—¿PORQUÉ —quiso saber Vane mientras subía la escalera principal con paso firme— están tan convencidos de que se trata de Gerrard?
—Porque —contestó Patience en tono mordaz— no son capaces de imaginar ninguna otra cosa. Esto es una broma de chiquillos, por lo tanto tiene que ser Gerrard. —Mientras Vane alcanzaba el final de la escalera, continuó diciendo, en tono cáustico—: Henry carece por completo de imaginación, y lo mismo le ocurre al general. Son un par de mastuerzos. A Edmond le sobra imaginación, pero no tiene el menor interés en darle una aplicación práctica. Es tan irresponsable que se lo toma todo a broma. Edgar es prudente a la hora de sacar conclusiones, pero su timidez le impide siempre tomar decisiones. En cuanto a Whitticombe… —Hizo una pausa, agitando los senos, entornando los ojos—. Ese es un santurrón aguafiestas que disfruta llamando la atención sobre las presuntas faltas de los demás, siempre con ese aire de superioridad insoportable.
Vane la miró de soslayo.
—Está claro que el desayuno no le ha sentado bien.
Patience reprimió una exclamación. Miró adelante y entonces se fijó en lo que la rodeaba, y le resultó desconocido.
—¿Adónde me lleva?
—La señora Henderson le ha acondicionado una de las antiguas salitas, así los otros no la molestarán a menos que usted los llame voluntariamente.
—Antes las ranas criarán pelo. —Tras unos momentos, Patience miró a Vane y, en tono muy distinto, le preguntó—: Usted no cree que haya sido Gerrard, ¿verdad?
Vane bajó la vista hacia ella.
—Estoy seguro de que no ha sido Gerrard.
Patience abrió mucho los ojos.
—¿Ha visto al culpable?
—Sí y no. Sólo alcancé a vislumbrarlo cuando atravesaba un tramo de niebla menos densa. Trepó a una roca, sosteniendo la luz en alto, y vi su silueta recortada por el resplandor. A juzgar por su corpulencia, se trataba de un hombre adulto. La estatura es difícil de calcular desde cierta distancia, pero todavía es más difícil equivocarse en la corpulencia. Llevaba puesto un gran abrigo, como con una especie de capelina, aunque la impresión que me dio no era la de una prenda barata.
—¿Pero está seguro de que no era Gerrard?
Vane miró a Patience, cómodamente instalada en sus brazos.
—Gerrard pesa todavía demasiado poco para confundirlo con un hombre hecho y derecho. Estoy plenamente seguro de que no era él.
—Mmm. —Patience frunció el ceño—. ¿Y qué me dice de Edmond? Es más bien delgado. ¿Lo eliminamos a él también?
—Creo que no. Tiene los hombros lo bastante anchos como para llenar bien un abrigo, y con su estatura, si caminaba cargado de hombros, ya fuera para protegerse del frío o porque estaba representando el papel del «Espectro», podría tratarse del hombre que vi.
—Bien, sea como sea —dijo Patience, con el rostro iluminado—, ya puede poner fin a esas opiniones difamatorias de que el Espectro es Gerrard. —Pero el rostro iluminado le duró diez pasos, luego volvió a fruncir el ceño—. ¿Por qué no ha limpiado el nombre de Gerrard ahora mismo, en el comedor del desayuno?
—Porque —contestó Vane sin hacer caso del súbito timbre helado de su voz— es bastante obvio que hay alguien, alguien que estaba sentado a la mesa, que está bastante contento de que todos piensen que el Espectro es Gerrard. Alguien desea que Gerrard haga de chivo expiatorio, para desviar la atención de sí mismo. Y dadas las aptitudes mentales que usted ha descrito con tanta exactitud, esos caballeros resultan sumamente fáciles de engañar. Basta con presentarles el asunto del modo adecuado, y ellos se lo creen alegremente. Por desgracia, como ninguno de ellos es tonto del todo, resulta difícil discernir cuál de ellos está dirigiendo el engaño.
