UNO

UNO

Comenzó con la oscuridad. Los ojos de Zahariel se abrieron de golpe un instante antes de que los hombres de lord Cypher viniesen a por él. Se despertó y vio una mano que bajaba para taparle la boca. Lo sacaron de su lecho, le pusieron una capucha en la cabeza y le ataron los brazos a la espalda. Así, fue llevado a ciegas por una serie de pasillos. Cuando al fin hicieron un alto, oyó a uno de sus captores llamar tres veces a una puerta.

La puerta se abrió y lo empujaron adentro.

—¿A quién traéis ante nosotros? —preguntó una voz desde la oscuridad.

—A un extraño —dijo lord Cypher junto a él—. Lo hemos traído atado y con los ojos vendados. Quiere entrar.

—Acércalo —respondió la primera voz.

Zahariel sintió unas manos en sus brazos y hombros. Lo empujaron bruscamente hacia adelante y lo obligaron a arrodillarse. Se estremeció cuando sus rodillas desnudas tocaron el suelo de fría piedra. Para no dejar que sus captores creyesen que tenía miedo, intentó ahogar un escalofrío.

—¿Cómo te llamas? —Oyó una vez más la primera voz, esta vez más alto. Su tono era rico y profundo, una voz acostumbrada a mandar—. ¿Cuál es tu linaje?

—Soy Zahariel El’Zurias —contestó y, manteniendo una costumbre ancestral, Zahariel recitó su linaje completo y se preguntó si sería la última vez que pronunciaría esas palabras—. Soy el único hijo vivo de Zurias El’Kaleal, hijo a su vez de Kaleal El’Gibrael. Mi familia desciende del linaje de Sahiel.

—Un noble —dijo una tercera voz. En cierto modo, esta voz era más fascinante que las otras, su tono era incluso más magnético y convincente que la primera—. Cree que se le debería permitir estar entre nosotros porque su padre era importante. Yo digo que no es lo bastante bueno. No es digno de ello. Deberíamos lanzarlo desde la torre y acabar con él.

—Ya veremos —repuso la primera voz. Zahariel oyó el sonido áspero y revelador de un cuchillo al salir de su vaina. Sintió la incómoda sensación del frío metal contra su piel cuando la hoja le presionó el gaznate.

—Primero lo pondremos a prueba —dijo la voz de la oscuridad—. ¿Sientes el acero en la garganta?

—Sí —respondió Zahariel.

—Has de saber, entonces, que la mentira es una traición de nuestros votos. Aquí sólo se dice la verdad. Si mientes, lo sabré. Si oigo una mentira, te corto el cuello. ¿Aceptas estas condiciones?

—Sí, las acepto.

—¿Sí? Entiende esto, estoy pidiendo un juramento. Aun cuando te aparte el cuchillo del cuello, aun cuando haya muerto, aun cuando el cuchillo se oxide y no sirva para nada, el juramento que has hecho junto a su filo seguirá obligándote. ¿Estás preparado para hacer el juramento?

—Estoy preparado —dijo Zahariel—. Haré el juramento.

—Primero di me qué derecho tienes a estar aquí. ¿Quién eres para solicitar la entrada a nuestra reunión? ¿Con qué derecho afirmas ser merecedor de estar entre nosotros?

—He completado la primera parte de mi entrenamiento y mis maestros me han juzgado digno —respondió Zahariel.

—Eso es un comienzo, pero hace falta mucho más que eso para ser bienvenido entre nosotros. Por eso debemos ponerte a prueba.

Zahariel sabía que irían a por él. El maestro Ramiel se lo había dicho el día anterior, aunque, como de costumbre, las palabras del anciano estaban envueltas en sombras y ocultaban tanto como desvelaban.

«Entiende que no puedo decirte mucho», había dicho el maestro Ramiel. «Así no es como se hacen estas cosas. El ritual de iniciación es ancestral. Se remonta a miles de años de la fundación de la Orden. Algunos incluso sostienen que nuestros antepasados pudieron haberlo traído consigo de Terra».

—Comprendo —dijo Zahariel.

—¿Sí? —preguntó su maestro.

Se dio la vuelta para mirar a Zahariel rápidamente, con los ojos ocultos. En el pasado, Zahariel había sentido la necesidad apartar la vista a la intensidad de su mirada, pero ahora miraba directamente a los ojos del anciano.

—Sí, creo que sí —dijo el maestro Ramiel, tras una pausa. Una sonrisa arrugó su erosionado rostro—. Tú eres distinto, Zahariel. Lo vi en tu cara cuando acudiste por primera vez a nuestra orden.

