Capítulo 4

PARA cuando llegó al patio de los establos, Patience ya se había rebelado.

Vane Cynster no era un mentor adecuado para Gerrard, pero, dada la evidencia que tenía ante los ojos, Gerrard ya había empezado a sentir por él un insano respeto que muy fácilmente podía conducir a la adulación.

El culto al héroe. Peligrosa emulación.

Todo estaba muy claro en su cabeza.

Llevando sobre el brazo la cola de su traje de montar de terciopelo lavanda, entró en el patio haciendo ruido con los tacones sobre el enlosado. Su lectura de la situación se confirmó al instante.

Vane estaba sentado con elegancia sobre un macizo caballo de caza de color gris, controlando sin esfuerzo la inquieta bestia. Junto a él, a lomos de un castrado de color castaño, se hallaba Gerrard, charlando sin parar. Parecía más feliz, más relajado que nunca desde que habían llegado. Patience lo notó, pero, detenida en las sombras del arco del establo, su atención seguía estando fija en Vane Cynster.

Su madre le había señalado con frecuencia que los «auténticos caballeros» lucían un aspecto particularmente atractivo a caballo.

Conteniendo un gesto de desdén —reacción normal a aquel comentario, que, invariablemente, hacía referencia a su padre—, Patience tuvo que admitir de mala gana que ahora comprendía a qué se refería su madre: Había algo en el poderío controlado de aquel hombre, que dominaba y controlaba el poder de la bestia, que hacía que se le formara un nudo en el estómago.

El ruido de los cascos ahogó el sonido de sus pisadas; estuvo contemplando la escena por espacio de un minuto más, y por fin se sacudió mentalmente y prosiguió su camino.

Grisham tenía ya ensillada y aguardando su montura favorita, una yegua de color tostado. Apoyó un pie sobre el escabel y se subió a la silla. Se arregló las faldas y tomó las riendas.

—¿Lista?

La pregunta procedía de Vane. Patience afirmó con la cabeza.

Naturalmente, él encabezó la marcha.

La mañana los saludaba, clara y despejada. El limpio cielo se veía salpicado por algunas nubes de color gris claro, el olor a tierra mojada lo impregnaba todo. Su primera parada fue un cerro situado a unos cuatro kilómetros de la casa.

Vane había tranquilizado su caballo con una serie de galopes cortos que a Patience le costó mucho no observar fijamente. Después se colocó al trote junto a su yegua.

Gerrard montaba al otro lado. Ninguno de ellos habló, contentos de contemplar el paisaje y dejarse refrescar por el aire frío.

Patience coronó el altozano y, tras frenar su montura junto a Vane, miró a su alrededor. A su lado, Gerrard escudriñó el horizonte para valorar el panorama. Giró en su silla y miró la fuerte pendiente que se elevaba por detrás de Vane cubriendo un extremo del cerro.

—Ten. —Entregó las riendas a su hermana y desmontó—. Voy a contemplar la vista.

Patience miró hacia Vane, que estaba sentado sobre su caballo con engañosa tranquilidad y las manos cruzadas sobre el pomo de la silla. Sonrió calmosamente a Gerrard, pero no hizo amago de acompañarlo. Él y Patience contemplaron cómo el muchacho se esforzaba por subir la empinada ladera del repecho. Al llegar a la cumbre, agitó la mano y miró alrededor. Al cabo de un momento, se sentó en el suelo con la mirada fija en la lejanía.

Patience sonrió y posó su mirada en la cara de Vane.

—Me temo que podría pasarse horas enteras así. Actualmente esta enamorado de los paisajes.

Para su sorpresa, los ojos grises que la miraban no mostraron ninguna señal de alarma al oír aquello. Al contrario, Vane curvó sus largos labios.

—Ya lo sé —dijo—, me ha mencionado esa obsesión, por eso le he hablado del viejo altozano de enterramientos. —Hizo una pausa y luego añadió, todavía con la mirada fija en Patience e intensificando la sonrisa—: La vista es espectacular. —Le chispearon los ojos—. Está garantizado que mantiene cautiva la atención de un artista en ciernes durante un considerable espacio de tiempo.

