El sueño del príncipe perseguido por la fatalidad
Dos días después, Elric y Moonglum alcanzaron el tramo superior del Zaphra-Trepek y la ciudad mercado de Alorasaz, con sus torres de troncos bellamente tallados y sus hermosas casas de madera.
A Alorasaz acudían los tramperos con sus pieles y los mineros, así como los mercaderes de Iosaz, situada río abajo, e incluso de la ciudad costera de Trepesaz. Era una población alegre y activa con las calles iluminadas y caldeadas por grandes braseros al rojo, colocados en cada esquina y atendidos por unos ciudadanos encargados especialmente de mantenerlos encendidos y calientes. Envueltos en sus gruesas ropas de lana, los hombres saludaron a Elric y Moonglum cuando éstos hicieron su entrada en la ciudad.
Pese a haberse alimentado con la carne y el vino que Moonglum había tenido la previsión de llevar consigo, la andadura a pie por la estepa nevada les había dejado exhaustos.
Se abrieron paso entre la bulliciosa multitud de mujeres de mejillas encendidas y risas alegres y de hombres corpulentos, envueltos en pieles, cuyo aliento formaba nubéculas en el aire y se mezclaba con el humo de los braseros mientras tomaban enormes tragos de sus jarras de cerveza y de sus botas de vino después de cerrar los tratos comerciales con los mercaderes, un poco menos bucólicos, procedentes de otras ciudades más refinadas.
Elric buscaba noticias y sabía que el mejor lugar para encontrarlas sería en las tabernas. Esperó en un rincón a que Moonglum husmeara las mejores posadas de Alorasaz y regresara con una idea de dónde conseguir información.
Cuando Moonglum regresó, condujo al albino a una animada taberna próxima, llena de grandes mesas y bancos de madera, donde se apretaban más comerciantes que discutían alegremente, mostrando sus pieles para poner de relieve su calidad o para burlarse de su falta de ella, según el punto de vista de cada parte.
Moonglum dejó a Elric en el umbral del establecimiento y entró para hablar con el posadero, un hombretón obeso de brillante rostro escarlata.
Elric vio que el posadero se apoyaba sobre el mostrador y escuchaba a Moonglum. Después, el hombre asintió e hizo un gesto con la mano a Elric para que se acercara y le siguiera.
El melnibonés se abrió paso entre la multitud y estuvo a punto de caer al suelo, empujado por un mercader gesticulante que se excusó con grandes alharacas y se ofreció a invitarle a un trago.
—No ha sido nada —murmuró Elric en voz baja, pero el mercader se puso en pie.
—Permitidme, señor, ha sido culpa mía…
Pero, al ver el rostro del albino, el comerciante enmudeció. Por fin, murmuró algo ininteligible y volvió a sentarse, haciendo un comentario irónico a su compañero de mesa.
Elric ascendió tras Moonglum y el posadero unos inseguros peldaños de madera que conducían a un aposento privado, el único que quedaba libre según el dueño del establecimiento.
—Estas habitaciones son siempre bastante caras, durante el mercado de invierno —murmuró el hombre en tono de disculpa.
Moonglum frunció el ceño al ver que, sin decir palabra, Elric entregaba al posadero otro precioso rubí que valía una pequeña fortuna. El hombre contempló la gema detenidamente y soltó una carcajada.
—¡Esta posada será un montón de ruinas antes de que se acabe vuestro crédito en ella, señor! Os doy las gracias. El comercio debe ser muy provechoso esta temporada, desde luego. Os haré traer viandas y bebida al instante.
—Lo mejor que tengas, posadero —intervino Moonglum, tratando de sacar el mayor provecho de la situación.
—No os preocupéis… Ojalá lo tuviera aún mejor.
Elric tomó asiento en uno de los lechos y se quitó la capa y el cinto de la espada. Aún tenía el frío calado en los huesos.
—¿Por qué no me dejas administrar tus riquezas? —comentó Moonglum mientras se quitaba las botas junto al fuego—. Tal vez nos hagan falta antes de que termine nuestra empresa.
Pero el albino no pareció escucharle.
