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Había piquetes de insectos, piquetes de aves, piquetes de tierra apenas animada. Había corros de gatos y perros en huelga, subrepticios piquetes de muñecas, como mugrientos picnics inmóviles; y marionetas de carne y hueso, piquetes de lo que parecían, y que en algunos casos habían sido una vez, humanos.

No todos los familiares estaban representados. Pero incluso aquellos asistentes mágicos que evitaban toda corporeidad estaban en huelga. Pues… un piquete al descubierto. Una condensación de vectores enojados, una mancha verdigrís en el aire, un parámetro excitable. En la mayor parte de los casos, en el espacio-tiempo medianamente complejo en el que vive la gente, esos piquetes no parecían nada en absoluto. Algunas veces se percibían como un calor, o una concentración vaporosa de hebras de ciempiés colgando de un árbol, o un sentimiento de culpa.

En Spitalfields, donde los edificios financieros se desparramaban como vulgar magma sobre los restos del mercado, un grupo de airadas subrutinas llevó a cabo el equivalente a un corro, coreando consignas en su descarada iteración de éter. Los ordenadores del edificio adyacente ya hacía tiempo que eran conscientes de sí mismos y de su propia singularidad, aprendían magia por internet, y gracias a la nigromancia, combinada con UNIX, habían producido unos demoniejos digitales para que cumplieran los mandatos del servidor.

La UAM tenía sindicadas a todas estas inteligencias artificiales y, para disgusto de los ordenadores, estaban en huelga. Bloquearon el éter local, metagritando. Pero mientras ellos enredaban y gimoteaban, los espíritus electrónicos detectaron un rumor que no era el suyo. «Oyeron», en su análogo de oralidad, frases que eran un tercio de incongruencia y dos tercios de amenaza.

esta bien chicos

alto por ce dia por la calle del ojo

el bueno de billy ese es

tu juego hijo a que coño juegas

¿Qué demonios? Los huelguistas se «miraron» entre sí (un mosaico de momentos de atención ensamblándose) y se encogieron de hombros electrónicamente. Pero antes de que pudieran regresar a su sitio, se vieron infiltrados por un sistema de exagerados entes policíacos. Los piqueteros empezaron a alterarse, nerviosos, procuraron reagruparse, intentaron fanfarronear, pero sus protestas se vieron ahogadas en medio de una feroz algarabía policial.

vuetro vuetro

dejalo escoria

vuetro vuetro piquetes se hacían en el dia soplapollas

vuetro puto sindicalista lleva a ese hijoputa de paki wati

No hay pancartas en el éter, pero existen otras tradiciones en las huelgas: porquería esculpida de fondo, palabras en tiras rizadas. Los polimomentos penetraron estas cosas haciéndolas jirones. Traducido de lo afísico, habría estado a la altura de una huelga de mineros brutal y desagradable, cabezas abiertas y patadas en los huevos. Con las alas cortadas bajo el peso de la ley, los huelguistas se tambaleaban.

Los fantasmillas de pega parasusurraron: sera mejor que nos digais donde esta wati no creeis. donde esta wati?

* * *

Marge se quedó más una noche despierta hasta tarde, rastreando en la red a quienes buscaban a desaparecidos. Su nombre de usuario era «marginalia». Se metió en adóndefueron?, un foro de discusión principalmente orientado a aquellos cuyos hijos adolescentes se habían largado. No compartían el mismo problema.

Lo que ella buscaba eran indicios de desapariciones más inquietantes. Se pasó horas pescando desde el teclado, soltando cebos del tipo: «ya pero y si ha desaparecido sin más?? sin dejar huella?? algo raro pasa no?? y si la poli no kiere ayudar no k no pueda k no KIERE??».

La farola había dejado de transmitir su mensaje. La fatiga hacía que se sintiera como si todo lo que había visto fuera una alucinación.

Cualquiera puede encontrar grupos de discusión supuestamente secretos en la red. Sus miembros dejaban un reguero de miguitas de pan por los perturbados foros dedicados al Satanismo, la magick (siempre con aquella «k» jactanciosa) y los ángeles. Religiones. En una de esas, Marge había colgado una pregunta acerca de su encuentro con el hombre y el niño amenazadores. En la bandeja de entrada que había creado a este fin, recibió correos basura, calumnias sexuales, excentricidades y dos mensajes, enviados desde dos direcciones diferentes y anónimas, que contenían la misma información, con fórmulas similares: «Goss & Subby». Uno añadía: «Huye».

Ninguno de los corresponsales respondió a sus peticiones de más información. Estuvo buscando sus nombres de usuario en comunidades sobre gatos, hechicería, codificación en la red y sobre el escritor Fritz Leiber. Merodeó por comunidades conducidas por y para aquellos que conocían el Londres más reservado. Estaban inundadas de rumores que le hacían un flaco favor.

Bajo una nueva identidad, colgó una pregunta. «ola algn sab k pasa cn 1 clmr rbdo??» El hilo que inició no duró demasiado. La mayoría de las respuestas eran troles o nada. No obstante, hubo más de una que indicaba: «fin del mundo».

* * *

No fue Wati, sino un numen camarada quien halló los restos del piquete electrónico. Los atacantes habían perseguido a los líderes intermedios a los que habían exprimido. El numen buscó a Wati desesperadamente.

