DIEZ
En Endriago, lord Domiel le regaló un corcel nuevo para sustituir al que había perdido a manos del león. Tras pasar una semana de necesario descanso en el asentamiento para dar a sus costillas y a su hombro el tiempo suficiente para empezar a curarse, Zahariel comenzó su ansiado viaje de vuelta a casa tan pronto como los felices ciudadanos y el agónico dolor de sus costillas se lo permitieron.
Dado que repetía un viaje que ya había hecho, aunque en dirección contraria, sabía qué caminos tomar, y se las arregló para llegar a la fortaleza monasterio mucho más rápido de lo que había esperado. Treinta y ocho días después de haber partido de Endriago, pudo ver las torres de Aldurukh a lo lejos. AI trigésimo noveno día estaba a las puertas. La última parte del viaje siempre le parecía la más trascendental. Se acercó más a la fortaleza y le embargó una sensación de gozosa expectación al pensar en cómo sería volver a ver a Nemiel y al resto de sus amigos.
Por descontado tendría que enfrentarse a los examinadores de la Orden para que verificasen su logro, pero con la cabeza del león no esperaba tener problemas. Zahariel vivía su regreso con emoción, y esperaba una bienvenida sincera de sus amigos, más que nada porque casi todos los que conocía habían pensado que lo más probable era que muriese en la misión. Naturalmente, no comprendía por completo lo que eso significaba. La vida le parecía maravillosa. Y aún era mucho más agradable tras las dificultades de su reciente prueba. Se había enfrentado a una de las peores bestias que moraban en Caliban y había sobrevivido. Quería celebrar aquella experiencia con sus amigos. No podía saber con cuánta tristeza habían pasado las semanas desde que se había marchado de Aldurukh. Sus amigos lo habían creído muerto. Habían llorado su pérdida. En su mente, todos lo habían enterrado.
El hecho de que hubiese sobrevivido a pesar de todos los temores por su seguridad le daría a Zahariel un poco más del brillo del heroísmo a ojos de muchos de sus contemporáneos, especialmente a aquellos que habían sido suplicantes de la Orden con él. Para cuando llegó a Aldurukh, no lo entendió así.
—Todos te creíamos muerto —dijo Attias, con entusiasmo.
El joven muchacho llevaba una caja que contenía las escasas pertenencias personales de Zahariel, y lo seguía emocionado mientras arrastraba su jergón por el pasillo.
—Todos lo creían. Todos pensaban que la bestia te habría matado. Incluso se hablaba de celebrar un funeral por ti. Habría sido curioso, ¿verdad? Imagina que vuelves y descubres que han grabado tu nombre en una de las lápidas conmemorativas de las catacumbas.
Era la tarde del primer día de su vuelta a Aldurukh. Unas horas antes, Zahariel había entrado por las grandes puertas de la fortaleza para encontrarse con una ovación y el sonido de pies corriendo. Aparentemente, habían llegado noticias de su inminente llegada desde las atalayas, porque cuando las puertas se abrieron parecía que la población entera de Aldurukh estuviese esperando para recibirlo.
Cuando Zahariel entró en el patio, vio caballeros, suplicantes y senescales regocijándose de su feliz regreso. La algarabía por su regreso había sido ensordecedora. Era un momento que siempre guardaría consigo, el final de su gran aventura, una profunda sensación de regreso al hogar, el momento en que finalmente se sintió aceptado como un igual entre los rangos de la Orden.
Nemiel lo estaba esperando cuando llegó. Fue el primero en recibir a Zahariel y le dio un gran abrazo de oso. Nemiel le había dicho algo, su boca articulaba a un ritmo frenético, pero sus palabras se perdían en el barullo del gentío. Después, cuando las emociones se calmaron y Zahariel se presentó debidamente ante el guardián de la puerta, se le citó para que se presentase ante los examinadores de la Orden. Mientras tanto, se le había ordenado abandonar los barracones de los suplicantes. En un rincón poco frecuentado de la fortaleza se reservaba media docena de dormitorios para aquellos que habían completado sus misiones pero que no habían sido oficialmente elevados al estatus de caballero.
—Aquí es —dijo Zahariel al empujar la puerta de su nuevo cuarto y mirar dentro. La habitación estaba vacía. Para mantener las tradiciones monásticas de la Orden, era poco más que una celda espartana. Había un catre en la esquina para dormir, pero aparte de eso no había muebles, ni siquiera una silla.
—Supongo que no esperan que te quedes aquí mucho tiempo —farfulló Attias, tras él.
Zahariel sonrió con indulgencia, sabiendo que el maestro Ramiel estaba complacido con los progresos del muchacho.
—Qué afortunado eres —masculló Attias. El muchacho pronunció las palabras muy bajo, casi susurrando.
