PRELUDIO
Comienza en Caliban.
Comienza antes de que el Emperador llegase a nuestro planeta, antes siquiera de que se hablase por primera vez de los ángeles. Entonces Caliban era diferente. No sabíamos nada del Imperio ni de la Gran Cruzada. Terra era un mito; no, ni siquiera eso: Terra era el mito de un fantasma de la memoria que nos había llegado de la mano de unos antepasados que llevaban mucho tiempo muertos. Era algo efímero y medio olvidado que no tenía importancia en nuestras vidas.
Se trataba de la Era de la Vieja Noche. Las tormentas de disformidad hacían imposible viajar entre las estrellas y todos los mundos humanos tenían que valerse por sí mismos. Habíamos pasado más de cinco mil años aislados del resto de la humanidad: cinco mil años. ¿Os imagináis cuánto tiempo es eso? Tiempo suficiente para que el pueblo de Caliban desarrollase su propia cultura y sus propias costumbres basándose en los patrones del pasado, pero distanciándose de lo que había ocurrido antes. Libres de la influencia de Terra, nuestra sociedad había avanzado en armonía con el mundo en el que vivía.
Teníamos nuestras propias creencias y costumbres, sí, incluso nuestras propias religiones.
Ahora muy poco nos queda de aquello tan preciado, por supuesto. Todo fue barrido con la llegada del Emperador. Me resulta increíble, pero los niños que nacen hoy en Caliban nunca han oído hablar de los Vigilantes ni han cabalgado un poderoso corcel de guerra. Nunca han sabido lo que representa dar caza a las grandes bestias. Ese es el pesar de nuestras vidas. Con el paso del tiempo, las tradiciones se olvidan. Naturalmente, aquellos que llegaron con el despertar del Emperador alegaban que todo era para bien. Estamos construyendo un mundo nuevo, un mundo mejor: un mundo a la medida del futuro.
Estamos haciendo un mundo mejor.
Los conquistadores siempre dicen lo mismo. No dicen que han venido a acabar con tus tradiciones. No hablan de hacer olvidar la sabiduría de nuestros abuelos, de darle la vuelta a todo o de sustituir tus antiguas creencias por un nuevo y extraño credo de su invención. Nadie admite por voluntad propia que pretendan minar los cimientos de tu sociedad y matar sus sueños. En lugar de eso, hablan de salvarte de la ignorancia. Supongo que creen que de esa forma suena mejor.
Pero lo cierto es que sigue siendo lo mismo, pese a quien pese.
Sin embargo, ahora me estoy adelantando, porque en este preciso momento de la historia de Caliban, todas estas cosas nos eran desconocidas. En aquella época, el Emperador bajaría de los cielos con sus ángeles y todo cambiaría. La Gran Cruzada aún no nos había alcanzado. Éramos inocentes en la inmensidad de la galaxia. Caliban era la suma total de nuestra experiencia y vivíamos felices en nuestra ignorancia, inconscientes de las fuerzas que se dirigían hacia nosotros y de cuánto transformarían nuestras vidas. En aquellos tiempos, Caliban era un mundo de bosques. Excepto por unas cuantas zonas destinadas a la agricultura, el planeta entero estaba cubierto de bosques primigenios encantados por las sombras. Los bosques definían nuestra vida. A no ser que un hombre construyese su casa en las montañas o viviese cerca de la costa, podría pasarse toda la vida sin ver el horizonte abierto ni una sola vez.
Nuestro planeta también era dominio de monstruos.
Los bosques estaban infestados de depredadores, por no hablar de las muchas otras amenazas. Entonces, cuando necesitábamos una palabra que no teníamos, la cogíamos del lexicón de la Cartografía del Imperio. Caliban es un mundo de muerte. Aquí hay pocas cosas que no sean capaces de matar a un hombre de una forma u otra. Animales carnívoros, flores venenosas, insectos ponzoñosos; las criaturas de este mundo sólo conocen una ley y es la de «matar o que te maten».