Estaban sentados en una de las muchas salas de prácticas del interior de Aldurukh, donde los caballeros y los suplicantes pasaban el día entrenando las destrezas necesarias para sobrevivir en Caliban. La sala de prácticas estaba vacía, era tan temprano que ni los suplicantes se habían levantado todavía. Normalmente, Zahariel también estaría en la cama, pero un mensaje del maestro Ramiel lo había llevado hasta la sala de prácticas una hora antes del amanecer.

—En el transcurso de esta noche asistirás a tu ceremonia de iniciación en la Orden —dijo el maestro Ramiel—. Durante la ceremonia, harás tu juramento de lealtad y comenzarás tu viaje como caballero de la Orden.

—¿Le gustaría conducirme en el transcurso de la ceremonia? —preguntó Zahariel—. ¿Para que sepa lo que me espera?

Ramiel negó con la cabeza y Zahariel supo que tenía otras cosas en mente.

—A pesar de lo que dicen algunos de nuestros rivales, los caballeros de la Orden no son totalmente inmunes a la atracción de las tradiciones. Entendemos el importante papel que pueden desempeñar en nuestras vidas. Los seres humanos necesitan rituales: aportan significado a su vida diaria y dan peso a nuestros actos. Por descontado, discrepamos de aquellos que sostienen una visión religiosa con tales cosas. No vemos ningún significado sobrenatural en las tradiciones, ya sean las nuestras o las de los demás. Desde nuestro punto de vista, la función más importante de los rituales y las tradiciones no es tener ningún efecto en el mundo exterior, sino dotar de estabilidad y equilibrio al mundo interior de la mente. Si la tradición tiene alguna otra función externa, es crear un sentido social de cohesión. Casi podría describirse como el pegamento que mantiene a nuestra sociedad unida.

El anciano volvió a hacer una pausa.

—Me miras de forma extraña, Zahariel. ¿He tocado algún nervio?

—No —dijo Zahariel—. Sólo estoy cansado, maestro. No esperaba una lección sobre tradición a esta hora de la mañana.

—Cierto; tienes razón, no te he traído aquí para discutir sobre los aspectos sociales de la tradición. Estoy más preocupado por el simbolismo de algunos de los rituales de la Orden. Quiero asegurarme de que entiendes su significado antes de que vengan a por ti.

El maestro Ramiel se puso en pie y se dirigió al centro de la sala. Según las tradiciones de la Orden, en el suelo de la sala de prácticas había una espiral dibujada que se extendía de una punta a otra de la dependencia.

—¿Sabes por qué está esto aquí, Zahariel? ¿La espiral?

—Lo sé, maestro —contestó Zahariel, incorporándose para acercarse a Ramiel—. La espiral es la base de toda la lucha de la Orden, forma parte de sus doctrinas físicas del mismo modo en que el Verbatim es la piedra angular de nuestra disciplina mental.

—Cieno, Zahariel, pero es mucho más que eso. Desde tu primer día te han hecho caminar sobre la espiral del suelo de la sala de prácticas, realizar rutinas de ataque y defensa preestablecidas en las diferentes etapas de tu viaje. ¿Sabes por qué?

Zahariel dudó antes de responder.

—Suponía que se trataba de un antiguo ritual de espada de Terra. ¿No lo es?

—Posiblemente —admitió Ramiel—, pero al practicar rigurosamente la espiral, repitiendo una y otra vez el dibujo día tras día durante años hasta que los movimientos acaban formando parte de ti, dominarás un sistema de defensa personal imbatible.

El maestro Ramiel empezó a hablar de la espiral, y su bastón se movía como en una elaborada danza de ritual de combate.

—Los caballeros de la Orden suelen derrotar a representantes de otras órdenes de caballería en torneos y simulacros de duelo. La espiral es el motivo.

Finalmente, Ramiel alcanzó el centro de la espiral e indicó las líneas que lo rodeaban con un amplio movimiento de su bastón.

—Mira el dibujo que tenemos ante nosotros. Esta sala ha estado aquí desde que se fundó el monasterio de Aldurukh. Mira lo lisos que están los contornos de la espiral en algunas zonas, pulidas por los pies de los miles de guerreros que han caminado por este sendero desde que se puso aquí. Pero ¿qué es la espiral, Zahariel? ¿Qué ves aquí?

