—¡Oh, no! —exclamé asustado al tiempo que rebuscaba frenéticamente en los demás bolsillos.
Pero la mano no aparecía.
—¡Gabe! ¿Qué sucede? —inquirió Sari.
—¡La mano de la momia ha desaparecido! —le expliqué con un tono de voz angustiado.
La momia estaba cada vez más cerca. El hedor que desprendía era cada vez más fuerte.
Yo seguía buscando mi amuleto desesperadamente, pero sabía que ya no nos quedaba mucho tiempo.
—Tenemos que pasar por su lado —le ordené a Sari—. La momia avanza lentamente y sus movimientos son poco ágiles. Si logramos pasar por su lado, podremos…
—Pero ¿y papá? —gritó—. No podemos dejarle aquí, así por las buenas.
—No tenemos otra elección —le dije—. Pediremos ayuda y regresaremos a buscarlo.
Oímos un débil crujido cuando la momia estaba casi delante de nosotros. Era el sonido de un hueso al romperse. Sin embargo, continuó avanzando pesadamente con los brazos extendidos hacia delante.
—¡Sari, corre! ¡Ahora! —grité.
Le di un fuerte empujón. La habitación se nubló ante mis ojos mientras me esforzaba por moverme.
Oímos el ruido de otro hueso al partirse. Al pasar por su lado, inclinó su cuerpo hacia delante para atraparnos.
Intenté esquivar su mano. Pero sentí cómo unos delgados dedos me rozaban la nuca. Eran fríos y rígidos como los de una estatua.
Sabía que jamás olvidaría lo que sentí cuando aquellos dedos me tocaron.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Bajé la cabeza y conseguí escapar. Después seguí corriendo.
Sari no dejaba de sollozar mientras huía. El corazón me latía con fuerza mientras corría para alcanzarla. Me movía tan rápido como podía pero las piernas me pesaban, como si fueran de piedra.
Casi habíamos llegado a la puerta cuando vimos el resplandor de una luz.
Sari y yo gritamos de pánico y nos detuvimos de golpe cuando la luz empezó a filtrarse en la habitación. Divisamos una silueta en la entrada.
Me protegí los ojos del repentino resplandor y observé atentamente aquella figura, ansioso por descubrir de quién se trataba.
—¡Nila! —grité al tiempo que ella enfocaba el techo con la linterna—. ¡Nila, ayúdanos!
—¡Está vivo! —le gritó Sari a Nila—. ¡Está vivo! —Señaló a la momia.
—¡Ayúdanos! —chillé.
Nila tenía los ojos abiertos como platos.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó. De pronto, la dulzura que expresaba su cara se convirtió en ira—. ¿Qué voy a hacer ahora con vosotros, chicos? No deberíais estar aquí. ¡Vais a arruinar el plan!
—¿Qué? —exclamé confundido.
Nila entró en la cámara y levantó la mano derecha. A pesar de la escasa luz que había en la sala, pude vislumbrar lo que estaba sujetando.
¡Era mi amuleto!
La dirigió hacia donde estaba la momia.
—¡Ven conmigo, hermano! —gritó Nila.