De todos los peligros para la vida humana, había una clase de criaturas que siempre se consideraron aparte de las demás. Infundían más miedo y eran más brutales que cualquier otro animal conocido.
Estoy hablando de las criaturas que llamábamos las grandes bestias. Cada una de las grandes bestias de Caliban se diferenciaba de sus congéneres como una espada se diferencia de una lanza. Cada criatura representaba el único ejemplo de su tipo, una especie única. Su diversidad era extraordinaria. Cada una de ellas podía tener forma de reptil o de mamífero, o de insecto, o incluso combinar las características de todos ellos y aunarlas en una combinación caótica.
Una podía atacar con uñas y dientes, otra con pico y tentáculos, otra usar cuernos y pezuñas o incluso escupir veneno corrosivo o sangrar ácido en vez de sangre. Si tenían una característica común, era que cada una de ellas parecía haber sido forjada en una pesadilla. A todo esto hay que añadir que todas poseían características de tamaño, fuerza, ferocidad y astucia que las hacían equipararse al cazador humano, por bien armado que estuviese.
No sería exagerado decir que las grandes bestias gobernaban el bosque. Muchas de las costumbres que había en Caliban tenían su origen en la presencia de las bestias. Para que la humanidad sobreviviese teníamos que ser capaces de mantener a las bestias a raya. En consecuencia, se crearon órdenes de caballería entre la nobleza para formar guerreros con destrezas y habilidades ejemplares, bien armados y entrenados para proteger a la sociedad humana contra los peores ataques de estos monstruos.
Los ayudaba la persistencia de ciertas tradiciones en la forja de armas y corazas. La mayor parte de la tecnología que nuestros lejanos ancestros habían traído con ellos hasta Caliban había sido olvidada en nuestro aislamiento, pero los conocimientos en reparación y mantenimiento de pistolas y rayos explosivos, espadas con filo motorizado y armaduras que potenciaban la fuerza y el poder de los guerreros se habían mantenido. De acuerdo, eran versiones relativamente primitivas y carecían de la fiabilidad de los modelos más potentes que más tarde traerían los imperiales a Caliban, pero eran igualmente efectivas. No teníamos vehículos de motor, de forma que los caballeros de Caliban cabalgaban a lomos de corceles, enormes caballos de guerra criados de forma selectiva a lo largo de miles de años a partir de los pura sangre traídos a nuestro mundo por los primeros colonos.
A su debido tiempo, las órdenes de caballería emprendieron la construcción de las grandes fortalezas monasterio, que aún sirven como principales puntos de asentamiento en el Caliban moderno. Cuando alguna de las bestias empezaba a acechar algún asentamiento, el líder de la nobleza local organizaba una batida contra la criatura. Como reacción, los caballeros y los suplicantes acudían a la zona desde cualquier punto para demostrar su valía matando a la bestia y poniendo fin a la batida.
Así discurrió, pues, la vida en Caliban durante incontables generaciones.
Y esperábamos continuar así indefinidamente. Creíamos que nuestras vidas seguirían el mismo camino que anduvieron nuestros padres y abuelos.
Pero estábamos equivocados, por supuesto. El universo tenía otros planes para nosotros. El Emperador estaba en camino, pero las primeras corrientes de cambio en nuestra sociedad ya estaban en marcha mucho antes de su llegada. Algún tiempo antes de que el Emperador llegase a Caliban se había fundado una nueva orden de caballería en nuestro pueblo. Se llamaba simplemente «la Orden» y sus miembros postulaban la extraordinaria máxima de que todos los hombres habían sido creados iguales. Antes, era tradición reclutar caballeros única y exclusivamente entre la nobleza, pero la Orden empezó a reclutarlos entre todos los estratos de la sociedad. Mientras un individuo pudiese demostrar con su valor y su carácter que merecía ser nombrado caballero, a la Orden no le importaba si era noble o plebeyo.