—Veo ataque y defensa —respondió Zahariel—. Es el camino hacia la excelencia y hacia la derrota de mis enemigos.

—¿Ataque y defensa? —El maestro Ramiel movió la cabeza al decir estas palabras, como si las estuviese ponderando—. Es una buena respuesta, por lo que a mí respecta. Has hablado como un auténtico guerrero. Pero un caballero ha de ser más que un simple guerrero. Debe ser el guardián y guía de nuestro pueblo. Debe protegerlo de todos sus enemigos, no sólo de los humanos y las bestias. No basta con proteger a nuestro pueblo de las bestias, o de los señores de la guerra y los bandidos. El camino hacia la excelencia es mucho más duro y pedregoso que ése. No, debemos intentar proteger a la población de Caliban de cualquier amenaza que la ataque. Hemos de hacer lo que esté en nuestras manos para protegerlos del hambre y la miseria, de la enfermedad y la malnutrición, del sufrimiento y las privaciones. A la larga, te lo garantizo, es una tarea imposible. Siempre habrá sufrimiento. Siempre habrá dificultades, pero la Orden existe desde hace tanto tiempo que debemos de esforzarnos en derrotar estos males. La medida de nuestro éxito en este caso no está en ganar la batalla, sino en nuestro deseo de librarla. ¿Comprendes?

—Creo que sí, maestro —respondió Zahariel—, pero no veo qué relación guarda con la espiral.

—La espiral es un símbolo antiguo —dijo el maestro Ramiel—. Dicen que fue hallada tallada en una de las tumbas más antiguas de la humanidad. Representa el viaje que hacemos en la vida. Eres joven, Zahariel, y tu experiencia de las cosas es limitada, pero te contaré un misterio de la vida que se revela a medida que un hombre va envejeciendo. Nuestras vidas se repiten. Una y otra vez nos enfrentamos a los mismos conflictos. Llevamos a cabo los mismos actos. Cometemos los mismos errores. Es como si el círculo de nuestra vida estuviese fijado en el mismo punto y repitiese sin fin patrones similares desde el nacimiento hasta la muerte. Algunos lo llaman «el eterno regreso». Lo que es cierto para los individuos también lo es para la humanidad como conjunto. Sólo hay que echar un vistazo a la historia para darse cuenta de que repetir los mismos errores no es sólo una locura de los individuos. Culturas y naciones enteras hacen exactamente lo mismo. Deberíamos haber aprendido, pero por alguna razón, nunca lo hacemos.

—Si es cierto, si la espiral representa nuestras vidas, ¿adónde nos lleva? —preguntó Zahariel, mirando el dibujo que tenían a sus pies—. La espiral nunca llega a su fin. En cualquier lugar en el que las líneas podrían terminar, se vuelven sobre sí mismas y crean un modelo repetido.

—¿A qué te recuerda? —inquirió Ramiel.

Zahariel ladeó la cabeza y respondió:

—Es como una serpiente que se muerde la cola.

—Es un símbolo muy antiguo —asintió Ramiel—, uno de los más antiguos.

—¿Qué significa?

—Es el símbolo del renacimiento y la renovación —dijo Ramiel—. El símbolo del nuevo comienzo y la inmortalidad.

Zahariel asintió, aunque el sentido de mucho de lo que estaba diciendo se le escapaba.

—Si dices que nuestras vidas se repiten, ¿no es lo mismo que las enseñanzas de los religiosos intransigentes? Dicen que después de la muerte nuestros espíritus se reencarnan en cuerpos nuevos. Ellos también hablan de su propia espiral. Dicen que existe en el inframundo y que al recorrerla elegimos el camino de nuestro renacimiento. ¿Es cierto?

—No lo sé —respondió el maestro Ramiel.

Al ver la expresión de la cara de Zahariel, Ramiel volvió a sonreír.

—No te quedes así, Zahariel. Sé que es algo común a todos los suplicantes ver a sus maestros como la fuente de toda sabiduría y conocimiento, pero hasta mi perspicacia tiene un límite. Sólo puedo hablar de los caminos que recorremos en vida. De lo que ocurre después de la muerte, ¿quién sabe? Por propia naturaleza, la muerte es un misterio irresoluble para nosotros. Nadie ha regresado de esos lindes, al menos que yo sepa, así que ¿cómo puede nadie definir su naturaleza? ¿Somos simplemente una colección de procesos físicos que comienza con el nacimiento y termina con la muerte, o hay más en nosotros que eso? Muéstrame al hombre que afirme tener la respuesta a esa pregunta y yo te mostraré a un mentiroso.

