VEINTIDÓS

VEINTIDÓS

La secuencia de luces cada vez parpadeaba más rápido, y una segunda luz roja se iluminó en la esfera del centro del dispositivo. De pronto, la esfera empezó a producir un zumbido cada vez mayor, que se sentía hasta en los huesos y que atravesaba incluso el rugido de los motores mientras acumulaban potencia.

Los motores y el dispositivo de la lanzadera se calentaban cada vez más. De repente, sus sistemas automáticos se activaron mediante alguna señal remota y empezó a elevarse de la cubierta, obligando a Zahariel y a Luther a retirarse.

—¿Cómo lo detenemos? —gritó Zahariel, por encima del estruendo de los motores.

—¡No lo sé! —respondió Luther, señalando un intercomunicador en la pared de la cubierta de embarque—. ¡Pero tenemos que avisar al León!

Zahariel entendió la orden y asintió mientras Luther luchaba por llegar hasta la nave enemiga a través de las olas de calor que la envolvían y de las ráfagas de aire sobrecalentado que salían de los motores. Las luces de emergencia cobraron vida y una ensordecedora sirena se activó cuando los sistemas de seguridad de la cubierta detectaron el calor y la radiación que emitía la lanzadera.

—¡No puedo llegar a ella! —exclamó Luther.

Zahariel corrió hacia la pared y presionó el botón general para comunicarse con todas las cubiertas de la nave.

—¡Aquí cubierta uno informando de la presencia de una nave hostil a bordo! —gritó por encima del escándalo de las sirenas y del rugido cada vez más fuerte de los motores.

Zahariel se volvió y la nave se elevó de la cubierta, lanzando una ráfaga de calor. Se oyó un grito de dolor y Luther se alejó tambaleándose del… misil…, porque ya no podía verlo como una simple lanzadera.

—Repita, cubierta uno —dijo una voz a través del intercomunicador—. ¿Una nave hostil?

—¡Sí! —exclamó Zahariel—. ¡La nave saroshi! ¡Es un misil o una especie de bomba!

Luther llegó hasta él con la armadura quemada y abollada por el calor de los motores del arma enemiga. Zahariel miró hacia el misil flotante que parecía señalar con el pico una especie de baliza oculta… una baliza oculta en su nave.

Las puertas blindadas se abrieron de golpe en respuesta a la alarma, y la tripulación y el personal de emergencia irrumpieron en la cubierta. Técnicos con monos naranja levantaron los brazos ante el intenso calor que inundaba el compartimento. Zahariel sintió cómo se le ampollaba la piel y supo que tan sólo tenían unos segundos antes de que los reactores de la lanzadera se activasen y llenasen la cubierta de plasma letal e incrustasen su ojiva en el vientre de la nave.

De pronto supo lo que tenía que hacer.

Dejó a Luther junto al intercomunicador y corrió hacia el panel de control que se encontraba al otro extremo de la pared, obviando el dolor que sentía mientras se le quemaba el pelo hasta el cuero cabelludo. La pintura de su armadura empezó a derretirse y a burbujear, y sus pasos se hacían cada vez más pesados a medida que el calor fundía las juntas. Continuó con esfuerzo hacia adelante, sabiendo que sólo tenía una oportunidad de salvar la nave y a todos sus tripulantes. Sus pasos se volvieron cada vez más lentos y su armadura más pesada, pero combatió el dolor y consiguió llegar al panel de control adosado a la pared. Miró por encima del hombro y vio el misil fijo en un punto que lo llevaría justo a las tripas de la nave, donde el León estaba reunido con lord Alta Excelencia. Finalmente, Zahariel llegó a los controles de cubierta y rompió con el puño el panel de metacrilato que cubría los controles de emergencia. Desesperado, agarró la palanca de bloqueo y tiró de ella. Las puertas herméticas del perímetro de la cubierta empezaron a cerrarse, pero cuando estaban a medio camino del suelo, Zahariel lanzó su puño contra el botón de desactivación del campo de fuerza.

Una nueva sirena se unió a las que ya resonaban en la cubierta de embarque, pero ésta era más fuerte y más estridente que las demás. De pronto, una voz retumbante se oyó a través de los elevados altavoces.

—¡Desactivando campo de fuerza! ¡Desactivando campo de fuerza!

Zahariel apretó el botón de nuevo y lo mantuvo pulsado en un intento de acelerar el proceso de desactivación. Los equipos de emergencia corrieron aterrados hacia las puertas herméticas.

