19
¿Hacia un nuevo Londres? La inmensa e incomprensiva atención de la ciudad recae sobre ti, dijo el teuthex. Te buscan. Billy se imaginó a sí mismo emergiendo con los grandes ojos redondos de un pez, y Londres (donde el Tatuaje, Goss, Subby, el taller, esperaban) percatándose. «Ah, ahí estás».
Caminaba casi como si fuera libre bajo la ciudad. Más de una vez los krakenistas pasaban a su lado mirándolo, y él les devolvía la mirada, pero no lo interrumpían. En algunos puntos los grises bajorrelieves de cefalópodos se desmoronaban y debajo aparecían viejos ladrillos. Dio con una puerta que daba a una sala bien iluminada.
Se quedó de piedra. De pared a pared tenía las proporciones de una pequeña sala de estar, pero el suelo estaba mucho más abajo. A una profundidad inusitada. Unos escalones iban bajando. Era una galería hecha estancia, recubierta de estanterías con libros. De los anaqueles pendían escaleras de mano. A medida que crecían las propiedades de la iglesia, pensó Billy, las restricciones horizontales requerían que las generaciones de adoradores del kraken fueran cavando su biblioteca.
Billy fue leyendo títulos en su descenso. Un Libro tibetano de los muertos del Bhagavad Gita, junto a dos o tres Coranes, testamentos viejos y nuevos, textos arcanos y teonomicones aztecas. Folclore cefalópodo; biología; humor; arte y oceanografía; libros de bolsillo baratos y rarezas de anticuario. Moby Dick, con unas formas grabadas en la portada. Las 20.000 leguas de Verne. Un escudo de armas de la medalla del Pulitzer grapado a una página suelta de un libro, en la cual la frase «Grandes calamares propulsándose por el lecho marino en la fría oscuridad» era lo único que quedaba visible por debajo de la pintura. Pleamar, de Jim Lynch, clavada del revés, como algo impío.
Tennyson y un libro de poemas de Hugh Cook estaban colocados frente a frente, abiertos por páginas en competencia. Billy leyó al contrario de Alfred Lord.
Despierta el kraken
Los pececillos plateados
se dispersan como metralla
ante mi enérgica emersión
del negro inframundo.
Las olas verdes rompen contra mis costados,
enroscándome en la ascensión, forzado por mi momento,
y antes del décimo segundo
ya siento mi propio calor;
el viento nunca enfría como lo hacen los océanos.
Hacia media mañana,
mi piel ha sudado hasta agonizar.
La confusión de mis intestinos
se abotaga contra mi piel.
Estoy demasiado enfermo para luchar; me descuelgo
en los termales del dolor,
gritando contra el lento, lento, lento
ascenso hacia el descenso.
Y la locura de mi dolor
parece haberlo infectado todo:
ciudades despedazándose sanguinariamente entre sí,
barcos hundiéndose bajo una tormenta de fuego,
ejércitos azotándose con palos y bastones,
obesidad tambaleándose hacia el coronario
por las calles de la inanición.
—Dios mío —dijo Billy.
Samizdat, suntuosos cartonés, manuscritos, impresos sospechosos de la prensa minoritaria. Apocrypha Tentacula; Sobre el culto al kraken; El evangelio según san Steenstrup.
«No podemos ver el universo», leyó Billy en un texto escogido al azar. Estaba improvisado, con letra torpe:
No podemos ver el universo. Nos hallamos en la oscuridad de una trinchera, un corte profundo, aguas oscuras más pesadas que la tierra, presencias iluminadas por nuestra propia sangre, pequeñas bioluminiscencias, heroicas y patéticas. Prometeos demasiado asustados o débiles para robar el fuego, pero aún capaces de brillar. Los dioses están entre nosotros y no les importa, y no se parecen en nada a nosotros.
Así es como somos valientes: seguimos adorándolos a pesar de todo.
Volúmenes antiguos abarrotados de adenda, que eran Catechismata repujados. Álbumes de recortes con fragmentos pegados. Ediciones anotadas con anotaciones en la notas, y así sucesivamente en pródiga interpretación, una implacable hermenéutica téuthica.
Leyó los nombres de Dickins y Jelliss, Ajedrez de Alicia. Una profusión de versiones mutantes del juego con reglas arcanas, alfiles y peones a los que se atribuyen poderes extraños, piezas metamorfoseadas llamadas «saurios», «torales» y «antirreyes», y una llamada «kraken». Normalmente el «saltador universal» era considerado como la pieza más poderosa, leyó, ya que podía avanzar desde donde estaba hasta cualquier otro escaque del tablero. Pero no lo era. Era el kraken. «Kraken = saltador universal + cero», leyó, «= durmiente universal». Podía moverse hacia cualquier escaque «incluyendo aquel que ya ocupaba». A todas partes, incluyendo ninguna parte.
Sobre el tablero y en la vida, para Kraken en el vacío nada no es nada. La quietud de Kraken no es ausencia. Su cero es la ubicuidad. Este es el movimiento que parece inmóvil, y es el movimiento más poderoso de todos.
Los aumentos de precios eran una función de optimismo neutral, leyó Billy. El art nouveau era envidia helicoidal. Las guerras eran exiguos reflejos de las especuladas políticas del kraken.
* * *
Tras incontables horas, Billy levantó la vista y vio, junto a la entrada elevada de la sala, a una joven. La recordaba de uno de los momentos de sus visiones. Estaba allí en pie, con su insulso uniforme londinense de capucha y vaqueros. Se mordía el labio.
—Hola —dijo, tímida—. Es un honor. Han dicho que, vamos, todos están ahí fuera buscándote. El ángel de la memoria y todo eso, ha dicho Dane.
Billy parpadeó, atónito.