Patience, con la mirada clavada en los ojos grises de él, experimentó una sensación de hormigueo en la piel. Parpadeó y frunció el entrecejo.

—Muy amable por su parte.

Y se volvió para contemplar el paisaje ella misma. Y de nuevo experimentó aquella extraña sensación, una especie de percepción que se deslizaba por sus nervios y los dejaba más sensibles. Era de lo más peculiar. Lo habría atribuido a la caricia de la brisa, pero el viento que soplaba no era tan frío.

A su lado, Vane alzó las cejas sin abandonar su sonrisa de depredador. El traje que llevaba Patience no era nuevo, ni seguía la moda, pero le marcaba las curvas y destacaba la suavidad de las mismas provocándole un urgente deseo de llenar los brazos con aquel calor. El caballo se agitó; Vane lo calmó.

—Minnie ha comentado que usted y su hermano son de Derbyshire. ¿Sale mucho a montar cuando están allí?

—Todo lo que puedo. —Patience volvió la vista hacia él—. Me gusta este ejercicio, pero las rutas que hay en las inmediaciones de la Grange están más bien restringidas. ¿Conoce usted la zona de los alrededores de Chesterfield?

—No en concreto. —Vane sonrió—. Se encuentra un poco más al norte que los territorios por los que suelo ir de caza.

«¿Caza de zorros… o de mujeres?». Patience reprimió un gesto de desprecio.

—A juzgar por su conocimiento de estos lugares —miró el cerro que tenían al lado—, deduzco que ya ha venido antes por aquí.

—Con frecuencia, cuando era niño. Muchos veranos pasé aquí unas semanas con mi primo.

Patience dejó escapar una exclamación.

—Me sorprende que Minnie haya sobrevivido.

—Al contrario, estaba encantada con nuestras visitas. Siempre disfrutaba de nuestras hazañas y nuestras aventuras. —Al ver que Patience no hacía más comentarios, Vane añadió con suavidad—: A propósito, Minnie me ha hablado de los extraños robos que se han cometido en la casa. —Patience levantó la vista; él atrapó su mirada—. ¿Era eso lo que estaba usted buscando en el parterre de flores? ¿Algo que había desaparecido?

Patience vaciló, mirándolo a los ojos, y después afirmó con la cabeza.

—Me dije a mí misma que Myst debía de haberlo tirado por la ventana, pero busqué por todas partes, en la habitación y entre las flores. No lo encontré por ningún lado.

—¿Y qué era?

—Un pequeño jarrón de plata. —Esbozó la forma de un jarroncito—. Como de unos diez centímetros de alto. Lo tenía desde hacía años… No creo que tenga precisamente mucho valor, pero…

—Preferiría tenerlo a no tenerlo. ¿Por qué se preocupó tanto de no mencionarlo anoche?

Patience, endureciendo el semblante, miró a Vane a los ojos.

—No irá usted a decirme que los caballeros de la casa no han mencionado esta mañana en el desayuno que opinan que Gerrard es quien anda detrás de todos estos extraños sucesos, el Espectro, como lo llaman, y también de los robos.

—Resulta que sí lo han mencionado, pero nosotros, es decir Gerrard, yo mismo y, sorprendentemente, Edmond, hemos replicado que esa idea carece de fundamento.

El sonido impropio de una dama que emitió Patience fue bastante elocuente: Irritación, frustración y tolerancia demasiado forzada.

—En efecto —coincidió Vane—, así que ahora tiene un motivo más para estarme agradecida. —Al ver que Patience se volvía hacia él, frunció el ceño y dijo—: Y con Edmond, por desgracia.

A pesar de sí, Patience estuvo a punto de sonreír.

—Edmond sería capaz de contradecir a esos viejos simplemente por gastar una broma. No se toma nada en serio, aparte de su musa.

—Creo firmemente en usted.

En lugar de distraerse con aquello, Patience siguió estudiando el rostro de Vane. Este alzó una ceja:

—Ya se lo he dicho —murmuró, sosteniéndole la mirada—, estoy decidido a ponerla en deuda conmigo. Mientras esté yo aquí no tiene por qué preocuparse de la actitud de esos caballeros para con Gerrard.