—¡Desactivando campo de fuerza! ¡Desactivando campo de fuerza!

—¡Ya lo sé! —gritó Zahariel—. ¡En nombre del León, desactívate ya!

Como respondiendo a sus palabras, el resplandor que rodeaba los generadores de los bordes del muelle de entrada se apagó y la parpadeante luz de las estrellas se calmó. Un viento huracanado envolvió la cubierta de embarque, y la atmósfera y todo lo que no estaba sujeto a una superficie se precipitó hacia el espacio a gran velocidad. La repentina ráfaga de aire lo elevó todo como hojas en el viento y lo aspiró hacia el espacio abierto.

* * *

Zahariel se agarró con todas sus fuerzas a las barandillas que recorrían los bordes de la cubierta mientras el viento huracanado bramaba hacia la abertura. Cajones, cajas de herramientas y de munición se precipitaban a toda velocidad a través de ella y giraban en espiral hacia el vacío espacial mientras la cubierta se descomprimía. Justo antes de que sus pies se elevasen de la cubierta, activó las suelas magnéticas de sus botas para fijarlas a ella. Los tubos de combustible se retorcían como serpientes, y los cables sueltos ondeaban y chisporroteaban en el aire.

El torbellino arrastró la lanzadera saroshi. La fuerza de la descompresión la arrastraba firmemente hacia el exterior justo cuando los motores se encendían. Ascendiendo en espiral fuera de control, el misil giraba violentamente mientras se alejaba de la nave. Los técnicos y el personal del equipo de emergencia que aún no se habían puesto a salvo fueron aspirados hacia el espacio, donde sus cuerpos se congelaron y reventaron. Sus gritos se fundieron con el rugido del aire que se escapaba.

Zahariel observaba cómo la lanzadera saroshi giraba y se alejaba de la Causa Invencible y, de pronto, lo cegó una explosión de luz al estallar la ojiva oculta en ella. Fuera, en la fría e implacable oscuridad del espacio, parecía que el crucero de combate hubiese dado origen a un sol en miniatura. En menos de una milésima de segundo, una gran bola brillante de luz apareció en su flanco, generó un brillo incandescente y desapareció.

A pesar de estar diseñados para soportar el bombardeo hostil de las armas enemigas, muchos de los ventanales del casco de la nave se hicieron añicos, y los fragmentos de cristal endurecido se precipitaron hacia el vacío brillando como diamantes. La onda expansiva golpeó la nave, aunque gracias a sus sistemas automáticos de control de daños no se perdieron más vidas. Ante la repentina descompresión, los paneles a prueba de explosiones se habían activado por todo el exterior de la nave.

La Causa Invencible tembló como si la sacudiese un inmenso leviatán de las profundidades, y nuevas sirenas y luces de emergencia se encendieron inmediatamente después de la explosión. La onda expansiva hizo rodar la nave, y Zahariel sintió que le estaban sacudiendo todos los huesos del cuerpo.

Al fin, el temblor cesó y se dejó caer al suelo, exhausto y gritando a causa del dolor y las quemaduras. Permaneció allí varios minutos. Las sirenas, el parpadeo de las luces y los gritos del equipo de rescate se mezclaban sin sentido.

—Hermano, ¿estás herido? —Zahariel volvió su cabeza chamuscada y sonrió al ver que Luther seguía vivo—. Pensaba que habías muerto —gritó el número dos para que su voz se oyese a través de las estridentes sirenas.

—Me ha salvado la armadura —contestó.

—Me alegro de que seas tan afortunado, Zahariel.

—¿Cómo? ¿Afortunado? ¿Cómo ha llegado a esa conclusión? —preguntó Zahariel, arrastrando las palabras mientras los bálsamos de su armadura aliviaban su intenso dolor.

—Mira a tu alrededor —dijo Luther—. Esos malditos saroshi casi consiguen acabar con toda la jerarquía de mando de la flota, pero los has detenido.

Zahariel no podía dejar de mirar los cuerpos destrozados que yacían en la cubierta y sintió rabia ante la atrocidad que tenía ante él, pero reprimió la emoción en cuanto apareció. La preparación mental a la que se sometían los astartes los ayudaba a controlar sus emociones y a hacer un uso óptimo de ellas cuando se las necesitaba. La ira tenía su lugar en el clamor de la batalla, pero aquél era momento de mantener la cabeza fría. Se levantó con la ayuda de Luther y se apoyó en la pared, respirando con dificultad en el gélido aire de la restituida atmósfera.

