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Baron se sentó a su lado y se encogió de hombros, mirándolo con complicidad.

—Un poco de susto —dijo.

—¿Qué demonios? —dijo Billy—. ¿Qué demonios, cómo han metido eso…? Ni siquiera entiendo lo que ha pasado.

—Le da toda una nueva dimensión a la expresión «embotellamiento», ¿no es cierto? Discúlpeme, discúlpeme —dijo Baron—. Humor de morgue. Mecanismo de defensa. Ha sufrido usted una terrible conmoción, ya lo sé. Créame.

—¿Qué está pasando? —preguntó.

Baron no dijo nada.

—He visto a Dane —dijo Billy.

—¿De verdad? —respondió despacio—. ¿Habla en serio?

—Volviendo a casa. Anoche. En un autobús. Él también iba a bordo. Debía de estar siguiéndome. Aunque también podría… no. Tenía que estar allí a propósito. No le habría costado mucho averiguar dónde vivo…

—De acuerdo. Bien, de acuerdo, escuche…

—Creo que me estoy volviendo loco —dijo Billy—. Incluso antes de eso… Antes de lo que hay en el sótano. Tengo la sensación de que me están siguiendo. No dije nada porque es una idiotez, ya sabe…

El viento azotó súbitamente las ventanas.

—Le digo que estoy perdiendo la cabeza… ¿Qué ha pasado allí abajo? ¿Eso lo ha hecho Dane?

—Déjeme pensar un segundo, señor Harrow —dijo Baron.

—Cuando estuve con usted, ¿por qué había presente un profesor en psicología? Vardy. A eso se dedica. Lo he consultado. Vamos, Baron, no me ponga esa cara, solo hice una búsqueda rápida en internet. Ya se veía que no era un poli.

—¿Usted cree? Se lo podrá preguntar personalmente dentro de un ratito.

—Estaba allí porque… ¿Es que cree que estoy loco, Baron?

Hubo otro silencio.

—¿Cree que es eso lo que me pasa? Porque, joder… —Billy exhaló, tembloroso—. Ahora mismo me parece que no le falta razón.

—No —dijo Baron—. Nadie piensa que esté perdiendo la cabeza. Más bien al contrario.

Se miró el reloj. Esta vez, cuando llegó, Vardy le estrechó la mano a Billy. Daba esa clase de apretones demasiado fuertes, resultaba desagradable. Portaba un maletín.

—¿Le ha echado un vistazo? —dijo Baron.

—Se acerca mucho a lo que se podía esperar —respondió Vardy.

—¿Qué? —gritó Billy—. ¿Qué se esperaba? ¿Qué parte exactamente se esperaba de todo esto?

—Ya hablaremos de eso —dijo Vardy—. Ya lo hablaremos, Billy. Ahora espere. Tengo entendido que ha visto a Dane Parnell.

Billy se pasó los dedos por el pelo. Vardy se le antojaba demasiado grande para la silla en la que estaba sentado: estrujaba los hombros hacia dentro, como para evitar desparramarse por los lados. Él y Baron se miraron, compartiendo otro momento silente.

—Está bien —dijo Baron—. Vamos a probar otra vez. Patrick Vardy, Billy Harrow, conservador. Billy Harrow, Patrick Vardy. Profesor de psicología en la Universidad de Londres. Como ya sabía, según creo.

—Sí, ya lo digo yo que tengo buena mano para Google —musitó Billy.

—Le debo una disculpa, señor Harrow —dijo Baron—. Di por hecho que era usted tan mentecato como la mayoría. Ni siquiera se les habría ocurrido buscar nuestros nombres.

—Entonces, ¿cuánto sabe sobre nosotros? —dijo Vardy—. Sobre mí.

—Que es psicólogo —respondió Billy encogiéndose de hombros—. Trabaja con la poli. Así que me imagino que… traza perfiles, ¿no es eso? ¿Como en Profiler? ¿Como en El silencio de los corderos?

Vardy sonrió, un poco.

—Ese pobre tío de abajo, metido en una botella —dijo Billy—. No es el primero. ¿Es eso? Es eso, ¿verdad? Están buscando a alguien… Están buscando a Dane. Dane es una especie de asesino en serie. Han venido a investigar qué le va. Y, ay, Dios, me quiere a mí, ¿verdad? Me está siguiendo a mí. Y tiene que ver con…

Pero no siguió. ¿Cómo encajaba todo eso con lo del calamar? Baron frunció los labios.

—No exactamente —aclaró—. No es del todo correcto.

Hizo movimientos cortantes con las manos encima de la mesa, como si estuviera ordenando pensamientos invisibles.

