«Los novelistas nos engañan cuando explican al individuo sin tener en cuenta las compresiones de su alrededor. El bosque moldea al árbol. ¡Se le deja tan poco sitio a cada cual! ¡Cuántos brotes atrofiados! Cada cual lanza su ramaje por donde puede. La rama mística se debe, la mayoría de las veces, al apiñamiento. No se puede escapar más que hacia arriba. No comprendo cómo se las arregla Paulina para no echar la rama mística, ni qué más compresiones espera. Me ha hablado con una intimidad que no había tenido conmigo hasta hoy. No sospechaba yo, lo confieso, todo lo que ella ocultaba de sinsabores y de resignación, bajo las apariencias de la felicidad. Pero reconozco que necesitaría tener un alma muy vulgar para no haberse sentido desilusionada por Molinier. En mi conversación con él, de anteayer, había yo podido medir sus límites. ¿Cómo ha podido Paulina casarse con él?… ¡Ay! La más lamentable de las faltas, la de carácter, está oculta y no se revela más que con el uso.
»Paulina pone todo su cuidado en encubrir las insuficiencias y las flaquezas de Osear, en ocultarlas a los ojos de todos; y, sobre todo, a los ojos de sus hijos. Se las ingenia para permitir a éstos que estimen a su padre; y, realmente, tiene con ello trabajo; pero se las arregla de tal manera, que yo mismo estaba engañado. Habla de su marido sin desprecio, pero con una especie de indulgencia muy elocuente. Deplora que no haya tenido más autoridad sobre los hijos; y como le expresase yo mi disgusto de ver a Oliverio con Passavant, comprendí que, si hubiese dependido de ella, no se hubiera realizado el viaje a Córcega.
»—No aprobaba yo ese viaje —me dijo—, y, a decir verdad, no me agrada ese señor Passavant. Pero, ¿qué quieres? Lo que veo que no puedo impedir, prefiero concederlo de buen grado. Oscar cede siempre; cede, incluso, ante mí. Pero cuando creo que debo oponerme a algún proyecto de los chicos, resistirme y ponerme frente a ellos, no encuentro en él el menor apoyo. El mismo Vicente ha tenido que intervenir. Por lo tanto, ¿qué resistencia podía yo oponer a Oliverio sin correr el riesgo de perder su confianza, que es la que me interesa sobre todo?
»Zurcía ella calcetines viejos; calcetines, pensaba yo, de los que rechazaba ya Oliverio. Se interrumpió para enhebrar la aguja y luego prosiguió en un tono más bajo, como más confiado y más triste:
»—Su confianza… ¡Si al menos estuviese yo segura de tenerla aún! Pero no: la he perdido…
»La protesta que esbocé, sin convencimiento, la hizo sonreír. Dejó su labor y continuó:
»—Mira: sé que está en París. Jorge se le ha encontrado esta mañana; lo ha dicho incidentalmente y he fingido no oírlo, porque no me gusta que acuse a su hermano. Pero, en fin, lo sé. Oliverio se esconde de mí. Cuando le vuelva a ver, se creerá obligado a mentirme, y fingiré creerle, como finjo creer a su padre, cada vez que se esconde de mí.
»—Lo hará por miedo a entristecerte.
»—Así me entristece más. No soy intolerante. Hay muchas faltas que tolero, ante las cuales cierro los ojos.
»—¿De quién hablas ahora?
»—¡Oh! Del padre lo mismo que de los hijos.
»—Fingiendo no verlas, les mientes tú también.
»—¿Y qué quieres que haga? Ya es bastante que no me queje; ¡no puedo, sin embargo, aprobar! No, mira, yo me digo que, tarde o temprano, pierde uno influencia y que el cariño más tierno no sirve de nada. ¿Qué digo? Estorba; importuna. Llego, incluso, a ocultar ese cariño.
»—Ahora hablas de tus hijos.
