II

El anillo robado

Al otro extremo de la taberna, el joven elegantemente vestido fingió pedir otro odre de vino mientras, en realidad, echaba un vistazo a hurtadillas hacia el rincón donde se encontraba Elric.

Después, el joven dandi se inclinó hacia sus compañeros de mesa —mercaderes y jóvenes nobles de varias naciones— y continuó sus comentarios en voz baja.

El centro de los comentarios, como bien sabía el albino, era su presencia. Normalmente, Elric no prestaba atención a tales situaciones, pero en esta ocasión se sentía cansado y aguardaba con impaciencia el regreso de Moonglum, de modo que estuvo casi tentado —aunque sólo fuera para pasar el rato— de ordenar al joven dandi que dejara ya el tema.

Elric empezaba a arrepentirse de su decisión de visitar Hrolmar la Vieja.

Esta rica ciudad era un gran punto de encuentro de toda la gente de acción de los Reinos Jóvenes. A ella acudían exploradores, aventureros, mercenarios, artesanos, comerciantes, pintores y poetas y, bajo el mando del famoso duque Avan Astran, la ciudad estado vilmiriana estaba experimentando una profunda transformación en su carácter.

El propio duque Avan había explorado la mayor parte del mundo y había regresado a Hrolmar la Vieja con grandes riquezas y conocimientos. Estas riquezas y su vida intelectual habían atraído a otros ricos y a más intelectuales, impulsando así el florecimiento de la ciudad.

Pero allí donde hay ricos e intelectuales, florecen también los rumores y chismorreos, pues si hay una clase de hombres, más dada a contar chismes que los mercaderes y los marineros, es la de los poetas y pintores. Y, como era lógico, gran parte de los rumores se refería a Elric, el albino zarandeado por el destino, que ya era el héroe de varias baladas escritas por poetas no muy sobrados de talento.

Elric había consentido en acudir a la ciudad porque Moonglum había insistido en que era el mejor lugar para encontrar fondos. El uso descuidado de sus riquezas por parte del albino casi les había sumido en la pobreza —no por primera vez—, y necesitaban provisiones y caballos frescos para la larga travesía de las llanuras de Vilmir e Ilmiora hasta el confín del Desierto de los Suspiros, donde se hallaba enclavada la misteriosa Tanelorn. Así pues, Elric había accedido al fin aunque, después de su encuentro con Myshella y de haber presenciado la destrucción de las huestes de Kelmain por el Dogal de Carne, había mostrado un gran cansancio, añorando la paz que le ofrecía Tanelorn.

Contribuía a empeorar las cosas el hecho de que la taberna estaba demasiado iluminada y que el servicio era demasiado exquisito para el gusto de Elric, quien hubiera preferido otra posada más humilde, donde los parroquianos estuvieran habituados a callarse las preguntas y los comentarios. Sin embargo, Moonglum había creído conveniente gastar sus últimos fondos en un buen alojamiento por si tenían que agasajar a alguien.

Elric dejó en manos de su compañero el asunto de buscar dinero. Sin duda, Moonglum se proponía conseguirlo mediante el robo o la estafa, pero al albino no le importaba.

Exhaló un suspiro y soportó las miradas a hurtadillas de los otros clientes, tratando de no escuchar lo que decía el joven de las ropas elegantes. Tomó un sorbo de vino de la copa e hincó el diente en la carne fría de ave que Moonglum había pedido antes de marcharse. Encogió la cabeza en el cuello alto de la capa negra pero con ello no hizo sino destacar más la palidez ósea de su rostro y la blancura lechosa de sus largos cabellos. Contempló a su alrededor las sedas, pieles y tapices que formaban remolinos en la taberna mientras sus dueños pasaban de mesa en mesa y deseó con todo su corazón estar camino de Tanelorn, donde los hombres hablaban poco porque habían experimentado mucho.

—…mató a sus padres, también. Y al amante de su madre, se dice…

—…y cuentan que se acuesta con cadáveres…

—…y que por eso los Señores de los Mundos Superiores le maldijeron con el rostro de un cadáver…

—…incesto, ¿no fue así? Me lo contó uno que navegó con él y…

—…y su madre tuvo tratos con el propio Arioch, y así parió…

—…¡poco antes de que traicionara a su propio pueblo, entregándolo en manos de Smiorgan y los demás!

—Desde luego, parece un tipo melancólico y abatido, incapaz de encajar una broma…

Risas.