No creía que su orgullo le permitiera aceptar la oferta franca de un ancho hombro que la protegiera de las pullas y dardos de la actual sociedad de Bellamy Hall; el hecho de que ofreciera su ayuda disfrazada de maquinaciones de un libertino permitiría, así lo esperaba, que ella dejara correr el asunto con un encogimiento de hombros y un frío comentario.

Pero en cambio, lo que recibió fue una mirada ceñuda.

—Bien, le agradezco que haya intentado meterlos en cintura. —Patience miró hacia donde estaba Gerrard, todavía comunicándose con el horizonte—. Pero ya ve porque no he querido armar revuelo con lo de mi jarrón. No se les ocurriría más que echarle la culpa a Gerrard.

Vane enarcó las cejas en un gesto poco comprometedor.

—Sea como sea. Si desaparece algo más, dígamelo, o dígaselo a Minnie, o a Timms.

Patience lo miró frunciendo el entrecejo.

—¿Qué…?

—¿Quién es ese? —Vane señaló con un gesto de cabeza un jinete que se acercaba trotando hacia ellos.

Patience lo observó y lanzó un suspiro.

—Hartley Penwick. —Aunque su expresión seguía siendo serena, su tono de voz se alteró—. Es el hijo de uno de los vecinos de Minnie.

—¡Bien hallada, mi querida señorita Debbington! —Penwick, un apuesto caballero ataviado con chaqueta de espiga y pantalones de pana, y que montaba un fornido ruano, le dedicó a Patience una reverencia más amplia de lo que dictaba la elegancia—. Confío en que se encuentre bien.

—Así es, señor. —Patience hizo un gesto en dirección a Vane—. Permítame que le presente al ahijado de lady Bellamy. —Hizo una breve presentación de Vane y agregó la información de que este se había detenido a refugiarse de la tormenta de la noche anterior.

—Ah. —Penwick estrechó la mano de Vane—. De modo que su visita tiene el carácter de un alto forzado por las circunstancias. Supongo que pronto reemprenderá su viaje. El sol está secando los caminos, y en este atrasado lugar no hay nada que pueda compararse con las actividades del mundillo social.

Si hubiera declarado abiertamente que deseaba que Vane se fuera, no podría haber sido más explícito. Vane sonrió, un gesto en el que exhibió todos sus dientes.

—Oh, no tengo prisa.

Penwick enarcó las cejas. Su mirada, en alerta desde el instante mismo en que había visto a Vane, se endureció.

—Ah… Piensa tomarse un descanso reparador, imagino.

—No. —La mirada de Vane se tornó más gélida, su dicción más precisa—. Simplemente pretendo darme un placer.

Aquella información no le gustó a Penwick. Patience estaba a punto de intervenir para proteger a Penwick de su posible aniquilación, cuando este, buscando la persona que correspondía al tercer caballo, miró hacia arriba.

—¡Santo cielo! ¡Baja de ahí, tunante!

Vane parpadeó y miró. El tunante, con los ojos pegados al horizonte, fingía sordera. Al volverse oyó decir a Patience en tono altanero:

—No pasa nada en absoluto, señor. Está contemplando el paisaje.

—¡El paisaje! —Penwick lanzó un bufido—. Las laderas de ese cerro son empinadas y resbaladizas. ¿Y si se cayera? —Miró a Vane—. Me sorprende, Cynster, que usted haya permitido al joven Debbington embarcarse en esa locura de plan que sin duda alguna va a trastornar la sensibilidad de su hermana.

Patience, que de repente ya no estaba tan segura de que Gerrard se encontrara a salvo, miró a Vane.

Este, con los ojos fijos en Penwick, levantó despacio las cejas.

Seguidamente volvió la cabeza y se topó con la mirada de potencial preocupación de Patience.

—Tenía entendido que Gerrard tiene diecisiete años.

Ella parpadeó.

—Así es.

—Bien, pues. —Vane se reclinó en su silla de montar, relajando los hombros—. Diecisiete es una edad más que suficiente para ser responsable de la seguridad de uno mismo. Si se rompe una pierna al bajar, será enteramente culpa suya.

