78
Hacia el interior de la gruta, la sala principal del mar. Billy estaba completamente calmado.
Apareció en medio de un estallido de fragmentos de pared. Estaban las construcciones coralinas, la salmuera que lo cubría todo, grandes peces que yacían inmóviles. En un rincón había un inmenso cuerpo fofo, algo que no pudo discernir, aunque vio unos ojos que los observaban desde una pila de carne. Los pistogranjeros habían abandonado la sala para salir en busca de Saira.
Estaba el kraken en su tanque, que ahora estaba vacío de conservante, a excepción de una fina capa. Estaba Byrne, con un libro de algo parecido a la magia negra debajo del brazo, la botella de Grisamentum en la mano. La enorme jeringa sobresalía de la piel del kraken. Byrne lo estaba acariciando, estimulando al animal muerto de un modo que parecía obsceno.
¡El kraken se estaba moviendo!
Las cuencas vacías de sus ojos se contrajeron. El último remanente de formol diluido en salmuera chapoteó cuando el animal se volvió. Sus brazos se estiraban y destorcían, demasiado débil aún para revolverse, con la piel aún escabrosa y sin rejuvenecer, pero el kraken estaba vivo, o no muerto. Era un zombi. Un no muerto.
Presa del pánico ante el repentino punto y final a su muerte, esputaba tinta negra-marrón-gris oscura. Se estrellaba contra la parte interna de su tanque, y se estancaba junto a aquel último líquido en el que yacía el kraken.
Billy vio a Byrne hacer ademán de coger la jeringa. La vio moverse. Disparó. El recipiente que contenía a Grisamentum explotó.
* * *
Byrne chilló al tiempo que cristal, tinta y sangre de su mano lacerada estallaban ante ella, cayéndole entre los dedos. La tinta se esparció por el suelo, disipándose en las corrientes de la casa vacía. Un pistogranjero volvió a entrar y miró atentamente a Byrne y la marea de tinta que la cubría por delante. Billy bramó con un triunfante «¡Jaaaa!» y retrocedió hasta haber entrado de nuevo en la cocina.
—¡Collingswood! —gritó.
—¿Qué? —oyó. Billy miró a través de la puerta y vio al kraken moverse.
—¿Lo tienes? —gritó Collingswood.
—Lo tenía —dijo Billy con un resuello de júbilo—. Lo he roto, está…
Byrne estaba susurrando al interior del tanque. Estaba vertiendo gotas, escurriendo la tinta que le empapaba la camiseta sobre la tinta del kraken.
—Mierda —dijo Billy. Siguió mirando fijamente—. Cuánto…
El mundo le respondió.
¿Cuánto Grisamentum necesita mezclar con la tinta del kraken para integrarlo en él?
El mundo se lo mostró: no mucho.
* * *
Gran parte de Grisamentum estaba rabiando en silenciosa liquidez, mientras las salpicaduras de las pisadas lo dispersaban. Sin embargo, su visir logró escurrir un pequeño vaso de él, henchido de sabiduría krakenista tras su voraz aprendizaje, estrujado al interior del tanque. Se impregnó y se unió. Se mezcló con la tinta del kraken, tinta asimismo, las dos tintas, una nueva, y cambió.
El líquido del tanque empezó a burbujear. El calamar zombi aleteaba y se revolvía y cabeceaba contra el plexiglás. Su tinta estaba en efervescencia.
Billy disparó al tanque, con urgencia. Lo perforó de lleno, desprendiendo fragmentos, y sus balas impactaron contra el denso cuerpo del kraken. El líquido de dentro no fluyó por los agujeros. Mantuvo la forma del tanque, contrarrestando la gravedad. Una presencia aglutinada en un ser arremolinado a partir de las tintas unidas, hombre quemado y escrituras de kraken. Una voz hecha de burbujeo se rió.
El líquido oscuro se elevó. Un pilar, la forma de un hombre que se reía y señalaba. Que levantaba ambos brazos.
Y empezó a reescribir reglas.
De forma que la pared que ocultaba a Billy desapareció. No se hundió, no se evaporó, no se derrumbó, sino que, en lugar de eso, simplemente no había estado allí, era sin ser. Ahora la cocina entera formaba parte de la sala de estar, sin fregadero ni cubiertos, llena de sofás y librerías, mojados por los restos de mar.
La pistola que tenía Billy en la mano ya no estaba. Porque Grisamentum escribió que no había pistolas en esa habitación.
—Oh, Dios mío —logró articular Billy, y la tinta de Grisamentum escribió «No» en su consciencia. Ni siquiera Dios: él era las propias reglas que Dios escribía. Los pistogranjeros dieron un traspié. Byrne se estaba riendo, elevándose por el aire, arrastrada por el jefe al que amaba.
Billy sintió que se instalaba algo muy desesperado y peligroso, el cierre de algo abierto a través de todo, a medida que la historia empezaba a doblarse por voluntad de otro. Sintió que algo se preparaba para reescribir el cielo.
La tinta se juntó, formando una esfera que planeaba sobre el tanque. Algunos hilos de tinta tomaban forma de palabras y cambiaban cosas. Escritas en el aire.