Se detuvo frente a una puerta; Patience, con gesto distraído, se inclinó hacia delante y la abrió. Vane terminó de empujarla con el hombro y pasó al interior.
Tal como había dicho, se trataba de una salita, pero no de uso habitual. Se encontraba al final del ala de la casa que albergaba el dormitorio de Patience, situado un piso más abajo. Las ventanas eran altas casi hasta el techo. Se veía a las claras que las doncellas habían pasado por allí y habían retirado las sábanas que protegían los muebles del polvo, limpiado a fondo y rehecho el enorme sofá cama de forja estilo Imperio colocado frente a los amplios ventanales.
Estos, con las cortinas recogidas, dejaban ver una zona de arbustos y un trecho de vegetación salvaje —la mayor parte de los jardines de la mansión eran silvestres—, e incluso las copas castaño doradas del bosque que se extendía más allá.
Era el panorama más agradable que cabía encontrar en aquella estación.
Un poco más a la derecha estaban las ruinas; a lo lejos, la cinta color gris del río Nene se abría paso por entre lozanos prados. Patience podía contemplar el paisaje recostada en el diván. Como la habitación estaba en el primer piso, su intimidad estaba garantizada.
Vane la llevó en brazos hasta el diván y la depositó sobre él con cuidado.
Luego le ahuecó los cojines y los dispuso cómodamente a su alrededor.
Patience se recostó y observó cómo Vane colocaba un cojín tapizado bajo su dolorido tobillo.
—Y bien, ¿cuáles son sus intenciones respecto del Espectro?
Vane la miró a los ojos y, a continuación, alzando una ceja, regresó despacio hasta la puerta… y dio vuelta a la llave en la cerradura. Después volvió igualmente despacio y se sentó en la cama al lado de Patience, con una mano apoyada en el respaldo de hierro forjado del diván.
—Ahora, el Espectro sabe que anoche lo siguieron, es decir, que, de no ser por su inoportuno accidente, bien podrían haberlo atrapado.
Patience tuvo la elegancia de ruborizarse.
—Todos los que viven en la casa —prosiguió Vane clavando sus ojos en los de Patience—, el Espectro incluido, se están dando cuenta de que yo conozco bien la mansión, posiblemente mejor que ellos. Soy una amenaza real para el Espectro, y creo que a continuación no se dejará ver y aguardará a que yo me haya ido para aparecer de nuevo.
Patience hizo un esfuerzo para hacer honor a su nombre y apretó con fuerza los labios.
Vane sonrió, comprendiendo.
—Así pues, si lo que queremos es tentar al Espectro para que se quede, sospecho que lo más sensato sería que hiciéramos ver que yo aún estoy dispuesto a aceptar la idea de que el culpable es Gerrard, el candidato más obvio. —Patience frunció el entrecejo. Estudió el frío gris de sus ojo y abrió la boca para decir algo—. Yo creo —continuó Vane antes de que ella pudiera hablar— que a Gerrard no le hará ningún daño que los huéspedes de la casa piensen lo que se les antoje, al menos en un futuro mediato.
El ceño de Patience se acentuó.
—No ha oído lo que han dicho. —Cruzó los brazos por debajo de los senos—. El general lo llamó mozalbete.
Vane levantó las cejas.
—Una gran falta de sensibilidad, estoy de acuerdo, pero me parece que usted subestima a Gerrard. Una vez que sepa que todas las personas que importan saben con seguridad que es inocente, dejará de preocuparse por lo que piensen los demás. Sospecho que lo considerará un juego emocionante, una conspiración para dar caza al Espectro.
Patience entrecerró los ojos.
—Quiere decir que así es como se lo va a presentar a él.
Vane sonrió.
