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Trabajaron en el camión. Más seguros que en lo que se había convertido súbitamente en un sepulcro. Billy tenía todos los aviones de que había podido hacer acopio, todos con la sangre y el barro arrancados, de manera que las únicas manchas que presentaban eran de tinta.

Estaban bajo la atenta mirada del kraken. Dane le rezaba. Mientras tanto, los londromantes musitaban mirando a Dane. De pronto tan despojado como ellos, Billy mojaba el papel en agua destilada, lo reducía a pasta y lo estrujaba. Paul lo observaba, con la espalda, su tatuaje, vuelta hacia la pared. Billy extrajo el agua de un suave color té y la hirvió un poco para evaporar el exceso. El líquido fluyó como un arroyo, de un modo no del todo normal.

—Ten cuidado —dijo Saira. Si la tinta era Grisamentum, entonces cada gota sería él. Tal vez cada una de ellas guardaba sus sentidos y sus pensamientos y una pequeña porción de su poder.

—Ella lo raspaba del papel cada vez que lo recuperaba y volvía a mezclarlo —dijo Billy.

Cada pipeta por separado se agregaba entera a la conciencia embotellada de Grisamentum. ¿Qué otro motivo podía haber para esos ojos? La tinta debía de saber lo mismo que sabían todas esas gotas de él reincorporadas.

—Supongo que tendrán que dosificarlo.

Era finito. Cada orden que escribía, cada encanto en que se convertía, sus comunicados eran él, y lo desgastaban. Si estaba todo escrito, había solo diez mil pequeños Grisamenta en recortes, cada uno de ellos bastaba para ser, quizá, una patética postal mágica, en cierto modo.

Cuando Billy terminó había un dedal; era más que una gota, pero no mucho más. Sumergió en él una aguja. Dane se puso en pie, hizo un gesto de devoción y se sumó a ellos. Echó un vistazo hacia arriba. Wati hibernaba por el fracaso sindical en el interior de una muñeca amarrada al techo del vehículo. Billy revolvió los papeles que estaba usando, recortes sacados de su mochila, toda clase de retales.

—¿Funcionará? —dijo Saira.

—A Byrne le funciona —dijo Billy—. Vamos a ver.

—¿Por fin vamos a averiguar cuáles son sus planes?

Billy seguía clavando sus ojos en los de Dane. Colocó la aguja sobre el papel y arrastró la mano, sin mirar, por encima de la página. Dibujó una línea, solo una línea.

—Eh —dijo Billy—. Grisamentum. Pon atención.

Dibujó otra línea, y una tercera, y esta última vez, de pronto, se contrajo como un cardiograma y surgió la escritura. OS DEN, escribió la escritura. Una diminuta fuente irregular. Billy volvió a mojar la aguja.

—Déjame a mí —susurró Dane, y Billy lo apartó con un gesto.

—Tú no piensas con claridad. —Billy le susurró al pequeño residuo que había en el fondo del recipiente—: Seguramente estarás un poco espeso. Debes de estar algo debilitado, algo mugriento. Tu cerebrín debe de estar… pequeño.

Sostuvo una pipeta por encima de la tinta.

—Podemos debilitarte un poquito más. ¿El alcohol escuece? Tenemos un poco de zumo de limón. Tenemos algo de ácido.

Billy juraría que el pequeño charco se contraía al oír sus palabras. El pigmento que era Grisamentum enjuagó la taza.

—¿Qué estás haciendo? —le dijo Billy a la tinta.

—Mi gente… —dijo Dane.

Billy mojó, tachó, escribió. OS JODEIS.

—Vale —dijo Billy. Sumergió la aguja en lejía, y luego en la tinta. Una cantidad ínfima: este tenía que ser un ataque sutil. El color se crispó, destiñéndose levemente. Billy lo mezcló, y hundió de nuevo la aguja.

CABRONES, escribió Grisamentum consigo mismo.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Billy.

OS JODEIS.

—¿Dónde está el resto de ti? —dijo Billy.

OS JODEIS.

Billy dejó caer un poco más de lejía y la tinta se retorció.

—No te vamos a tirar por el desagüe. No vas a conseguir disiparte sin más padecimiento entre ratas y cagadas. —Sostuvo la pipeta por encima del cristal—. Me voy a mear encima de ti y a rociarte con lejía para disolverte. ¿Dónde está el resto de ti?

Escribió. La caligrafía surgía deslavazada. MAMONES.

—De acuerdo —dijo Dane—. Échale lejía al cabronazo asesino.

ESPERA. Billy garabateó. FABICA TINTA. CERRADA.

Billy miró a Saira. Dane susurró al juguete que llevaba encima, aunque Wati no estaba en él.

—¿Para qué llevarse todos los libros?

Volvió a derramar un poco más de lejía.

INVESTIGAZON.

