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—Esta es una lista de la gente que me debe favores, que no está en la iglesia y que no me puteará —dijo Dane. No había muchos nombres. Estaban en un escondite, en la zona cuatro de la ciudad, en lo que era una casa okupa tan místicamente enmascarada como desierta. Estaban esperando a Wati.

—¿Qué es un…? ¿Aquí pone «camaleón»? —preguntó Billy—. Ese nombre me suena…

Dane sonrió.

—Jason. Es el que te dije. Va saltando de trabajo en trabajo. Sí, él y yo volvemos a las andadas. —Sonrió por alguna reminiscencia—. Nos será de ayuda si llega el caso. Pero nuestro hombre más importante es Wati, sin duda.

—¿Dónde está ese taller adonde me mandaba el Tatuaje? —dijo Billy.

—¿Para qué lo quieres saber? ¿Se te están ocurriendo ideas estúpidas, Billy?

—¿Qué sería estúpido? Eres un soldado, ¿no es verdad? Te preocupa que el Tatuaje le eche el guante a tu dios. ¿Hay alguna razón para no ir a verlo con todo esto? Ya sabes que quiero hacerle todo lo que pueda. En esto te soy sincero. Y a Goss y a Subby. Queremos lo mismo, tú y yo. Esa es la clave, ¿no?

—Billy —dijo Dane—, no vamos a asaltar la guarida del Tatuaje. No sin un ejército. Para empezar, no sé dónde está, no con certeza. Ese es uno de sus antros, pero nunca se sabe dónde va a estar él, o dónde va a estar el taller. Para seguir, ¿y su guardia? No son poca cosa. Además, es uno de los que más poder amasan de todo Londres. Todo el mundo le debe favores, o dinero, o su vida, o algo. Si nos metemos con él, nos metemos en un pozo sin fondo de la hostia, incluso si llegáramos hasta él, cosa que no conseguiríamos.

—¿Tiene…? ¿Puede…? —Billy hizo girar las manos en un gesto evocador.

—¿Trucos? Con él la cosa no va de trucos: se trata más de dinero y astucia y dolor. Mira, hay alguien ahí fuera que tiene el kraken, y nadie sabe quién es. Lo único que sabemos, de momento, es que al Tatuaje eso le jode tanto como a nosotros. Ya sé que quieres… Pero no podemos perder el tiempo persiguiéndolo a él. Le dará más por culo que nos hagamos con él. Él es demasiado grande como para que vayamos a por él, lo siento. Solo somos dos. Con mi experiencia y tus sueños. Deberías empezar a soñar por nosotros. No puedes seguir fingiendo que no son nada: lo que estás viendo es real. Y lo sabes. El kraken nos está contando cosas. Así que tienes que soñar por nosotros.

—Sea lo que sea lo que estoy soñando —dijo Billy con prudencia—, no creo que sea el kraken.

—¿Y qué va a ser si no? —Dane no sonaba enojado, sino suplicante—. Alguien le está haciendo algo.

Agitó la cabeza y cerró los ojos.

—¿Se puede torturar a un dios muerto? —preguntó Billy.

—Claro que se puede. Se puede torturar a un dios muerto. Se puede torturar cualquier cosa. Y al universo eso no le gusta; eso es lo que pone enfermos a los adivinos.

—Tengo que contarle a Marge que Leon está muerto. —Dane se rascó la barbilla—. Ella debería…

—Colega, no sé de qué va todo esto —dijo Dane, sin mirarlo—. Pero será mejor que te olvides. No vas a hablar con nadie. No puedes. Es por tu bien y también por el bien de ella. ¿Crees que le harías un favor si consigues que se interese por esto? Ya sé que en realidad eso no tiene nada que ver con ella, pero bueno…

Billy se quedó con una sensación de inconclusión.

En el suelo, entre los dos, había un gnomo de plástico. Estaban esperando a Wati. Dane le enseñó a Billy a golpear con una porra, valiéndose de una cuchara de madera; le enseñó a pegar con el puño a cámara lenta y a hacer llaves de inmovilización por el cuello.

—Lo hiciste bien —le dijo.

Estaba distraído de su instrucción. Pero, cuando Wati llegó, lo hizo con tal sigilo que ninguno de los dos intuyó su presencia hasta que habló.

—Siento llegar tarde —dijo, con un gruñido en la voz de pito del mofletudo hombre de plástico—. Reunión de emergencia. No os hacéis una idea.

—¿Todo bien?

—Ni por asomo. Nos han atacado.

—¿Qué ha pasado? —dijo Dane.

