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Billy miraba los iracundos yos muertos de Simon. ¿Sentía acaso Simon la culpa que le atribuían, la responsabilidad por innumerables suicidios involuntarios? Vaya un pecado original.

Wati regresó por fin, lo hizo en el interior de la silueta de una bailarina argelina.

—Abre la puerta —dijo. Fuera esperaba una mujer con pinta de estar agobiada, que llevaba un cuerno de carnero enroscado.

—Dane —dijo; entró—. Dios Todopoderoso, ¿qué ha pasado aquí?

—Mo es la mejor que conozco —dijo Wati—. Y nadie la conoce…

—¿Eres una exorcista? —dijo Billy. La mujer miró al cielo.

—Es una rabina, imbécil —dijo Wati—. A Simon se la suda que sea una cosa o la otra.

—He visto montones de posesiones —dijo Mo—. Pero nunca… Dios Todopoderoso, son todos él.

Cruzó la corona fantasmal y le murmuró algo a Simon con delicadeza.

—Puedo intentar una cosa —dijo—. Pero tengo que llevármelo al templo.

Agitó el shofar.

—Esto no lo va a cortar.

La oscuridad no tardó en caer, y permaneció llena de luces y de los gritos de los niños. Wati estaba al acecho, circulando entre figuras en un kilómetro a la redonda. Dane, Billy y Mo observaban los gemidos maliciosos de los acosadores de Simon.

—Tenemos que irnos —dijo de repente Wati desde un McCoy de treinta centímetros.

—Demasiado pronto —dijo Dane—, todavía no es medianoche…

—Ahora mismo —dijo Wati—. Ya vienen.

—¿De quién…?

—¡Joder, Dane! ¡Moveos! ¡Son los putos Goss y Subby!

Y todo el mundo se movió.

* * *

—El Tatuaje ha pensado lo mismo que nosotros —dijo Wati, mientras recogían sus cosas y arrastraban a Simon con su nube de fantasmas—. Le ha seguido el rastro a Simon. Sus cabezas huecas están de camino. Y Goss y Subby están con ellos.

—Hay unos en las escaleras. El resto anda cerca. Goss y Subby andan cerca.

—¿Hay otra salida? —dijo Dane. Wati se iba, volvía.

—Si la hay, no tiene estatuas cerca.

—Tiene que haber una por detrás —dijo Billy—. Una salida de emergencia.

—Coge una figura —dijo Wati—. Voy a quitaros a Goss y a Subby de encima.

—Espera —dijo Dane, pero Wati ya no estaba. Billy agarró el fáser, el catálogo de la subasta y un Kirk de plástico. No había nadie en el pasillo. Dane los urgía a doblar las esquinas. Mo y Billy arrastraban a Simon en una alfombra que ocultaba insuficientemente a sus atormentadores. Oyeron llegar el ascensor. Dane alzó su arpón y les hizo señas a Billy y a Mo para que se apartaran.

—Abajo —dijo, indicando la salida de emergencia—. Mo, no dejes que te vean. Billy, no dejes que la vean.

Salió corriendo hacia el ascensor.

* * *

—Uf, uf, uf, ¿eh Subby?

Goss iba corriendo. No con mucha intensidad, y exagerando cómicamente un bamboleo de cabeza. Detrás de él venía Subby, con el mismo movimiento desenfadado.

—El resto de los osos está justo encima del arroyo —dijo Goss—. Una vez crucemos el puente mágico podremos servirnos toda la miel que queramos. Uf, uf, uf.

Quedaban dos o tres esquinas más entre él y la base de la torre. Goss observó la longitud de la calle oscura. En un cruce con un callejón sin salida había un montón de contenedores abollados. Un instante de viento fuerte hizo caer una bolsa de basura entera, hizo rodar los contenedores, que chocaron entre sí, como si estuvieran intentando desviar la atención de Goss.

—¿Te acuerdas de cuando Osito Cariñosito y Osita Azucarita vinieron a casa con la Princesa de los Picnics de Flores? —dijo Goss. Apretaba y estiraba los dedos de las manos. Sonrió, descubriendo los dientes, completa y cuidadosamente, detrás de los labios, y mordiendo el aire. Subby se quedó mirándolo.

—Billy, muévete.

Ante esas palabras apenas perceptibles, Goss se detuvo.

—Cállate, Dane.

Voces de Londres en susurros. Estaban justo al final de la calle, en una de las penumbras colindantes.

—Está cerca —dijo una voz. Y de más lejos llegaba una respuesta, «Ssshh».

—Subby, Subby, Subby —murmuró Goss—. Mantén esos cascabeles de tus zapatillas lo más silenciosos que puedas. Chispitas y Estrella Rosa se las han arreglado para huir a escondidas del Palacio de Manzana, esquivando a todos los peces mono, pero si procedemos con sigilo, como duendecillos, podremos darles una sorpresa y hacer travesuras todos juntos en la Pradera de las Cometas Felices.