Patience se lo quedó mirando… y se preguntó por qué sus labios insistían en volverse hacia arriba. Los ojos de Vane se posaron en los de ella; la calma y la seguridad firme como una roca que vio en ellos la tranquilizaron… y le devolvieron la confianza en Gerrard.

La risa mal disimulada que flotó por encima de ellos obligó a Patience a enderezar los labios y volverse hacia Penwick.

—Estoy segura de que Gerrard es más que capaz de arreglárselas solo.

Penwick estuvo a punto de fruncir el ceño.

—Aquí viene Edmond. —Patience miró más allá de Penwick, a Edmond, que instaba a su montura a subir el cerro—. Creía que estaba usted atrapado por su musa.

—He luchado para desembarazarme de ella —informó Edmond con una ancha sonrisa. Saludó a Penwick con un gesto de cabeza y después se volvió otra vez hacia Patience—. Pensé que a lo mejor le agradaba tener más compañía.

Aunque el semblante de Edmond mostraba ingenuidad, a Patience le quedaban escasas dudas de lo que estaba pensando. Luchó contra el impulso de mirar a Vane para ver si también él había captado la indirecta. Estaba bastante segura de que sí, desde luego no era nada tonto.

Esto último quedó confirmado por el grave murmullo que se deslizó junto a su oído derecho:

—Precisamente hemos estado admirando el paisaje.

En aquel instante, antes incluso de volverse hacia él, volvió a inundarla aquella sensación de hormigueo, más intensa, más perversa y sugerente que antes. Patience contuvo la respiración y se negó a mirarlo a los ojos; permitió que su mirada se levantase únicamente hacia sus labios. Los vio temblar y por fin distenderse en una sonrisa burlona.

—Y aquí está Chadwick.

Patience reprimió un gemido. Al volver la cabeza confirmó que, en efecto, Henry venía hacia ellos al trote. Apretó los labios; había salido a montar sólo porque ninguno de ellos había manifestado interés en hacerlo… y ahora allí estaban todos, incluso Penwick, acudiendo a rescatarla.

¡Ella no necesitaba que la rescatara nadie! ¡Ni que la protegiera! No corría el menor peligro de sucumbir a los encantos de libertino de ningún «caballero elegante». Tuvo que admitir que no se había dado el caso de que Vane le hubiera lanzado cebo alguno. Tal vez estuviera pensándoselo, pero sutilmente dejó que los otros parecieran cachorros que forcejeaban inútilmente y que, en su precipitación, no hacían sino lanzar ladridos.

—Hace un día tan bueno que no he podido resistir la tentación de dar un buen paseo a caballo —dijo Henry sonriendo con simpatía a Patience; a esta le vino a la mente la imagen de un cachorrito jadeante, con la lengua fuera a modo de esperanzada sonrisa canina.

—Ahora que ya estamos todos —dijo Vane recalcando las palabras—, ¿les parece que continuemos con el paseo?

—Muy bien —convino Patience. Lo que fuera, con tal de abreviar aquella farsa de reunión.

—Gerrard, baja ya, tu caballo se ha olvidado de por qué está aquí. —La orden de Vane, pronunciada en un tono de hastío, no provocó en el muchacho más que una leve risita.

Se incorporó, se estiró, hizo un gesto de cabeza a Patience y acto seguido desapareció por el otro lado del montículo. Al cabo de unos minutos reapareció al nivel del suelo sacudiéndose el polvo de las manos. Dedicó una amplia sonrisa a Vane, saludó con la cabeza a Edmond y a Henry e hizo caso omiso de Penwick. Al tomar las riendas de manos de Patience le dirigió una sonrisa rápida y después se subió a la silla.

—¿Nos vamos?

Un levantamiento de ceja y un breve gesto de la mano acompañaron a la pregunta. Patience se puso rígida y se lo quedó mirando fijamente. Sabía con exactitud de quién había aprendido Gerrard aquellos pequeños gestos.

—¿Qué tal el paisaje? —Edmond puso su caballo a la par que el de Gerrard.

Ambos descendieron del repecho a la cabeza de la comitiva. El muchacho contestó encantado describiendo diversas panorámicas y explayándose en el juego de luces, nubes y neblinas.