Sin esperar sus comentarios, el maestro Ramiel continuó:

—Sin embargo, nos estamos apartando del tema. Te he traído aquí porque quería enfatizar el simbolismo que descansa en nuestras tradiciones. Antes te dije que no podía revelarte mucho acerca de tu próxima ceremonia de iniciación. No sería propio de mí hacerlo. Es mejor que experimentes la ceremonia sin prejuicios. Simplemente quería asegurarme de que sabes que las circunstancias externas de la ceremonia, el ritual y lo que conlleva tienen un significado que se extiende más allá de los aspectos meramente físicos. Todas estas cosas son simbólicas. Recuerda, esto no es sólo una iniciación, sino una ceremonia de renacimiento. Simbólicamente, renacerás de un estado a otro. Harás la transición de suplicante a caballero y de niño a hombre. Mañana, el antiguo Zahariel habrá muerto —dijo finalmente el maestro Ramiel—. Le deseo lo mejor al nuevo Zahariel y que tenga una vida larga y digna.

Fue más un interrogatorio que una prueba.

Zahariel se arrodilló en el suelo de piedra con la cabeza cubierta, las manos atadas y el cuchillo en su cuello. Se arrodilló mientras sus captores ocultos le hacían rápidas preguntas una tras otra. Al principio, lo interrogaron largo y tendido acerca del Verbatim. Insistieron en que recitase pasajes enteros de memoria. Le hicieron explicar el significado de cada pasaje. Le preguntaron sobre su manejo de la espada, si era mejor respondiendo a un ataque descendente a dos manos eludiendo el golpe o parándolo.

—¿Qué tipo de parada? —preguntó la primera voz, tras haber escuchado la respuesta—. Tu oponente es diestro y su golpe viene hacia ti desde una línea diagonal alta. ¿Te desvías hacia la derecha o hacia la izquierda? ¿Le das luego una estocada, una contracuchillada o un puñetazo con tu mano libre? ¿Deberías tener esa mano libre? ¿Dónde llevas la pistola? Contesta rápido.

Y así continuó. Le hicieron preguntas sobre caballos de batalla, sobre la caza de bestias, sobre pistolas, espadas, lanzas, estrategia y supervivencia en la naturaleza. Le preguntaron sobre los peligros de las flores de raíces dulces, los lugares más seguros para buscar cobijo en el bosque durante una tormenta inesperada y cómo diferenciar las huellas de un pájaro mellei y un raptor. Le pidieron que explicase las decisiones que tendría que tomar en caso de emboscada, qué señales debía tener en cuenta un comandante al cerrar un perímetro defensivo y cuál era la mejor forma de atacar a un enemigo que tiene las ventajas tanto de estar en posición elevada como fija.

—¿Cuáles son las bases aceptadas para retar a un caballero de otra orden a un duelo? —le preguntó la segunda voz, que sabía que era la de lord Cypher—. ¿Cómo debería desarrollarse el duelo? ¿Cómo escoges a tus segundos? ¿Qué armas eliges? ¿Dónde debería tener lugar? ¿Es el honor lo único a tener en cuenta, o debe haber más consideraciones? Contesta rápido.

Había más hombres en la sala, estaba seguro, pero sólo tres de sus captores participaban en el interrogatorio. Lo hacían con suavidad, aunque todos ellos contaban con mucha experiencia en estas situaciones, y tras sus respuestas formulaban rápidamente otra pregunta.

A veces, intentando confundirlo, dos de ellos hacían dos preguntan diferentes a la vez. Zahariel no se puso nervioso ni se dejó intimidar, no dejó que las desalentadoras condiciones minasen su confianza. No le importó que no pudiese ver o que tuviese las manos atadas. No le importó tener un cuchillo en la garganta. No fracasaría en la prueba. Había llegado demasiado lejos. No caería en el último obstáculo.

—Esto ha sido una pérdida de tiempo —dijo la tercera voz—. ¿Me oís? Estamos perdiendo el tiempo. Este mocoso nunca será caballero. Poco importa lo que digan sus maestros. No tiene lo que hay que tener. Tengo un sexto sentido para estas cosas. Yo digo que le cortemos el cuello y acabemos de una vez. Siempre podremos encontrar a otro candidato que quiera ser caballero, uno que merezca más ese honor.

