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Era muy tarde. Hacía ya un buen rato que nadie había interrogado a Jason, y aún menos abofeteado. Collingswood había entrado en su celda de tanto en tanto, con un bucle de preguntas de pesadilla, pero llevaba horas sin verla.

La comida y la bebida se las pasaban por la ranura. Sus peticiones, pronunciadas a gritos, para que le trajeran un teléfono, le prestaran atención o le dieran un bocadillo de beicon fueron desoídas. En el rincón de su celda había un retrete químico, y hacía ya rato que había renunciado a seguir amenazando con denunciarlo a Amnistía Internacional. Sin Collingswood ni ningún otro forjarrealidades cerca con capacidad para frustrar su don, todos sus carceleros lo medio reconocían, sabían que lo conocían, y dado que no era un compañero (no podía serlo, claro, estaba metido en una celda), llegaron a la conclusión de que tenía que ser un criminal de carrera, de modo que su actitud hacia él había empeorado.

Cuando Jason oyó pasos, el eco de un susurro en el pasillo, no se imaginaba que, fuera quien fuera, estaba reduciendo la marcha o deteniéndose. Pero lo hicieron, justo enfrente de su celda, y alguien abrió la cerradura de su puerta.

La abrió un agente. Un hombre en la entrada, con una extraña mirada serena. Parecía pálido y muy enfermo. Había alguien detrás de él. El agente no estaba mirando a Jason. Miraba hacia la pared, por encima de la cabeza del preso, tragando, tragando. Había alguien detrás de él, envuelto en una red de sombras proyectadas por las luces de los fluorescentes. Susurrando.

—¿Es…? —empezó a decir Jason, y se quedó sin nada que decir.

Un chaval miraba desde el quicio de la puerta. Detrás de él, un hombre bisbiseaba al oído del policía, asomándose, como un árbol vencido por el azote del viento, por un lado de su escolta, balanceándose a continuación hacia el otro lado, en un juguetón tictac, guiñándole a Jason primero el ojo izquierdo y luego el derecho desde detrás de la espalda del agente.

—¡Christine! —le dijo a Jason el hombre del vulgar abrigo—. ¿Eres tú?

Jason supo entonces quiénes eran ese hombre y ese chico, pegó la espalda a la pared y se puso a chillar.

* * *

—¡Lo sé! —dijo Goss, entrando en la sala, escoltando al agente. Subby empujó la puerta con la cuidadosa meticulosidad de un niño para cerrarla detrás de ellos. Jason gritaba y fue gateando de espaldas hasta subirse a su cama. El policía cerraba los ojos entre sollozos y murmurando:

—Lo siento ssshh yo no para ya yo no quería por favor no por favor.

—¡Lo sé! —repitió Goss—. ¡Para! Es un secreto, lo vas a echar a perder, ¡para ya!

Exhaló humo. Empujó al agente contra Jason, farfullando una palabra, y el hombre, sin ni tan siquiera abrir los ojos, buscó a tientas la estridente boca de Jason y se la tapó con la mano, y murmuró:

—Ssshhhhhh ssshhhh para para tienes que parar tienes que parar.

Jason se quedó sin aliento con el que seguir montando escándalo detrás de la palma de la mano. El policía y el prisionero se aferraron el uno al otro.

Alguien va a venir, pensó Jason, hay cámaras, alguien vendrá, pero ¿estaría aquí Goss de no haber pasado todos esos sistemas tecnológicos? ¿Cubriendo esos sistemas de información? Intentó volver a gritar.

—Sois de lo que no hay, vosotros dos —dijo Goss—. Dijisteis que nos veíamos en la estación de autobuses, y entonces viene Mike ¡y yo ya no sé dónde buscar!

Se sentó en el banco y se acercó a Jason sigilosamente.

—Eh —susurró con timidez. Le dio al agente unos golpecitos en el hombro con el dedo. El hombre gimoteó—. Subby quiere enseñarte una cosa. Ha encontrado un escarabajo. Vete a echarle un vistazo, ¿quieres, amorcito?

—Sshhh, sshhh —seguía diciendo el hombre sin parar, lagrimeando bajo los párpados cerrados. Apartó la mano de la boca de Jason y este no pudo articular sonido alguno. Subby tomó la mano del agente. El hombre se fue arrastrando hasta el rincón de la estancia al paso que marcaba el muchacho, y se quedó allí en pie, de espaldas a Goss y a Jason, frente al ángulo de cemento.

—He estado por todas partes —dijo Goss—. Estuve fuera, de vacaciones. Me he puesto moreno. Buscando una cosa. ¿No has visto al camarero? ¿El chico del servicio de la casa de muñecas? Tenía un regalo para él.

Goss le puso un dedo a Jason en los labios.

—Bueno —dijo—, Clarabelle dice que le gustas.

Presionó el rostro de Jason con el dedo, con más fuerza. Lo empujó contra la pared.

—Yo le digo «¿Qué?» y ella «Sí», ¿te imaginas?

Metió el dedo entre los dientes de Jason. Subby balanceaba la mano del policía como si fueran de paseo.

—Iba a estar en el parque esta noche. ¿Vas a venirte luego?

Goss separó la piel y de la boca de Jason brotó sangre.

—¿Dónde está Billy? ¿Dónde está Dane?