Patience, con la vista fija en su hermano, puso su caballo a continuación del de él. Eso provocó gran consternación: Como Vane se mantuvo sin moverse a su derecha, Penwick y Henry pelearon por la posición de la izquierda. Gracias a una mayor destreza de movimientos, Penwick se alzó con el premio y dejó a Henry malhumorado en la retaguardia. Patience suspiró para sus adentros y tomó nota mentalmente de mostrarse amable con Henry.

Al cabo de tres minutos, con gusto habría estrangulado a Penwick.

—Me satisface, señorita Debbington, saber que posee usted la suficiente perspicacia para darse cuenta de que me guía únicamente el más sincero interés por su bienestar. —Así empezó Penwick. De ahí pasó a—: No puedo por menos que estar convencido de que no le hace ningún bien a su sensibilidad de hermana, a esas tiernas emociones de las que están tan bien dotadas las mujeres de la nobleza, el hecho de verse constantemente mortificada por las travesuras juveniles pero tristemente desconsideradas de su hermano.

Patience mantuvo la vista fija en los campos y dejó que le resbalara la disertación de Penwick. Sabía que él no iba a darse cuenta de que estaba pensando en otra cosa. Otros hombres siempre sacaban lo peor de Penwick; en este caso, lo peor era que creía de forma inamovible en su propio criterio, combinado con la certeza inquebrantable de que ella no sólo compartía su misma opinión, sino que además iba, sin duda, camino de convertirse en la señora Penwick. Patience no alcanzaba a comprender cómo había llegado Penwick a semejante conclusión, ya que ella jamás le había dado el menor pie para pensarlo.

Sus portentosas declaraciones pasaron sobre ella sin pena ni gloria. Henry se agitó en su silla y después tosió, y por fin intervino diciendo:

—¿Creen que volverá a llover?

Patience se aferró aliviada a aquella tonta pregunta y se valió de ella para hacer cambiar de tema a Penwick, cuya otra obsesión, aparte del sonido de su propia voz, eran sus tierras. Gracias a unas cuantas preguntas ingenuas, puso a Henry y Penwick a discutir sobre el efecto de las recientes lluvias sobre las cosechas.

Durante todo aquel tiempo, Vane no dijo nada. No tuvo necesidad de ello.

Patience estaba bastante segura de cuáles eran sus pensamientos, tan desengañados como los de ella. Su silencio era más elocuente, más poderoso, más capaz de repercutir en sus sentidos, que la palabrería pedante de Penwick o la cháchara vulgar de Henry.

A su derecha percibía una sensación de seguridad, un frente que no necesitaba, por el momento, defender. Eso le proporcionaba la silenciosa presencia de Vane. Suspiró para sus adentros; otra cosa más, supuso, por la que debía estarle agradecida. Estaba demostrando ser muy diestro en aquella forma de maniobrar tranquila, arrogante, sutil pero implacable que ella asociaba con los «caballeros elegantes». No la sorprendía; desde el principio lo había clasificado como un experto en tales prácticas.

Se centró en Gerrard y lo oyó reír. Edmond se volvió para sonreírle y luego regresó a su conversación con Gerrard. Este hizo algún comentario y lo subrayó con el mismo gesto indolente de la mano que había utilizado antes.

Patience apretó los dientes. No había nada de malo, per se, en aquel gesto, aunque Vane lo hacía mejor. A sus diecisiete años, las manos de artista de Gerrard, aunque estaban bien formadas, aún tenían que adquirir la fuerza y la madurez que poseían las de Vane Cynster. Cuando él realizaba dicho gesto, exhibía un poder masculino que Gerrard todavía estaba por alcanzar.

Pero una cosa era copiar ademanes, y otra… A Patience la preocupaba que la emulación de Gerrard no se detuviese ahí. Con todo, razonó lanzando una mirada fugaz a Vane, que cabalgaba en silencio a su lado, se trataba sólo de un gesto o dos. Pese a lo que opinaba Penwick, ella no era una mujer abrumada por absurdas debilidades. Tal vez tuviera una conciencia más aguda de Vane Cynster y de sus propensiones, tal vez estuviera más vigilante que con otros hombres; pero no parecía haber un motivo real para intervenir.

Todavía.