—Mira, esto no es un juego de niños y eso lo sabe todo el mundo, ¿no? Pero se emplearon a fondo, entraron a degüello. André aún sigue en el hospital.

—¿Polis?

—Profesionales.

—¿Pinkertons? —El nombre de la agencia de detectives era sinónimo de esquiroles mercenarios.

—No lo llevaron con secretismo. Fueron los hijos de puta del Tatuaje.

Dane se quedó mirando fijamente la estatuilla, y esta lo miraba a su vez.

—Supongo que no es ninguna sorpresa —dijo Dane. Se frotó el pulgar con el índice—. ¿Sabemos quién le paga?

—Cualquiera. No le faltan candidatos. Pero sabrás lo que significa eso: que van a por nosotros. Lo han elevado a alerta roja.

—Lo siento, colega. No eres el único. Yo pensaba que sabía cuáles eran mis casas seguras —dijo Dane—. El teuthex envió a algunos de… ¿Te acuerdas de Clem?

Wati silbó sostenidamente.

—Eso te tiene que fundir los plomos —dijo—. Por lo menos yo sé que los hijos de puta a los que me tengo que enfrentar no son amigos míos. Si pudiera, me metería a echar un ojo, a ver qué se trae tu iglesia entre manos.

—Hay estatuas por todas las paredes… —dijo Billy.

—Hay bloques —dijo Dane—. Métodos para mantener alejado al personal. Son cuidadosos.

—Tengo que ir a cuidar de los míos, Dane —dijo Wati—. Tengo que ganar. Pero resulta que estoy guerreando contra el Tatuaje, tanto si me gusta como si no. Si él va a por los míos, yo voy a por él. Si su prioridad es apoderarse del kraken, mi prioridad es hacerme con él antes. Si él está a favor de algo, yo estoy en contra.

Los dos hombres sonrieron.

* * *

Wati emplazó a una grajilla del cielo y la llamó a entrar por la ventana de la cocina. Dejó caer un papel en la encimera, le trinó algo a Wati y se marchó. Era la lista de porteadores de Dane. Estaba bien plegada, marcada con arañazos de garras de ave, escrita por diversidad de manos torpes, en rojo, azul y negro.

—No ha costado mucho conseguir información —dijo Wati con aquel acento desacompasado—. Los videntes se conocen entre sí. La gente que tiene esta clase de talento, incluso cuando mis miembros no los han conocido a través de sus jefes, sabe de ellos.

—¿Por qué estos están tachados? —dijo Dane—. Pensaba que Fatima Hussein podía haber sido una buena candidata para el traslado.

—Los que están tachados en azul están fuera del país.

—De acuerdo. ¿Y los demás?

—Tienen familiares. Sus trucos están tan ligados a ellos que con la huelga no sabrían hacer la o con un canuto.

—¿Cómo funciona? —preguntó Billy.

—Quid pro quo —dijo Dane—. Ellos son tus ojos y tus oídos, pero es más que eso. Cuando inyectas algo en tu animal o en tu lo que sea…

—Magia.

—Si le inyectas algo, él te reporta más —dijo Wati. Animales a modo de amplificadores—. Hay cuatro personas de las cuales tenemos entendido que podrían haberlo porteado: Simon Shaw, Rebecca Salmag, el Abogado y Aykan Bulevit.

—Conozco a un par de ellos —dijo Dane—. Simon se jubiló. Aykan es un gilipollas. ¿Algún teletransportador? Odio el teletransporte.

—Sí, pero no estamos hablando de ti —dijo Wati—. Estamos hablando de tu dios.

—Su cuerpo.

—Bueno, vale. Entonces, o fue uno de esos o ya nos metemos en algo que no hemos visto nunca —dijo Wati—. Y en Londres no es tan fácil guardar un secreto.

—Pues tampoco es que le esté costando mucho a quienquiera que sea —dijo Billy.

—Ahí está —dijo Wati—. Llevad algo en el bolsillo donde me pueda meter. Así os alcanzaré enseguida.

—¿Qué te parece una muñeca Bratz? —dijo Dane.

—He estado en cosas peores. Pero hay algo más. No se trata solo de poder sacarlo. Se trata de vencer la protección. Todas esas personas de la lista son porteadores, pero ninguno es un guerrero. No hay forma posible de que alguno de ellos hubiera podido sortear al phylax.

—El ángel —dijo Dane—. El ángel de la memoria.

—Vale, colega, vale —dijo, viendo el gesto de Billy—. Ninguno de nosotros sabe mucho de esto. Es otro nivel. Cuando se llevaron al kraken, el ángel metió la pata hasta el fondo. Yo tenía que saber algo de eso porque estaba en el Centro.

