X
Bernardo y la maleta

El sol había despertado a Bernardo. Se levantó del banco con un fuerte dolor de cabeza. Su hermosa valentía de aquella mañana le había abandonado. Sentíase espantosamente solo y con el corazón henchido de no sabía qué amargura que se negaba a llamar tristeza, pero que le llenaba los ojos de lágrimas. ¿Qué hacer?, ¿adonde ir?… Si se dirigió hacia la estación de San Lázaro, a la hora en que sabía que iba a ir allí Oliverio, lo hizo sin un propósito concreto, con el solo deseo de volver a ver a su amigo. Se reprochaba su brusca partida de aquella mañana, que podía haber entristecido a Oliverio. ¿No era éste la persona que él prefería en el mundo?… Cuando le vio del brazo de Eduardo, un sentimiento extraño le hizo seguir a la pareja y le vedó al mismo tiempo mostrarse. Se sentía dolorosamente de más y hubiese querido, sin embargo, estar entre ellos. Eduardo le parecía encantador; un poco más alto apenas que Oliverio, de aspecto un poco menos juvenil, apenas. Decidió abordarle a él; esperaba para ello a que se marchase Oliverio. Abordarle, sí, pero ¿con qué pretexto?

En este momento fue cuando vio el trozo de papel arrugado escaparse de la mano distraída de Eduardo. Cuando lo hubo recogido y vio que era un resguardo de la consigna… entonces comprendió que allí estaba el pretexto buscado.

Vio entrar a los dos amigos en el café; se quedó perplejo un momento y luego, prosiguiendo su monólogo:

—Un adiposo normal creería que lo más urgente era llevarle este papel, se dijo:

How weary, slale, fíat and unprofitable Seems to me all the uses of this world!

he oído decir a Hamlet. Bernardo, Bernardo, ¿qué pensamiento te acaricia? Ya ayer registrabas un cajón. ¿Por qué camino te aventuras? Fíjate bien, hijo mío… Fíjate bien que a mediodía el empleado de la consigna que ha atendido a Eduardo, se marcha a almorzar y es sustituido por otro. ¿Y no le has prometido a tu amigo atreverte a todo?

Pensó, sin embargo, que una precipitación excesiva encerraba el peligro de comprometerlo todo. Sorprendido a su llegada, al empleado podía parecerle sospechosa aquella prisa; consultando el registro del almacén, podía encontrar anormal que un equipaje, depositado en la consigna unos minutos antes del mediodía, fuese retirado inmediatamente después. En fin, si cualquier transeúnte o cualquier indiscreto le hubiera visto recoger el papel… Bernardo decidió volver a bajar hasta la Concordia, sin apresurarse; el tiempo que hubiese empleado otro en almorzar. Se hace con gran frecuencia, verdad, eso de dejar la maleta en la consigna mientras se almuerza e ir después a recogerla. Ya no le dolía la cabeza. Al pasar por delante de la terraza de un restaurant cogió con toda naturalidad un palillo de dientes (estaban colocados en montoncitos sobre las mesas), que pensaba llevar entre los dientes en el despacho de la consigna para tener el aire de un hombre que se ha dado un hartazgo. Satisfecho de tener de su parte su buena cara, la elegancia de su traje, la distinción de su porte, la franqueza de su sonrisa y de su mirada, en fin, ese no sé qué en el aspecto por el que se nota a los que, mantenidos en el bienestar, no necesitan nada, lo tienen todo. Aunque todo esto se pierde durmiendo en los bancos.

Se sintió sobrecogido cuando el empleado le pidió diez céntimos de custodia. No tenía un céntimo. ¿Qué hacer? La maleta estaba allí, sobre el mostrador. La menor falta de aplomo iba a dar el alerta; así como la falta de dinero. Pero el demonio no permitirá que se pierda; desliza entre los dedos ansiosos de Bernardo, que registran todos los bolsillos, en un simulacro de busca desesperada, una monedita de cincuenta céntimos olvidada desde no se sabe cuándo, allí, en el bolsillo de su chaleco. Bernardo se la entrega al empleado. No dejando traslucir la más mínima turbación. Coge la maleta y con un gesto sencillo y digno, se embolsa las monedas que le devuelven. ¡Uf! Tiene calor. ¿Adonde va a ir? Le fiaquean las piernas y la maleta le parece pesadísima. ¿Qué va a hacer con ella?… Piensa, de pronto, que no tiene la llave. No, no, y no; no forzará la cerradura; él no es un ladrón ¡qué diablo!… ¡Si supiese al menos lo que hay allí dentro! Le cansa el brazo. Está sudoroso. Se detiene un instante, deja su carga sobre la acera. Claro es que piensa devolver aquella maleta; pero quisiera escudriñarla primero. Aprieta al azar la cerradura. ¡Oh, milagro! Las valvas se entreabren y dejan entrever esta perla: una cartera que deja asomar unos billetes. Bernardo se apodera de la perla y vuelve a cerrar la ostra en seguida.

Y ahora que tiene con qué, ¡pronto!, un hotel. Conoce uno muy cerca, en la calle de Amsterdam. Se muere de hambre. Pero antes de sentarse a la mesa, quiere poner a cubierto la maleta. Un mozo que la lleva, le precede por la escalera. Tres pisos; un pasillo; una puerta que cierra él con llave sobre su tesoro… Vuelve a bajar.

Sentado ante un bistec, Bernardo no se atreve a sacar la cartera de su bolsillo (no sabe uno nunca si alguien le observa); pero, en el fondo de aquel bolsillo interior, su mano izquierda la palpaba amorosamente.

—Hacer comprender a Eduardo que no soy un ladrón, se decía, ahí está la dificultad. ¿Qué clase de hombre es Eduardo? La maleta nos lo dirá quizá. Indiscutiblemente seductor. Pero hay un montón de tipos seductores que toman muy mal las bromas. Si cree que le han robado la maleta, se pondrá contento indudablemente de volver a verla. Me agradecerá que se la devuelva o es un cochino. Sabré interesarle hacia mí. Tomemos pronto un postre y subamos a examinar la situación. La cuenta; dejemos una propina emocionante al mozo.

Minutos después estaba de nuevo en el cuarto.

—Y ahora, maleta, ¡ya estamos los dos solos!… Un traje de repuesto; un poco grande para mí, sin duda. La tela es original y de buen gusto. Ropa blanca; objetos de «toilette». No estoy muy seguro de devolverle todo esto. Pero lo que prueba que no soy un ladrón es que los papeles que tengo aquí delante van a interesarme más. Leamos primero esto.

Era el cuaderno en el cual había metido Eduardo la triste carta de Laura. Conocemos ya las primeras páginas; he aquí lo que venía a continuación: