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Había papeles pululando por toda la estancia. En forma de aviones y de jirones, trozos arrancados, revoloteando con un objetivo, todo manchado de tinta. Debajo de ellos, había maquinaria repartida por la sala, los restos de imprentas y guillotinas. Había pasarelas que rodeaban el espacio a varios niveles. Billy divisó el remanente de pistogranjeros.

Estaba Byrne, garabateando notas, mirando hacia abajo y discutiendo, escribiendo las respuestas que le daba Grisamentum consigo mismo. Junto a un número ingente de tapas duras arrancadas, unos técnicos bregaban con los mecanismos, ajenos al caos, metiendo a presión pasta de papel empapada en una máquina hidráulica y recogiendo los residuos de color sucio.

—Es la biblioteca —dijo Billy. La biblioteca del kraken, empapada, triturada, reducida a su tinta. Señaló a través del cristal.

La totalidad del antiguo saber, bañado en disolvente, las tintas escurriéndose de las páginas donde antes había palabras. Algunos pigmentos serían restos de café, el oscurecimiento del paso del tiempo, la quitina de alguna cucaracha aplastada. Con todo, el jugo que estaban recolectando era la destilación de toda la sabiduría krakenística. Y Billy vio, allí, presidiendo el proceso, sobre un estrado elevado, dentro de un enorme balde sencillo, la mayor parte de Grisamentum. Su chapoteante cuerpo líquido.

Dane se pegó contra el cristal, profiriendo una especie de ruido enfurecido. Irradiaba frío.

—Lo va a añadir a sí mismo —dijo Billy—. O él a ello.

Sería de una gran riqueza, esa impresión líquida. Una oscuridad líquida que había conformado todos los secretos del Architeuthis, evocando homeopáticamente las formas que una vez adoptó, la escritura, los secretos que había sido. Una vez metabolizado, Grisamentum sabría más acerca del kraken de lo que jamás había sabido ningún teuthex.

—¡Daos prisa con esto! —Podían oír a Byrne a través del cristal. Como si este se estuviera adelgazando para ayudarles—. Hay tiempo para terminar. Podemos localizar al animal, pero tenemos que sacar todo el conocimiento. Rápido.

El papel remolineaba como si un vendaval inundara la sala.

Un jirón que volaba alto, en la parte superior de una columna que crujía, se aplanó contra el cristal que Billy y Dane tenían al lado. La tinta que contenía los observó. Un segundo de quietud. Cayó en picado entre el torbellino de papel. El resto lo imitó, el remolino se desplomó a través de su propio centro.

—¡Vamos! —gritó Billy. Entró en la sala con una patada al cristal y disparó a través del vendaval de papel, pero no salió ningún rayo. Arrojó el fáser gastado al gigantesco pozo de tinta lleno de Grisamentum.

Hubo disparos y uno, dos de los krakenistas que habían peleado hasta entrar en el edificio cayeron al suelo. Dane no se movió. Billy oyó un golpe y un impacto húmedo que penetraba en el cuerpo de Dane. Una nueva herida en su costado hizo que brotara sangre negra. Dane miró a Billy con ojos abisales. Sonrió de un modo no muy humano. Se hizo más grande a sí mismo.

Billy cogió la pistola que Dane llevaba en el cinturón, y los papeles lo bombardearon. Algunos lo atacaban en forma de calavera mordedora. Él sacó la botella de lejía que llevaba encima y roció el líquido, trazando una curva, como un sable extendiéndose. Decoloró todo aquello sobre lo que aterrizó. Pudo oler la lejía junto al aroma de la pistola, la misma esencia amoniacal que la del Architeuthis.

Gritos. Un krakenista estaba siendo devorado por un rebaño de manchas de Grisamentum, dispuestas de un modo lúdicamente feroz, en forma de tigre de papel. Billy llamó la atención de Dane. Se miraron, en cierta manera, el uno al otro. Dane saltó la valla, sin que su herida lo refrenara ni un ápice. Cayó rápido, pero no bajo el dominio idiota de la gravedad. El papel trató de impedírselo, pero rodó al caer. Disparó y mató a un operario. En su descenso, esparció lejía sobre Grisamentum, dejándola correr por los papeles, que se encogían instintivamente.