La presencia de un guardia de los fieles podía haber sido considerada, como lo fue en el caso de algunos, una falta de respeto. Porque el Architeuthis ya estaba bajo tutela, protegido, junto con todos los demás especímenes del museo.

—¿Qué ángel?

—El mnemophylax es el ángel de la memoria. Hay uno en cada palacio de la memoria. Pero este está jodido.

—¿Qué es?

—¿Crees que la memoria no desarrolla espinas para protegerse? Eso es lo que son los ángeles: son espinas. —Defensas de la memoria. Su contenido es irrelevante: el hecho de ser, y su pugnacidad, lo eran todo.

—El ángel no va a olvidarse de esta —dijo Wati—. Estas cosas las pillas en el intersticio. Está furioso. Siente que ha fracasado.

—Es que fracasó —dijo Dane.

Lo que había fracasado era un miembro de una vieja camarilla cuya existencia se labró a raíz del carácter obsesivo de la ciudad por la conservación. Todos los museos de Londres componían, valiéndose de su material, a su propio ángel, un numen de su recuerdo, mnemophylax. No eran seres, exactamente, no desde el punto de vista de la mayoría de los londinenses, sino funciones derivadas que se creían seres. En una ciudad en la que el poder de cualquier objeto se derivaba de su potencial metafórico, toda la atención que se prestaba a sus contenidos hacía de los museos una suculenta elección para los ladrones conjureros. Pero los procesos que les otorgaban ese potencial también creaban centinelas. Cada tentativa de robo despertaba rumores acerca de qué fue lo que lo había frustrado. Los invasores supervivientes, lacerados, contaban historias.

En el Museo de la Infancia hubo tres juguetes que se lanzaron implacablemente contra unos intrusos (un aro, una peonza y una videoconsola averiada), deslizándose sincopadamente, como en stop motion. Con el sonido del aleteo de la tela, el Victoria and Albert estaba patrullado por algo parecido a un elegante rostro depredador de lino arrugado. En Tooting Bec, el Museo de la Máquina de Coser de Londres se mantenía protegido gracias a un ángel espantoso, confeccionado a base de hilos enredados, bobinas y agujas traqueteantes. Y en el museo de Historia Natural, el encurtido linaje de lo evolucionado que allí se almacenaba permanecía bajo la vigilancia de algo que se describiría como (aunque no se reduciría solo a eso) vidrio y líquido.

—¿Vidrio? —dijo Billy—. Creo… Juro que eso lo he oído.

—Puede —dijo Dane—. Si quería que lo oyeras.

Pero se habían llevado al calamar, el ángel había sido derrotado. Nadie conocía el significado ni el castigo que eso suponía. Los eruditos podían sentir una profusión de extraño resentimiento. Decían que auguraba algo terrible. Que los ángeles estaban saliendo de sus pasillos, más allá del cometido que los había creado. Estaban luchando por la memoria, contra alguna certeza malévola que recorría las calles como los muertos.

—Lo que andamos buscando no es un simple porteador —dijo Wati—. Es alguien que puede enfrentarse a un ángel de la memoria y ganar.

—Pero ¿ganaron? —dijo Billy—. Estás hablando con el hombre que encontró a un tío metido en un tarro.

Se miraron mutuamente.

—Necesitamos más información —dijo Dane.

—Recurre a los videntes —dijo Wati—. Los londromantes.

—Ya sabemos lo que nos van a decir. Has oído la grabación. El teuthex ya ha hablado con ellos…

Pero Dane titubeó.

—¿Por qué no iban a venderos? —dijo Billy.

—Son neutrales —respondió Wati—. No pueden intervenir.

—¿La Suiza de la magia? —preguntó.

—No son nada —dijo Dane. Pero volvió a sonar dudoso—. Fueron los primeros, ¿no es verdad?

—Sí —dijo Wati.

—Es como si volvieran a ser oráculos —dijo Dane—. Quizá.

—Pero ¿no les resulta peligroso vernos? La gente podría enterarse —soltó Billy.

—Bueno —dijo Dane—. Hay una forma de conseguir que guarden el secreto.

Sonrió.

—Si vamos a ir a verlos de todas formas…

A por todas. ¿De qué otra manera podían haber negociado la lógica del poder en Londres durante tanto tiempo? Haz uso de sus servicios y, al igual que hacen los médicos y los sacerdotes católicos, los londromantes estaban comprometidos con el silencio.