—¿Afortunado? —dijo Zahariel, mirando el cuarto en el que estaban—. O estás ciego o no te has fijado en el lujo que nos rodea. Ya has visto mi habitación nueva, Attias, ¿y aun así me crees afortunado?
—No estaba hablando de la habitación —replicó Attias. Cansado de cargar con la caja, Attias la dejó en el suelo de la celda—. Bueno, conseguiste cazar una de las grandes bestias. Has realizado tu hazaña de caballero. Me alegro por ti, de verdad. Te lo mereces. Serás Sar Zahariel. Librarás guerras y batallas con los mejores caballeros de la Orden, con héroes como el León y Sar Luther. Harás que el maestro Ramiel esté orgulloso. Serás caballero.
—Y tú también, pequeño —afirmó Zahariel—. Sé que parece que falta mucho, pero no tardarás en tener tu propia misión. Dentro de un par de años, quizá. Aprende las lecciones, practica asiduamente y llegará antes de que te lo esperas.
—Pero así son las cosas. —Attias negó con la cabeza—. Para cuando sea lo bastante mayor, las cosas habrán cambiado. La campaña de la Orden contra las grandes bestias habrá terminado. No quedará ninguna. Y, sin las grandes bestias, no habrá más misiones. No habrá forma de convertirse en caballero. Has hecho algo que nunca seré capaz de hacer, Zahariel. Has cazado una de las grandes bestias. Yo nunca tendré esa oportunidad.
Mientras hablaba, Attias tenía una expresión de tristeza nostálgica que casi rompía el corazón en el rostro de alguien tan joven. Attias veía un mundo en el que un hombre ya no tenía forma de convertirse en caballero. Instintivamente, Zahariel rechazó aquella visión deprimente. En el fondo de su corazón, él era un optimista, un idealista. Cuando pensaba en la campaña de la Orden contra las grandes bestias, alababa sus logros. Estaba seguro de que el futuro sólo podía deparar las cosas que Luther y el León habían prometido al pueblo de Caliban antes de comenzar su campaña. Cuando miraba al futuro veía paz y prosperidad en el horizonte. Veía el fin del miedo. Veía el fin del sufrimiento y la miseria. Veía un mañana mejor. Cuando Zahariel miraba al futuro, siempre veía lo mejor de todos los mundos posibles. Ésa era su maldición.
—Ves las cosas demasiado negras, amigo mío —dijo Zahariel. Sonrió al muchacho para darle confianza—. Sé que todos los días la gente dice que la campaña está a punto de acabar, pero sospecho que aún se mantendrá durante algún tiempo más. La verdad es que, si el monstruo que he matado puede servir de guía, dudo que las grandes bestias vayan a rendirse y dejarse matar. Lucharán con uñas y dientes para sobrevivir, como siempre lo han hecho. Así que no me preocuparía demasiado, Attias. Aún tienes tiempo para matar a tu bestia, y tienes muchísimo más aún para convertirte en caballero.
Había una ventana estrecha al otro lado de la habitación que miraba hacia las copas de los árboles del bosque. Los ojos de Zahariel se sintieron atraídos en su dirección. Como había ocurrido muchas veces en el pasado, se preguntó por un momento por la naturaleza dual de su mundo. Desde la distancia, los bosques eran hermosos de una manera lúgubre e intimidante. Aun así, en el interior de aquellos mismos bosques pintorescos vivían criaturas propias de las pesadillas humanas, criaturas como la que había matado.
Zahariel amaba Caliban, pero no estaba ciego ante sus horrores. A veces parecía que viviesen en un planeta que era simultáneamente el infierno y el paraíso, pero el vínculo que sentía con su hogar y sus bosques era más fuerte y poderoso que casi cualquier cosa de su vida. Amaba su mundo incondicionalmente, fuesen cuales fuesen sus defectos.
—¿Sabes por qué a veces llaman a esta fortaleza «la Roca»? —preguntó de repente. La vista desde la ventana y el paisaje de los bosques a lo lejos lo había inspirado. Quería compartir sus pensamientos con Attias para conseguir apartarlo de sus preocupaciones.
—Es porque el nombre de la fortaleza es Aldurukh. Significa «Roca de la Eternidad» en uno de los dialectos antiguos. El maestro Ramiel dijo que originalmente era el nombre de la montaña sobre la que estamos. Así que, cuando los fundadores de la Orden decidieron construir una fortaleza monasterio en este lugar, usaron el nombre de la montaña para nombrar también a la fortaleza.