Las preguntas del tercer hombre siempre eran las más difíciles. La mayor parte del tiempo no formuló ninguna pregunta. En su lugar, abusaba verbalmente de Zahariel, como si intentase denigrarlo a ojos de los demás. Los otros dos no reaccionaban cuando Zahariel respondía a una pregunta correctamente, pero el tercer hombre siempre respondía con cólera y sarcasmo. En más de una ocasión acusó a Zahariel de tener conocimientos «de libro» en lugar de ser un hombre de acción. Le acusó de carecer de resistencia y fibra. Le dijo a Zahariel que no contaba con la verdad interior necesaria para convertirse en caballero. Una y otra vez, intentó persuadir a sus camaradas de que Zahariel no era lo que estaban buscando.

—Traerá la vergüenza a nuestra orden —dijo la tercera voz, durante una conversación especialmente acalorada con los demás—. Será una vergüenza para nosotros. Es un inútil. Hemos de ser más duros con estas cosas. Una piedra mal puesta en una pared basta para que se derrumbe toda la estructura. Es mejor matarlo, aquí y ahora, que correr el riesgo de que un día pueda destruimos. Debió ser ahogado el día de su nacimiento, como los hijos de la deshonra.

—Demasiado lejos —replicó la primera voz, la del hombre que sostenía el cuchillo contra el cuello de Zahariel—. Cumples tu función, hermano, pero has ido demasiado lejos. El joven que tenemos ante nosotros no ha hecho nada para ganarse tu desdén. Lo tratas con demasiada dureza. Ha demostrado que es merecedor de seguir entrenando con nosotros.

—Es válido —admitió lord Cypher—. Ha pasado la prueba. Ha respondido a todas las preguntas. Yo voto en su favor.

—Al igual que yo —afirmó la primera voz—. ¿Qué hay de ti, hermano? ¿Te ha convencido? ¿Harás que la decisión sea unánime?

—Lo haré —dijo la tercera voz, tras lo que pareció una duda eterna—. He cumplido mi función, pero no tengo dudas desde el principio. Es válido. Voto en su favor.

—Hay acuerdo —anunció lord Cypher—. Pasemos al juramento. Pero antes… Lleva en la oscuridad mucho tiempo. Sacadlo a la luz.

—Cierra los ojos —le ordenó la primera voz, mientras alejaba el cuchillo de su cuello. Zahariel sintió cómo unas manos le quitaban el capuchón que le cubría la cabeza—. Luego espera un momento antes de abrirlos. Tras estar a oscuras, puede que la luz te ciegue.

Levantaron la capucha y, finalmente, vio a los interrogadores.

Al principio, lo único que pudo ver Zahariel fueron formas borrosas y contornos mientras la luz de la sala le apuñalaba los ojos.

Lentamente, su visión se fue restaurando. Los borrones tomaron las formas de cuerpos y caras diferentes. Vio un círculo de caballeros con hábitos que lo rodeaban. Algunos sostenían antorchas y, cuando le cortaron las cuerdas de las muñecas, alzó la vista y vio las caras de los tres interrogadores que lo miraban.

Tal y como esperaba, uno de ellos era lord Cypher, un anciano del que muchos jóvenes suplicantes pensaban que hacía tiempo que había pasado su mejor edad.

Lord Cypher le guiñó un ojo y le echó un vistazo con una mirada que ya estaba a punto de sucumbir a las cataratas. Las otras dos caras pertenecían a dos individuos mucho más impresionantes.

A un lado estaba Sar Luther, una figura fuerte y robusta que apoyó a Zahariel con una cordial sonrisa, animándolo para que no se intimidara con la solemnidad de la ocasión.

Al otro lado había un hombre que ya era una leyenda, del que se rumoreaba que acabaría convirtiéndose en el próximo Gran Maestre de la Orden: Lion El’Jonson.

En sus primeros años de la Orden, fue la vez que Zahariel estuvo más cerca de El’Jonson, y notó que los sentidos y la razón lo abandonaban ante la increíble presencia del guerrero. Era mucho más alto que Zahariel y el joven se sorprendió mirando atentamente al magnífico espécimen leonino, de físico perfecto, con descarado asombro.

—Cuidado, muchacho, tu mandíbula corre peligro de desprenderse. —Luther empezó a reírse.

Zahariel cerró la boca y luchó por disimular su adoración por el León con un éxito moderado. El León pasaba la mayor parte de su tiempo en los bosques, dirigiendo la campaña contra las grandes bestias, y sólo volvía a Aldurukh en contadas ocasiones tras períodos prolongados. De forma que era un honor sin precedentes contar con la atención de una figura tan insigne y entrar a formar parte de la Orden de la mano de una leyenda tan grande.