—Yo diría que reaccionará a cualquier calumnia que le lancen con un actitud de aburrimiento y desdén. —Alzó las cejas—. Es posible que incluso cultive una sonrisa de superioridad.
Patience intentó dirigirle una mirada de reproche. Estaba segura que, como guardiana de Gerrard, no debía dar su conformidad a semejantes planes. Y sin embargo le parecieron acertados: se daba cuenta que el plan de Vane era el más rápido para suscitar de nuevo la seguridad de Gerrard en sí mismo, y eso era, por encima de cualquier otra cosa, lo que más le importaba a ella.
—Se le dan bien estas cosas, ¿verdad? —Y no se refería tan sólo a que entendiera a Gerrard.
La sonrisa de Vane se transformó en un ademán de pícaro.
—Hay muchas cosas que se me dan bien.
Había bajado la voz hasta convertirla en un ronroneo profundo. Se acercó un poco más a Patience. Patience intentó con todas sus fuerzas no hacer caso del tornillo que sentía enroscarse lentamente en su pecho. Mantuvo los ojos fijos en los de él, cada vez más cerca, resuelta a no permitir, por nada del mundo, que su mirada se deslizara hasta aquellos labios. Cuando notó que el corazón comenzaba a latirle más fuerte, levantó una a con aire desafiante y preguntó:
—¿Como cuáles?
Los besos; los besos se le daban verdaderamente bien.
Para cuando Patience llegó a aquella conclusión, ya estaba sin aliento, totalmente hipnotizada por las embriagadoras sensaciones que iban dominándola poco a poco, en una lenta espiral. La seguridad con que Vane tomó posesión de sus labios, de su boca, la dejó aturdida… pero de forma placentera. Los labios duros de él se posaron sobre los suyos, y ella se ablandó, no sólo ablandó la boca sino también todos sus músculos, todos sus miembros. Comenzó a invadirla un calor lento, una marea de sencillo placer que parecía no tener mayor significado, mayor importancia. Era placer, simple placer.
Con un suspiro inexpresado, levantó los brazos y los enroscó alrededor del cuello de Vane. Él se acercó. Patience se estremeció al sentir el movimiento pausado de su lengua contra la de ella y devolvió la caricia osadamente; notó cómo se tensaban los músculos que tocaban sus manos. Cobrando valor, apretó los labios contra la boca de Vane, y la deleitó comprobar su reacción inmediata. Lo duro se transmutó en más duro: labios, músculos, todo se volvió más definido, todo adquirió mayor nitidez.
Era fascinante: Ella se ablandaba y él se endurecía.
Y detrás de aquella dureza bullía el calor, un calor que ambos compartían, que fue subiendo de temperatura igual que fiebre, enardeciendo el placer. Aparte de la caricia de sus labios, Vane no la había tocado, y sin embargo ardían todos y cada uno de los nervios de su cuerpo, vibrantes de sensaciones.
Aquella marea de calor se extendió, se hinchó, aumentando cada vez más.
Y entonces se sintió arrebolada, inquieta… llena de deseo.
En aquel momento notó el movimiento de unos dedos duros sobre sus pechos que la hicieron lanzar una exclamación ahogada, no de pánico sino de pura sorpresa. Sorpresa por la punzada de placer que le inundó todo el cuerpo, por el fuerte cosquilleo que se extendió por su piel. Aquellos dedos cobraron fuerza y tomaron posesión de su carne suave y extrañamente inflamada… que de inmediato se inflamó aún más. La mano de Vane se cerró y los dedos se movieron sobre su seno; entonces su carne acalorada se endureció y quedó tensa, hormigueante.
El juego apasionado de las lenguas de ambos y el calor de la mano de Vane resultaban en verdad enloquecedores. Cuando Vane acarició el pezón, Patience exclamó de nuevo. Con algo parecido al asombro, y los sentidos concentrados en las yemas de los dedos de Vane, se maravilló por su propia reacción a aquel contacto, por la ola de calor que la recorrió de arriba abajo, por la singular tensión que notaba en los pezones.
