Abrí la boca para gritar, pero era incapaz de emitir ningún sonido.

La momia empezó a caminar hacia nosotros moviéndose con rigidez. Parecía que miraba hacia delante desde las cuencas de los ojos oscuros por el polvo. Bajo una milenaria capa de pez, su cráneo desnudo nos sonreía maliciosamente.

Continuó avanzando con torpeza. Arrastraba los pies sobre el polvoriento suelo, dejando caer a su paso raídas tiras de gasa. Muy lentamente levantó los brazos y, al hacerlo, se escuchó un ruido espeluznante, como si fuera a romperse en mil pedazos. Se me hizo un nudo en la garganta. Me temblaba todo el cuerpo.

Me retiré del sarcófago. Sari seguía de pie, con las manos en la cara. La agarré por el brazo y tiré de ella.

—Sari, ¡apártate! ¡apártate! —le ordené en voz baja.

Mi prima estaba paralizada observando cómo se aproximaba la momia. Ni siquiera sé si oyó lo que le dije. Simplemente, me limité a tirar de ella con fuerza hacia atrás. No tardamos en topar con la pared.

La momia continuaba aproximándose. Se acercaba cada vez más, mirándonos desde las cuencas de los ojos. Extendió los brazos hacia delante. Tenía las manos amarillentas, llenas de polvo negro.

Sari chilló aterrorizada.

—¡Corre! —le grité—. ¡Huye, Sari!

Pero detrás de nosotros había un muro y, por delante, la momia nos bloqueaba el paso hacia la salida.

Tambaleándose, el polvoriento cadáver seguía avanzando hacia nosotros. Estaba cada vez más y más cerca.

—¡Todo ha sido por mi culpa! —admití con voz trémula—. Repetí las palabras prohibidas cinco veces seguidas. ¡Y ahora la momia está viva!

—¿Qué… qué hacemos? —dijo Sari horrorizada.

No sabía qué responder.

—¡Tío Ben! —chillé desesperado—. ¡Tío Ben, ayúdanos!

Pero mi tío seguía completamente inmóvil dentro del sarcófago. Ni siquiera mis agudos gritos lograban despertarlo.

Sari y yo estábamos paralizados de terror, pegados a la pared del fondo de la cámara, observando impotentes cómo la momia se acercaba, arrastrando sus vendados pies y levantando a su paso nubes de negro polvo.

Un fuerte olor a podrido se apoderó de la sala. Era el hedor que desprendía un cadáver de cuatro mil años que acababa de volver a la vida.

Me pegué a la pared de piedra con fuerza. Miles de ideas se agolpaban en mi cabeza. La momia se detuvo junto al sarcófago, se volvió hacia nosotros con movimientos rígidos y siguió avanzando.

—¡Ya lo tengo! —grité cuando, finalmente, tuve una idea.

Recordé que tenía la pequeña mano de la momia, el Gran Invocador.

¿Por qué no lo habría pensado antes? El verano anterior había devuelto a la vida a un gran número de momias, salvándome la vida.

¿Podría lograr también que se detuvieran? ¿Podría hacer que murieran de nuevo? Si levantaba mi amuleto hacia el príncipe Khor-Ru, ¿podría detenerlo el tiempo suficiente para que Sari y yo escapáramos?

Valía la pena probarlo ya que la momia estaba a punto de atraparnos.

Rebusqué en el bolsillo trasero de mis vaqueros. ¡Mi amuleto había desaparecido!