—Deberíamos acabar ya con esto —apuntó Sar Luther—. Estoy seguro de que a nuestro amigo le gustaría incorporarse lo antes posible.

Mientras hablaba, Zahariel sentía el resonar de la voz de Luther y sabía que su fuerza haría que los hombres lo siguieran a las profundidades del infierno si él les ordenase marchar a su lado.

Había quedado tan asombrado al ver a Lion El’Jonson ante él que casi había olvidado a Luther por completo. Más tarde, se le ocurrió que había sido bendecido por partida doble. Su ceremonia de iniciación había sido oficiada por dos de los hombres más grandes de su era: El’Jonson y Luther. Si bien era cierto que Luther no podía equipararse en ninguna forma a la extraordinaria estatura y musculatura de El’Jonson, resultaba una figura exactamente igual de ejemplar y heroica. Cada uno a su manera, ambos eran gigantes.

—Tu tono es inapropiado —dijo lord Cypher, fijando sus ojos medio ciegos en Luther—. La iniciación de un nuevo miembro de la Orden no es momento para ligerezas. Es un tema sobrio y serio. Casi podría describirse como sagrado.

—Debes disculpar a mi hermano, lord Cypher —intervino El’Jonson, posando una de sus enormes manos en el hombro del anciano en un ademán conciliador—. No ha pretendido ofender. Simplemente es consciente de que hay otros asuntos apremiantes que requieren nuestra atención.

—No hay nada más importante que la iniciación de un nuevo suplicante —observó lord Cypher—. El joven que tenemos ante nosotros sigue en el umbral. Ha venido hacia la luz, pero aún ha de hacer su juramento. Hasta entonces, no será uno de nosotros. Ha llegado el momento de derramar sangre.

Se volvió hacia Zahariel y le puso la hoja contra la palma de la mano.

El corte recorrió en diagonal su palma izquierda y le causó un instante de dolor, pero era poco profundo y sólo pretendía derramar sangre para fines ceremoniales. Era simbólico, tal y como el maestro Ramiel le había dicho.

En el clímax de la ceremonia se realizó el juramento.

—Zahariel, ¿juras por tu sangre que protegerás al pueblo de Caliban?

—Lo juro —afirmó.

—¿Juras acatar las reglas y restricciones de la Orden y nunca revelar sus secretos?

—Lo juro.

—De hoy en adelante, considerarás a todos los caballeros de la Orden tus hermanos y nunca alzarás la mano contra ellos si no es en forma de duelo judicial o una sanción por cuestión de honor. Debes de jurarlo por el dolor de tu futura muerte.

—Por mi muerte, lo juro —respondió.

Hubo un momento particularmente escalofriante en el juramento, ya que lord Cypher sostenía el cuchillo ante Zahariel para permitirle ver su cara reflejada en la superficie junto a la mancha roja de su sangre en el filo de la hoja.

—Has hecho un juramento de sangre —dijo lord Cypher—. Te has comprometido. Pero ahora has de ir más allá. —Lord Cypher giró la hoja para que quedase plana sobre la palma de su mano—. Pon la mano en el cuchillo y jura por el compromiso más sangriento y vinculante. Esta hoja ya ha probado tu sangre. Te ha cortado la palma. Sea este cuchillo el guardián de tus votos. Si algún acto futuro demuestra que las palabras que has pronunciado aquí son mentiras, que el cuchillo que te ha cortado la palma te corte la garganta. Júralo.

—Lo juro —dijo Zahariel colocando la mano sobre el cuchillo—. Si las palabras que hoy he pronunciado son mentiras, que este cuchillo me corte la garganta.

—Ya está, entonces —asintió lord Cypher, satisfecho—. Tu antigua vida ha muerto. Ya no eres el muchacho llamado Zahariel El’Zurias, hijo de Zurias El’Kaleal. De hoy en adelante ya no hablarás de linaje ni de los antepasados de tus padres. Ya no eres noble ni plebeyo. Todo eso queda atrás. Desde este momento eres un caballero de la Orden. Has vuelto a nacer. ¿Comprendes?

—Comprendo —respondió Zahariel y su corazón se llenó de orgullo.

—Levántate, entonces —le ordenó lord Cypher—. Ya no hay razón para arrodillarse. Estás entre hermanos. Aquí todos somos hermanos. Yérguete, Zahariel de la Orden.