Jamás había imaginado que aquellas sensaciones existieran siquiera, apenas podía creer que fueran reales. Y sin embargo las caricias continuaron, excitándola, abrasándola. Y tuvo que preguntarse qué más no sabía.
Qué más cosas le quedaban aún por experimentar.
Haciendo uso hasta del último gramo de pericia bajo su mando, Vane la llevaba cada vez más lejos. Su falta total de resistencia lo habría hecho preguntarse, si no hubiera percibido ya su curiosidad, a qué se debía la intención calmosa y calculada que brillaba en los ojos de Patience. Estaba dispuesta, incluso ansiosa, y el hecho de saber eso desataba poderosamente su propia pasión. Pero la mantuvo a raya, consciente de que ella no era una mujer lasciva, que nunca había vivido aquella experiencia, y que, a pesar de su ingenua seguridad y de su disposición abierta, su confianza implícita era un objeto frágil que muy fácilmente podía romperse en pedazos por un exceso de arte amatoria.
Patience era ingenua, inocente, necesitaba que la amaran con ternura, que la condujeran despacio hacia la pasión, que la paladearan con lentitud.
Tal como él la paladeaba ahora, teniendo para sí la suavidad de su boca, la firmeza de su pecho bajo las caricias de su mano. Su inocencia resultaba refrescante, y también embriagadora, adictiva, cautivadora.
Vane ladeó la cabeza y ahondó el beso a lo largo de varios segundos hasta que por fin se apartó y dejó libres los labios de Patience. Pero no sus pechos.
Aguardó, sin dejar de acariciar aquellos montículos agrandados, primero uno, luego el otro, esperando… Hasta que vio refulgir los ojos de Patience. Le sostuvo la mirada y después, muy pausadamente, muy despacio, posó los dedos en el primer botón del corpiño.
Los ojos de Patience se abrieron como platos bajo los párpados entrecerrados; sus senos se elevaron al tiempo que aspiraba aire con brusquedad. La súbita liberación del primer botón supuso casi un alivio. Sus sentidos vibraron intensamente conforme los dedos de Vane iban descendiendo hacia el botón siguiente; percibía cada uno de los latidos de su propio corazón a medida que, uno tras otro, las minúsculas bolitas perladas iban soltándose de sus anclajes.
Y entonces el corpiño se abrió lentamente.
Por espacio de un instante suspendido en el tiempo, no estuvo segura de lo que quería, no sabía si siempre había deseado saber lo que venía a continuación. Pero la vacilación duró tan sólo un segundo, el segundo que tardó Vane en apartar con suavidad la tela del corpiño y sus dedos en deslizarse al interior del mismo.
Un leve tirón, y la camisola resbaló hacia abajo. Entonces llegó el primer contacto tentador de las yemas de aquellos dedos en su piel, un contacto que causó un auténtico torbellino en sus sentidos. Pasmada y boquiabierta, profundamente embelesada, con todos los nervios de su cuerpo sensibilizados al contacto de Vane, a la caricia de su mano, a aquellos dedos largos y duros que se cerraban sobre su seno.
Vane observó su reacción con los ojos entornados, atento a la pasión que iluminaba su mirada. Centellearon chispas de oro puro en aquellos lagos de color avellana mientras él acariciaba con suavidad su piel sedosa. Sabía que debía besarla, distraerla de lo que vendría a continuación… pero el impulso incontrolable de ser testigo, de saber su reacción al comprender lo que iba haciendo él y llenarse los sentidos de ella, era mucho más fuerte.
De modo que, muy despacio, desplazó la mano y cerró los dedos con ademán seguro sobre un pezón erecto.
Patience dejó escapar una exclamación, un sonido agudo que llenó el espacio.