—Mire, señor Harrow —dijo Baron—. Hay una cosa. Dé un paso atrás. ¿Quién iba a querer robar un calamar gigante? De momento nos da igual el cómo. Ahora no es importante. Por ahora nos concentramos en el por qué. Parece que usted nos podría ayudar, y nosotros podríamos ayudarlo a usted. No digo que corra peligro, pero sí que le digo…

—Oh, Dios mío.

—Billy Harrow, escúcheme. Tiene que saber lo que está pasando. Lo hemos estado hablando. Se lo vamos a contar todo. Y esto es en confianza. Así que, esta vez, guárdeselo para usted, por favor. Bien, todo esto no es algo que normalmente le expliquemos a la gente. Creemos que saberlo podría serle de ayuda y, para serle totalmente franco, creemos que a nosotros también nos podría ayudar.

—¿Qué quiere Dane de mí? —dijo Billy.

—Yo no me encargaba de este caso en un principio, como bien sabe. Se podría decir que a veces saltan todas las alarmas, bajo determinadas circunstancias. Ciertas clases de delito. La desaparición de su calamar. Además, hay aspectos de lo que hay ahí abajo que son… relevantes. Como por ejemplo el hecho de que el diámetro de la boca de ese bote no sea lo suficientemente grande como para meter dentro a ese caballero.

—¿Cómo?

—Pero lo que más nos ha llamado la atención —dijo Baron—, lo que de verdad hizo que se me encendiera la bombilla, y lo digo literalmente, hay una bombilla en mi mesa de trabajo, fue cuando nos hizo aquel dibujo.

Vardy extrajo del maletín una fotocopia del asterisco alucinógenamente exagerado.

—Sé lo que es Kubodera y Mori… —dijo Billy.

—De modo que dirijo un equipo de especialistas… —dijo Baron.

—¿Qué equipo?

Vardy puso encima de la mesa otro papel. Era otra vez el símbolo, los diez brazos extendidos con dos miembros más alargados. Pero no era el que Billy había dibujado. Los ángulos, el largo de los brazos, eran algo distintos.

—Lo dibujaron hace cosa de un mes —dijo Baron—. Se colaron en una librería una noche y se llevaron un puñado de cosas. Un par de días antes había entrado un tipo con un símbolo como este, sin comprar nada, solo mirando. Nervioso.

—Si se hubiera tratado de un par de chavales con camisetas con grafitis de Obey Giant, ni nos habríamos molestado —se apresuró a aclarar Vardy, con su voz profunda—. Esto no es un jodido meme. Aunque podría tomar esa deriva, y entonces se nos complicaría el asunto de lo lindo.

Billy pestañeó.

—¿Es aficionado al grafiti? Ha empezado a proliferar. Son los primeros días. No tardarán en aparecer pegados a los postes de la luz y en las mochilas de los estudiantes. Resulta que esto… —le dio un capirotazo al papel— es de lo más apropiado para los tiempos que corren.

—Encaja totalmente —dijo Baron.

—Pero todavía no —señaló Vardy—. Así que, cuando aparece dos veces, nos olemos un patrón.

—El tipo al que le robaron —añadió Baron—. Es en Charing Cross Road. Vende un montón de bagatelas y algunas piezas auténticas de anticuario. Aquella noche le birlaron seis libros. Cinco de ellos acababan de llegarle. Por valor de dos o trescientos pavos. Todos estaban en el mostrador de fuera, a la espera de que los colocaran. Al principio pensó que solo le faltaba eso. Pero donde había vitrinas cerradas, el cristal estaba roto y algo había desaparecido de la estantería más alta. —Levantó un dedo—. Un libro. La recopilación de un montón de revistas científicas. Consiguió averiguar lo que faltaba.

Baron bajó la vista y leyó con dificultad.

«For… hand… linger… ved de Skandinav» y algo más —dijo—. Volumen de 1857.

—¿Cómo va de danés, Billy? —dijo Vardy—. ¿Le suena de algo?

—Algún bribón quiere que parezca que ha entrado sin ton ni son y se ha llevado lo primero que ha visto —dijo Baron—. Por lo tanto se lleva el montón de libros del mostrador. Pero luego se recorre seis metros de pasillo, hasta un estante, cerrado con llave, determinado, rompe un cristal determinado, se lleva un libro antiguo determinado.

Baron negó con un gesto.

—Era esa revista. Todo se reducía a eso.

—Así que consultamos a la Real Academia Danesa para saber su contenido —informó Vardy—. Demasiado antiguo para figurar en las bases de datos.