—Esa es una de las razones —dijo Zahariel—, pero también hay otra. Piensa en el nombre, Aldurukh, la Roca de la Eternidad. La Orden tiene otras fortalezas monasterio, pero ésta fue la primera. Es nuestro hogar espiritual y el símbolo de todos nuestros empeños. Por eso los fundadores le pusieron un nombre significativo, un nombre que sintetizase con exactitud lo que estaban intentando construir aquí. Este lugar es nuestra roca, Attias. Es nuestra primera piedra. Mientras siga aquí, parte de nuestros ideales siempre estarán vivos. ¿Comprendes lo que intento explicarte?
—Creo que sí —asintió Attias, con una expresión de concentración en su rostro—. Dices que incluso cuando las bestias hayan desaparecido, la Orden permanecerá y seguirá habiendo caballeros.
—Exacto —afirmó Zahariel—. Así que, como puedes ver, no hay razón para que estés tan triste. Si te resulta más fácil, piénsalo de este modo: es nuestro deber proteger al pueblo de Aldurukh de las criaturas que viven en los bosques. Incluso cuando las bestias hayan desaparecido, ese deber no cambiará. Esto es Caliban. Aquí siempre habrá monstruos.
El maestro Ramiel fue uno de los primeros en felicitarlo por su nombramiento. Estaba claro que su antiguo tutor quería decirle más, pero fue engullido por el tropel de caballeros que se acercaron de todas partes para recibir a Zahariel de la Orden. En contraste con la solemnidad de la ceremonia para investirle en la Orden, su ascenso a caballero estuvo marcado por un súbito pandemónium. Ascender a caballero era un gran momento en la vida de cualquier hombre; un momento que todos los hombres presentes habían conocido y compartido. Se acercaron en masa para aceptar al último recién llegado a sus filas. Bajo la capucha de las túnicas, Zahariel veía rostros cordiales y alegres.
Antes de que supiera qué estaba pasando, lo agarró un grupo de hombres de su alrededor. Confundido, Zahariel notó que lo levantaban. De repente, una docena de caballeros al unísono lanzó por los aires el cuerpo de Zahariel. Subió por encima de sus hombros antes de volver a caer en las manos de los mismos hombres que lo habían lanzado. Oyó a la gente reír mientras lo alzaban. Su cuerpo daba vueltas en el aire y Zahariel veía imágenes retorcidas de sus rostros, como vistas a través de un caleidoscopio. Todos reían. Conocía a algunos personalmente, pero muchos eran hombres que sólo habían sido figuras frías y distantes en su vida.
Vio al León, a Luther, a lord Cypher y al maestro Ramiel, y todos ellos sonreían o reían.
De todo lo que había visto en su vida, aquella imagen permanecería con él como la más extraña e inverosímil.
—Es una tradición —le dijo Luther, más tarde, riendo mientras compartían una copa de vino—. Me refiero a mantearos. Es algo que hacemos con los nuevos. Pero tu cara, eso ha sido lo mejor.
Estaban en el comedor principal de Aldurukh. Para alivio de Zahariel, sus compañeros caballeros se habían pasado a métodos más prosaicos de marcar su iniciación cuando terminaron de lanzarlo por los aires como una muñeca de trapo. Se había organizado una fiesta en su honor en la que se habían hecho muchos brindis de celebración y se habían pronunciado palabras de enhorabuena. Los caballeros, a quienes antes sólo había visto de lejos, le estrechaban el brazo con solemnidad y le llamaban hermano. Zahariel no sabía si era porque respetaban que hubiera conseguido matar a la bestia de Endriago o simplemente que trataban a los caballeros nuevos de forma similar. De cualquier modo, le parecía que la reacción a su ascenso a caballero era casi apabullante. Fue una experiencia conmovedora, y aún lo fue más por la compañía que tenía. Cuando la comida terminó y los invitados empezaron a mezclarse y separarse en pequeños grupos, Luther hizo un esfuerzo especial en buscarlo.
Evidentemente, juzgó importante que Zahariel disfrutara debidamente de los festejos.
—Sí, tu cara —dijo Luther, que aún se reía.
Sar Luther estaba de muy buen humor con él, lo que hizo que Zahariel se relajase.
—De verdad, es una pena que no pudieses verte. Al principio, cuando te agarraron, parecía que creyeses que te iban a matar. Después, cuando te diste cuenta de lo que estaba pasando en realidad, te juro que aún parecías más asustado. Hubo un momento en el que pensé que ibas a mearte encima. Y probablemente estuvo bien que no lo hicieses, considerando que estabas por los aires.
—Es que… me cogió por sorpresa —dijo Zahariel—. No pensé…
—¿Qué? ¿Qué tuviésemos sentido del humor? —se rió Luther. Se llevó una mano a los ojos como para secar las lágrimas de risa—. No, bueno, la gente no lo cree. Eso es lo que lo hace tan gracioso. Por cierto, sabes que no estaba bromeando cuando lo llamé tradición. Por supuesto, no es de las que te han hablado tus maestros o lord Cypher. Pero en muchas formas, el hecho de mantear al iniciado de esa manera es una tradición como cualquiera de las que hemos mantenido durante años. Lo llamamos «la manta invisible». Míralo como el antídoto contra la adusta seriedad de la ceremonia de iniciación. Es nuestra forma de darte la bienvenida a la familia.