En aquel momento Gerrard soltó una carcajada y se apartó de Edmond; espoleó su caballo y lo situó junto al de Vane.

—Tenía la intención de preguntarle —sus ojos centelleaban de entusiasmo al mirar a Vane a la cara— por esos caballos suyos.

Una distracción que tuvo lugar al otro lado obligó a Patience a volver la vista hacia allí, de modo que no llegó a oír la contestación de Vane. Tenía una voz tan profunda, que cuando miraba hacia otro lado Patience no lograba discernir lo que decía.

La distracción resultó ser Edmond, que se aprovechó de que Penwick estaba distraído con Henry para insinuarse con su montura entre la de Penwick y Patience.

—¡Por fin! —Edmond ignoró alegremente la mirada ofendida de Penwick—. He estado esperando para poder solicitar su opinión sobre mi último poema. Es para la escena en la que el abad se dirige a los hermanos errantes.

Y procedió a declamar el producto más reciente de su inventiva.

Patience hizo rechinar los dientes; literalmente, no sabía qué hacer.

Edmond esperaba que le hiciera un comentario inteligente acerca de su trabajo, que él se tomaba con toda la seriedad que no dedicaba a asuntos más mundanos. Por otra parte, estaba desesperada por saber qué le estaba diciendo Vane a Gerrard. Mientras una parte de su cerebro escuchaba las rimas de Edmond, no dejaba de aguzar el oído para captar lo que decía Gerrard.

—¿Así que el pecho es importante? —preguntó el chico.

Retumbar, retumbar.

—Oh. —Gerrard hizo una pausa—. En realidad yo creía que una indicación bastante clara era el peso.

Como contestación, se oyó retumbar un poco más.

—Entiendo. De modo que si tienen gran vitalidad…

Patience miró a su derecha; Gerrard estaba ahora más cerca de Vane.

Ni siquiera oía ya su mitad de la conversación.

—¡Y bien! —Edmond respiró hondo—. ¿Qué opina usted?

Patience volvió la cabeza al instante y se topó con la mirada del joven.

—No ha captado mi atención. Tal vez necesite retocarlo un poco. Oh. —Edmond se quedó desinflado, pero no vencido. Frunció el ceño y dijo—: En realidad, creo que tiene usted razón.

Patience no le hizo caso y acercó más su yegua al caballo de Vane. Este la miró; tanto sus ojos como sus labios mostraban una expresión ligeramente divertida. Patience tampoco hizo caso de aquello, y se concentró en lo que decía.

—Suponiendo que estén bien de peso, el siguiente criterio más importante son las rodillas.

¿Las rodillas? Patience parpadeó.

—¿Piernas largas? —sugirió Gerrard. Patience se puso en tensión.

—No necesariamente —repuso Vane—. Funcionan bien, no cabe duda, pero ha de haber fuerza en la zancada.

Aún seguían hablando de caballos de carruajes; Patience estuvo a punto de suspirar de alivio. Continuó escuchando, pero no oyó nada más que resultara siniestro. Sólo caballos. Ni siquiera las apuestas o las carreras. Frunciendo el ceño para sus adentros, se relajó en la silla de montar.

Sus sospechas acerca de Vane eran fundadas, ¿no? ¿O quizás estaba exagerando?

—Aquí es donde me despido de ustedes.

La ácida declaración de Penwick interrumpió las meditaciones de Patience.

—Muy bien, señor. —Le ofreció la mano—. Ha sido muy amable al acompañarnos. Le mencionaré a mi tía que hemos recibido su visita.

Penwick parpadeó.

—Oh, sí… es decir, confío en que haga llegar mis saludos a lady Bellamy.

Patience esbozó una fría sonrisa de cortesía e inclinó la cabeza. Los caballeros asintieron a su vez; el gesto de Vane contenía además una pizca de amenaza, aunque Patience no habría sabido decir cómo consiguió transmitirla.

Penwick hizo volver grupas a su caballo y se alejó al galope.

—¡Bien! —Libres ya de la presencia incisiva y reprobatoria de Penwick, Gerrard sonrió—. ¿Qué tal si echamos una carrera hasta los establos?