—El teuthex dice que si quieres venir, y todos se alegrarán si te… si quieres venir conmigo porque te están esperando.
La siguió hasta una sala más pequeña, que contenía una única mesa, grande, y mucha gente. Dane y Moore estaban allí. Algunos de los demás hombres y mujeres llevaban túnicas como la del teuthex; la mayoría iban vestidos de calle. Todos parecían enfadados. Sobre la mesa había una grabadora digital. El bullicio de un acalorado debate se interrumpió con su entrada. Dane se levantó.
—Billy —dijo Moore pasado un instante—. Por favor, acompáñanos.
—Protesto —dijo alguien. Hubo un murmullo.
—Billy, por favor, acompáñanos —repitió Moore.
—¿Qué es esto? —preguntó Billy.
—Nunca han corrido tiempos como los actuales —dijo Moore—. ¿Te interesa el futuro?
Billy no dijo nada.
—¿Alguna vez lees tu horóscopo?
—No.
—Sensato. No se puede prever el futuro, no existe tal cosa. Todo son apuestas. Nunca vas a obtener la misma respuesta de dos videntes. Pero eso no significa que uno de ellos se equivoque.
—Puede —dijo Dane.
—Podría ser —dijo Moore—. Pero hay muchos niveles en ese «podría». Tú quieres que tus pronosticadores discutan. Nunca nos has contado lo que soñaste, Billy. ¿Hay algo a la vista? Todo el mundo lo nota cuando hay algo a la vista. Desde que desapareció el kraken. Y nadie, nadie discrepa.
Juntó las manos en un gesto de explosión inversa.
—Y eso está mal. Esto es una grabación que se hizo de una consulta con los londromantes —dijo.
—¿Qué son…? —dijo Billy.
—Ya lo puedes preguntar —dijo Dane.
—Voces de la ciudad —respondió Moore.
—Eso quisieran.
—Dane, por favor. Los oráculos más antiguos a este lado de la circunvalación.
—Perdón —dijo Dane—. Pero Fitch lleva años fuera de onda. Solo te dice lo que quieres oír. La gente solo sigue yendo por tradición…
—Algunos de los demás son más avispados —dijo alguien.
—Os olvidáis de que fueron los londromantes los primeros que lo llamaron —dijo el teuthex—. A lo mejor Fitch está para el arrastre, es cierto. La gente acude por tradición, es cierto.
—Sentimentalismo —dijo Dane.
—Puede —admitió Moore—. Pero esta vez fue él quien lo llamó. Ha estado suplicándole a la gente que tenga cuidado.
Pulsó la tecla de reproducción.
«…mejor que pregunte», dijo una seca voz digitalizada.
Esa es Saira, dijo Moore.
«… a qué ha venido».
«Algo va a pasar, por debajo de todo». Era el teuthex. «Estamos buscando un camino entre posibles…»
«Esta vez no». La voz de un hombre anciano. Musitaba cosas que solo se entendían a medias. Parecía apremiante, de un modo confuso. «Tened fe, pero tenéis que hacer algo, ¿lo entiendes? Estás en lo cierto, se acerca, y tienes que… Se está acabando».
«¿Tener fe en qué?», dijo el teuthex. «¿En Londres?»
El anciano Fitch divagaba acerca de callejuelas e historias ocultas, describía pentáculos en las banalidades de la planificación urbana.
«Hubo un tiempo en que yo mismo había dicho eso», soltó de pronto.
«No lo comprendo…»
«Nadie lo comprende. Sé lo que estás pensando. ¿Qué te han dicho? ¿Alguien te ha dicho lo que está por venir? ¿Lo han hecho? No. Todos saben que hay algo. Ninguno de ellos ha encontrado el modo de esquivarlo, ¿verdad? Algo…», dijo Fitch, y su voz sonó como la voz del polvo, «se acerca. Londres os lo ha estado diciendo. Ha sucedido algo y no hay cálculo que valga. Esta vez no hay discusión. No hay forma de salir de esta».
«¿Qué es?»
«El mundo se está encerrando. Algo emerge. Y un final. Si algún augur te augura otra cosa, despídelo». Billy oyó desesperación. «Porque te está mintiendo, o se equivoca».
—Tenemos que buscar —dijo Dane—. Tenemos que salir ahí fuera a encontrar a Dios. El Tatuaje maneja el cotarro. No dejará que nadie más se haga con algo tan poderoso.
—¿Qué hay del hombre que dijisteis era su enemigo? —preguntó Billy—. ¿Puede habérselo llevado él?
—Grisamentum —dijo Dane—. No. Él no era un criminal, ni era hombre de dioses. Y murió.
—¿No cree la gente que os lo llevasteis vosotros? —dijo Billy. Todos lo miraron fijamente.
—Todo el mundo sabe que nosotros no lo haríamos —dijo el teuthex—. No es nuestro. No es de nadie.
Ellos eran, y Billy así lo entendió, los últimos que se lo habrían llevado, aquella asíntota de su fe.
—¿Qué es lo que quieres hacer? —dijo Dane—. Dices que tenemos que comprender la situación, pero tenernos que salir a buscar. Podemos librarnos del mal.
—Ya basta —dijo el teuthex, silenciándolos a todos—. ¿Acaso no se te ha ocurrido pensar que esto es una prueba? ¿De verdad crees que Dios… necesita que lo rescaten?
Por primera vez, actuó como el líder de una religión.
—¿Conoces tu catecismo? ¿Cuál es la pieza más poderosa del tablero?
Por fin, Dane murmuró:
—Kraken es la pieza más poderosa del tablero.
—¿Por qué?
—… El movimiento que parece inmóvil.
—Actúa como si entendieras lo que eso significa.
Moore se puso en pie y salió. Billy esperó. Dane salió. La congregación salió, de uno en uno.