—¿Cómo va a poder leérselos todos? —dijo Dane—. ¿Investigación? ¿Y a él que le importa, de todos modos? En nombre de Dios, ¿de qué va todo esto?

Fue el plan de Grisamentum lo que inició la cuenta atrás hacia el fuego inminente. Puso en movimiento toda la maquinaria. Los londromantes tan solo descubrieron la intriga a raíz de la superstición de Adler, uno de los pocos que sabía que su jefe seguía con vida, en esa forma tan intermedia, tan cenicienta. El intento de robo de Grisamentum los había obligado a intervenir, en contra de su propio juramento, porque no podían permitir esa quema.

—¿Por qué quieres quemarlo? —susurró Billy.

NO DESVARIES POR QUE?

—Entonces ¿qué pasa? —dijo Billy.

—¿Qué está haciendo? —dijo Fitch—. ¿Por qué quería al kraken, para empezar?

NO T IMAGINAS?

Eso lo escribió la tinta, forzando inesperadamente a la aguja contra el papel y garabateándolo con la mano de Billy. Billy recargó.

MAGIA: SOLO YO PUEDO SER.

—Vale —dijo Billy tras unos segundos de silencio—. ¿Alguien lo entiende?

—¿Por qué está diciendo esto? —siguió Dane—. Ni siquiera le estás echando lejía.

—Está fardando —dijo Paul de repente. Billy asintió.

—Dale lejía al hijo de puta —dijo Dane—. Solo por principios.

Billy sumergió la aguja con la punta mojada en lejía y la tinta se enjugó, intentando huir.

NO NO SER SU MAGIA SOLO YO PUEDO. EN LONDESS NADE MAS PUED SR.

—Se le va —dijo Saira.

—Tinta —dijo Billy.

* * *

Todos lo miraron atentamente.

—Es a lo que se refiere —dijo Billy—. Es lo que nadie más puede ser en Londres. La tinta del kraken. Cualquiera podría usarla, pero Grisamentum puede serlo.

Una bestia mágica tal. Dios cazador extraterrestre en su calamaridad. Encristalado. Sabiendo cómo funcionan estas cosas, pensó Billy. Tenías los ojos más grandes, tan omnividentes. Hijo bastardo del mito y de la ciencia, espécimen mágico. ¿Y qué otra entidad, que poseyera todas esas características, que fuera eso, tenía la capacidad de escribirlo todo?

—Joder —dijo Billy—. Siempre ha sido una cuestión de escritura. ¿A qué te refieres? ¿Cómo funciona?

PUED SRLO PUED LA VOLUNTAD SR TINTA

Estaba demasiado desvaído, demasiado disuelto en lejía y limitado, ese pequeño goteo de Grisamentum, como para contestar. De acuerdo. Analogías, metáforas, persuasión; así, ya lo sabía Billy, era como lo hacía Londres. Recordó haber presenciado la gnosis de Vardy, por voluntad, y Billy despejó su mente y trató de imitarlo.

Bueno.

Con la escritura, una nueva memoria, grimorios y crónicas. Se podían crear tradiciones, las mentiras podían hacerse más tenaces. La historia escrita se aceleraba, viajaba a la velocidad de la tinta. Y a lo largo de todos los tediosos siglos de antigüedad, antes de estar preparados, el pigmento nos lo almacenaban en los contenedores cefalópodos: tinta motriz, tinta que cogíamos y que comíamos y que dejábamos chorrear y nos manchaba la barbilla.

Ah, qué, pensó, ¿era camuflaje? Por favor. El Architeuthis vive en la zona afótica: ¿a qué obedecería la rociada de esa sepia oscura en un mundo sin luz? Estaba allí por otros motivos. Sencillamente, no nos habíamos dado por aludidos, durante milenios. Nosotros no inventamos la tinta: la tinta nos estaba esperando, eones antes de escribir. En los sacos del dios de las profundidades marinas.

—¿Qué podrías hacer con tinta de kraken? —dijo Dane. Sin menosprecio; con la respiración entrecortada.

—¿Qué podrías ser con ella? —lo corrigió Billy.

La propia escritura en el muro. El cuaderno de bitácora, las instrucciones que regían el funcionamiento del mundo. Mandamientos.

—Pero está muerto —dijo Billy.

—Vamos, mira a Byrne, ya ha trabajado antes con tanatécnicos —dijo Dane—. Lo único que le hace falta es despertar el cuerpo, solo un poquito. Para tener un poco de tinta. Lo único que tiene que hacer es ordeñarlo.

No costaría tanto conducir a ese kraken conservado a una zona intermedia cercana a la vida. Al fin y al cabo, gracias a Billy y a sus colegas, no había descomposición, ni podredumbre que pudiera disuadirlo, que era siempre la batalla más ardua para los nigristas. Con estar a las puertas de la vida bastaría para estimular las glándulas de tinta.