—Estás perdido. —Edmond recogió las riendas. El sendero que conducía a los establos discurría al otro lado de un prado abierto. Era un recorrido en línea recta, sin vallas ni zanjas que entorpecieran el paso.

Henry soltó una risita de satisfacción y dirigió una mirada a Patience.

—Supongo que yo también me apunto.

Gerrard miró a Vane, que sonrió.

—Les daré ventaja… Salgan ya.

Gerrard no esperó más. Lanzó un silbido y espoleó con fuerza su caballo.

Edmond hizo ademán de darle caza, igual que hizo Henry, pero, cuando Patience clavó los talones en los costados de su yegua, salieron al mismo tiempo que ella.

Patience galopó en pos de su hermano dejando que la yegua corriera a rienda suelta; Gerrard llevaba mucha delantera, sin rivales. Los otros tres hombres frenaron sus monturas para mantenerse al paso, más corto, de la yegua.

¡Qué ridículo! ¿De qué podía servirles a ninguno de ellos mantenerse a su lado en campo abierto? Patience luchó por conservar un semblante sereno, por no sonreír de oreja a oreja y sacudir la cabeza ante la estupidez de los hombres. Conforme se iban acercando al sendero, no pudo resistirse a lanzar una mirada fugaz hacia Vane.

Sin moverse de su derecha, y gobernando con facilidad su caballo, Vane la miró a su vez… y levantó una ceja en un gesto de desaprobación hacia sí mismo. Patience rio, y al instante brilló una luz en los ojos de Vane. El sendero se acercaba; miró hacia delante. Cuando volvió a fijarse en Patience, la luz de sus ojos se había vuelto más dura, más afilada.

Acercó su caballo, agobiando a la yegua. Esta reaccionó alargando la zancada. Henry y Edmond se quedaron rezagados, obligados a mantenerse en la retaguardia mientras los otros dos corrían veloces hacia el sendero, cuya anchura permitía cabalgar juntos dos caballos a la vez.

Poco después estaban pasando por debajo del arco de entrada del patio.

Patience detuvo a su yegua, aspiró hondo y miró a su espalda; Edmond y Henry venían bastante detrás.

Gerrard, que había ganado la carrera, soltó una carcajada y puso su caballo a hacer cabriolas. Enseguida acudieron corriendo Grisham y los mozos de cuadra.

Patience miró a Vane y vio que estaba desmontando… pasando la pierna por encima de la silla y deslizándose hasta el suelo, aterrizando sobre sus pies.

Parpadeó, y al instante lo tuvo junto a ella.

Sus manos se cerraron alrededor de su cintura.

Casi lanzó una exclamación cuando él la levantó de la silla como si no pesara más que una niña pequeña. No la bajó de golpe, sino que la hizo descender despacio hasta depositarla de pie junto a la yegua. A menos de treinta centímetros de él. La sostuvo entre sus manos; ella sintió cómo aquellos largos dedos se flexionaban, notó las yemas a uno y otro lado de su columna vertebral, los pulgares sobre la sensible cintura, y se sintió… cautiva.

Vulnerable. El semblante de Vane era una dura máscara, su expresión era intensa. Con la mirada clavada en la de él, Patience sintió las piedras del patio bajo los pies, pero aun así el mundo no dejaba de darle vueltas.

Era él la causa de aquellas sensaciones tan peculiares. Pensó que tenía que serlo, pero es que nunca había experimentado aquellas sensaciones… y las que ahora la recorrían de arriba abajo eran mucho más fuertes que las que había experimentado antes. Era su contacto el culpable, el contacto de sus ojos, el contacto de sus manos. Ni siquiera tenían la necesidad de tocar piel para hacer reaccionar hasta la última partícula de su cuerpo.

Patience tomó aire con dificultad. Por un extremo de su campo visual advirtió un movimiento que la hizo cambiar el foco. Hacia Gerrard. Lo vio desmontar de un modo exactamente igual que Vane. Sonriendo de oreja a oreja y rebosante de orgullo y buen humor, el joven se dirigía hacia ellos.

Vane se volvió y soltó suavemente a Patience.

Esta de nuevo aspiró con dificultad y luchó por recobrar el equilibrio en su cabeza. Puso una sonrisa en sus labios dedicada a Gerrard… y continuó respirando profundamente.