—¿La familia?
—La Orden —explicó Luther—. ¿Recuerdas qué dijo lord Cypher durante tu primera ceremonia de iniciación? Somos hermanos, todos y cada uno de nosotros, y los hermanos no se pasan el día sentados con cara de pocos amigos y lamentándose de las desgracias del mundo. A veces necesitamos desahogarnos. Nos reímos, bromeamos y nos tomamos el pelo unos a otros. Hacemos lo que hacen los hermanos de verdad. Mira esta sala, Zahariel. Cualquier hombre de los que están aquí estaría dispuesto a morir por ti y esperan que tú estés dispuesto a hacer lo mismo por ellos. Caliban es un lugar peligroso, y cualquiera de nosotros podría tener que hacer el sacrificio supremo por sus hermanos. Pero eso no significa que no riamos juntos a veces. Nos ayuda a mantenernos cuerdos. A todos nos gustan las bromas.
—¿Incluso a él? —preguntó Zahariel, mirando a Lion El’Jonson, cuya cabeza y hombros sobresalían entre los demás caballeros que lo rodeaban. Había algo inquietante en la actitud distante del León, que parecía más pronunciada cuando se le observaba de lejos.
Zahariel recordó la conversación que había tenido con el León en lo alto de la torre de la fortaleza, y la sensación de aislamiento era curiosamente más palpable cuando el León estaba rodeado de gente.
—No, en eso tienes razón —dijo Luther—. Mi hermano es único en su especie. Siempre ha sido así. No es que carezca de sentido del humor. Si acaso, sería lo contrario. Debes recordar que es tanto un genio como un gran guerrero. Su mente es un instrumento sutil y complejo y su humor se ha forjado con la misma inteligencia que demuestra en todo lo que hace. Cuando mi hermano hace bromas, nadie las entiende. Suelen tener demasiado nivel para unos brutos como nosotros. Nos sobrepasan.
Una mirada de tristeza pasó por la cara de Luther mientras observaba al León. Al verlo, Zahariel se sintió como si se hubiese inmiscuido sin querer en un dolor íntimo. Le hizo ser mucho más consciente de la fuerza del vínculo entre el León y Luther, una relación que le recordaba a sus lazos con Nemiel.
Estaba claro que Luther era un hombre extraordinario, puede que incluso más de lo que la gente reconocía. Poseía un talento maravilloso en una gran variedad de campos, no sólo como líder, guerrero y cazador. Con la excepción de Lion El’Jonson, Luther había dado caza a muchas más bestias que cualquier otro hombre en la historia de Caliban. En cualquier otra era, Luther habría sido probablemente el mayor héroe de su época. Era un campeón infatigable del pueblo de Caliban que destacaba tanto por su talante y su sangre fría en momentos de crisis como por el valor de sus hazañas. La tragedia de Luther había sido nacer en la misma era que un hombre con el que siempre lo compararían. Desde el día que había encontrado a El’Jonson en el bosque y había decidido llevarlo a la civilización, Luther había hecho doblar las campanas por la muerte de su propia leyenda.
Desde aquel momento, se había condenado a vivir a la sombra del León.
Para Zahariel, decía mucho en favor de Luther que su afecto por el León pareciese auténtico y natural. Muchos hombres en su situación podrían haberse visto tentados a sucumbir a los celos y a sentirse resentidos por las hazañas de El’Jonson. Pero no Luther, él no era de ese tipo. Con auténtica devoción fraternal, había dedicado todas sus energías a asegurarse de que los planes del León llegasen a buen puerto. Luther era tan responsable de la campaña contra las grandes bestias como El’Jonson, pero a medida que ésta llegaba a su fin, no era Luther quien recibía los aplausos, sino El’Jonson.
Zahariel no percibía amargura en él, ya que, evidentemente, Luther había aceptado que su papel en la historia era ser la dama de honor de los triunfos de su hermano.
—Mi hermano es un hombre de gran talento —dijo Luther, sin dejar de mirar al León—. Sospecho que nunca ha habido otro hombre como él. Ciertamente, nadie que esté vivo hoy puede igualar el alcance de sus logros. ¿Sabías que es un gran imitador?
—¿El León? No, no lo sabía.