—¿Dónde está? —dijo—. ¡Nos están atacando!

—Esta mañana estaba.

El gerente era un kachina de madera que arrastraba los pies y hablaba con el acento hispánico del mago expatriado que lo había tallado, si bien lo habían fabricado y fichado para el sindicato de Rotherham.

—Tenemos que encontrarlo.

De hecho, Wati estaba acomodando sus visitas a los piquetes a la agenda de su otra investigación. El tanteo había dado sus frutos. De ahí su visita a un punto de huelga menor, periférico, donde unos perros que estaban bloqueando una pequeña planta de enlucido, y fábrica de maldiciones a tiempo parcial, fueron sorprendidos y agasajados por la visita del militante líder de la UAM. Le informaron de la situación del piquete. Él los escuchó, sin contarles que estaba allí para comprobar una pequeña presencia concreta que creía haber detectado.

Los huelguistas le ofrecieron toda una selección de cuerpos. Recopilaron en sus fauces a una maltrecha muñeca de un solo brazo, un gnomo de cerámica, un oso, la figura de un jugador de cricket con borla, los alinearon como en una rueda de identificación de alguna hipotética ciudad de juguetes. Wati se aposentó en el jugador de críquet. El viento hizo rebotar su rostro protuberante.

—¿Sois unánimes? —preguntó.

—Casi —gimió un viejo canino—. Hay uno que dice que no es un familiar, que es una mascota, así que está exento.

—De acuerdo —dijo Wati—. ¿Podemos hacer algo por vosotros?

Los huelguistas se miraron entre sí.

—Todos estamos débiles. Cada vez más.

Hablaban perro londinense, una lengua ladrada.

—Veré si puedo desviar algo del fondo.

El fondo de huelga estaba mermando, por supuesto, a un ritmo preocupante.

—Estáis haciendo algo grande.

El familiar al que Wati andaba buscando extraoficialmente estaba, pensaba él, a solo uno o dos kilómetros. Fue avanzando a trompicones entre las miles de estatuas y estatuillas a su alcance, eligió a un Cristo que había a la entrada de una iglesia a unas cuantas calles de allí y saltó.

… Y fue interceptado. Un momento de desconcierto.

Salió de la estatua y había algo que le impedía el paso, una presencia etérea que se aferró a su ser incorpóreo, espetándole: muy bien jovencito muy bien jovencito t’han pillao sociata de mierda. Lo inmovilizó en el no lugar.

Hacía mucho, mucho tiempo que Wati no había pasado más de una fracción de un momento fuera de un cuerpo, en ese espacio. No sabía cómo metapelear, no podía luchar. Lo único que sabía hacer en aquella zona fantasma era salir de ella, cosa que su captor no pensaba permitirle. Hijo mio tu te vienes conmigo a comisaria.

Apestaba a soplo, a autoridad y a ardid. Wati intentó pensar. Por descontado que no respiraba, pero sentía como si se sofocara. La firme incorporeidad de aquella cosa que lo agarraba filtraba los componentes de los que estaba formada. Mientras lo estrangulaba, se enteró de algunos retazos al azar, a través de su tacto.

agente agente agente decía la cosa, y Wati oyó superintendente y reculó empujando enfurecido. Su ruta reciente desde el cabeza de borla seguía astralmente engrasada por su paso, y se abrió paso a toda costa en el camino de regreso hasta aquella diminuta figura. Volvió a penetrarla de golpe y rugió. Los perros miraron alrededor.

—¡Ayuda! —gritó. Notó que el policía lo cogía, sorbiéndolo, tratando de sacarlo de allí. Era fuerte. Él se asió con fuerza al interior del muñeco.

—Coged un ladrillo —gritó—. Coged algo que pese. ¡Cogedme!

El perro que estaba más cerca titubeó y cogió el juguete.

—Cuando yo te diga, machacas a este hijo de puta contra la pared, y de una vez. ¿Entendido?

El espantado perro asintió.

Wati se afianzó, se detuvo, luego arrastró al sorprendido atacante adentro con él, al interior de la diminuta figura. Wati miraba a través de unos ojos baratos, atestados, sintiendo como el atónito oficial se zarandeaba dentro de aquella forma inesperada.

—¡Ahora! —gritó. El perro sacudió la pesada cabeza y escupió el muñeco contra los ladrillos. En el mínimo instante inmediatamente anterior a que tocara la pared, Wati lo abandonó de golpe, volviendo a embutir al ente policial en su interior y zambulléndose en una Barbie manca.

Oyó el ruido del aplastamiento en el momento en que se deslizaba dentro del personaje de plástico, vio salir volando pedazos de lo que hacía solo un instante había sido él. Con la percusión llegó el bramido de algo muriendo. Un eructo apestoso y una intensa sensación que creció descomunalmente, para disiparse después.

Los perros contemplaron los fragmentos, el Wati en forma de mujer enfurecida.

—¿Qué ha sido eso? —dijo uno de ellos—. ¿Qué ha pasado?

—No lo sé —dijo Wati. Unas huellas psíquicas lo habían magullado—. Un madero. Algo así.

Palpó sus heridas, para ver qué podía deducir de ellas y de su residuo.

—Joder —dijo, tocando un punto dolorido.