Ahora puede parecer una cuestión sin importancia, pero en aquella época el tema despertó no poca agitación y controversia. Los tradicionalistas acérrimos de las órdenes más establecidas lo veían como el principio de algo mucho peor que ellos creían que acarrearía inevitablemente el desmoronamiento de toda nuestra cultura y que haría de nosotros presa fácil para las grandes bestias. Hubo un caso en el que esta cuestión incluso llevó a una guerra abierta.
Un grupo que se autodenominaba Caballeros del Cáliz Escarlata atacó la fortalezca de la Orden en la montaña de Aldurukh y la asedió. En lo que más tarde se vería como uno de los momentos clave de la historia preimperial de Caliban, los caballeros de la Orden hicieron una salida y contraatacaron antes de que el enemigo hubiese formado las líneas de asedio.
La batalla resultante fue decisiva. Los Caballeros del Cáliz Escarlata fueron vencidos y se persiguió a los supervivientes hasta el último hombre. Con esta victoria, el futuro de la Orden quedaba garantizado. Los suplicantes acudían a ellos de todas partes y, en apenas unas cuantas décadas y la Orden se había convenido en uno de los grupos de caballería más poderosos y mejor considerados de Caliban.
Sin embargo, esto fue solo el principio. Independientemente de los sutiles cambios que trajera a nuestra sociedad el ensalzamiento de la Orden, no eran nada comparados con lo que pasaría cuando el León llegase a Caliban.
Con la sabiduría que da la experiencia, ahora sabemos que Lion El’Jonson es uno de los primarcas, creado por el Emperador en laboratorios genéticos para dirigir el ejército de sus ángeles, pero en aquel tiempo lo encontrábamos mucho más extraordinario.
A nuestro pueblo no le faltaba sofisticación, ni éramos primitivos. Sin embargo, imaginad el efecto según se extendía por nuestro planeta la noticia de que un hombre había sido hallado viviendo como un salvaje, como un animal, en las profundidades de los bosques del norte, hermoso y con el cabello enmarañado y apelmazado y con el cuerpo cubierto de barro.
Nadie sabía quién era y no articulaba una sola palabra del lenguaje humano. Había sobrevivido durante años, desnudo y desarmado, en el bosque, en una de las regiones más peligrosas de Caliban, un lugar en el que incluso caballeros totalmente armados dudaban aventurarse a no ser que formasen parte de un grupo más amplio. Pero esto no fue el final de las maravillas asociadas a esta extraña figura.
Para destacar los detalles de su descubrimiento, el hombre salvaje dio en llamarse Lion El’Jonson, que significa «El León, el Hijo del Bosque» en la antigua lengua de Caliban. Tras ser conducido a la sociedad humana, El’Jonson demostró en seguida un prodigioso talento para el aprendizaje.
Asimiló rápidamente las costumbres humanas y aprendió a hablar en cuestión de días. A partir de ahí, su velocidad de progresión aumentó exponencialmente. En unos cuantos meses, su mente podía equipararse a la de nuestros mejores sabios. Un mes después, había superado sus mayores logros y eran ellos quienes le iban a la zaga.
Nunca hablaba de sus días en el bosque ni de cómo acabó viviendo allí o de dónde había venido, pero su poder de razonamiento y su inteligencia parecían no estar afectados por el tiempo vivido en estado salvaje.
Su capacidad intelectual sólo podía equipararse a su potencia física. Nadie igualaba su fuerza y destreza en combate y dominó rápidamente las técnicas de la caballería para ser aceptado en la Orden.