—Una maniobra muy astuta, Cynster. —Edmond, sonriendo con gesto amistoso, desmontó de la forma acostumbrada.

Patience se fijó en que era una manera mucho más lenta que la que había empleado Vane.

Henry desmontó también; Patience tuvo la impresión de que a este no le había gustado ver cómo Vane la ayudaba a apearse del caballo. Pero dirigió una de sus sonrisas afables a Gerrard.

—Enhorabuena, muchacho. Nos has vencido en justa y honrada liza.

Lo cual era cargar demasiado las tintas. Patience lanzó una mirada rápida a su hermano, esperando algo menos que una respuesta elegante; pero en lugar de eso, el chico, que estaba de pie junto a Vane, se limitó a enarcar una ceja y sonreír con aire desenfadado.

Patience apretó los dientes. De una cosa estaba segura: No estaba exagerando nada.

Vane Cynster se estaba extralimitando, iba demasiado deprisa, al menos en lo que se refería a Gerrard. En cuanto a lo demás, lo de estimular los sentidos de ella, sospechaba que simplemente se estaba divirtiendo sin ninguna intención seria. Como ella no era propensa a dejarse seducir, al parecer no había motivo para llamarle la atención al respecto.

En cambio, lo de Gerrard…

Reflexionó sobre la situación mientras los mozos se llevaban los caballos.

Durante unos instantes, los cuatro hombres permanecieron juntos en el centro del patio; un poco apartada, los estudió a todos, y reconoció que no podía reprochar a Gerrard que hubiera elegido emular a Vane; era el macho dominante.

Como si percibiera su mirada, Vane se volvió. Alzó una ceja y a continuación, con innata elegancia, le ofreció el brazo. Patience se armó de valor y lo aceptó. Ya en grupo, se dirigieron hacia la casa.

Edmond los abandonó frente a la puerta de entrada, ellos subieron la escalera principal y después Gerrard y Henry se separaron camino de sus habitaciones. Todavía del brazo de Vane, Patience entró despacio en la galería. Su habitación se encontraba en el mismo pasillo que la de Minnie; la de Vane se hallaba en el piso inferior.

No merecía la pena expresar en voz alta su desaprobación a no ser que hubiera verdadera necesidad de ello. Patience se detuvo en la arcada que partía de la galería, desde donde cada uno tomaría un camino distinto. Patience retiró la mano del brazo de Vane y levantó la vista hacia su rostro.

—¿Piensa quedarse mucho tiempo?

Él la miró a su vez.

—Eso —dijo en un tono de voz muy quedo— depende en gran medida de usted.

Patience miró sus ojos grises… y se quedó petrificada. Tenía paralizado cada uno de los músculos del cuerpo, de la cabeza a los pies.

La idea de que él se estuviera divirtiendo, sin ninguna intención seria, desapareció de pronto… borrada por la expresión de sus ojos.

La intención que había en sus ojos.

No habría estado más clara si la hubiera expresado con palabras.

Valientemente, y sacando fuerzas de donde no creía tenerlas, Patience alzó la barbilla y obligó a sus labios a curvarse lo justo para formar una sonrisa serena.

—Creo que descubrirá que se equivoca.

Pronunció aquella frase con suavidad, y vio que él apretaba la mandíbula.

Entonces la recorrió por entero una premonición de intenso peligro y no se atrevió a decir nada más. Con la sonrisa todavía en los labios, inclinó la cabeza con ademán altivo y seguidamente, con un remango, cruzó la arcada y corrió a la seguridad que le ofrecía el pasillo.

Vane la dejó marchar observándola con los ojos entrecerrados, viendo cómo balanceaba las caderas al caminar. Se quedó en la arcada hasta que ella llegó a la puerta de su habitación y la oyó cerrarla después de entrar.

Entonces, muy despacio, sus facciones se relajaron y apareció en sus labios una sonrisa Cynster. Si no podía escapar del destino, entonces, ipso-facto, tampoco podría escapar ella. Lo cual quería decir que Patience sería suya. Y dicha perspectiva se fue haciendo más atrayente a cada minuto.