Instintivamente se arqueó para apretarse con más fuerza contra la dura palma que rodeaba su seno, buscando alivio a la aguda sensación que la estaba traspasando… una y otra vez, con mayor insistencia.
Entonces Vane inclinó la cabeza y sus labios buscaron los de Patience.
Patience se aferró al beso, se amarró a él como si fuera una ancla a la que sujetarse en medio de aquel mundo que de pronto se había transformado en un torbellino. Puntas de calor serpentearon por su cuerpo, oleadas de intenso placer invadieron la médula de sus huesos y se arremolinaron en sus ingles. Se agarró de los hombros de Vane y a su vez devolvió el beso, de repente desesperada por saber, por sentir, por aplacar el deseo que le palpitaba en las venas.
Y de súbito, Vane interrumpió el beso. Cambió de postura y sus labios Se posaron en la garganta. Ya no estaban fríos, sino que avanzaban a lo largo de su cuello dejando un rastro ardiente a su paso. Patience apoyó la cabeza sobre los cojines y luchó por recuperar la respiración.
Pero sólo para volver a, perderla un segundo más tarde.
Los labios de Vane se cerraron alrededor de un pezón prieto y enhiesto, y Patience se creyó morir. Con una exclamación ahogada, asió todavía con más fuerza los hombros de Vane clavando los dedos en la piel. Con movimientos firmes, Vane empezó a succionar con suavidad… y Patience sintió que temblaba la tierra. La dejó estupefacta el calor que irradiaba la boca de él, el movimiento húmedo de su lengua, que la escaldaba, y no pudo evitar un gemido apagado.
Aquel sonido, vivamente femenino, agudamente evocador, atrapó la atención de Vane y aguzó todos sus instintos de cazador. Surgió más fuerte el deseo, se disparó la necesidad. Se desbocaron sus demonios, atraídos por el canto de sirena de ella, y lo instaron a continuar. Vane sintió crecer aquel impulso, tenso, turbulento, potente. El deseo lo abrasaba por dentro. Aspiró aire con fuerza…
Y entonces se acordó. Se acordó de todo lo que casi había olvidado, de todo lo que la vívida reacción de Patience había barrido de su mente. Esta era una maniobra de seducción que tenía, que necesitaba realizar con total perfección.
Esta vez había algo más que el acto en sí. Seducir a Patience Debbington era demasiado importante para precipitarse; conquistar sus sentidos, su cuerpo, era sólo el primer paso. No la quería para una sola vez, sino para toda la vida.
De modo que respiró hondo, sujetó las riendas y reprimió sus impulsos. Algo dentro de él emitió un quejido de frustración, pero cerró su mente ante la implacable llamada de su excitación.
Y se dedicó a mitigar la de Patience.
Sabía cómo se hacía; había niveles de cálido deseo en el que podían flotar las mujeres, ni de buen grado ni por la fuerza, sino simplemente arrastradas por un mar de placer. Con manos y labios, boca y lengua, calmó su carne enfebrecida, extrajo las punzadas del deseo, el vértigo de la pasión, y la llevó poco a poco hacia aquel placentero mar.
Patience se encontraba más allá de todo entendimiento; lo único que conocía era la paz, la calma, la profunda sensación de placer que la inundaba por entero. Contenta, se dejó llevar por la marea, permitió que sus sentidos se agudizasen. El torbellino que la tenía desorientada se aquietó por fin; su mente recuperó la tranquilidad.
La plena conciencia, cuando llegó, no supuso sorpresa alguna; el contacto ininterrumpido de las manos de Vane, la habilidad de las caricias de sus labios y su lengua, eran algo familiar, no una amenaza.
Entonces recordó dónde estaban.
Intentó abrir los ojos, pero sentía una gran pesadez en los párpados. Encontró justo el aliento necesario para susurrar:
—¿Y si entrara alguien?
Terminó la frase en un suspiro. Vane alzó la cabeza apartando la boca de su seno y flotó sobre ella el retumbar de su voz:
—La puerta está cerrada con llave, ¿no te acuerdas?