Luther ajustó la frecuencia del intercomunicador y conectó la red de mando de la Causa Invencible.

—Aquí Luther, de los Ángeles Oscuros —dijo—. ¡Tenemos varios heridos en la cubierta de embarque! ¡Quiero que envíen a varios equipos médicos inmediatamente! Puente de mando, ¿me reciben?

—Sí, aquí puente de mando. Recibido, señor —respondió una voz grave y estática—. Tenemos informes de una brecha en el casco en ese nivel. Los instrumentos indican que todo está bajo control.

—Así es —confirmó Luther—. La brecha ha sido obra de la delegación de Sarosh que llegó hace media hora. La lanzadera que aparcaron en la cubierta de embarque estaba… equipada con una cabeza atómica. Todas las fuerzas de Sarosh que se encuentren a bordo deben ser arrestadas de inmediato. Queda autorizado el uso de la fuerza. —Luther observó la destrucción a su alrededor y susurró a Zahariel—: Desde hace aproximadamente un minuto, estamos en guerra con Sarosh.

De pronto, otra voz surgió desde el puente de mando y Zahariel reconoció al instante que pertenecía al León.

—Quiero reunirme en el strategium con todos los comandantes y los segundos al mando de la Causa Invencible dentro de media hora, ¿entendido?

—Entendido, mi señor —respondió Luther, cruzando una incómoda mirada con Zahariel.

* * *

El ataque a la Causa Invencible había sido sólo el comienzo.

Por toda la flota, y en las ciudades y tierras de Sarosh, los imperiales se vieron sorprendidos por los ataques de aquellas personas que les habían hecho creer que los consideraban unos héroes que habían llegado para rescatarlos de su ignorancia, para librarlos de la Vieja Noche, para enseñarles los prodigios del Imperio, para mostrarles maravillas. Pero los habitantes de Sarosh habían rechazado al Imperio y a todo lo que éste representaba. Lo habían rechazado con gran violencia, cometiendo actos terribles de sangre y horror. Llevaron a cabo decenas de atrocidades y desarrollaron toda clase de actos de terrorismo.

Más de mil oficiales del Ejército y de la Armada Imperial estaban de permiso disfrutando de las delicias del carnaval cuando comenzó el levantamiento. Algunos murieron asesinados, pero la mayoría fueron abducidos. Desaparecieron en mitad de la noche, sin dejar ningún rastro, ninguna señal que indicase adonde los habían llevado o quién los había secuestrado.

Fue más claro el destino que sufrieron las instituciones imperiales que ya estaban presentes en Sarosh. Durante los doce meses anteriores, y a pesar de que el planeta aún no había sido declarado subordinado oficialmente, una decena de diferentes órganos del gobierno se trasladaron de la flota a la superficie del planeta.

Naturalmente, el lord Gobernador Electo Furst se estableció en un apropiado edificio palaciego en el distrito administrativo del centro de la ciudad de Shaloul. Del mismo modo, para facilitar la adaptación al cambio de poderes, varias oficinas de enlace se crearon en las inmediaciones.

Casi al mismo tiempo en que explotaba la lanzadera saroshi, un grupo de personas encolerizadas atacaron la residencia del gobernador en Sarosh así como las oficinas imperiales de la zona. Tras abatir rápidamente a algunos soldados del ejército que estaban de guardia, los que encabezaban el motín arrastraron a los funcionarios imperiales a las calles y los asesinaron a hachazos y machetazos mientras la multitud pedía sangre. Escupían sobre los cuerpos y los desmembraban, y después los quemaban junto con los edificios imperiales, lanzando las pruebas de sus atentados a las llamas. Algunos de los presentes en Sarosh consiguieron escapar del asesinato y de la abducción. Más tarde, cuando contaron lo que había sucedido, quedó claro que toda la población del planeta había estallado en un frenesí sangriento, tan repentino y tan drástico como la explosión que casi destruye la Causa Invencible.

Los supervivientes hablaban de un salvajismo primario que invadió a las gentes de Sarosh sin previo aviso. Los habitantes estaban tan encantadores como siempre y, de repente, se transformaron en bestias violentas y agresivas. Aunque en ningún momento se dijo que esa violencia fuese salvaje o descontrolada. Según los supervivientes, fue más bien todo lo contrario. Había una calma aterradora en el modo en que los saroshi cometían los asesinatos.