Se llevó un dedo a los labios y se fue deslizando, apartándose de la calle principal en dirección a la callejuela de donde salían las voces. Subby lo seguía, caminando de puntillas igual que él, adentrándose en la penumbra en la que alguien susurraba.

* * *

Las puertas del ascensor se abrieron, y Billy, mirando hacia atrás desde la salida de incendios, vio tres figuras vestidas de oscuro con cascos de motorista. Dane mantenía su arma en alto. Hubo una percusión.

—Rápido —dijo Wati-Kirk desde el bolsillo de Billy, y:

—Rápido —dijo Dane, sin mirar atrás.

Billy y Mo arrastraron a Simon por las escaleras.

—¿Qué pasa con Dane? —no dejaba de repetir Billy. Pero Wati ya se había marchado otra vez.

Había muchas plantas que bajar. La adrenalina era lo único que impedía que Mo y Billy se derrumbaran bajo el peso de Simon. Por encima de ellos, oían refriegas que las paredes atenuaban. Billy notaba que los fantasmas reptaban de forma horrenda por su piel, mientras los atormentadores atravesaban a Simon. Cuando por fin llegaron a la planta baja, Billy resollaba tanto que casi tenía arcadas.

—No os quedéis ahí plantados, joder —dijo el pequeño Kirk que llevaba en el bolsillo—. Moveos.

Un hombre corriente, que estaba en la puerta de su casa, miraba los fantasmas de Simon tan estupefacto que ni siquiera se había asustado. Billy y Mo salieron disparados hacia el hueco del ascensor y la puerta de entrada, que quedaba detrás, pero se abrió y allí estaban dos de los hombres del Tatuaje. Ropa gris de camuflaje, cascos de visera oscura, a punto de coger sus armas.

Mo gritó y levantó las manos. Billy se puso delante de ella y disparó el fáser.

No sintió pánico. Tuvo tiempo para reflexionar por un instante sobre lo tranquilo que estaba, para pensar que estaba levantando el arma y presionando el botón de disparo.

No hubo retroceso. Se produjo aquel sonido vulgar, la línea luminosa incidiendo en el pecho del hombre que marchaba en primer lugar y dibujando sobre él una mancha de luz, al tiempo que salía despedido de espaldas. El segundo hombre corrió hacia Billy, trazando un experto zigzag, y Billy disparó varias veces sin acertar, calcinando las paredes.

Mo gritaba. Billy echó la mano hacia delante. El hombre se quedó clavado, como si se hubiera topado con algo. Rebotó contra una nada visible. El casco del hombre chocó contra esa nada, con una audible percusión.

Billy no oyó llegar el ascensor, ni abrirse las puertas. Solo vio salir a Dane detrás del hombre del Tatuaje y sacudir con fuerza su arpón vacío contra el monótono casco de motorista, dibujando una curva como lo haría un bateador. El hombre se desplomó, su pistola patinó por el suelo. Su casco salió despedido.

Su cabeza era un puño del tamaño de una cabeza. Lo apretaba y lo aflojaba.

Se abrió. La enorme palma estaba de frente. A medida que el hombre se ponía en pie, volvió a apretarse. Dane le propinó un fuerte puñetazo por la parte trasera de su cabeza de puño. El atacante volvió a caer.

—Vamos —dijo Dane.

Fueron corriendo hasta el coche de Mo por una ruta plagada de recodos, y la ayudaron a tumbar dentro a un Simon trémulo en su delirio fantasmal. Tribble dejó escapar una leve carcajada.

—No prometo nada.

—Mira a ver qué puedes hacer —dijo Dane—. Os encontraremos. ¿Te han visto?

—Creo que no —contesto—. Y no me conocen. Aunque me…

Parecía no estar segura. No había habido ojos.

—Vete, entonces. Vete. —Dane le dio una palmada al techo de su coche, como liberándolo. Cuando se hubo marchado, tanteó las manijas de los coches cercanos, hasta que encontró uno que le gustó por intuición dactilar y lo abrió.

—¿Qué son? —dijo Billy—. ¿Esos hombres?

—¿Los cabezas huecas?

Dane arrancó el coche. Oyeron gritos a su espalda.

—Tiene que haber un poco de todo. —Estaba exultante—. Hay ventajas. Tiene que gustarte pelear. Deberías verlos desnudos. Bueno, no deberías.

—¿Cómo ven? —Surcaron la noche a toda velocidad. Dane miró a Billy. Sonrió y se meció en su asiento mientras movía la cabeza de lado a lado.

—Jo, Billy —dijo—. Qué mente tienes.

—Vale. —Era Wati, metido de nuevo en Kirk—. Pon tierra de por medio entre Goss y Subby y nosotros.

—Eres un genio —dijo Dane—. ¿Qué has hecho?

—Es útil saber imitar voces, nada más. Vuelvo en un segundo.

Dane aceleró. Meneó el arpón con la mano izquierda.

—Esto es una mierda —dijo—. Nunca había tenido que… Vamos a necesitar algo más que esto. No ha servido de nada. Necesito un arma nueva.