Después de cenar y de enterarse por el posadero de que dos días más tarde zarparía un barco con rumbo a Iosaz, Elric y Moonglum se acostaron en sus respectivas camas.
Elric tuvo sueños agitados esa noche. Más que de costumbre, los fantasmas salieron a recorrer los oscuros pasadizos de su mente.
Vio a Cymoril lanzar un grito mientras la Espada Negra bebía su espíritu. Vio derrumbarse las torres de Imrryr en llamas. Vio a Yyrkoon, su primo, riéndose burlonamente repantigado en el Trono de Rubí. Vio otras cosas que no podían en modo alguno formar parte de su pasado…
Elric, nunca dispuesto del todo a ser el gobernante del pueblo cruel de Melniboné, había vagado por las tierras de los hombres y sólo había descubierto que tampoco en ellas había lugar para él. Y, mientras él viajaba, Yyrkoon le había usurpado el reino, había tratado de forzar a Cymoril a ser suya y, ante su rechazo, la había sumido en un profundo sopor mágico del cual únicamente Yyrkoon la podía despertar.
El albino continuó soñando que encontraba un nanorion, la gema mística que podía despertar incluso a los muertos. Soñó que Cymoril aún vivía, que seguía dormida y que le colocaba el nanorion en la frente, y que su amada despertaba y le besaba y abandonaba Imrryr con él, surcando los cielos a lomos de Colmillo Flameante, el gran dragón de batalla de Melniboné, para retirarse a un apacible castillo entre la nieve.
Despertó sobresaltado. Era de madrugada.
Incluso el alboroto de la taberna había remitido. Abrió los ojos y vio a Moonglum profundamente dormido en el lecho contiguo.
Intentó volver a conciliar el sueño, pero le fue imposible. Tuvo la certeza de percibir otra presencia en el aposento. Alargó la mano y empuñó la Tormentosa, dispuesto a defenderse si se le echaba encima algún agresor. Quizá era algún ladrón que había oído comentarios sobre su generosidad para con el posadero.
Escuchó un movimiento en la oscuridad y abrió de nuevo los ojos.
Allí estaba la muchacha, con sus rizos negros y brillantes cayéndole sobre los hombros y la túnica escarlata ceñida en torno a su cuerpo. En sus labios mostraba una sonrisa irónica y sus ojos le miraban con fijeza.
Era la muchacha que había visto en el castillo. La muchacha durmiente. ¿Formaba aquello parte de sus sueños?
—Perdóname por irrumpir así en tu descanso y tu intimidad, mi señor, pero mi asunto es urgente y tengo poco tiempo que perder.
Elric vio que Moonglum seguía dormido, como si estuviera sumido en el sopor de un narcótico. Se incorporó en la cama. La Tormentosa emitió un leve gemido y luego guardó silencio.
—Parece que me conoces, señora mía, pero yo no…
—Me llaman Myshella…
—¿La Emperatriz del Alba?
La mujer volvió a sonreír.
—Así me han llamado algunos. Y otros me conocen como la Dama Oscura de Kaneloon.
—¿La amada por Aubec? Entonces, has conservado tu juventud maravillosamente, mi señora Myshella.
—No he hecho nada para ello. Puede que sea inmortal, aunque lo ignoro. Sólo sé una cosa, y es que el Tiempo es un engaño…
—¿Por qué has venido?
—No puedo quedarme mucho tiempo. He venido a pedirte ayuda.
—¿Para qué?
—Creo que tenemos un enemigo en común.
—¿Theleb K’aarna?
—El mismo.
—¿Fue él quien formuló el encantamiento que te sumió en el sueño?
—Sí.
—Y luego envió a las oonai contra mí. Es así como…
Myshella levantó una mano.
—Fui yo quien envió a las quimeras a buscarte para que te trajeran a mi lado. No tenían intención de causarte daño y era lo único que podía hacer, pues el hechizo de Theleb K’aarna ya empezaba a surtir efecto. Me he resistido a sus encantamientos, pero son muy poderosos y sólo soy capaz de despertar durante períodos de tiempo muy breves. Este es uno de ellos. Theleb K’aarna ha unido sus fuerzas a las del príncipe Umbda, el señor de las huestes de Kelmain. Sus planes son conquistar Lormyr y, en último término, todo el mundo meridional.
