enano de un empujón y penetró en la estancia. La visión de los cadáveres le resultó repulsiva, pero dominó sus emociones.

—Es cierto —dijo—. La magia que hemos obrado aquí debe causar este efecto. ¡Bigotes, ven aquí!

El bicho adherido a la cara de Voilodion Ghagnasdiak echó a volar y se posó en el hombro de Jhary. Elric advirtió entonces que se trataba de un pequeño gato blanco y negro, absolutamente corriente salvo por aquel par de alas negras que ahora recogía sobre el lomo.

Voilodion Ghagnasdiak permaneció encogido bajo el quicio de la angosta abertura, sollozando. Unas lágrimas de sangre resbalaban de sus ojos ciegos, bañando sus hermosas facciones.

Elric se desasió de Corum y volvió a la antecámara para asomarse por la aspillera, pero ahora no se distinguía por ella otra cosa que una vertiginosa erupción de nubes púrpura y malva.

—¡Estamos en el Limbo! —exclamó.

Se hizo el silencio, pero la Torre continuó oscilando. Un viento misterioso recorrió la estancia y apagó las luces, dejando como única iluminación la que entraba del exterior, donde seguía agitándose la bruma.

Jhary-a-Conel llegó junto a Elric y se asomó a la ventana con expresión preocupada.

—¿Cómo es que sabías qué debíamos hacer? —le preguntó Elric.

—Lo sabía porque te conozco, Elric de Melniboné, igual que conozco a Erekosë, pues he viajado por muchas épocas y he estado en muchos planos. Por eso me han llamado a veces «el compañero de los Campeones». Tengo que encontrar mi espada y mi bolsa… y también el sombrero. Sin duda, debe estar todo en la cámara acorazada del enano, con el resto de su botín.

—Pero ¿y la Torre? Si se destruye, ¿no nos sucederá lo mismo a nosotros?

—Es una posibilidad. Vamos, amigo Elric, ayúdame a buscar el sombrero.

—¿En un momento así, te preocupas por un sombrero?

—Sí. —Jhary-a-Conel volvió a la sala grande mientras acariciaba al gato blanquinegro. Voilodion Ghagnasdiak seguía encogido y sollozante junto a la pared—. Príncipe Corum… señor Erekosë… venid también conmigo.

Corum y el gigante negro se unieron a Elric y se adentraron por el estrecho pasadizo, avanzando palmo a palmo hasta que el conducto se ensanchó, dejando a la vista una escalera que conducía hacia abajo. La Torre sufrió una nueva sacudida. Jhary tomó una antorcha de la pared, le prendió fuego y empezó a descender los peldaños, seguido por los tres héroes.

Una piedra se desprendió del techo y cayó justo ante los pies de Elric.

—Preferiría buscar un medio de escapar de la Torre —comentó a Jhary-a-Conel—. Si se derrumba ahora, quedaremos enterrados.

—Confía en mí, príncipe Elric —fue la única respuesta de Jhary.

Y, como éste ya había demostrado poseer grandes conocimientos, Elric dejó que el engalanado joven le condujera a las entrañas de la edificación.

Por fin, llegaron a una cámara circular en la que destacaba una enorme puerta metálica.

—Es la cámara acorazada de Voilodion —les informó Jhary—. Aquí encontraréis todo lo que buscáis. Y yo espero recuperar ese sombrero. Fue confeccionado especialmente para mí y es el único que hace juego con el resto de mi ropa.

—¿Cómo vamos a abrir una puerta así? —quiso saber Erekosë, blandiendo la negra espada que aún empuñaba en su zurda—. ¡Sin duda, está hecha de acero!

—Si volvéis a cogeros del brazo, amigos míos —sugirió Jhary con una especie de burlona deferencia—, os mostraré cómo puede abrirse la puerta.

De nuevo, Elric, Corum y Erekosë se tomaron del brazo. De nuevo, la energía sobrenatural pareció fluir a través de ellos y se echaron a reír unos de otros, sabiendo que todos eran parte de un mismo ser.

A Elric le pareció escuchar en la lejanía la voz de Jhary.