Estaban extraordinariamente organizados, como si los miles de rebeldes se hubiesen puesto de acuerdo para distribuirse el papel que desempeñaría cada uno en aquella conspiración y hubiesen decidido el horario exacto en el que cometerían aquellos actos. Lo más inquietante de todo, y muchos de los que creían en la Verdad Imperial encontraron esto especialmente perturbador, era la precisión casi mecánica con la que se cumplía ese horario. Nunca se hallaron pruebas definitivas de que hubiese habido ningún tipo de comunicación entre los conspiradores de Sarosh y sus seguidores, pero parecían actuar de manera sincronizada a cada segundo.

Incluso cuando parte de su plan fracasaba, los agentes restantes parecían ser capaces de adaptarse a las nuevas circunstancias rápidamente, a pesar de no tener ningún medio de comunicación aparente con el resto de rebeldes.

Era un enigma, aunque no era en absoluto el asunto que más acaparaba la atención de los Ángeles Oscuros.

* * *

—¡S.O.S.! ¡Aquí la Transportadora Audaz! Se nos ha roto el casco, estamos perdiendo atmósfera. Solicito la asistencia de todas las cuadrillas de mantenimiento y de todos los equipos médicos disponibles de la flota. ¡Necesitamos ayuda!

—¡Ira de Caliban llamando a la nave insignia! Necesitamos una actualización inmediata del estado actual de nuestros comandantes. Corto.

—¡Aquí Intrépida! Hemos reducido a los amotinados y la situación está bajo control.

Arbalesta, aquí la Causa Invencible. Abandonad vuestra posición de anclaje de inmediato y trasladaos al punto de anclaje beta o abriremos fuego contra vosotros como una nave hostil. No habrá más advertencias.

El puente de mando de la Causa Invencible era un constante murmullo de voces. Cuando Zahariel llegó con Luther, se quedó impresionado por la tensión que había en el ambiente.

Una decena de oficiales y de tripulantes permanecían en sus puestos, nerviosos, emitiendo serias instrucciones o conversando a través de los intercomunicadores con otras naves de la flota. Zahariel reconoció la desesperación controlada de las voces de los hombres que lo rodeaban. Era el tono que uno esperaba oír de un comandante del ejército cuando la situación era fluida y el estado de la batalla era incierto. La voz de hombres que se aferraban a su deber incluso cuando sospechaban que la guerra estaba a punto de hacer que éste, e incluso sus propias vidas, fuesen irrelevantes.

Era el sonido de guerreros al borde del pánico.

Y, de repente, todos se quedaron en silencio ante una llamada:

—¡Maestre en el puente!

Zahariel dirigió la mirada hacia una puerta del puente de mando que acababa de abrirse y vio entrar al León, con la ira dibujada en el rostro y la espada desenvainada y cubierta de sangre. Nunca había visto al señor de la I Legión tan irritado, y sintió que un ápice de temor le revolvía el estómago al pensar en la terrible guerra que podría desatar aquella cólera tan poderosa.

También con el rostro enfurecido, Nemiel caminaba junto al León hacia el oficial que vestía el uniforme de capitán de la flota y que estaba hablando con el astrópata de la nave. Zahariel y Luther se acercaron, doloridos, hacia el grupo de oficiales superiores. El capitán de la flota se volvió hacia el León y lo saludó ceremoniosamente.

—Capitán Stenius —dijo el León, sin preámbulos—, ¿cuál es la situación? Póngame al corriente.

El capitán se volvió hacia la mujer ciega que tenía a su lado.

—Esta es la dama Argenta, la astrópata superior de la flota. Me alegro de verle, lord El’Jonson. Esperaba que pudiera…

—Ahora, capitán Stenius —ordenó el León, con su inconfundible tono de advertencia.

—Por supuesto —respondió Stenius. El hombre hizo una reverencia y se volvió hacia un servidor cercano que estaba ocupado con una mesa de instrumentación—. Levantad las pantallas.

Se oyó un clic seguido de un zumbido lejano y las pantallas herméticas que protegían la cubierta transparente del puente se replegaron y revelaron la situación en el espacio.

—Las bajamos por precaución —dijo Stenius—. Con el ataque fallido contra nosotros y contra la Transportadora Audaz, decidí que lo más conveniente sería dirigir la flota a los puestos generales de combate. Por suerte, lo peor ya parece haber pasado.