»—¿Por qué dices eso? ¿Pretendes, acaso, que no sé ya querer a Osear? A veces lo pienso; pero pienso también que es por temor a sufrir demasiado por lo que no le quiero más. Sí…, quizá tengas razón: tratándose de Oliverio, prefiero sufrir.
»—¿Y Vicente?
»—Hace unos años, hubiese dicho de él todo lo que te digo de Oliverio.
»—¡Pobrecilla!… Pronto lo dirás de Jorge.
»—Pero, poco a poco, se resigna una. No se pedía, sin embargo, mucho a la vida. Aprende una a pedirle menos aún… cada vez menos.
»Y luego añadió con dulzura:
»—Y a una misma cada vez más.
»—Con esas ideas es uno ya casi cristiano —le dije sonriendo, a mi vez.
»—Eso me digo a veces. Pero no basta con tenerlas para ser cristiano.
»—Como no basta ser cristiano para tenerlas.
»—He pensado con frecuencia, permíteme que te lo diga, que, a falta de su padre, podrías tú hablar a los chicos.
»—Vicente está lejos.
»—Es demasiado tarde para él. Es en Oliverio en quien pienso. Contigo hubiera yo querido que se hubiese marchado.
»Ante estas palabras, que me dejaban imaginar bruscamente lo que hubiera podido ser si no hubiese yo acogido imprudentemente la aventura, una emoción atroz me sobrecogió y al principio no se me ocurrió nada que contestar; luego, al sentir que se me arrasaban los ojos de lágrimas, y deseando dar a mi turbación la sombra de un motivo:
»—Mucho me temo que para él también sea ya demasiado tarde —suspiré.
»Paulina me cogió la mano.
»—¡Qué bueno eres! —exclamó.
»Embarazado al ver que se equivocaba de aquel modo, y no pudiendo desengañarla, quise al menos desviar la conversación de un tema que me desasosegaba demasiado.
»—¿Y Jorge? —pregunté.
»—Me da más preocupaciones que me han dado los otros dos —contestó ella—. Con él no puedo decir que pierdo influencia, porque ése no ha sido nunca confiado ni sumiso.
»Vaciló unos instantes. Seguramente lo que sigue le costaba mucho trabajo decirlo.
»—Ha ocurrido este verano un hecho grave —continuó ella, al fin—; un hecho que me cuesta mucho trabajo contarte, y respecto al cual he conservado, además, ciertas dudas… Desapareció un billete de cien francos del armario donde tenía yo la costumbre de guardar mi dinero. El temor a sospechar equivocadamente me retuvo de acusar a nadie; la criada que nos servía en el hotel es una muchacha muy joven que me parecía honrada. Dije delante de Jorge que había perdido ese dinero; esto es como confesarte que mis sospechas recaían sobre él. No se turbó, ni se puso colorado… Me avergoncé de mis sospechas; quise convencerme de que me había equivocado; volví a hacer mis cuentas. ¡Ay! No había medio de dudarlo: faltaban cien francos. Dudé en interrogarle y, por último, no lo hice. El temor a ver que añadía una mentira a un robo, me contuvo. ¿Hice mal?… Sí, ahora me reprocho no haber sido más decidida; quizá también me atemorizó el tener que mostrarme demasiado severa; o el no saberlo ser lo suficiente. Una vez más me hice la ignorante, pero con el corazón muy dolorido, te lo aseguro. Dejé pasar el tiempo y me dije que era ya demasiado tarde y que el castigo estaría ya demasiado distante de la culpa. ¿Cómo castigarle, además? No he hecho nada; me lo reprocho… pero, ¿qué podría yo hacer?