Su puntería era de una depredadora perfección. Pero Byrne se interpuso en su camino. Cogió el líquido que tenía delante. Hendió el color como un asalto de Pollock invertido, con su ropa destiñéndose bajo la línea de salpicadura. Le colocó a Dane en la cara un anticuado nebulizador de perfume y estrujó la pera.

Billy se apretó. Cerró el puño, tensó el estómago, tensó todo lo que sabía tensar. No sucedió nada. El tiempo no se detuvo. Byrne roció un vapor oscuro sobre el rostro de Dane.

Él se quedó desconcertado. Tenía la cara humedecida con un líquido gris oscuro. Una oleada de Grisamentum entró en él. Dane no pudo evitar inhalarlo.

Tuvo una arcada, intentó vomitar a Grisamentum. Billy apuntó a Byrne con la pistola de Dane, que no tenía ni idea de cómo usar, pero en cualquier caso ella sumergió los dedos directamente en Grisamentum y los agitó delante de sí misma. A su alrededor, el aire, de alguna forma, se cerró, y cuando Billy disparó su bala salió rebotada hacia la nada.

Dane se había desplomado. Su cuerpo chorreaba. Grisamentum lo inundaba, tomando forma en sus alveolos. Escribió hechizos malignos en el interior de sus pulmones. Billy vio que Dane moría.

* * *

Los papeles encerraron a Byrne en una discusión febril, como si fueran pájaros comiendo.

—¿Estás seguro? —la oyó decir Billy.

Derramó al interior de Grisamentum la última parte del oscuro líquido exprimido de la biblioteca krakenista. Él se arremolinó. Debía de estar causándole una indigestión psíquica, por hacerlo tan rápido, pero necesitaba la sabiduría téuthica definitiva. Tenía que comprender a su presa. Byrne lo removió y, de un capirotazo, sacudió la varilla medidora a su alrededor. Los papeles se arremolinaron más rápidamente a medida que el pigmento los salpicaba. Otros borrones de Grisamentum, más antiguos, fueron cubiertos por manchas menos ignorantes.

—Tiene que estar cerca —gritó Byrne—. Encuéntralo y mándame de vuelta una parte de ti para decirme dónde. Llevaré el resto de ti. ¡Vamos!

Gracias a Dios que Dane había dejado de moverse. Billy quiso reunir al resto de los mordidos por el kraken para destruir a los pistogranjeros y a los monstruos de torbellinos de papel. Pero vio el caos, la derrota aplastante que sufría su bando, en la estancia. Volvió a salir por la ventana.

Fuera, los londromantes y anticuerpos se distanciaban de los pistogranjeros y de un demonio de papel entintado. Esparcidos por el suelo había cuerpos, y puntos de perspectiva desazonada, donde las funciones de Londres habían caído. Los mordidos por el kraken boqueaban como peces fuera del agua, o permanecían inertes, con sus cuerpos chorreantes de salmuera. Billy vio a uno que seguía luchando, con, como mínimo, su mano izquierda reemplazada por un miembro de alimentación de seis metros, que arrastraba y agitaba.

—¡Saira!

Sonrió al verlo, a pesar de estar estremeciéndose por la guerra. Tiraba de un pedazo de Londres semejante al barro, al que estaba dando forma de escudo antidisturbios; se agachó detrás de él y cruzó la zona de combate hasta Billy.

—Billy. —Incluso le dio un abrazo—. ¿Qué está pasando?

Meneó la cabeza.

—¿Dane? —dijo. Billy negó con un gesto. Saira abrió los ojos de par en par. Billy se echó a temblar.