¿Que si se acordaba? Con los labios de Vane sobre los suyos, con aquellos dedos acariciando su pecho, a Patience le costaba incluso recordar su propio nombre. Sentía una paz que la mantuvo distendida, notaba cómo sus sentidos se amortiguaban lentamente, cómo se iba relajando cada uno de sus músculos.
Vane había reparado en las oscuras ojeras que mostraban sus ojos, y no lo sorprendió que estuviera a punto de dormirse. Poco a poco fue aminorando las caricias hasta que por fin se detuvo. Después, con cuidado, se apartó de ella y sonrió… al fijarse en la dulce sonrisa que curvaba los labios de Patience, inflamados por los besos, y en el leve resplandor que le iluminaba el rostro.
Y entonces la dejó dormir.
Patience no estaba segura de en qué momento se percató de que Vane se había ido. Soñolienta, abrió los ojos y en lugar de verlo a él vio las ventanas.
Pero la cálida placidez que la invadía era demasiado profunda para abandonarla, de modo que sonrió y cerró los ojos de nuevo.
Cuando por fin se despertó, ya había transcurrido la mañana. Parpadeó y abrió bien los ojos, y se incorporó un poco sobre el diván. Y entonces frunció el entrecejo.
Alguien había dejado su labor de bordado sobre la mesa que había junto al diván. Rebuscó entre la niebla de sus recuerdos y entonces recordó vagamente haber visto a Timms, así como una mano que le acariciaba el pelo.
También recordó una mano que le acariciaba los pechos. Parpadeó, y a su mente acudieron en tropel otros recuerdos, otras sensaciones. Abrió mucho los ojos y dijo en voz alta:
—No, eso debe de haber sido un sueño.
Sacudió la cabeza, pero no consiguió mitigar la nitidez de las sensuales imágenes que surgían en su mente una tras otra. Miró hacia abajo para disipar aquella molesta incertidumbre… y la incertidumbre cristalizó en hechos.
Tenía el corpiño desabrochado.
Horrorizada, musitó una imprecación y se lo abotonó rápidamente.
—¡Crápulas!
Miró a su alrededor con un ceño de mil demonios, y su mirada colisionó con la de Myst. La pequeña gata gris se encontraba cómodamente instalada sobre una mesa auxiliar, con las dos patas delanteras recogidas con primor.
—¿Has estado ahí todo este tiempo?
Myst abrió y cerró sus grandes ojos azules y se limitó a mirarla fijamente.
Patience sintió que el rubor ascendía a sus mejillas y se preguntó si era posible sentir vergüenza ante un gato, de lo que podría haber presenciado ese gato.
Pero antes de que pudiera decidirse al respecto, se abrió la puerta y entró Vane. La sonrisa que lucía en la cara, que curvaba aquellos fascinantes labios suyos, fue más que suficiente para que Patience jurase para sus adentros que jamás, por nada del mundo, le daría el gusto de saber cuán alterada se sentía.
—¿Qué hora es? —inquirió en un tono de indiferencia.
—Hora de almorzar —contestó el lobo.
Sintiéndose igual que Caperucita Roja, Patience fingió un bostezo y a continuación estiró los brazos y le hizo un gesto a Vane para que se acercara.
—Entonces ya puede llevarme al comedor.
La sonrisa de Vane se hizo más pronunciada. Con elegante agilidad, se acercó y la tomó en brazos.
La entrada de ambos en el comedor no pasó inadvertida para nadie. Allí se encontraban el resto de los huéspedes, todos reunidos alrededor de la mesa.
Con una notable excepción: La silla de Gerrard estaba vacía.
Minnie y Timms sonrieron con benevolencia cuando Vane depositó a Patience en su asiento. La señora Chadwick se interesó por su estado con maternal cortesía. Patience respondió a las señoras con sonrisas y palabras de amabilidad… e ignoró por completo a los hombres.