* * *

Goss se quedó quieto como una estatua. Escuchando.

—Esto es un subterfugio, ¿sabes, Subby? —dijo—. Me pregunto adónde habrá ido Chispitas.

—Ya te digo yo lo que ha pasado —dijo una voz salida de una cruda silueta situada en el vértice del tejado—. Te la han metido doblada, eso es lo que ha pasado, psicópata hijo de puta.

Eso vino de una goma, que era un personaje con forma de rana, desechada junto a la cuneta.

Y desde una jardinera de plantas muertas tiempo atrás, la voz de un pequeño buceador de plástico:

—Buenas noches.

—Bueno —dijo Goss, en mitad del silencio, tras la marcha de Wati—. Bueno, princesa Subby. ¿Qué te parece? Qué complicación más tonta.

* * *

Estaban cruzando el río. Poniendo agua entre ellos y aquel espantoso campo de batalla, Dane condujo el coche hasta un espacio silencioso, situado detrás de unas cocheras, garajes humildes en el fondo de una torre. Apagó el motor y permanecieron sentados a oscuras. Billy notó que su corazón se serenaba, que sus músculos se relajaban uno a uno.

—Por esto es por lo que deberíamos unirnos a él —dijo Dane—. No podemos hacer frente a movidas como esta nosotros solos.

Billy asintió lentamente. El gesto mutó hasta convertirse en un temblor de cabeza.

—No tiene ningún sentido —dijo Billy.

Cerró los ojos y procuró pensar. Miró la negrura que había detrás de sus ojos como si fuera la negrura del océano. Intentó alcanzar algo dentro de ella, una especie de intuición profunda. Alcanzaba, y sentía, la nada. El tacto del vidrio le helaba las puntas de los dedos. No era una idea, sino un foco, una sensación de adónde mirar. Abrió los ojos.

—El tío —dijo—. El de la botella, el tío que encontré. ¿Qué pinta él en todo esto?

—No lo sé —dijo Dane—. Ese es el problema, no sabemos quién es.

—¿Eh? —dijo Wati—. Eso no es verdad.

—¿Cómo? —le dijo Dane a la diminuta figura.

—Ya te lo dije, cuando aquella cosa policía me agarró, era como si sangrara. Datos y cosas que le habían entrado. Creo que recuerdo haber sentido… Supe quién…

Wati sondeó sus magulladuras en busca de información.

—Adler —dijo—. Así se llamaba el colega de la botella.

—¿Adler? —dijo Dane—. ¿Al Adler?

—¿Quién es? —dijo Billy—. ¿Era? ¿Un amigo?

El rostro de Dane expresó toda una retahíla de sentimientos.

—No, exactamente. Lo conocía, pero nunca… Al Adler era un cero a la izquierda hasta que se juntó con Grisamentum.

Se miraron el uno al otro.

—Se convirtió en su conseguidor. Le hacía gestiones a Gris.

—¿Qué le pasó cuando desapareció Grisamentum? —dijo Billy.

—Pensaba que se había emborrachado hasta matarse o algo por el estilo. Era un hombre cien por cien Grisamentum. Me lo encontré una vez, justo después del funeral, y pensé que se le estaba yendo la pinza. Estaba despotricando contra la gente con la que había tenido que trabajar por su jefe, lo emocionante que fue y blablablá. Negación total.

—No. —Billy apartó la vista y habló hacia el exterior por la ventanilla del coche, a través del cristal y dirigiéndose a las sombras del garaje—. No estaba empinando el codo en ninguna parte. Estaba haciendo algo que acabó por matarlo, en el museo, la noche que desapareció el kraken. ¿Y si ha estado trabajando para Grisamentum todo este tiempo?

—Había algo —dijo Wati—. Era como si…

Interpretó los moratones del ente policía.

—Era como si estuviera…, como si llevara mucho tiempo allí. Desde antes de que tú lo conocieras. Se lo hicieron antes de nacer.

—¿Y eso cómo…? —dijo Billy.

—Oh, el tiempo —dijo Dane—. El tiempo, el tiempo, el tiempo. El tiempo siempre es un poco más complejo de lo que tú te crees. A Al lo convirtieron en un recuerdo, ¿no es verdad?

Repiqueteó rítmicamente sobre el salpicadero. Con la tensión empezaron a flexionarse todos los pequeños músculos arcanos que pudiera tener, y la bioluminiscencia vibraba en las puntas de sus dedos a cada contacto.

—Está bien —dijo por fin Dane—. Está implicado. Tenemos a Simon, tenemos una pista. Tenemos que averiguar quién lo contrató. Necesito robar un teléfono y necesito ir a suplicarle a Jason Smyle. El camaleón por el que me preguntaste una vez. Él nos ayudará. Me ayudará.

—Sí —dijo Billy—. Pero ya sabes lo que vamos a descubrir, ¿verdad? Es él. Grisamentum. Él está detrás de esto. Él tiene al kraken.

Se volvió para mirar de frente a sus compañeros.

—Y por la razón que sea, también nos quiere a nosotros.