—Qué desastre —dijo por fin—. Ni siquiera hemos podido acercarnos. Está, ahora está adquiriendo sus últimos conocimientos. ¿Dónde está mi ángel de la memoria, eh?

De nuevo, se esforzaba por hablarle a su dolor de cabeza, igual que hizo la última vez que tuvo cerca al ángel, pero esta vez no era más que un simple dolor.

—Billy… —Era Wati, avanzando a tientas hacia la consciencia en el interior de su bolsillo. Billy pronunció su nombre.

—¿Está vivo? —dijo Saira. Se produjo un estruendo inmenso. Desde la azotea del edificio, una bandada de papeles manchados de negro levantó el vuelo como si fueran murciélagos. Se desmandaron por el cielo.

—Se va —dijo Wati—. Está…

—Están cubiertos de él; puede conjurarlos más —dijo Billy—. Le trae sin cuidado. Le apretamos las clavijas. Se va a ir todo entero. Está buscando al kraken, y cuando lo encuentre Byrne lo ordeñará y…

Se miraron.

—¿Puedes dar con ellos? ¿Enviarles un mensaje a los del camión?

—Son londromantes. —Saira asintió—. Y yo también.

—Diles que se larguen de aquí. Diles que se vayan… ¡Espera!

Billy levantó la figura de Kirk, que lo miraba a través de sus pequeños ojos de plástico. Billy pensó y pensó, tan rápido como pudo.

—Wati.

—Sí —dijo Kirk.

—El tiempo que nos queda es el que tarde Grisamentum en encontrar el camión —dijo Billy—. Y ya has visto cuántos hay. Wati, ya sé que estás enfermo, pero ¿puedes despertarte? ¿Me oyes?

No hubo respuesta.

—Si no se despierta —le dijo a Saira—, tendremos que intentar ir nosotros, pero…

—¿Adónde? —dijo Wati—. ¿Ir adónde?

—¿Cómo estás?

—Enfermo.

—¿Puedes…, puedes viajar?

—No lo sé.

—Has llegado hasta aquí.

—Este muñeco…, lo he usado tanto que es como si me hubiera amoldado una silla al culo.

—Wati, ¿qué ha pasado?

Hubo un silencio.

—Pensé que estaba muerto. Creí que tu amiga Marge estaba… Fueron Goss y Subby. —Billy esperó—. Puedo sentirla. Todavía. Ahora. Puedo sentirla porque tiene las manos cubiertas de polvo de mi antiguo cuerpo. Eso lo huelo.

—Estaba en Hoxton.

—Debe de haber… Huyó de Goss y Subby.

Pese a su agotamiento, la voz de Wati delataba su asombro.

—¿Puedes llegar hasta ella?

—Ese cuerpo ya no está.

—Ella lleva puesto uno. —Billy se agarró la pechera de su camisa, donde estaría un hipotético colgante—. ¿Puedes usar el polvo para encontrarla? ¿Puedes intentarlo?

—¿Dónde está Dane?

El combate continuaba, el ruido del crimen arcano.

—Lo han matado —dijo Billy.

Por fin, Wati dijo:

—¿Cuál es el mensaje?

Saira le susurró a Londres palabras al oído, lo sedujo y le imploró, por muy aterrorizada que estuviera aquella noche, que se las transmitiera al que fuera su maestro, en el camión:

—Lo único que tenemos es velocidad —le dijo Billy, y le dijo dónde enviarlos. Saira vació el muro y convirtió un trozo en un seto de ciudad, a través del cual se abrió paso para salir a la calle.

Billy se tomó algunos segundos de soledad, lo más solo que podía estar en los posos de esa lucha y ese ruido. Volvió la vista hacia el edificio donde su amigo había muerto. A Billy le habría gustado saber hacer cualquiera que fuera el signo imitador de tentáculos que se empleara para desearle paz a un soldado krakenista muerto. Cerró los ojos con fuerza y tragó saliva, y pronunció el nombre de Dane, manteniendo los ojos cerrados. Esa fue la ceremonia que se inventó.