—Puede imitar el sonido de cualquier animal de Caliban, desde el aullido de caza de un raptor hasta la llamada de apareamiento de un serynx. También canta de maravilla. Conoce todas las canciones antiguas, las melodías tradicionales de Caliban. Si le oyes cantar Los bosques de mis padres se te saltarán las lágrimas, te lo prometo. Por lo que sé nunca ha intentado componer nada por sí mismo, pero puedes estar seguro de que los resultados serían inspiradores. Mi hermano destaca en todo lo que tocan sus manos, ésa es su tragedia.
—¿Su tragedia? —preguntó Zahariel, que estaba distraído—. ¿Cómo puede ser una tragedia ser bueno en todo?
—Quizá tragedia sea una palabra demasiado fuerte —reconoció Luther, encogiéndose de hombros y dándose la vuelta hacia Zahariel—, pero debes recordar que mi hermano es único. Nunca habla de sus orígenes; son una fuente de misterio tanto para él como para todos los demás. Casi se podría pensar que es una especie de dios o semidiós que cayó en el mundo, más que un hombre nacido de mujer como el resto de nosotros. Mi hermano es diferente y no es culpa suya. Su inteligencia es tan asombrosa, tan extraordinaria, que hay veces en las que no consigo seguir sus líneas de razonamiento, y lo conozco desde hace años, lo suficiente como para acostumbrarme a sus procesos mentales. Piensa lo aburrido que debe de ser para él —continuó Luther—. No lo malinterpretes, mi hermano adora Caliban y ama la Orden, pero a veces debe de sentirse como un gigante en tierra de enanos, tanto física como mentalmente. Lord Cypher dice que la estimulación intelectual se basa en el libre discurso de ideas entre iguales, pero mi hermano no tiene iguales, no en Caliban. Aquí, en la Orden, se le ofrece una vía de escape a sus energías. Le ofrecemos camaradería y metas en la vida. Le entregamos nuestra devoción. Lo seguiríamos hasta la muerte, pero estas cosas no son suficientes en la vida de un hombre. Incluso rodeado de amigos y seguidores por todas partes, mi hermano sigue estando solo. No hay nadie como él en todo Caliban. No hay persona más sola en el mundo.
—Nunca antes lo había visto así —dijo Zahariel.
—Probablemente no deberías volver a pensar en ello —apuntó Luther, moviendo la cabeza. Alzó la copa de vino y la olió como para degustarlo—. Escúchame, esto es una celebración y estoy consiguiendo entristecerla. Debería tener unas palabras con el maestro vinatero de la Orden sobre el vino que ofrece en estos actos. Este sin duda predispone a los hombres a la meditación cuando deberían estar alegres. Y lo que es más, para completar sus defectos, deja un regusto avinagrado. Y pensar que cuando vine aquí a hablar contigo, mi única intención era disculparme por haber hecho de «diablo».
—¿Haber hecho de diablo?
—Cuando te uniste a la Orden y fuiste iniciado —le explicó Luther—. Es parte del ritual. Tres interrogadores diferentes te formulan preguntas. A uno de los interrogadores se le asigna la tarea de intentar minar y menospreciar al candidato a caballero. De él se espera que encuentre fallos en todo cuanto el candidato decida decir o hacer. A ese interrogador negativo se le llama «el diablo». Es algo simbólico, por supuesto, y se basa en una vieja superstición. Probablemente, lord Cypher podría contarte más. Yo sólo quería que supieses que no fue nada personal que yo representase el papel de diablo en tu ceremonia. Es un papel ritual, eso es todo. Se echa a suertes y sucede que me tocó a mí. Nunca he dudado de tus capacidades. Sospecho que serás uno de nuestros mejores caballeros. —Luther tendió la mano para estrechar el antebrazo de Zahariel justo debajo del codo y Zahariel hizo lo mismo. En Caliban era una demostración de amistad tradicional—. Te felicito, Sar Zahariel —dijo, mirando a los caballeros que les rodeaban por encima del hombro del muchacho—. Supongo que debería darme una vuelta por la sala. Hay varios caballeros a los que tengo que ver.
Luther se dio media vuelta y volvió a mirar a Zahariel antes de irse.
—Ah, Zahariel, y si alguna vez necesitas consejo, ya sabes adonde acudir. Ten confianza para llamarme a cualquier hora. Si tienes algún problema, siempre te escucharé.
Nemiel ya había hablado con Zahariel aquella noche, al igual que el maestro Ramiel. Nemiel parecía emocionado con que su primo se hubiera convertido por fin en caballero de la Orden. Al no tener mucho aguante con el alcohol, Zahariel había bebido vino con moderación, pero Nemiel había aplacado su sed de forma más liberal. Aparentemente, mientras Zahariel estaba cazando a la bestia de Endriago, Nemiel había solicitado su propia partida de caza. Como si quisiera demostrar que sus juegos de competición estaban más vivos que nunca, Nemiel había vuelto a Aldurukh apenas una semana antes que Zahariel.