—¿El ataque a la Transportadora Audaz? —dijo Luther—. ¿Qué ataque?

El León se volvió al oír la voz de su hermano y entrecerró los ojos al advertir el estado maltrecho de Zahariel y de Luther. No hizo ningún comentario respecto a su condición, y prefirió dejar las preguntas para más tarde.

Zahariel miró a través del ventanal de observación, horrorizado al ver los cuerpos flotando en el gélido vacío. Cientos de cadáveres pasaban flotando lentamente ante los ventanales de la nave como si de un grotesco desfile de inspección se tratase.

—Hemos sufrido amotinamientos en tres naves —informó Stenius—. En todos los casos, grupos reducidos de no más de media docena de hombres han lanzado ataques contra los puentes de mando. En dos, la rebelión se contuvo antes de que pudiese ocasionar daños reales, pero en el Arbalesta los amotinados consiguieron lanzar un torpedo que alcanzó a la Transportadora Audaz causándole graves daños. Los cuerpos que vemos son bajas de esa nave. Cuando empezaron los ataques ordené a la flota que adoptasen distintas posiciones para que hubiese más distancia entre ellas. Algunos de los cadáveres han sido arrastrados por la succión de nuestros motores, por eso orbitan a nuestro alrededor.

—¿De qué magnitud son los daños causados en la Transportadora Audaz? —inquirió el León.

—Tiene una brecha en el casco —explicó el capitán Stenius—. La mayoría de los cuerpos pertenecen a soldados del ejército que fueron aspirados al vacío tras el impacto del torpedo. —Se encogió de hombros y continuó—: Podría haber sido peor. He enviado equipos de reparación adicionales a la Transportadora Audaz en una lanzadera. Los primeros informes indican que el daño no es tan grave como para amenazar el funcionamiento de la nave, aunque es posible que tengan que pasar unos días hasta que pueda volver a la normalidad.

—Entonces ¿la situación en el espacio está controlada?

—En su mayor parte, sí —respondió Stenius—, pero según la dama Argenta, ésa es la menor de nuestras preocupaciones.

* * *

Para escuchar lo que la dama Argenta tenía que decir, los miembros superiores de los Ángeles Oscuros celebraron una conferencia en la sala de reuniones de la Causa Invencible. El León y Luther hablaban en una esquina sin que nadie pudiese oírlos, aunque todos podían ver la intensidad de la conversación.

El hermano bibliotecario Israfael se encontraba junto a un miembro del Mechanicus vestido con toga y los acompañaba un grupo de servidores. El ambiente era tenso, y Zahariel podía percibir la ansiosa necesidad que todos sentían de devolver el ataque a los saroshi.

Nemiel y él estaban sentados a la mesa de reuniones, intentando asimilar lo que había sucedido durante las últimas horas: hermanos contra hermanos y supuestos aliados alzándose en armas contra ellos. Las primeras teorías sugerían que los amotinados de las naves imperiales, drogados por el perfume de las plantas presentes en todos los edificios y en la superficie de la capital, habían accedido a llevar a cabo actos de traición y habían tomado todos los edificios.

Este dato se discutiría más tarde, pues, por lo visto, una amenaza mucho mayor parecía haberse presentado en la polvorienta llanura de los desiertos al norte de la principal masa continental de Sarosh.

El León se apartó de Luther de repente. Su rostro tenía una expresión indescifrable mientras se sentaba a presidir la mesa. Luther también tomó asiento. Sus rasgos eran más fáciles de leer. El número dos tenía una expresión de desesperación y de angustia.

—No tenemos mucho tiempo —comenzó el León, interrumpiendo el barullo que inundaba la sala.

Al oír su voz, todos los murmullos se apagaron y las cabezas se volvieron hacia él.

—Dama Argenta —dijo el León—. Hable.

La astrópata dio un vacilante paso al frente, como si estar cerca de una figura tan imponente como el primarca fuese demasiado para ella.

—Habréis oído a su Alta Excelencia hablar de unos seres conocidos como los Melachim durante su ataque contra el Imperio. Estoy convencida de que ése es el nombre saroshi para una raza de criaturas xeno que moran en la disformidad.

—¿Y en qué sentido son una amenaza? —preguntó Nemiel—. Seguro que están confinadas en la disformidad.