Como era de esperar, dadas sus habilidades, El’Jonson ascendió rápidamente de rango en la Orden. Sus logros eran legendarios, y acompañados de su talento natural para inspirar intensa devoción en los demás, su presencia pronto llevó a un notable aumento en los reclutamientos. Según se incrementaba el número de caballeros en la Orden y se construían nuevas fortalezas monasterio para acomodarlos, El’Jonson y sus seguidores comenzaron a presionar para llevar a cabo una cruzada contra las grandes bestias. Su idea era llevar a cabo una campaña sistemática para acabar con las bestias de los bosques, región por región, hasta que Caliban quedase por fin libre de su azote. Surgieron objeciones a esta idea, por supuesto. La Orden era la potencia militar dominante en Caliban, pero seguía siendo la primera de muchas a ojos de las demás órdenes de caballería. Dada la magnitud del plan que El’Jonson había propuesto, sería necesario que todas las órdenes de caballería trabajasen al unísono por un fin común para albergar alguna esperanza de éxito. Esta no era una empresa pequeña, teniendo en cuenta que los caballeros de Caliban siempre se habían inclinado hacia las contiendas y enfrentamientos entre ellos. Combinado con esto, el plan también necesitaría el apoyo de la mayor parte de los nobles y del pueblo llano. Aunque, en general en Caliban no somos de los que se van fácilmente tras un líder: cada hombre valora enormemente su propia opinión.
Entonces surgieron más problemas. Los pusilánimes afirmaban que sería imposible acabar con todas las bestias de los bosques. Era un objetivo demasiado ambicioso, un producto del orgullo. Algunos tenían un miedo exacerbado a las bestias y creían que cualquier plan de exterminación acabaría desencadenando un apocalipsis, al unir a las bestias contra la humanidad.
Finalmente surgieron preocupaciones incluso entre los que respaldaban el objetivo de El’Jonson. Algunos le aconsejaban precaución, El’Jonson había previsto un período de seis años desde el principio de la guerra contra las bestias hasta la victoria, pero hasta sus aliados creían que no era tiempo suficiente para alcanzar los objetivos del plan. Temían que hubiese infravalorado el factor humano. Había olvidado que el plan sería llevado a cabo por individuos que no compartían sus extraordinarias capacidades mentales y físicas, El’Jonson podía ser sobrehumano, pero era el único de su especie en Caliban. Su plan no sería llevado a cabo por superhombres. El trabajo duro y real lo harían hombres mortales.
Al final llegó el día para El’Jonson. Sus seguidores argumentaban que el pueblo de Caliban llevaba demasiado tiempo escondiéndose tras los muros de sus asentamientos. Llevaban demasiado temiendo a las bestias. El hombre había sido creado para dominar la naturaleza, decían, no al revés. Era hora de restaurar el equilibrio del mundo, acabar con el reino de las bestias y entregar a la humanidad el dominio de los bosques. «Este es nuestro mundo», decían. «No es el mundo de las bestias. Es hora de que ocupemos nuestro lugar».
Así que la decisión estaba tomada y El’Jonson llevaría a cabo su campaña. Una a una, abatirían y matarían a las bestias. Fueron hacia los bosques. Las persiguieron hasta sus guaridas y las destruyeron. Aunque, al menos en una cosa, aquellos que se oponían a El’Jonson demostraron tener razón: llevó más de seis años finalizar la campaña. Hicieron falta diez años de lucha sin tregua, diez años de penurias, diez años viendo amigos morir o acabar mutilados, pero al final mereció la pena. Nuestra causa era justa y logramos nuestras ambiciones. Diez años y ya no quedaba ni una sola de las grandes bestias.
Me da la impresión de que en cierto aspecto he contado mal la historia, porque no he mencionado al hombre que podría contarla de forma fidedigna. He hablado de Caliban, de Lion El’Jonson y de la campaña contra las grandes bestias, pero he descuidado mencionar al personaje más importante de nuestra historia.
Estoy hablando de Luther.