Para cuando pudieron tener una conversación en condiciones, ya arrastraba las palabras y hablaba de las grandiosas visiones que tenía del futuro de ambos.
—Ya lo has conseguido, primo —dijo Nemiel, exhalando aliento a vino mientras se tambaleaba—, los dos lo hemos conseguido. Hemos demostrado que tenemos lo que hay que tener. Esto es sólo el principio. Algún día, llegaremos tan alto en la Orden como sea posible. Seremos como el León y Luther, tú y yo. Somos hermanos y reconstruiremos nuestro mundo juntos.
El maestro Ramiel había sido más cauto. Como siempre, a Zahariel le resultaba difícil leer en el rostro de su maestro. Cuando Nemiel se hubo ido dando tumbos a desplomarse en una silla cercana para quedarse dormido, Ramiel apareció para volver a felicitar a su antiguo alumno.
—Sar Zahariel —dijo el maestro—. Tiene una agradable sonoridad. Pero recuerda que ahora que has sido nombrado caballero empezará el trabajo duro. Hasta este punto, sólo eras un muchacho que quería ser caballero y hombre. Ahora aprenderás lo pesadas que pueden ser ambas cargas.
Ramiel no dijo nada más y se excusó, dejando que Zahariel reflexionase sobre el significado de sus palabras. Este se preguntaba qué había querido decir su mentor y reconocía cierto desasosiego en su interior, algo diferente a cualquier inquietud que las palabras del maestro pudieran haberle producido. Habiendo dedicado tantas energías durante tanto tiempo a convertirse en caballero, tenía una sensación de descontento, como si estuviese incompleto.
Había logrado la meta de su juventud.
¿Qué nueva ambición encontraría ahora para guiar su vida?
Más tarde aquella misma noche, Zahariel se encontró charlando con lord Cypher. El anciano estaba igualmente ebrio y hablaba con solemnidad de los distintos rangos y posiciones de la Orden. Lo que comenzó como una conversación sobre los solemnes votos que había hecho como caballero había derivado, en gran parte gracias a lord Cypher, en una discusión sobre las jerarquías más elevadas de la Orden y de su posición en ella.
—Y, naturalmente, es por eso que muchos creen que Ramiel será nombrado el nuevo lord Cypher cuando El’Jonson se convierta en el Gran Maestre.
—Creía que sólo era un rumor —dijo Zahariel—, lo de que el León sería nombrado Gran Maestre. No sabía que se hubiese confirmado.
—¿Eh? —se extrañó lord Cypher, mirándolo sin comprenderlo. Al final, tras una pausa de varios segundos, el entendimiento se plasmó en su rostro—. Ah, puede que haya descuidado demasiado mis secretos, y la verdad es que es un error imperdonable para un hombre de mi posición. —Lord Cypher suspiró—. Debo de estar haciéndome más viejo de lo que creía. Pero no hay forma de hacer que un joven olvide algo una vez lo ha oído. Sí, tienes razón. No se ha confirmado, pero la decisión ya está tomada, sólo que aún no lo hemos anunciado. El’Jonson será el nuevo Gran Maestre y Luther será su segundo al mando. En cuanto a mí, debería retirarme de mis obligaciones en un par de días. Después, me reuniré con El’Jonson para elegir a mi sucesor. La verdad es que no tengo ni idea de a quién elegirá él, pero el maestro Ramiel sería un buen candidato, ¿no crees?
—Por supuesto —asintió Zahariel—. Creo que sería un buen lord Cypher.
—Sí, lo sería. Esta opinión es sólo para tus oídos, Zahariel, como todo lo que acabo de decir. No agraves la doble falta de la memoria y la lengua de un anciano contándoselo a todo el mundo. Sólo serviría para avergonzarme y para que la jerarquía de la Orden pensara que deberían haberse deshecho de mí hace mucho tiempo. ¿Puedo confiar en tus buenas intenciones al respecto?
—Absolutamente. Tiene mi palabra de que nunca repetiré esta conversación con nadie.
—Excelente —dijo lord Cypher—. Me alegra saber que entiendes el valor de la discreción.
Miró alrededor durante unos segundos; sus ojos cansados observaban a los caballeros disfrutando del vino y de la conversación. Entonces, sin previo aviso, lord Cypher se dio la vuelta y abandonó la reunión.
Incomprensiblemente, a Zahariel le vino a la mente un oso viejo arrastrándose hacia el bosque para morir.
—La Orden está en buenas manos —dijo lord Cypher, ofreciendo estas palabras por encima de su hombro a modo de despedida al marcharse—. Con hombres como El’Jonson, Luther, el maestro Ramiel e incluso con jóvenes como tú, estoy seguro de que seguirá prosperando en los años venideros. Dudo que viva para verlo, pero me alegra igualmente. Es hora de que una generación dé paso a la siguiente, como debe ser. No temo por el futuro.
