—¿Cómo has conseguido mi amuleto? ¿Qué estás haciendo con él?
Nila no respondió a mis preguntas. En una mano sostenía la linterna y en la otra la pequeña mano, señalando con ella a la momia que se aproximaba a ella.
—¡Ven conmigo, hermano! —repetía moviendo mi amuleto en el aire, como si con él atrajera a la momia—. ¡Soy yo, la princesa Nila!
La momia avanzaba hacia ella obedientemente. Mientras caminaba, se escuchaba el crujido de sus huesos al romperse por dentro de las vendas.
—¡Nila, para! ¿Qué estás haciendo? —chilló Sari.
Pero Nila seguía sin prestarnos atención.
—¡Soy yo, tu hermana! —le dijo a la momia. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su hermosa cara. Sus verdes ojos brillaban como esmeraldas bajo la luz de las linternas.
»Llevo mucho tiempo esperando este momento —continuó Nila—. He aguardado durante largos siglos, querido hermano. Siempre mantuve la esperanza de que alguien descubriría tu tumba un buen día y nos reuniríamos de nuevo.
La cara de Nila denotaba felicidad. Mi amuleto temblaba en su mano.
—¡Te he devuelto la vida, querido hermano! —continuó diciéndole a la momia—. He esperado mucho tiempo, pero ha merecido la pena. Los dos compartiremos ahora todos estos tesoros. Y, con nuestros poderes, gobernaremos juntos Egipto… ¡como hace cuatro mil años!
Bajó la vista y me miró.
—¡Gracias, Gabe! —exclamó con entusiasmo—. ¡Gracias por el Gran Invocador! En cuanto lo vi, supe que tenía que hacerme con él. ¡Supe que me devolvería a mi hermano! Las palabras secretas no eran suficientes. ¡Necesitaba también tu amuleto!
—¡Devuélvemelo! —le supliqué mientras intentaba arrebatárselo—. ¡Es mío, Nila! ¡Devuélvemelo!
Ella soltó una risa maliciosa.
—¡Ahora ya no lo necesitarás más, Gabe! —dijo con toda tranquilidad.
Continuó moviendo la mano hacia la momia.
—¡Mátalos, hermano! —le ordenó—. ¡Acaba con ellos ahora mismo! ¡No quiero que haya testigos!
—¡Nooo! —chilló Sari. Ambos nos abalanzamos hacia la puerta, pero Nila nos bloqueó el paso.
Le di un empujón con el hombro en un intento de tirarla al suelo como un delantero de rugby. Pero ella mantuvo el equilibrio de forma sorprendente.
—¡Nila, deja que nos vayamos! —le rogó Sari, respirando con dificultad.
Nila le dedicó una sonrisa malévola y negó con la cabeza.
—No quiero testigos —murmuró.
—¡Nila, sólo queremos sacar a papá de aquí! ¡Puedes hacer lo que desees! —insistió Sari desesperada.
Nila no hizo caso de sus súplicas y levantó los ojos hacia la momia.
—¡Acaba con ellos! —gritó—. ¡No quiero que salgan con vida de esta tumba!
Sari y yo nos dimos la vuelta y vimos cómo la momia avanzaba hacia nosotros pesadamente. Su negro cráneo brillaba en la tenue luz. Mientras avanzaba, arrastraba largas tiras de gasa amarillenta.
Se acercaba cada vez más.
Me volví hacia la puerta. Nila nos impedía el paso. Frenéticamente busqué con la mirada alguna otra salida. No había modo de salir de allí. Era imposible.
La momia seguía avanzando hacia nosotros. Extendió sus frías manos para obedecer las terribles órdenes de Nila.