Elric se obligó a tranquilizarse y dio otro trago a su copa sin levantarse de la silla. Los comentarios, sin embargo, continuaron.

—También se dice que es un impostor, que el verdadero Elric murió en Imrryr…

—Un verdadero príncipe de Melniboné vestiría con más lujo y…

Un nuevo coro de risas.

Elric se incorporó, abriendo la capa de modo que quedara a la vista la gran espada negra que portaba al cinto.

Eran muchos en Hrolmar la Vieja quienes habían oído hablar de la espada mágica, la Tormentosa, y de su terrible poder. Elric cruzó la taberna hasta la mesa donde se encontraba el joven dandi.

—¡Os ruego, caballeros, que maticéis vuestras chanzas! Sé que podéis hacerlo mucho mejor, pues aquí hay alguien que puede daros pruebas de ciertas cosas de las que habláis. ¿Qué me decís de su tendencia a un determinado tipo de vampirismo? Creo que no habéis tocado ese punto en vuestra conversación.

El joven dandi carraspeó e hizo un nervioso encogimiento de hombros.

—¿Y bien? —Elric puso una mueca de fingida inocencia—. ¿No os puedo ser de ayuda?

Los charlatanes habían enmudecido y simulaban estar absolutamente concentrados en la comida y la bebida que tenían ante ellos.

Elric les dirigió una sonrisa que les hizo temblar las manos.

—Sólo espero saber qué queréis oír, caballeros. Entonces os demostraré que soy realmente ése que habéis llamado Elric, el Matador de su Linaje.

Los mercaderes y nobles se envolvieron en sus capas y se pusieron en pie evitando su mirada. El joven dandi se dirigió a la salida con afectación, en un gesto de falsa valentía.

Pero Elric ocupaba ahora el hueco de la puerta y soltó una carcajada, con la mano en la empuñadura de la Tormentosa.

—¿No aceptáis que os invite a un trago, caballeros? Pensad lo que podríais contar a vuestros amigos sobre nuestro encuentro…

—¡Dioses, qué patán! —masculló el joven dandi, con un escalofrío.

—Señor, no teníamos intención de… —dijo con voz apagada un obeso comerciante de hierbas de Shazar.

—Nos referíamos a otra persona —añadió un joven noble con apenas un asomo de perilla, pero con un poblado mostacho, y le dirigió una sonrisa débil y conciliatoria.

—Hablábamos de lo mucho que te admirábamos… —tartamudeó un caballero vilmiriano que parecía haberse dado cuenta de su presencia hacía apenas unos instantes y cuyas facciones habían palidecido hasta rivalizar con las del propio Elric.

Un comerciante vestido con los brocados oscuros de Tarkesh se humedeció los labios encendidos y trató de comportarse con más dignidad que sus amigos.

—Señor, Hrolmar la Vieja es una ciudad civilizada. Aquí, los caballeros no se baten entre ellos…

—…sino que prefieren chismorrear como campesinas —terminó la frase Elric.

—Sí —dijo el joven de abundante bigote—. Digo, no…

El dandi se envolvió en su capa y bajó la vista al suelo con rabia en los ojos.

Elric se apartó de la puerta. Con un titubeo, el mercader tarkeshita avanzó unos pasos y luego ganó apresuradamente la oscuridad de la calle, seguido de sus tambaleantes compañeros. Elric escuchó sus pisadas sobre los adoquines y soltó una carcajada. Al escuchar sus risas, las pisadas se convirtieron en una carrera y el grupo no tardó en alcanzar los muelles junto a los cuales brillaba el agua, doblar una esquina y desaparecer.

Elric sonrió y alzó la mirada a las estrellas, más allá de las torres barrocas de Hrolmar la Vieja. Escuchó entonces otras pisadas procedentes del otro extremo de la calle. Dio media vuelta y, a la luz de la ventana de un edificio, vio al nuevo grupo que se acercaba.

Reconoció a Moonglum. El robusto hombre del Este regresaba en compañía de dos mujeres escasamente vestidas y excesivamente maquilladas, sin duda dos prostitutas vilmirianas del otro lado de la ciudad. Moonglum llevaba un brazo en torno al talle de cada mujer y venía cantando una balada confusa, pero sin duda descarada. A cada pocos pasos, se detenía para que una de las mujeres, entre risas, le echara al gaznate un trago de vino. Las dos prostitutas llevaban grandes frascos de piedra en sus manos libres y rivalizaban con Moonglum en dar tientos al vino.

