TRAS LA BATALLA

TRAS LA BATALLA

Zahariel observaba en el portal cómo la Causa Invencible se hacía más pequeña. La Stormbird avanzaba a través del espacio hacia la Ira de Caliban y hacia la deshonra. Apenas habían pasado seis horas desde la victoria en la estación minera 1-Z-5 y, a su regreso a la flota de expedición, todo había acontecido tan de prisa que le costaba creer que hubiese sucedido de verdad.

Nada más llegar a la Causa Invencible, los guerreros de la compañía de Zahariel recibieron nuevas órdenes de despliegue.

El León anunció en una declaración que los reclutamientos no estaban teniendo lugar tan rápido como pensaba. Por ello, los astartes más experimentados debían regresar a su mundo natal cuanto antes para asegurarse de que los alistamientos de nuevos guerreros volvían a ponerse al día.

La Gran Cruzada estaba entrando en una nueva y vigorosa etapa, y la Legión de los Ángeles Oscuros necesitaba nuevos guerreros que siguiesen extendiendo la luz del Imperio.

En cuanto a la pacificación de Sarosh, tras la batalla bajo la estación minera 1-Z-5, los habitantes abandonaron la lucha. La noticia de la desaparición del ángel vengador de su mundo atravesó el planeta en el tiempo en que tardó en llegar también a la flota de expedición.

Las unidades del ejército de las flotas cercanas, así como la semilegión de titanes de los Avispas de Fuego ya estaban de camino para acabar con cualquier tipo de resistencia, y todo lo que quedó fue para llevar a cabo la sumisión total, una vez que los últimos vestigios de rebelión se hubiesen reprimido.

Zahariel estudió la orden de despliegue para ver quién iba a regresar a Caliban y vio que Nemiel se quedaba allí. Había buscado a su primo antes de la hora de partida, pero no logró encontrarlo, y Zahariel cumplió las órdenes y se dirigió hacia la cubierta de embarque con el resto de guerreros destinados a regresar a casa.

La sensación de desánimo era total, y aunque no había ninguna causa aparente por la que hubiesen sido elegidos para abandonar la flota, todos los guerreros sabían la verdad en su corazón.

El León no los quería a su lado, y eso era lo que más dolía.

El hermano bibliotecario Israfael estaba allí, al igual que Eliath, el herido Attias y cientos de otros guerreros leales.

Su contribución a la Gran Cruzada había sido tan mínima, tan insignificante en la escala de lo que estaba por llegar, que Zahariel dudaba que los cronistas llegasen a registrar la corta guerra de Sarosh.

La Gran Cruzada continuaría, pero lo haría sin Zahariel.

Y, aún peor, continuaría sin el hombre sentado al otro extremo de la Stormbird.

Continuaría sin Luther.