—¿Quién es ese Umbda? No he oído nunca hablar de él ni de las huestes de Kelmain. ¿Acaso se trata de algún noble de Iosaz que…
—El príncipe Umbda es un servidor del Caos. Procede de las tierras situadas más allá del Confín del Mundo y sus guerreros no son en absoluto humanos, aunque tengan el aspecto de tales.
—De modo que Theleb K’aarna estaba en el extremo sur, después de todo…
—Por eso he venido a verte esta noche.
—¿Quieres que te ayude?
—Los dos necesitamos acabar con Theleb K’aarna. Ha sido su magia la que ha permitido al príncipe Umbda cruzar el Confín del Mundo. Y, ahora, esa brujería está fortalecida por lo que aporta Umbda: la amistad del Caos. Yo protejo a Lormyr y sirvo al Caos. Sé que tú también eres un servidor del Caos, pero aun así espero que tu odio por Theleb K’aarna sea más fuerte, por un momento, que esa lealtad.
—El Caos no me ha servido la última vez que lo he invocado, mi señora, de modo que olvidaré con gusto mi lealtad a él. Escojo mi venganza sobre Theleb K’aarna y, si podemos ayudarnos en este empeño, tanto mejor.
—Bien.
La mujer emitió un gemido y apareció en sus ojos una mirada vidriosa.
—Tengo un corcel aguardándote junto a la puerta norte de la ciudad. Te llevará a una isla del mar Hirviente. En esa isla hay un palacio llamado Ashaneloon que ha sido mi hogar hasta que percibí el peligro para Lormyr… —Se llevó la mano a la frente y pareció sufrir un vahído—. Pero Theleb K’aarna pensó que intentaría regresar allí y colocó un guardián ante la puerta del palacio. Ese guardián debe ser destruido. Cuando lo hayas hecho, deberás acudir…
Elric se incorporó para auxiliarla, pero ella le rechazó con un gesto.
—… a la torre oriental, en cuya sala inferior encontrarás un cofre. Verás en él una bolsa de paño de oro. Debes cogerla y llevarla a Kaneloon, pues Umbda y sus kelmain marchan ahora sobre el castillo. Con su ayuda, Theleb K’aarna destruirá la fortaleza… y acabará conmigo también. Con esa bolsa, aún sería capaz de derrotarles. Pero reza para que me pueda despertar o, de lo contrario, todo el Sur está perdido y ni siquiera tú podrás enfrentarte con el poder que ejercerá Theleb K’aarna.
—¿Qué hay de Moonglum? —dijo Elric, mirando a su dormido acompañante—. ¿Puedo llevarle conmigo?
—Será mejor que no. Además, está sometido a un leve encantamiento y no hay tiempo de despertarle… —Lanzó un nuevo gemido y cruzó ambos brazos sobre la frente—. No hay tiempo…
Elric saltó del lecho y empezó a ponerse los calzones. Cogió la capa del taburete donde la había dejado y se ciñó el cinto del que colgaba la espada mágica. Luego se acercó a Myshella para ayudarla, pero ella repitió su gesto de negativa.
—No… Vete ya, te lo ruego…
Y, tras esto, la imagen de la mujer se desvaneció.
Aún medio dormido, Elric abrió la puerta de par en par y corrió escalera abajo, adentrándose en la noche a toda prisa en dirección a la puerta norte de Alorasaz. Dejó atrás la entrada a la ciudad y continuó corriendo por la nieve, volviendo la vista a un lado y a otro. Pronto se encontró con la nieve hasta las rodillas. El frío le invadió como una súbita oleada. Continuó adelante, sin dejar de mirar a su alrededor, hasta que, de pronto, se quedó paralizado.
Al ver la montura que Myshella le había proporcionado, lanzó una exclamación de asombro.
—¿Qué es esto? ¿Otra quimera?
Y se acercó con cautela.