Cuando Moonglum se aproximó más con sus pasos tambaleantes, reconoció a Elric y le saludó con un guiño.

—Ya ves que no te he olvidado, príncipe de Melniboné. ¡Una de estas bellezas es para ti!

Elric respondió con una exagerada reverencia.

—Es muy amable por tu parte, pero pensaba que te proponías encontrar un poco de oro para nosotros. ¿No era ésta la razón de que viniéramos a Hrolmar la Vieja?

—¡Sí! —Moonglum besó en la mejilla a las muchachas, que soltaron una carcajada burlona—. ¡Desde luego que sí! Estas chicas son oro puro… o algo tan valioso como el oro. He rescatado a estas jóvenes de un chulo cruel del otro extremo de la ciudad, les he prometido venderlas a otro alcahuete que las trate mejor y me están agradecidas.

—De modo que has robado a esas esclavas, ¿no?

—Muy bien, si quieres llamarlo así, adelante. Las he «robado» con mi acero y las he liberado de una vida de degradación. Ha sido un acto humanitario. Su vida de penalidades ha terminado y ahora podrán tener esperanzas en el futuro…

—Su vida de penalidades va a terminar, en efecto… igual que la nuestra, cuando el chulo descubra lo sucedido y alerte a la guardia. ¿Cómo has encontrado a esas muchachas?

—¡Han sido ellas quienes han dado conmigo! Acababa de poner mis espadas al servicio de un viejo mercader que no conocía la ciudad, al cual tenía que escoltar por los barrios más lóbregos de Hrolmar la Vieja a cambio de una buena bolsa de oro (más llena de lo que el hombre tenía pensado ofrecerme). Mientras él subía a las habitaciones de arriba con una prostituta, decidí tomar un par de tragos en la sala pública del piso inferior. Al parecer, les caí bien a estas dos bellezas y ellas me expusieron su desgraciada situación. Tuve suficiente con lo que oí. Las rescaté de inmediato.

—Un plan muy astuto —comentó Elric con ironía.

—¡Lo idearon ellas! Te digo que las dos tienen cerebro, además de…

—Te ayudaré a llevarlas de vuelta a su chulo antes de que los centinelas de la ciudad vengan a por nosotros.

—¡Elric! —protestó Moonglum.

—Pero antes…

Elric agarró a su amigo, se lo cargó al hombro y avanzó tambaleándose hasta el muelle del extremo de la calle. Allí, tomando a Moonglum por el cuello de la blusa, le sumergió de pronto en las aguas sucias del puerto. Después, le ayudó a salir y a sostenerse en pie. Moonglum, tiritando, miró a Elric con aire triste.

—Ya sabes que soy propenso a los resfriados —murmuró.

—¡Y a hacer planes de borracho! —replicó Elric—. Aquí no estamos bien vistos, Moonglum. La guardia sólo necesita una excusa para actuar contra nosotros. Lo mejor que puede sucedernos es que tengamos que huir de la ciudad antes de haber terminado nuestros asuntos. En el peor de los casos, podemos vernos desarmados, encarcelados e incluso ajusticiados.

Empezaron a desandar el camino hacia el lugar donde seguían esperando las dos prostitutas. Una de ellas se apresuró a adelantarse, hincó la rodilla para tomar la mano de Elric y posó sus labios en el muslo del albino.

—Señor, traigo un mensaje…

Elric se inclinó para forzarla a ponerse en pie. Y la muchacha lanzó un grito al tiempo que abría como platos sus ojos pintarrajeados. Elric la miró desconcertado y, siguiendo la dirección de su mirada, volvió la cabeza y observó al grupo de matones que había aparecido de pronto tras la esquina y que ahora corría hacia él y Moonglum. Detrás de los matones, el albino creyó ver al joven dandi al que había expulsado de la taberna un rato antes. El hombre había vuelto en busca de venganza. Unas espadas brillaron en la oscuridad, en manos de unos hombres que llevaban la capucha negra de los asesinos profesionales. Eran más de una decena, lo cual indicaba que el joven dandi debía ser muy rico, pues los asesinos eran caros en Hrolmar la Vieja.

Moonglum había desenvainado sus dos espadas y ya había trabado combate con el cabecilla del grupo. Elric colocó a la aterrada muchacha detrás de él y llevó la mano a la empuñadura de la Tormentosa. Casi por propia voluntad, la enorme espada mágica saltó de la funda y su hoja despidió una luz negra al tiempo que empezaba a susurrar su extraño grito de guerra.