Excepto a Vane; a él no podía ignorarlo. Aun cuando sus sentidos se lo hubieran permitido, no se lo permitía él, pues insistía en establecer una conversación general acerca de temas inofensivos y en absoluto provocadores.
Cuando Henry, estimulado por el ambiente de calma que reinaba en el comedor y con el pretexto de servirle un poco más de jamón, trató de engatusarla con una sonrisa y una pregunta cortés sobre su rodilla, Patience lo dejó helado con una contestación glacial y notó que, por debajo de la mesa, la rodilla de Vane daba un empujoncito a la suya. Se volvió y lo taladró con una mirada inocente; él aguantó el envite con ojos inexpresivos y acto seguido la arrojó sin piedad al centro de la conversación.
Cuando, una vez terminado el almuerzo, la tomó de nuevo en brazos, Patience no estaba de muy buen humor. No sólo tenía los nervios en tensión por el ambiente que se respiraba en la mesa, sino que además Gerrard no se había presentado.
Vane la llevó hasta su saloncito privado y la acomodó sobre el diván.
—Gracias —dijo ella acomodando los cojines. Seguidamente se recostó sobre ellos y tomó su bordado. Dirigió a Vane una mirada rápida, algo torva, y a continuación sacudió con un remango la labor.
Él se apartó unos pasos y observó cómo sacaba de su bolsa varias bobinas de colores, y después se acercó despacio a la ventana. El día había amanecido despejado, pero ahora se estaba cubriendo de nubes que tornaban el cielo gris.
Miró atrás y estudió a Patience. Estaba sentada entre las almohadas y los cojines, con la labor de costura en las manos y varias bobinas esparcidas a su alrededor. Pero tenía las manos quietas y una expresión ausente en el semblante.
Vane titubeó, pero apretó los labios y se volvió para encararse a ella.
—Si lo desea, puedo ir a buscarlo.
Hizo la oferta como no dándole importancia, dejándole la posibilidad de rechazarla sin resultar ofensiva.
Patience levantó la vista con una expresión difícil de interpretar. Al momento acudió el color a sus mejillas, y Vane supo que era porque se estaba acordando de todas las acusaciones que le había hecho sólo dos días antes. Pero Patience no bajó el rostro, no desvió la mirada de él. Al cabo de unos instantes de reflexión, dijo afirmando con la cabeza:
—Si no le importa, le estaría muy… —Dejó la frase en suspenso y parpadeó, pero no pudo evitar que la palabra aflorase a sus labios—. Agradecida. —Le temblaron al decirlo, y bajó la vista.
Al momento siguiente Vane se encontraba ya a su lado. Apoyó los dedos bajo su barbilla y le levantó la cara. La contempló largamente con una expresión indescifrable, y luego se inclinó y le rozó los labios con los suyos.
—No se preocupe, lo encontraré.
Ella le devolvió el beso de manera instintiva. Entonces, lo agarró de la muñeca, lo retuvo un momento para escrutar su rostro y, tras darle un breve apretón, lo dejó marchar.
Cuando la puerta se cerró tras él, Patience lanzó un profundo suspiro.
Acababa de depositar su confianza en un caballero elegante. Más aún, le había confiado lo más preciado para ella que había en el mundo. ¿Le había ofuscado el entendimiento? ¿O era que simplemente había perdido la cabeza?
Pasó un minuto entero con la vista fija en la ventana sin ver nada; luego frunció el ceño, sacudió la cabeza en un gesto negativo, se encogió de hombros y retornó a su labor. No merecía la pena resistirse a los hechos; sabía que Gerrard estaba a salvo con Vane, más que con ningún otro caballero de Bellamy Hall, más que con ningún otro caballero que ella hubiera conocido en su vida.