—Para serle sincero, en aquel momento no le dimos demasiada importancia —dijo Baron—. No era una prioridad. Solo nos lo habían pasado porque llevábamos un tiempo viendo ese símbolo rondando por ahí. Cuando nos llegó la lista desde Copenhague no vimos nada destacado. Pero… Cuando nos enteramos de que el símbolo había vuelto a aparecer aquí, y lo que había ocurrido, uno de esos artículos que habían trincado hacía semanas nos vino a la memoria inmediatamente.

—Páginas ciento ochenta y dos a ciento ochenta y cinco —dijo Vardy.

—No pienso poner a prueba mi escandiruego —dijo Baron leyendo—. Es un artículo sobre el blaeksprutter, eso dice. Traducción: Japetus Steenstrup. «Diversas particularidades acerca de la sepia gigante del Atlántico».

* * *

—En resumen —dijo Baron—. Semanas antes de que le mangaran su calamar, alguien birla una copia original de ese artículo.

—Habrá oído hablar del autor —dijo Vardy. Billy estaba boquiabierto. Desde luego. El calamar gigante era el Architeuthis dux, pero su género se conocía por el nombre del taxónomo que lo había descubierto: Architeuthis Steenstrup.

—Bien —dijo Vardy—. Dos delitos unidos por un vínculo cuestionable no equivalen a una conspiración. Aun así. Con dos delitos, ahora tres, si le sumamos el colega de abajo, unidos por una cadena como esta y, además, por el calamar gigante, lo normal es que nuestro radar tienda a sonar.

—Esta es la clase de asunto que despierta nuestro interés —dijo Baron.

—¿«Nuestro»? —inquirió Billy por fin—. ¿«Nuestro», de quién?

—Nosotros —respondió el policía— somos la UDFS.

—¿La qué?

Baron entrelazó las manos.

—¿Se acuerda de aquel grupo que se hacía llamar los Nuevos Rosacruces? —dijo—. ¿Los que secuestraron a aquella chica en Walthamstow?

Baron señaló con el pulgar hacia donde estaba Vardy.

—Los encontró. Y eso que estaba en plena tarea de consultoría, supongo que lo llamaría usted, sobre los atentados del 7 julio de 2005. Cosas de esas. Es un área de investigación.

—¿Qué área?

—Bueno, bueno —exclamó Baron—. Parece que esté a punto de echarse a llorar.

Vardy le pasó a Billy un papel. Curiosamente, era su propio currículum vitae. Su doctorado era en psicología, pero el máster era en teología. Licenciado en divinidad. Billy se recolocó las gafas y ojeó el listado de publicaciones, y la sección «Puesto que ocupa en la actualidad».

—¿Es editor de la Revista de Estudios del Fundamentalismo? —dijo Billy. Lo estaba poniendo a prueba.

Baron dijo:

—La UDFS es la Unidad contra la Delincuencia Fundamentalista y Sectaria.

Billy lo miró, luego a Vardy, luego de nuevo el currículo.

—Usted traza perfiles —sentenció—. Traza perfiles de sectas.

Vardy llegó a sonreír.

* * *

—Están… —Baron contó con los dedos—. Verdad Suprema… La Secta del Retornado… La Iglesia de Cristo Cazador… Cratosianos, algunos los tenemos bien cerca… ¿Se hace una vaga idea de el aumento que ha experimentado la violencia relacionada con el culto en los últimos diez años? Por supuesto que no, porque todo lo que no suene a, ¡uuuh!, Al Qaeda y los Al Qaedalinos no llegan a las noticias ni por casualidad. Pero ellos son los que menos nos preocupan. Y, en parte, el motivo de que no haya oído hablar de ellos es que hacemos bien nuestro trabajo. Hemos mantenido las calles seguras.

»Por eso le alentaron a no decir ni mu. Pero usted le dijo algo a alguien. Cosa que, A, no debería haber hecho; y B, no es una nimiedad. Collingswood va a tener que volver a pedírselo, con un poco más de empeño.

»No es que seamos un cuerpo secreto, exactamente —aclaró—. No llega a ser «negación plausible»; hoy en día no es la mejor estrategia. Es más «desinterés plausible». Todo el mundo se queda con cara de «¿UDFS? ¿Y para qué carajo preguntas por esos?». Qué tontería, es un poco molesto…

Sonrió.

—Ya se hace una idea.

Billy oía a los agentes fuera, en los pasillos. Sonaban teléfonos.

—Bueno —dijo por fin Billy—. Entonces, ustedes son los de las sectas. ¿Y eso que tiene que ver con ese pobre tío del sótano? ¿Y qué tiene que ver conmigo?