—¡Elric! —escuchó murmurar con voz sorprendida a uno de los asesinos, y comprendió que el dandi no había informado a éstos de quién iba a ser la víctima.

Paró la estocada de un fino florete, volvió el arma hacia afuera y, con una especie de delicadeza en el gesto, segó de cuajo la muñeca del hombre que lo empuñaba. Mano y florete salieron despedidos entre las sombras y el hombre retrocedió tambaleándose y lanzando alaridos de dolor.

El albino vio ante sí más espadas y más ojos que le miraban con un brillo helado tras las capuchas negras. La Tormentosa entonó su peculiar cantinela, mitad lamento y mitad grito de victoria. Las facciones de Elric reflejaban su sed de combate y sus ojos carmesíes parecieron despedir fuego en su rostro marfileño mientras movía la espada a un lado y a otro.

Se sucedieron los gritos, las maldiciones, los chillidos de las mujeres y los jadeos de los hombres, el estruendo del acero contra el acero, el ruido de las botas sobre los adoquines, el sonido de la espada al penetrar en la carne y chocar con los huesos. Y Elric continuó luchando entre el tumulto, con la espada mágica asida entre sus dos pálidas manos. Había perdido de vista a Moonglum y rogó a los dioses que el hombre de Elwher siguiera en pie. En un par de ocasiones vio fugazmente a una de las muchachas y se preguntó cómo era que no había escapado de allí para ponerse a salvo.

Por fin, quedaron tendidos sobre el empedrado varios asesinos encapuchados y los restantes empezaron a vacilar ante el empuje del melnibonés, ya que conocían el poder de su espada y lo que ésta hacía con aquellos a quienes hería. Aquellos hombres habían visto la expresión de los rostros de sus camaradas mientras la espada infernal absorbía sus almas. Con cada muerte, Elric parecía hacerse más fuerte y la luz negra de la hoja parecía arder con más intensidad. Y, ahora, el albino se reía.

Sus carcajadas resonaron sobre los tejados de Hrolmar la Vieja y los ciudadanos que ya estaban acostados se cubrieron los oídos, creyendo que eran presa de alguna pesadilla.

—¡Vamos, valientes! ¡Mi espada aún no está saciada!

Uno de los asesinos trató de mantener su posición y Elric alzó la Espada Negra. El hombre levantó la suya para protegerse la cabeza y Elric descargó un mandoble con todas sus fuerzas. La hoja segó el acero, hendió el casco y le cercenó el cuello hasta el esternón. La Tormentosa cortó en dos al encapuchado y se demoró unos instantes en la carne, apurando hasta el último sorbo de su alma siniestra. Tras esto, todos los supervivientes huyeron a la carrera.

Elric exhaló un profundo suspiro. Evitando mirar los restos del último hombre que había matado su espada, envainó ésta y se volvió en busca de Moonglum.

Y en aquel preciso instante recibió un fuerte golpe en la nuca. Notó que le entraban náuseas y trató de sobreponerse. Después, percibió que alguien le tomaba la muñeca y, entre la bruma que reinaba en su cabeza, vio a una figura que al principio tomó por la de Moonglum. Sin embargo, no se trataba de éste, sino tal vez de una mujer. Y ésta le estaba tirando de la mano izquierda. ¿Adonde quería llevarle?

Le fallaron las piernas y cayó de rodillas sobre los adoquines. Trató de gritar algo, pero no pudo. La mujer seguía tirándole de la mano como si quisiera conducirle a un lugar seguro. Pero el albino era incapaz de seguirla y rodó por el empedrado hasta quedar boca arriba, con la vista en un firmamento borroso.

Y lo siguiente que supo fue que el amanecer se alzaba sobre las extravagantes torres de Hrolmar la Vieja y que habían transcurrido varias horas desde su enfrentamiento con los sicarios.

Reconoció entonces el rostro de Moonglum, que le observaba con aire preocupado.

—¿Moonglum?

—¡Loados sean los benévolos dioses de Elwher! —exclamó éste—. Pensé que te había matado alguna espada envenenada.

Elric recuperó la claridad mental rápidamente y se incorporó hasta quedar sentado.

—Alguien me atacó por la espalda. ¿Cómo…?

—Me temo que las muchachas no eran lo que parecían —confesó Moonglum, azorado.