Además, recapacitó mientras sacaba la aguja, ya puesta a reconocer cosas sorprendentes, bien podía admitir que se sentía también aliviada, aliviada por el hecho de que estuviera allí Vane y de que ya no fuera ella la única protección de su hermano.
En lo que se refería a reconocer cosas sorprendentes, esta última se llevaba la palma.
—Vaya, debes de estar muerto de hambre, a estas alturas. —Vane soltó el zurrón que acarreaba sobre la hierba, al lado de Gerrard, el cual dio un brinco igual que un gato escaldado.
El joven miró en derredor y después contempló a Vane, que procedió a sentarse en el parche de hierba que coronaba el viejo cerro.
—¿Cómo ha sabido que estaba aquí?
Con la mirada perdida en el horizonte, Vane se encogió de hombros.
—Lo supuse. —Una sonrisa divertida tocó sus labios—. Has escondido bien el caballo, pero has dejado un montón de pistas.
Gerrard dejó escapar un bufido. Posó la mirada en el zurrón, lo acercó a sí y lo abrió.
Mientras Gerrard masticaba pollo frío y pan, Vane se dedicó a estudiar el paisaje con mirada ociosa. Al cabo de un rato sintió en la cara los ojos de Gerrard.
—Yo no soy el Espectro, ¿sabe?
Vane alzó las cejas con gesto arrogante.
—Pues sí, lo sé.
—¿Ah, sí?
—Mmm. Anoche lo vi. No lo bastante bien para reconocerlo, pero sí lo suficiente para saber a ciencia cierta que no eras tú.
—Oh. —Tras unos instantes, Gerrard continuó—: Todo eso que dicen respecto de que yo soy el Espectro, en fin, siempre ha sido una bazofia. Quiero decir, como si yo fuera tan tonto como para hacer algo así estando cerca mi hermana. —Soltó un bufido de burla—. Naturalmente que tuvo que ir a fisgonear. Verá, Patience es peor que yo. —Un segundo después, preguntó—: Patience se encuentra bien, ¿verdad? Me refiero a lo de la rodilla.
La expresión de Vane se volvió seria.
—Su rodilla está todo lo bien que cabe esperar. Tendrá que estar unos días sin caminar, lo cual, como ya te imaginarás, no está mejorando su carácter. Pero por el momento está preocupada… por ti.
Gerrard se sonrojó. Bajó la vista y tragó saliva.
—Perdí los nervios. Supongo que será mejor que regrese. —Y empezó a recoger el zurrón.
Pero Vane lo detuvo.
—Sí, será mejor que regresemos para que ella deje de preocuparse, pero no me has preguntado por nuestro plan.
Gerrard levantó la vista.
—¿Qué plan?
Vane se lo expuso.
—Así que, como ves, necesitamos que continúes comportándote —hizo un ademán exagerado— exactamente igual que hasta ahora: Como un bobo al que le han torcido la nariz.
Gerrard rio.
—Está bien, pero se me permite que haga algún comentario de desprecio, ¿no?
—Todos los que quieras, pero no te olvides de tu papel.
—¿Lo sabe Minnie? ¿Y Timms?
Vane afirmó con la cabeza y se incorporó.
—Y también están al tanto Masters y la señora Henderson. A Minnie y a Timms se lo he dicho esta mañana. Como el personal de servicio es todo de fiar, no me parecía que mereciera la pena no informarlos, y además así podremos valernos de cuantos pares de ojos podamos.
—Así que —dijo Gerrard estirando las piernas y poniéndose de pie— dejaremos que parezca que sigo siendo el principal sospechoso, casi ya convicto, y esperaremos al Espectro…
—O el ladrón, no te olvides de que en ese sentido también eres el principal sospechoso.
Gerrard asintió.
—Así que esperaremos y nos mantendremos atentos a que haga el próximo movimiento.
—Eso es. —Vane comenzó a descender del repecho—. En este momento, eso es todo cuanto podemos hacer.