—Normalmente es así —respondió la astrópata, dirigiendo sus ojos ciegos hacia el primo de Zahariel—. Pero el coro astropático acaba de detectar una creciente concentración de energía psíquica en los desiertos del norte que revela una importante grieta en la disformidad.

—¿Y qué la está provocando? —inquirió el León.

—No lo sabemos.

—¿Su opinión? —ordenó El’Jonson.

—Es posible que los nativos de este planeta tengan algún modo de concentrar las energías de la disformidad por medios que nosotros desconocemos, mi señor.

—¿Con qué intención iban a hacer algo así?

—Se dice que un huésped con una voluntad lo bastante fuerte puede conseguir albergar la presencia de una criatura del otro lado de las puertas del empíreo.

—¿Y cree que eso es lo que está pasando?

—Si es que es posible —señaló Zahariel.

El León le lanzó una dura mirada que lo dejó perplejo.

—Por ahora debemos asumir que lo es. La traición y la maldad de los saroshi no tiene medida. De ahora en adelante no debemos confiar en nada y asumiremos siempre lo peor.

El León volvió a centrar su atención en la astrópata, y Zahariel sintió una ola de alivio al verse liberado de aquella mirada hostil.

—Dama Argenta —dijo el primarca—, si los saroshi pueden invocar a una de esas bestias xeno de la disformidad, ¿qué sucederá?

—Si lo consiguen, podría ser lo peor a lo que os habéis enfrentado jamás.

—¿Por qué no podemos sencillamente bombardear la zona desde nuestra órbita? —preguntó el León—. Eso acabaría con la mayoría de las amenazas.

—Con ésta no, mi señor —aclaró Argenta—. La concentración psíquica ya ha comenzado, y cualquier ataque para intentar detenerla está condenado al fracaso.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

En respuesta a la pregunta del León, el hermano bibliotecario Israfael dio un paso adelante.

—Creo que tengo la respuesta, mi señor. Desde que nuestra legión luchó en los campos sangrientos de Perissus, he estado trabajando para desarrollar un modo de combatir a esas criaturas. Esto fue antes de que se uniese a nosotros, mi señor.

El León frunció el ceño, y Zahariel recordó lo poco que le gustaba al primarca que le recordasen que la legión ya existía antes de que él se convirtiese en su líder.

—Continúa —ordenó—. ¿Cómo podemos luchar contra este poder en aumento?

—Con un pulso electropsíquico —respondió Israfael—. Por supuesto, es difícil saber exactamente cómo interactuará con las energías que se están acumulando, pero confío en que afectará al campo psíquico ambiente y…

—Por favor, más despacio, Israfael —pidió el primarca, levantando la palma de la mano para contener las palabras del bibliotecario—. Estoy convencido de que sabes de lo que estás hablando, pero recuerda que somos guerreros. Si quieres que te entendamos, tendrás que explicarlo de manera sencilla desde el principio.

—Más sencillo, por supuesto —asintió Israfael.

Zahariel no envidiaba estar bajo la mirada al rojo del primarca.

—Creo que es posible contrarrestar la acumulación de energía psíquica detonando un arma de pulso electropsíquico en sus inmediaciones.

—¿Y qué es esta «arma de pulso electropsíquico» de la que hablas? —preguntó El’Jonson.

—Es simplemente una ojiva ciclónica modificada —explicó Israfael—. Con la ayuda de los adeptos del Mechanicus, podemos extraer la parte explosiva de la cabeza y sustituirla por un condensador de pulso electropsíquico que generará una inmensa explosión de energía nociva para las criaturas compuestas de energías inmateriales. Y en cuanto a la destrucción de la concentración psíquica, necesitaríamos detonar el dispositivo tan cerca de la fuente como nos sea posible.

—Entiendo —dijo el León—. ¿Qué clase de artefacto sería? Está claro que es una bomba, pero ¿puedes adaptarla para soltarla desde una lanzadera?

—No —respondió Israfael—. El pulso de la explosión debe ser controlado por alguien versado en artes psíquicas.

—En otras palabras, tendrás que estar ahí cuando detone.

—Así es —confirmó Israfael—, yo y todos los hermanos con potencial psíquico que puedan luchar.

El León asintió.

—Empieza a trabajar para adaptar esa arma inmediatamente. ¿Cuánto tiempo crees que tardaréis?

—Unas horas como mucho —respondió Israfael.

—Muy bien —dijo el primarca—. Empezad inmediatamente.