—Y ahora, príncipe Corum, si haces el favor de empujar con el pie la plancha de acero…

Los tres se acercaron a la puerta y la parte de sí que era Corum aplicó la planta del pie a la plancha de acero… y la puerta cayó como si estuviera hecha de la madera más ligera.

Esta vez, Elric se lo pensó mucho más antes de romper el vínculo que les unía, pero lo hizo al fin mientras Jhary penetraba en la bóveda con una risilla secreta.

La Torre se bamboleó y el movimiento impulsó al trío al interior de la cámara acorazada de Voilodion, tras los pasos de Jhary. Elric tropezó pesadamente con una gran silla dorada de las que en una ocasión había visto utilizar como silla de montar elefantes. Echó un vistazo a la cámara, que estaba llena de objetos de valor, ropas, calzado y armas, y le entraron náuseas al comprender que todo aquello había pertenecido a los desgraciados que Voilodion Ghagnasdiak había acogido como invitados.

Jhary-a-Conel extrajo un fardo de debajo de un montón de pieles.

—Mira, príncipe Elric. Eso es lo que necesitarás en tus afanes por Tanelorn.

El bulto parecía consistir en un puñado de varas largas envueltas en finas planchas de metal. Elric aceptó el pesado y voluminoso fardo.

—¿Qué es?

—Son los estandartes de bronce y las flechas de cuarzo. Son armas útiles contra los hombres reptiles de Pió y sus monturas.

—¿Conoces a esos reptiles? ¿No conocerás también a Theleb K’aarna, verdad?

—¿El hechicero de Pan Tang? Sí.

Elric observó a Jhary con gesto casi suspicaz.

—¿Cómo puedes saber todo eso?

—Ya te lo he dicho. He vivido muchas vidas como Amigo de Héroes. Abre ese bulto cuando hayas vuelto a Tanelorn. Utiliza las flechas de cuarzo como lanzas. Para usar los estandartes de bronce, limítate a desplegarlos. ¡Ajá! —Jhary metió la mano detrás de un saco de joyas y extrajo un sombrero bastante polvoriento. Sacudió el polvo con unas palmadas y se lo encasquetó en la cabeza—. ¡Ajá! —murmuró. Se inclinó otra vez y sacó un frasco, que ofreció al príncipe Corum—. Toma esto. Creo que te resultará útil.

Jhary extrajo un pequeño saco de otro rincón de la cámara y se lo echó al hombro. Luego, casi como si se acordara en aquel momento, rebuscó en un arcón lleno de joyas y escogió un anillo reluciente de piedras indescriptibles engastadas en un extraño metal.

—Aquí tienes tu recompensa por contribuir a liberarme de mi captor —dijo, entregándoselo a Erekosë.

—Tengo la sensación de que no necesitabas la ayuda de nadie, joven —respondió Erekosë con una sonrisa.

—Te equivocas, amigo mío. Dudo que haya corrido nunca un mayor peligro —le corrigió Jhary, dirigiendo una vaga mirada a la cámara y tambaleándose mientras el suelo se inclinaba de forma alarmante.

—Es preciso que hagamos algo para escapar —apuntó Elric.

—Exacto. —Jhary cruzó a toda prisa la estancia hasta el extremo opuesto—. Sólo una cosa más. Voilodion, llevado de su orgullo, me mostró todas sus posesiones, pero comprobé que ignoraba el valor de muchas de ellas.

—¿A qué te refieres? —preguntó el Príncipe de la Capa Escarlata.

—El enano mató al viajero que trajo consigo ese objeto. Ese viajero tenía razón al pensar que contaba con el medio de impedir que la Torre se desvaneciera, pero no tuvo tiempo de utilizarlo porque Voilodion le dio muerte en seguida. —Jhary sacó de entre un montón de objetos un pequeño bastón pintado de un color ocre oscuro—. Aquí está, el Bastón Rúnico. Hawkmoon lo llevaba con él cuando le acompañé en su viaje al Imperio Oscuro…

Al advertir su desconcierto, Jhary-a-Conel, el Compañero de los Campeones, murmuró una disculpa.

—Lo siento. A veces olvido que no todos tenemos recuerdos de otras vidas…

—¿Qué es el Bastón Rúnico? —inquirió Corum.