El kraken miró a Billy con la carencia de sus ojos. Se movía. Sufría espasmos. Sin miedo, miraba, sin dolor. Conteniéndolo. Conteniéndolo. ¿Dónde estaba su ángel? ¿Su héroe del frasco de cristal?
Esto es un fiasco. Casi podía haber estallado en una carcajada ante tan extraña formulación. Era la catástrofe, el desastre, la, la palabra, perseveraba extrañamente tenaz en su cabeza, fiasco.
Abrió los ojos. Esa palabra significaba recipiente.
Es todo una metáfora, recordó Billy. Es persuasión.
—No es un kraken —dijo.
El dios tinta no lo oyó hasta que volvió a decirlo, y toda la atención del mundo, distraída, se concentró en él.
—No es un kraken y no es un calamar —dijo Billy.
El ser sin ojos que había en el tanque sostuvo la mirada.
—Un kraken es un kraken —dijo Billy—. No tiene nada que ver con nosotros. ¿Eso? Eso es un espécimen. Lo sé. Yo lo hice. Es nuestro.
Un gesto consternado cruzó el rostro de Byrne al tiempo que ella giraba sobre su eje. Magia de bote, pensó Billy. La tinta se estremeció.
—El caso es —dijo Billy, en súbitos arranques de adrenalina—, el caso es que los krakenistas pensaban que yo era un profeta de los krákenes por lo que había hecho, pero nunca lo fui. Lo que soy…
Aunque fuera por error; aunque fuera un malentendido, una broma que se torció; aunque fuera algo improvisado; ¿cómo se elige a un mesías?
—Lo que yo soy es un profeta del bote. —Un poder accidental del cristal y de la memoria—. Así que yo sé qué es eso.
Junto a Billy había de nuevo un fregadero, y la pared estaba volviendo, algunos centímetros de ella. El kraken embotellado sopló por su sifón. La pared creció.
—No es ni un animal ni un dios —dijo Billy—. No existió hasta que yo lo conservé. Es mi espécimen.
Las nuevas reglas estaban siendo anuladas. Billy sentía el transcurso de la lucha. Veía que la pared se encogía y crecía, que estaba allí y dejaba de estar y había estado y no había estado; se sintió capaz de estar en pie y de no estar; sintió que el puto cielo cambiaba de forma y se reorganizaba, como siguiendo las instrucciones escritas y sometidas a borrado en un duelo caligráfico que la consciencia de Grisamentum (llena de poder krakénico, de magia tíntica) combatía con el ser tentacular que ¡no era kraken en absoluto!
El espécimen presionaba su tanque con los brazos. Las ventosas se adherían al plástico por efecto del vacío, colocando el gran cuerpo en posición. No estaba intentando salir: era allí adonde pertenecía.
Billy estaba en pie.
Él lo había despertado a la consciencia. Era Architeuthis dux. Espécimen, anhelando conservante. Paradoja en forma de calamar, pero no el animal del océano. Architeuthis, comprendió Billy por primera vez, no era aquel objeto indefinido de las profundidades marinas, que nunca había dejado de ser él mismo. Architeuthis era un término humano.
—Es nuestro —dijo.
Su tinta era una vasta magia: Grisamentum tenía razón en eso. Pero el universo había oído a Billy, y había sabido ser persuasivo.
Tal vez, si Grisamentum hubiera cosechado tinta directamente de aquellos moradores de las trincheras, y no de un ser embotellado, curado, conservado, el poder habría sido tan proteico como él pretendía. Pero era tinta de Architeuthis, y estaba poco dispuesto a ser su capricho.
—Es un espécimen y está en los libros —dijo Billy—. Nosotros lo hemos escrito.
Las tintas mezcladas arremetieron furibundas la una contra la otra. El universo se flexionaba mientras ellas peleaban. Pero, al tiempo que Grisamentum se mezclaba con la tinta, esta se mezclaba con él; mientras él le arrebataba su poder a la tinta, esta se lo arrebataba a él. Y buena parte de Grisamentum se había derramado: había más de aquella que de él. Era tinta de espécimen, conservada por un ciudadano de Londres, por Billy, y poco a poco fue metabolizando al hombre tinta. La pared se estaba erigiendo de nuevo, y Byrne estaba cayendo al suelo.
Grisamentum despidió una angustia que hizo temblar la casa. Se escurrió de su esencia igual que el resto de sí mismo, en la marea, en el sumidero. Estaba sobrescrito. Fue borrado por efecto de una tina que, al ganar, en la satisfacción de un instante regresó a su forma irreflexiva y cayó del aire como una lluvia oscura.
* * *
La pared volvía a estar. La cocina volvía a estar. La casa húmeda volvía a estar llena de peces muertos.
—¿Qué has hecho? —le gritaba Byrne a Billy—. ¿Qué has hecho?
La sensación, toda la sensación, de Grisamentum, había desaparecido. Solo quedaba el Architeuthis no muerto, moviéndose aún, apestando, químicos en su tanque, piel pobre descamándose, pobres tentáculos paralíticos, empapados en tinta que ahora no era nada, nada más que oscuro líquido gris amarronado.