Fue el hombre que encontró a El’Jonson en el bosque y le dio su nombre, el hombre que lo condujo a la civilización y le enseñó las costumbres de la sociedad humana. Era el único que en todas las proezas y gestas de El’Jonson, permanecía a su lado y estaba a su altura. Luther no contaba con las ventajas de El’Jonson en materia de guerra y estrategia. Había nacido hombre, después de todo; no había sido creado para ser más que humano. Y aun así según los actos de El’Jonson comenzaban a cambiar la cara de Caliban, Luther seguía caminando a su lado, considerando los logros del hombre salvaje como suyos propios. Demasiado a menudo el Imperio retrata a Luther como el demonio. Algunos dicen que sentía celos del León, porque aunque habían logrado muchas victorias juntos, siempre era El’Jonson quien recibía las alabanzas. Otros dicen que Luther se fue amargando por estar siempre a la sombra del León. Dicen que en aquellos días la semilla de la ira germinó en el corazón de Luther, la semilla de los odios futuros.
Pero quienes repiten tales cosas mienten. Luther siempre quiso a El’Jonson como a un hermano.
Conozco bien a Luther y podéis estar seguros de que estoy en posición de hablar de sus secretos. Luther es la clave para entender en gran medida, cómo el mundo llegó a donde está hoy, pero es mejor que ahora no hablemos demasiado de Luther. Sólo obraría en detrimento de mi historia. Empezar un cuento con tantos secretos tiende a causar confusión, después de todo. En mi experiencia, siempre es mejor ir construyendo Lis cosas poco a poco.
Pobre, pobre Luther, hablaremos de él a su debido tiempo, podéis estar seguros. A su debido tiempo. Todo se explicará a su tiempo.
Aunque, por ahora, ya se ha establecido el escenario de mi historia.
Es el décimo año de la campaña de El’Jonson contra las grandes bestias. Casi todas ellas han sitio aniquiladas, y sólo quedan unas cuantas, escondidas en la regiones más inhóspitas y menos pobladas del planeta.
Cuando haya desaparecido la última de las grandes bestias, podremos construir una nueva vida. Estableceremos nuevas colonias. Talaremos los bosques para obtener leña y madera y cultivaremos más campos. Por primera vez, tendremos el control de nuestra existencia en aspectos que nunca habíamos imaginado.
Empieza una era dorada para nuestro pueblo.
Es antes de que el Emperador llegase a nuestro planeta y antes de la era de los ángeles, pero las antiguas costumbres ya están desapareciendo. El mundo de nuestra infancia no será el mundo de nuestro futuro. Muchos no son felices con la perspectiva, pero es muy posible que el mundo en el que vivamos mañana sea uno que nadie pudo haber previsto. Los cambios pueden sacar lo peor y lo mejor de nosotros, o un poco de ambas cualidades al mismo tiempo. Algunos miran el horizonte y temen el futuro, mientras que otros miran y ven el destello de la bienvenida.
Es el décimo año de la campaña de El’Jonson y el mundo gira bajo nuestros pies. Sin saberlo, estamos a punto de comenzar una nueva era de progreso. Estamos a punto de conocer al Emperador y al Imperio. Estamos a punto de convertirnos en ángeles, pero aún no sabemos nada de estas cosas.
Caliban vive un período de inocencia, pero las nubes de tormenta empiezan a arremolinarse. Se dice que los hombres deberían desconfiar de los ángeles que lloran, porque donde caen sus lágrimas, los hombres se ahogan.
Así es nuestra vida. Estos son los días que nos formaron, que crearon nuestros conflictos y decidieron nuestro futuro. Este es un tiempo del que se escribirá mucho pero del que se comprenderá poco. Las historias contadas por aquellos que nos seguían serán corrompidas con falsedades e invenciones.
No sabrán por qué dimos la espalda al León.
No conocerán nuestros motivos, pero tú puedes conocerlos. Puedes saberlo todo. Ven, escucha y oirás mis secretos. Ven, escucha y hablaremos de Luther y de Lion El’Jonson. Hablaremos del cisma y de la guerra civil.
Daremos voz a los muertos.
Ven, escucha, oye mis secretos.
Hablemos de los Ángeles Oscuros y del comienzo de su caída.