Sari y yo intentamos llegar hasta la puerta, pero Nila nos lo impidió.
Con las cuencas de los ojos clavadas en nosotros y la mandíbula abierta dibujando una sonrisa maléfica, la momia seguía acercándose con los brazos extendidos hacia delante. De pronto, estiró las manos. Finalmente, llegó tambaleándose hasta donde estábamos.
Pero, para mi sorpresa, pasó por nuestro lado y se fue directa hacia Nila. La rodeó por el cuello con sus negras manos y empezó a estrangularla. Ella protestó con un grito ahogado.
La momia echó la cabeza hacia atrás mientras la tenía agarrada por el cuello. Movió los labios y emitió una especie de gemido.
Después, susurró unas palabras con un tono espeluznante:
—¡Déjame descansar en paz!
Nila soltó un chillido entrecortado. La momia apretó aún más su cuello.
Yo me acerqué y la cogí por el brazo.
—¡Suéltala! —grité.
El oscuro cráneo emitió un jadeo horripilante. Con las manos alrededor del cuello de Nila, la momia continuó apretando más y más mientras ella caía al suelo, hasta que cerró los ojos abatida. Levantó las manos como último intento desesperado de salvarse. La linterna y mi amuleto cayeron al suelo.
Yo cogí la diminuta mano de momia y la introduje en el bolsillo de mis vaqueros.
—¡Suéltala! ¡Suéltala! —le ordené. Salté sobre la espalda de la momia e intenté retirar sus manos del cuello de Nila.
La momia emitió un gemido amenazador e iracundo. Después, empezó a moverse violentamente para derribarme.
Yo jadeaba, sorprendido por la increíble fuerza que demostraba aquel ser. Empecé a deslizarme inevitablemente por su espalda. Intentaba agarrarme con todas mis fuerzas, respirando con dificultad, para no caerme al suelo.
Conseguí asirme al medallón de ámbar de Nila con una mano.
—¡Eh! —chillé mientras la momia se revolvía con furia.
Finalmente, me caí. La cadena del medallón se rompió y éste se me escurrió entre los dedos. Cayó también al suelo y se rompió en mil pedazos.
—¡Nooooo! —El aterrador lamento de Nila retumbó por todas las paredes.
De pronto, la momia se quedó inmóvil y soltó a Nila, que se desplomó hacia atrás. En sus ojos se reflejaba el terror.
—¡Mi vida! ¡Mi vida! —gritaba.
Se apresuró a recoger los pedacitos de ámbar que había esparcidos por el suelo. Pero era imposible volver a recomponerlo.
—¡Mi vida! —gimoteó Nila, mientras observaba aquellos fragmentos de ámbar en la palma de su mano. Levantó la vista hacia Sari y hacia mí—. ¡Yo vivía ahí dentro! —nos dijo—. ¡Cada noche me introducía dentro del medallón! Me ha mantenido con vida durante más de cuatro mil años. Y ahora… ahora…
Al tiempo que pronunciaba estas palabras su voz se debilitaba, su cuerpo empezaba a encogerse. La cabeza, los brazos, todo el cuerpo se iba haciendo más y más pequeño… hasta que finalmente desapareció entre la ropa.
Unos segundos después, Sari y yo nos quedamos paralizados de terror cuando vimos que, de entre los vaqueros y la camiseta de deporte, salía arrastrándose un escarabajo negro. Al principio, el bicho se movía con cierta dificultad. Pero, muy pronto, comenzó a correr por el polvoriento suelo y desapareció en la oscuridad.
—Un-un escarabajo… —tartamudeó Sari—. ¿Es Nila?
Yo asentí con la cabeza.
—Me temo que sí —aseveré mientras observaba el montón de ropa que había quedado arrugada en el suelo.
—¿Crees que era realmente una princesa egipcia? ¿La hermana del príncipe Khor-Ru? —preguntó Sari.
—No sé. Todo esto es muy extraño. —No paraba de darle vueltas a lo que había pasado, intentando unir todos los cabos sueltos, esforzándome por encontrar el verdadero sentido a las palabras de Nila—. Según ha dicho, cada noche se convertía en escarabajo —le dije a Sari como si estuviera pensando en voz alta—. Se introducía en el medallón y dormía en su interior. Éste la mantenía con vida hasta que…
—Hasta que se te ha caído y se ha hecho pedazos —susurró Sari.
—Exacto —convine—. Fue un accidente…
Pero antes de que pudiera continuar hablando, sentí que una mano helada me rozaba el hombro. Al instante supe que se trataba de la momia.