—Recuerdo una descripción, pero soy muy malo para los nombres y para explicar las cosas…

—Tal cosa no ha escapado a mi atención —asintió Elric, casi con una sonrisa.

—Es un objeto que sólo puede existir bajo ciertas condiciones de las leyes que rigen el espacio y el tiempo. Para que continúe existiendo, debe ejercer un campo en el que pueda contenerse. Este campo debe regirse según dichas leyes, las mismas bajo las cuales nosotros sobrevivimos.

Cayeron más piedras del techo.

—¡La Torre se está desmoronando! —gruñó Erekosë.

Jhary golpeó el deslustrado bastón ocre.

—Por favor, juntaos cerca de mí, amigos míos.

Los tres héroes le rodearon. Y, en ese instante, el techo de la torre se hundió. Pero no cayó sobre ellos, pues de pronto se encontraron sobre terreno firme, respirando aire fresco. Sin embargo, en torno a ellos reinaba la oscuridad más absoluta.

—No salgáis de este pequeño espacio —les advirtió Jhary—, o estaréis perdidos. Dejad que el Bastón Rúnico busque lo que buscamos.

El terreno que pisaban cambió de color y el aire sopló más cálido, primero, y frío después. Era como si se desplazaran de un plano a otro del universo, sin ver nunca más allá de los palmos de terreno que ocupaban.

Y, de pronto, notaron bajo los pies la áspera arena del desierto y Jhary gritó:

—¡Ahora!

Los cuatro saltaron de la zona que ocupaban a la negrura y se encontraron de pronto a plena luz del sol, bajo un cielo como de metal batido.

—Un desierto —murmuró Erekosë—. Un vasto desierto…

—¿No lo reconoces, amigo Elric? —dijo Jhary-a-Conel con una sonrisa.

—¿Es el Desierto de los Suspiros?

—Escucha.

Y Elric pudo oír con claridad el sonido familiar del viento en su doliente pasar sobre las arenas. A corta distancia vio el Bastón Rúnico donde lo habían dejado. Un instante después, había desaparecido.

—¿Vais a acompañarme todos a la defensa de Tanelorn? —preguntó a Jhary. Éste movió la cabeza.

—No. Vamos todos en dirección opuesta. Vamos a buscar el artefacto que Theleb K’aarna activó con ayuda de los Señores del Caos. ¿Dónde está?

Elric trató de orientarse y alzó un dedo, titubeando.

—En esa dirección, creo.

—Entonces, salgamos para allí en seguida.

—Pero yo debo ir en ayuda de Tanelorn.

—Tú debes destruir ese artilugio una vez lo hayamos utilizado, amigo Elric, para que Theleb K’aarna o los suyos no intenten activarlo otra vez.

—¡Pero Tanelorn…!

—No creo que Theleb K’aarna y sus bestias hayan alcanzado aún la ciudad.

—¿Que no habrán…? ¡Pero si ha pasado mucho tiempo!

—Menos de un día.

Elric se frotó la cara y dijo a regañadientes:

—Está bien, yo os conduciré a la máquina.

—Pero si Tanelorn está tan cerca —protestó Corum a Jhary—, ¿por qué buscarla en otra parte?

—Porque ésta no es la Tanelorn que queremos encontrar —le respondió su amigo y guía.

—A mí me sirve —intervino Erekosë—. Me quedaré con Elric. Luego, tal vez…

Una expresión casi de horror cubrió al instante las facciones de Jhary. Por fin, logró decir con voz apenada:

—Amigo mío…, ya gran parte del tiempo y del espacio está amenazada de destrucción. Las barreras eternas podrían caer muy pronto…, el tejido del universo podría disgregarse. Tú no lo entiendes. Un suceso como el que acaba de producirse en la Torre Evanescente sólo puede suceder un par de veces en una eternidad e incluso entonces es peligroso para todos los que intervienen. Debes hacer lo que digo. Te prometo que tendrás una oportunidad tan buena como ésta de encontrar Tanelorn en el lugar al que te lleve. Tu oportunidad se encuentra en el futuro de Elric.

Erekosë bajó la cabeza.

—Está bien —asintió.

—Vamos —dijo Elric con impaciencia, iniciando la marcha hacia el nordeste—. Tanto hablar de tiempo, y a mí me queda tan poco…