»Tenía pensado mandarle a Inglaterra; quería, incluso, pedirte consejo respecto a esto, pero no sabía dónde estabas… Por lo menos no le he ocultado mi pena y mi inquietud y creo que le habrán afectado, porque, como sabes, él tiene buen corazón. Confío más en los reproches que haya podido él hacerse a sí mismo, si es que realmente ha sido él, que en los que hubiese yo podido hacerle. No volverá a hacerlo, estoy segura de ello. Estaba allí con un condiscípulo muy rico que le empujaba, indudablemente, a gastar. Habré dejado, seguramente, el armario abierto… Y te repito, una vez más, que no estoy segura de que sea él. Por el hotel circulaba mucha gente de paso.
»Admiraba yo la ingenuidad con que ella ponía por delante lo que podía disculpar a su hijo.
»—Me habría gustado que hubiese él dejado el dinero donde lo encontró —le dije.
»—Y yo también. Y como no lo hacía, he querido ver en eso una prueba de su inocencia. He pensado, asimismo, que no se atrevía.
»—¿Se lo has dicho a su padre?
»Titubeó ella un momento.
»—No —dijo al fin—. Prefiero que no sepa nada.
»Creyó ella oír, sin duda, un ruido en la habitación contigua; fue a cerciorarse de que no había nadie, y sentándose de nuevo a mi lado:
»—Oscar me ha dicho que habíais almorzado juntos el otro día. Me ha hecho de ti tales elogios que me he figurado que habrás tenido, sobre todo, que escucharle hablar. (Y sonrió tristemente al decir estas palabras.) Si te ha hecho alguna confidencia, quiero respetarla… aunque sepa yo de su vida privada mucho más de lo que él se figura… Pero no comprendo lo que le pasa desde mi regreso. Se muestra tan cariñoso, iba a decir tan humilde… que me deja casi cohibida. Diríase que me tiene miedo. Hace mal. Desde hace mucho tiempo estoy al corriente de las «relaciones» que mantiene… sé, incluso, con quién. Cree que yo las ignoro y toma unas precauciones enormes para ocultármelas; pero estas precauciones son tan visibles que cuanto más se esconde, más se descubre. Cada vez que va a salir y finge un aire atareado, contrariado, preocupado, sé que corre a su diversión. Siento deseos de decirle: “Pero, querido, no te contengas; ¿tienes miedo de mis celos?” Me echaría a reír si tuviera alma para ello. Mi único temor es que los chicos noten algo; ¡es tan distraído y tan torpe! A veces, sin que él se dé cuenta, me veo obligada a ayudarle, como si me prestase a su juego. Acaba por divertirme casi, te lo aseguro; invento disculpas para él; vuelvo a meter en el bolsillo de su sobretodo cartas que deja caer.
»—Él teme, precisamente —le dije—, que hayas sorprendido alguna carta.
»—¿Te lo ha dicho?
»—Es lo que le hace estar tan receloso.
»—¿Crees que se me ha ocurrido leerlas?
»Una especie de orgullo herido la hizo erguirse. Tuve que añadir:
»—No se trata de las que él haya podido perder inadvertidamente, sino de cartas que él había? guardado en un cajón y que dice que no ha vuelto a encontrar. Cree que las has cogido tú.
»Ante estas palabras vi palidecer a Paulina, y la atroz sospecha que cruzó por su mente se apoderó súbitamente de mí. Sentí haber hablado, pero era ya demasiado tarde. Apartó de mí su mirada y murmuró:
»—¡Ojalá fuera yo!
»Parecía aniquilada.
»—¿Qué hacer? —repetía—; ¿qué hacer?
»Y luego, levantando de nuevo sus ojos hacia mí:
»—¿No podrías tú hablarle?
»Aunque procurase ella, como yo, no pronunciar el nombre de Jorge, era, evidentemente, en él en quien pensaba.
»—Lo intentaré. Pensaré en ello —le dije, levantándome.
»Y mientras me acompañaba a la puerta:
»—No le digas nada a Osear, te lo ruego. Que siga sospechando de mí; que siga creyendo lo que cree… Es preferible. Vuelve pronto a verme.