Sería la última vez que Zahariel, que acababa de unirse a la Orden, hablase con el hombre que había sido lord Cypher. En realidad, fue la última vez que le vio.
Al cabo de unos cuantos días se declararía otra misión contra otra bestia de los bosques del norte, en las proximidades de un asentamiento llamado Bradin. Tras retirarse de sus obligaciones, el antiguo lord Cypher solicitaría a la jerarquía de la Orden participar en la batida. Accederían a su petición y el anciano saldría de Aldurukh silenciosamente, muy temprano, cuando la mayor parte de los habitantes de la fortaleza aún dormía. Nunca se le volvería a ver.
Algunos afirmaban que la bestia que iba a cazar lo había matado; otros dirían que lo más probable era que hubiese sido abatido por un grupo de raptores antes de llegar a los bosques del norte. La verdad nunca se supo, pero tras su desaparición se le reservaría un lugar de honor en las catacumbas subterráneas de Aldurukh. Era un sitio pequeño, un nicho de piedra de no más de treinta centímetros de ancho y un metro de largo, lo bastante para que cupiese una urna de cenizas o los restos de los huesos del anciano si su cuerpo llegaba a encontrarse. Su nombre también sería grabado en la roca por los canteros de la Orden.
Así serían los días que vendrían. Zahariel no sabía qué podría ocurrir en el futuro, como tampoco sabía que no volvería a ver a lord Cypher, o mejor dicho, a este lord Cypher en concreto. Otro individuo llevaría ese título en la Orden, y su identidad sería por siempre un misterio.
Todo estaba en manos del futuro.
Por el momento, mientras los caballeros de la Orden bebían y celebraban juntos, lo único que faltaba para completar el nombramiento de Zahariel era que su estatus fuese confirmado por el León.
—Ha sido una noche memorable para ambos —dijo Lion El’Jonson—. Tú te has convenido en caballero de la Orden y yo acabo de saber que seré su próximo Gran Maestre.
—¿Nuestro Gran Maestre? —preguntó Zahariel, consciente de la promesa que le había hecho anteriormente a lord Cypher, y asombrado de que El’Jonson considerase siquiera mencionarle tal cosa cuando la noticia aún no era de dominio público. Zahariel se quedó sin palabras—. Yo… eh… Enhorabuena.
—No te hagas el sorprendido, Zahariel —le soltó El’Jonson.
Su tono no era ni censurador ni desagradable. Mientras se lo decía, lo apartaba de los caballeros reunidos hacia una esquina aislada de la gran sala. Las luces y sombras del fuego se movían sobre el rostro del gran guerrero, y Zahariel dudó de repente haber visto alguna vez al León a la luz del día o sin el cobijo de las sombras al alcance de la mano. La fiesta se iba apagando a medida que el vino hacía su trabajo, y cuando el León se le acercó, Zahariel supo que su papel en la celebración ya casi había concluido.
—No finjas que aún no lo sabías —insistió el León—. No he podido evitar oír tu conversación con lord Cypher. No pretendía inmiscuirme, pero mis sentido son muy agudos, especialmente mi oído, casi prodigioso, así que… oí que lord Cypher se iba de la lengua. Sé que sabes que me nombrarán Gran Maestre.
—Lo siento —se excusó Zahariel, negando con la cabeza—. Mi descubrimiento ha sido totalmente accidental. Os aseguro que no se lo diré a…
—No pasa nada, Zahariel —lo cortó El’Jonson, al tiempo que alzaba la mano para silenciarlo—. Confío en tu discreción y comprendo que no ha sido culpa tuya. Además, ya es el secreto peor guardado de todo Caliban. La gente suele olvidar lo bueno que es mi oído. En los últimos días, he oído debatir sobre mi inminente ascenso al menos a treinta personas distintas, cuando creían que no podía oírlos.
—En ese caso, ¿puedo daros mi enhorabuena, señor? —dijo Zahariel.
—Puedes —sonrió el León—, y la acepto de buen grado, aunque en la práctica mi nuevo cargo supondrá pocas diferencias en mi vida.
—Es el Gran Maestre de la Orden —opinó Zahariel—. Debería sentirse… importante.
—Por supuesto, te aseguro que me enorgullece lideraros a todos, pero ésa ya era mi función antes, aunque no tuviese un título. ¿Qué hay de ti? ¿Te sientes diferente ahora que eres caballero?
—Por supuesto.
—¿De qué forma?
Durante un momento, Zahariel se puso nervioso y no sabía muy bien cómo se sentía.
—Honrado, orgulloso de mis logros, aceptado.