Elric recordó la figura confusa de la mujer tirando de su mano izquierda y se miró de inmediato los dedos.

—¡Moonglum! —exclamó entonces—. ¡Me ha desaparecido de la mano el Anillo de Reyes! ¡Me han robado el Actorios!

El Anillo de Reyes había ceñido el dedo de los antepasados de Elric durante siglos. Había sido el símbolo de su poder y la fuente de gran parte de su fuerza sobrenatural.

A Moonglum se le nubló la expresión.

—Creí que había robado a esas muchachas, pero las ladronas eran ellas. Habían tramado un plan para desvalijarnos. Un truco muy viejo.

—El asunto es más grave, Moonglum. No me han quitado nada más. Sólo el Anillo de Reyes. Aún tengo un poco de oro en la bolsa.

Hizo tintinear ésta mientras se ponía en pie. Moonglum señaló con el dedo la pared del otro lado de la calle. Allí yacía una de las muchachas, con sus vaporosas ropas manchadas de barro y de sangre.

—Se puso en el camino de uno de los asesinos mientras luchábamos. Lleva toda la noche agonizando… y murmurando tu nombre. Yo no se lo había revelado, de modo que me temo que tengas razón. Alguien las envió para que te robaran ese anillo y yo caí en la trampa como un bobo.

El albino acudió rápidamente al lugar donde estaba tendida la muchacha, se arrodilló a su lado y le acarició con suavidad la mejilla. Ella abrió los párpados y le miró con ojos vidriosos. Sus labios murmuraron el nombre de Elric.

—¿Por qué queríais quitarme el anillo? —preguntó éste—. ¿Quién os manda?

—Urish… —respondió ella en un susurro como una brisa que acariciara la hierba—. Robar el anillo… llevarlo a Nadsokor…

Moonglum se había colocado al otro lado de la muchacha agonizante. Había encontrado uno de los frascos de vino y se inclinó para darle a beber un sorbo. La muchacha intentó tomar un trago pero no lo consiguió. El vino corrió por su delicado mentón y su largo cuello hasta su pecho herido.

—¿Formas parte de los mendigos de Nadsokor? —le preguntó Moonglum.

Ella asintió débilmente.

—Urish y yo siempre hemos sido enemigos —explicó Elric a su compañero—. Una vez, recuperé cierta propiedad que había caído en sus manos y no me ha perdonado nunca por ello. Quizá ha querido apoderarse del Actorios para vengarse. —Volvió a mirar a la muchacha y le preguntó—: ¿Y tu compañera? ¿Ha vuelto a Nadsokor?

Ella pareció asentir de nuevo. Acto seguido, desapareció de sus ojos el último destello de vida, se le cerraron los párpados y dejó de respirar. Elric se incorporó, ceñudo, frotándose la mano donde había llevado el Anillo de Reyes.

—Entonces, déjale que se quede con el anillo. Seguro que se da por satisfecho con ello —apuntó Moonglum con optimismo. Elric movió la cabeza en gesto de negativa y Moonglum carraspeó, para añadir a continuación—: Dentro de una semana parte una caravana hacia Jadmar. La comanda Rackhir de Tanelorn y transporta provisiones para la ciudad. Si tomamos un barco y bordeamos la costa, podemos llegar a tiempo a Jadmar, unirnos a la caravana de Rackhir y realizar el viaje a Tanelorn en buena compañía. Como sabes, no es frecuente que nadie de Tanelorn emprenda un viaje semejante, pues…

—No —le interrumpió Elric con voz ronca—. Debemos olvidar Tanelorn por el momento, Moonglum. El Anillo de Reyes es el vínculo con mis antepasados. Más aún: me ayuda en mis conjuros y nos ha salvado la vida en más de una ocasión. Vayamos en seguida a Nadsokor. Debo intentar atrapar a la muchacha antes de que llegue a la Ciudad Mendiga. De no conseguirlo, tendré que entrar en la ciudad para recuperarlo.

Moonglum se estremeció al pensarlo.

—Ni yo mismo podría trazar un plan más desquiciado, Elric. Urish nos destruirá.

—Sea como sea, tenemos que salir hacia Nadsokor.

Moonglum se inclinó entonces sobre el cadáver de la muchacha y lo despojó de todas sus joyas.

—Si queremos unos caballos decentes para el viaje, necesitaremos todo el dinero que podamos reunir —explicó.