—… Oh Dios oh Dios no lo sé lo juro Dios mío… —dijo Jason.

Goss no movió el dedo, de forma que Jason tenía que farfullar con él dentro, escupiendo sangre y saliva sobre Goss, que no se las limpiaba. Goss empujó y empujó, y Jason gimió mientras su labio se espachurraba contra sus dientes superiores. El policía estaba en pie en el lugar en que Subby lo tenía cogido de la mano, permaneciendo obedientemente de espaldas a todo, lloriqueando y, en apariencia, apretando la mano del chico como si buscara consuelo.

—¿Te acuerdas de cuando estaba en Geografía con nosotros y él no hacía más que mangar todos los punteros del proyector suspendido? —dijo Goss—. Entonces ya sabía que ella te gustaba. Sé que hiciste cosas para Dane, por eso estás aquí, ¿dónde está?

Presionó y Jason gimió, y luego chilló cuando Goss, con el crujiente chasquido que haría un lápiz hecho trizas, saltó un incisivo de su alvéolo, que se le quedó colgando dentro de la boca.

—No lo sé no lo sé —dijo Jason—. Billy me llamó, Dios mío, por favor no lo sé…

—Ni siquiera sabía que ella seguía estando en nuestro año. Mírame. Mírame. ¿Estás bien, Subbito? ¿Está cuidando bien de mi hermanito, señor?

Goss sonrió y miró a Jason a los ojos. Mantenía el dedo empapado en sangre en los labios de Jason.

—Clarabelle dijo que a lo mejor se traía a Petra para que pudiéramos ir los cuatro juntos al pueblo. Tu amigo se llevó una cosa que quiero recuperar. ¿Dónde está? Si no, voy a tener que anular lo de esta noche.

—Oh Dios no lo sé no sé, escucha, escucha, me dio un número, nada más, este es el número, te lo puedo decir…

—Números húmeros húmedos hunos Atila. ¿Dónde están los chicos? Creo que veo lo que quieres decir ahí dentro de tu boca, ¿lo cojo? ¿Voy a por ello? ¿Voy a por ello? Dímelo o iré a por ello. ¿Dónde está? Voy a ir a cogerlo. ¿Dónde está? ¡Voy a apretar hasta arrancártelo, patito de goma!

—Lo juro, lo juro…

—¡Lo voy a hacer! ¡Te voy a apretar hasta que rechines! —Goss empezó a presionar. Raíces de dientes chasqueando en la cabeza de Jason, y volvió a gritar. El policía exhaló tembloroso en el rincón y sin volverse para mirar. Goss llevó la otra mano al estómago de Jason.

—Apretaré si no me lo dices, porque quiero recuperarlo. Date prisa, les dije a Clarabelle y a Petra que estaríamos allí dentro de una hora, así que dime dime.

Jason no tenía nada que decirle, así que Goss siguió presionando. El agente mantuvo los ojos bien cerrados y siguió aferrado a la mano de Subby, y procuró no escuchar a Goss repetir y repetir sus preguntas, oyó cómo los ruidos que emitía Jason pasaban de ser gritos a cortos e intensos gruñidos como de bocina, tanto de horror como de agonía, sonidos de intrusión líquida y cierta malignidad animal repulsiva, y al final de todo, nada. Al cabo de un largo rato un «uf» de esfuerzo y el goteo de un líquido y el ruido de algo presionando algo húmedo. Clac, clac. Algo agitado como una maraca.

—¿Qué es eso? —dijo Goss. Clac, clac—. ¿De verdad que no lo sabes?

Clac.

—Bueno, vale, si estás seguro.

Una calada.

—No lo sabe. —Ahora Goss estaba muy cerca del oído del policía—. Ya me lo ha dicho. Usted también puede conseguir que se lo diga. Hacer que le castañeteen los dientes. Muchísimas gracias por habernos conducido hasta donde se encontraba, hace usted maravillosamente su trabajo, se lo agradezco de veras. Recuerdo cuando se apreciaba el uniforme, que Dios le tenga en su gloria, entonces la gente sabía lo que era el respeto.

El agente mantenía los ojos cerrados y contenía el aliento.

—¡Bueno, pues ya puede devolverme a Subby! ¡Hágalo saltar como un tostador!

Subby le soltó la mano. El hombre oyó como se abría y se cerraba la puerta. Permaneció inmóvil durante más de tres minutos.

Abrió los ojos una pizca. Nadie le había hecho daño, así que volvió a abrirlos. Se dio la vuelta. No había nadie en la sala. Goss y Subby se habían marchado. El hombre dejó escapar un lamento al ver sangre en el suelo y, a sus pies, un Jason más parecido a un pedazo de carne que a otra cosa. Jason tenía un agujero en el esternón. Su cuello estaba extremadamente dilatado, reventado desde dentro, la boca abierta de par en par y el paladar estriado en el lugar en que los dedos lo habían desgarrado, produciéndole agujeros, la lengua perforada con el agujero que le había efectuado el pulgar. Darlo de sí, para conseguir hacerle hablar, clac, clac.

La última persistencia del don de Jason se desvaneció, y el reconocimiento se escapó de la sala, y el agente pasó de gritar por alguien a quien creía conocer a alguien con quien, cayó en la cuenta, no había trabajado nunca, pero que, pese a eso, estaba exactamente tan muerto como pensaba.