—Y todo eso son cosas buenas —asintió el León—, pero tú eres el mismo, Zahariel. Sigues siendo la misma persona que antes de haber matado al león. Has cruzado una línea, pero eso no cambia quién eres. No lo olvides. Un hombre puede tener todo tipo de títulos, pero no debe permitir que eso lo cambie a él o su ego. El orgullo y la ambición serán su ruina. Da igual la grandeza del título que se te otorgue, que tu yo sea siempre auténtico. ¿Comprendes?
—Eso creo, mi señor —contestó Zahariel.
—Espero que lo hagas —dijo el León—. Es algo que a todos nosotros nos resulta fácil de olvidar. —Entonces el León se acercó más a él y dijo—: ¿Sabes que ahora compartimos algo que nadie más puede compartir en todo Caliban?
—¿Sí? —exclamó Zahariel, sorprendido y halagado—. ¿El qué?
—Somos los únicos guerreros que hemos dado muerte a un león calibanita. Todos aquellos que lo intentaron están muertos. Algún día tendrás que contarme cómo lo hiciste.
Zahariel sintió que se llenaba de orgullo y fraternidad cuando se dio cuenta de la importancia de haber cazado a la bestia. La historia de cómo había abatido lord El’Jonson al león calibanita era muy conocida y estaba grabada sobre una de las ventanas de la Cámara del Círculo, pero hasta aquel momento no había caído en la cuenta de que había sobrevivido a un encuentro con una bestia tan excepcional.
—Me siento honrado por compartirlo, mi señor —manifestó Zahariel, inclinando la cabeza.
—Es algo de lo que sólo tú y yo formaremos parte, Zahariel —afirmó el León—. No hay otros de su especie en Caliban. Las grandes bestias ya casi se han extinguido y no volverá a haber otras como ellas en nuestro mundo. Una parte de mí cree que debería entristecerme por ello. Después de todo, la extinción es una solución muy extrema, ¿no crees?
—Son bestias que sólo viven para matar, ¿por qué no habríamos de exterminarlas? Ellas harían lo mismo con nosotros de no ser por las órdenes de caballería.
—Cierto, pero ¿lo hacen porque son malvadas o porque fueron creadas así?
Zahariel pensó en las bestias con las que había luchado y dijo:
—No sé si serán malvadas, pero cuando me he enfrentado a ellas he visto algo en sus ojos, no sé… Su deseo de matar es más que simple hambre. Hay algo en las bestias que… no encaja.
—Eso es que eres perspicaz, Zahariel —apuntó el León—. En efecto, hay algo en las bestias que no encaja. No sé qué es, pero no son sólo otra clase de animales como los caballos, los zorros o los humanos, son aberraciones, errores retorcidos forjados hace mucho tiempo y que aún no han tenido la buena fortuna de extinguirse por sí solos. ¿Te imaginas cómo debe de sentirse una criatura tan singular? ¿Vivir sabiendo, aun al nivel instintivo de un animal, que estás solo y que no habrá otros como tú? Piensa en lo enloquecedor que debe de ser. Las bestias no sólo se dejaban llevar por el hambre, estaban enloquecidas, su propia singularidad las había vuelto locas. Créeme Zahariel, les hacemos un favor destruyéndolas a todas.
Zahariel asintió y bebió un poco de vino. Estaba demasiado ensimismado con las palabras del León como para atreverse a interrumpirlo.
Una extraña melancolía se había apoderado de las palabras de su líder, como si hablase de algo lejano y demasiado vago para ser recordado. Entonces, de repente, esa sensación desapareció, aunque el León se dio cuenta de que había hablado sin demasiadas reservas.
—Por supuesto, siempre habrá quien lamente que hayas matado al último león —dijo El’Jonson—. Luther, sin ir más lejos.
—¿Sar Luther? ¿Por qué?
Lord El’Jonson se rió.
—Siempre ha querido matar a un león y ahora ya no tendrá oportunidad.
Tal y como eran las fiestas, aquélla había sido de las buenas.
Zahariel había disfrutado de la compañía de los otros caballeros. Había disfrutado sintiendo que podía mirar a aquellos hombres como sus iguales, y con aquello también llegaba la inclusión y la aceptación. Tras su charla con Lion El’Jonson, Zahariel había vuelto con los demás caballeros, donde la conversación había derivado a la guerra con los Caballeros de Lupus.
Todos coincidían en que la guerra estaba en su etapa final y que la destrucción definitiva de la orden rebelde concluiría en un futuro inmediato. Había disfrutado de la buena comida y del vino y de la expresión en los ojos del maestro Ramiel, quien había dicho que le había hecho sentir orgulloso. Pero sobre todo había disfrutado el momento, porque sabía que tales triunfos eran muy poco frecuentes en la vida de un hombre.
Deben manejarse con cuidado y luego dejarse a un lado como recuerdos para el futuro.