—Pero ¿para qué quemarlo? —dijo Saira—. ¿Qué sentido tiene la quema?

—Su plan lo pone en movimiento —dijo Fitch por fin—. Es lo único que sabemos.

—Puede que tenga algo que ver con su equipo —dijo Billy—. Debe de ser él el que tiene a la hija de Cole. Tal vez esté descontrolado. ¿Qué estás haciendo con la chica?

Dijo la última frase en voz alta y en dirección al punto de tinta.

—¿Qué estás haciendo con la hija de Cole?

Lo agitó para despertarlo.

QE? ? ABL? XICA NO TINTA

—Bórralo con la lejía —dijo Saira. Billy escribió una alarmante línea dentada, y las palabras L TATUAJE S VOSOTOS? Una flecha. Señalando a Paul. Paul se puso en pie.

—Eh —dijo Billy—. ¿Por qué tienes a la chica?

Volvió a escribir en una letra diminuta. TATU NO T COGEN SI. OLA.

—Ya basta —dijo Billy. Un par de garabatos insignificantes más, y las palabras volvieron a surgir, esta vez con rapidez.

Q T ARAN?

—¿Qué? ¿Hacer qué? —Billy escribió, sin mirar—. ¿De qué está hablando?

—Espera, espera —gritó Fitch, y Billy levantó la punta y miró lo que había escrito.

T TIENEN Y AL TATU. NO T DEJAN CN VIDA YO T PROTEJO CORRE

—¿Qué…?

—Espera…

—¿Eso es…?

Todos lo estaban sondeando.

Te tienen. Paul se estaba levantando. Y el Tatuaje. Dane estaba a su lado. No te dejarán con vida.

Billy miró a Saira y a Fitch. Te protegeré, le estaba diciendo Grisamentum a Paul. Corre.

—Un momento, espera —dijo Fitch.

—¿Qué? —dijo Billy.

—Espera —dijo Dane—. Te está liando.

Miró a Fitch. Paul se movió más rápido de lo que Billy lo había creído capaz. Paul le arrebató el recipiente de tinta y los papeles sobre los cuales Grisamentum había escrito por medio de la mano de Billy. Cogió unas tijeras que había sobre la mesa. Fue de espaldas hasta la puerta del camión.

Billy miró a Fitch a la cara, y no hizo gran cosa para detener a Paul.

—Mirad —dijo Fitch—. ¿Lo veis? Está metiendo cizaña entre nosotros.

—Está bien —dijo Dane. Se situó entre Paul y los londromantes—. Vamos a calmarnos…

Billy bajó la aguja y escribió con lo último que quedaba en la punta.

—No lo hagas —dijo Fitch, pero Billy no le hizo caso y leyó en voz alta.

—¿Por qué iban a dejarte con vida?

Billy miró a Dane a los ojos. Entre los dos brilló un destello de comprensión de que a la minúscula gota de mente obtusa de Grisamentum no le faltaba razón.

* * *

Billy apuntó su fáser contra los londromantes. Ellos no sabían que estaba descargado, o casi. Dudaba de que pudiera disparar.

—Mirad —dijo Saira. Se levantó en una postura pugilística, pero miró a Fitch—. Eso es una chorrada.

—No seáis insensatos —dijo Fitch. Tartamudeaba—. Nadie tiene intención, nadie tiene ninguna… ¿Por qué íbamos a…?

—Tú… —murmuró Paul—. Tiene razón.

Retrocedió hasta la puerta.

—Espera —gritó Fitch, pero en el mismo momento en que los últimos londromantes capaces daban un paso al frente, Dane se adelantó para hacerles frente.

—Atrás —dijo Billy, ahora en pie junto a Dane. Protegiendo a Paul. Dijo—: ¿Qué demonios tenéis planeado?

El tráiler se detuvo en una señal de stop, o en un semáforo en rojo, o ante algún peligro, o simplemente se paró, y Paul no se lo pensó dos veces. Abrió atrás, de forma que, a su espalda, un resplandor de faros entró dando bandazos de un lado a otro, ya que probablemente algún motorista desconcertado habría entrevisto al kraken. Demasiado rápido como para detenerlo, Paul se había bajado, había desaparecido, fuera del camión, con la tinta y los papeles en la mano, cerrando la puerta de un golpe.

—¡Mierda! —dijo Dane. Forcejeó, pero el camión, con su conductor ajeno a todo ello, estaba acelerando. Cuando Dane por fin consiguió volver a abrir la puerta, se había alejado un buen trecho, y Paul ya no estaba.

—Tenemos que encontrarlo —dijo Billy—. Tenemos que…

Devolvérselo a los londromantes, a Fitch, que no había negado con rotundidad las alegaciones de la tinta. Billy titubeó. Dane había tardado una eternidad en abrir esa puerta.