Vardy abrió un archivo de vídeo en su portátil y lo puso donde los tres pudieran verlo. Una oficina, un despacho ordenado, libros en las paredes, una impresora y un PC. Estaba Vardy, sentado en un plano de tres cuartos frente a la cámara, otro hombro dando la espalda a la lente. Lo único que se veía de él era el pelo, ralo y peinado hacia atrás, y una chaqueta gris. El color no era muy bueno.

«… Bien», oyó decir Billy al hombre del rostro oculto. «Ya he hecho lo mío con esa panda de Epping, y no veo que sean más que unos maníacos de pacotilla, en general no es demasiado interesante, yo no perdería el tiempo».

«¿Qué me dice de esto?», dijo el Vardy del vídeo, y levantó lo que, según pudo ver Billy, era el símbolo que él mismo había dibujado.

El hombre oculto se inclinó hacia delante.

«Ah, vale», dijo.

Hablaba en un tono conspiratorio entrecortado.

«Los tetris, son los tetris», añadió. «Sí, no, no los conozco. Los tetris son nuevos, me parece que no los he visto mucho, solo que han ido por ahí pintando eso. Una señal es una señal. ¿Ha estado en Camden? Lo vi y pensé, voy a meterme un poco por ahí, pero son unos raros, hacen como que te saludan, pero luego no los encuentras por ninguna parte. Bueno. ¿Son secretos?»

«¿Lo son?», dijo el Vardy del vídeo.

«Pues dígamelo usted, dígamelo usted. Yo no llego a ellos y usted me conoce, así que, ya sabe que es agobiarme, esto».

«¿Principios?»

«Escúcheme bien. Lo que he oído…» El hombre hizo gestos de chismorreo con los dedos. «… Lo único que le puedo decir es que hablan de lo oscuro, la ascensión, del, ya sabe usted, el alargamiento. Les encanta que el que se alarga hape…»

«¿Cómo?»

«Hape, hape, ¿dónde está su profesor de Griego? Alfa, pi, delta, hape, hapsis, si lo prefiere, táctil táctil, eso es lo que dicen… Es un rollo háptico, este».

Vardy congeló la imagen.

—Es una especie de ayudante de investigación autónomo. Un fanático. Es coleccionista.

—¿De qué? —preguntó Billy.

—De religiones. De cultos.

—¿Y cómo narices se coleccionan los cultos?

—Ingresando en ellos.

* * *

Al otro lado de la ventana se veían las ramas de los árboles zarandeadas por el viento. La sala parecía estar muy cerca. Billy apartó la vista de la luz exterior.

El hombre de la pantalla no era el único, dijo Vardy. Una pequeña tribu de obsesos. Frikis de la herejía que iban de secta en secta, acumulando credos con una avidez propia de cualquier miembro del clan de los Renfield. Los Soldados del Gusano Salvador una semana, el Opus Dei o los Bobo Dreads la siguiente, con un don especial para la devoción y unos repentino arranques de sinceridad suficientes para ser bienvenidos como neófitos. Algunos eran tan cínicos que siempre estaban metidos en el asunto, simplemente, para ir apuntándose tantos; otros se regodeaban durante un par de días o tres, convencidos de que «esta ha sido diferente» hasta que se acordaban de cuál era su propia naturaleza y se excomulgaban entre risitas indulgentes.

Se juntaban para comparar gnosis en los cafés de Edgware Road, fumando shisha, o en pubs de Pimrose Hill, o en un sitio que se llamaba Almagan Yard, recalando principalmente en sus puntos de encuentro favoritos de las «calles trampa», dijo Vardy. Intercambiaban misterios disidentes en un cierto ambiente de competitividad, como si las fes fueran cromos.

«Entonces, ¿qué pasa con tu apocalipsis?» «Bueno, el universo es una hoja en el árbol del tiempo, y cuando llegue el otoño se marchitará y caerá en el infierno». Murmullos de admiración. «Ah, qué buena. Los míos de ahora dicen que las hormigas se van a comer el sol».

* * *

—Quiere unirse a estos tetris, ¿entiende? —dijo Vardy—. Es un completista. Pero no los encuentra.

—¿Qué es una «calle trampa»? —La pregunta de Billy fue ignorada.

—Tetris —dijo Baron—. ¿Lo pilla? Harrow, siéntese.

Billy se había puesto en pie y se dirigía hacia la puerta.

—Tetris —repitió Baron—. ¿Lo pilla? Teu, teu, teu… Teutis.

—Ya he tenido bastante —opinó Billy.

—Siéntese —dijo Vardy.

—Nosotros somos la puñetera brigada de las sectas, Harrow —dijo Baron—. ¿Por qué cree que nos han llamado a nosotros? ¿Quién cree que es responsable de lo que está pasando?

—Teuthis —sonrió Vardy—. Adoradores del calamar gigante.