Me giré hacia la entrada de la pirámide. Aún estaba en silencio y a oscuras.

El único sonido que se escuchaba era el silbido del viento chocando con las paredes de la pirámide.

—¡El doctor Fielding ni siquiera me ha respondido! —gritó con expresión furiosa—. ¡Ha pasado como un torbellino por mi lado como si yo no estuviera allí!

—Ya-ya lo he visto —tartamudeé con un hilo de voz.

—Y ¿te has fijado en la expresión de su cara? —continuó—. ¡Era diabólica!

—Sari —empecé a decir—. Tal vez…

—¡Gabe, hemos de ir a buscar a papá! —me interrumpió. Me cogió por el brazo y comenzó a tirar de mí hacia la entrada de la pirámide—. ¡Rápido!

—¡No, Sari! ¡Espera! —exclamé al tiempo que me soltaba de su brazo—. No podemos meternos ahí dentro e ir a tientas. Seguro que nos perdemos. ¡Y nunca encontraremos a tío Ben!

—¡En ese caso, regresemos a la tienda y cojamos un par de linternas! —decidió—. ¡Vamos, Gabe!

Levanté una mano para detenerla.

—¡Tú espera aquí, Sari! —le ordené—. Debes quedarte a vigilar. Lo más probable es que tu padre salga enseguida. Yo iré corriendo a por las linternas.

Sin apartar la mirada de la entrada, empezó a discutir mi plan. Pero, para mi sorpresa, cambió de opinión rápidamente y accedió a quedarse allí.

El corazón me latía con fuerza mientras me dirigía a toda velocidad a la tienda. Cuando llegué, me detuve en la entrada y oteé en la oscuridad el campamento, con el fin de descubrir alguna pista de Fielding.

Pero no había ni rastro.

Me introduje en la tienda y cogí dos linternas. Sin perder un segundo, regresé veloz a la pirámide.

«Por favor —rogaba en silencio mientras corría—. Por favor, que tío Ben haya salido cuando yo llegue. Por favor, que esté sano y salvo.»

Pero, a medida que me acercaba más, la silueta de Sari se perfilaba con más claridad y… seguía sola. Incluso desde lejos, podía percibirse el miedo reflejado en su rostro. Se paseaba nerviosamente de un lado a otro frente a la entrada de la pirámide.

Me pregunté dónde estaría mi querido tío. ¿Por qué no habría salido ya de allí dentro? ¿Estaría a salvo o en peligro?

Ni Sari ni yo dijimos una palabra. No era necesario. Encendimos las linternas y nos deslizamos por la abertura que había en la piedra. La bajada me pareció más empinada de lo que recordaba. Por poco pierdo el equilibrio y me caigo.

Las linternas enfocaban en todas direcciones sobre el polvoriento suelo. Yo levanté la mía hacia el techo y la mantuve un rato en esa posición, mientras avanzábamos por el túnel lleno de curvas.

Nos movíamos con sumo cuidado. Apoyé una mano en la pared para no perder el equilibrio. Al tocarla, ésta me pareció pulida y poco resistente. Sari me seguía de cerca, enfocando su linterna hacia el suelo para que pudiera ver por dónde pisaba.

De repente, se detuvo en una curva del túnel que conducía a una cámara pequeña y vacía.

—¿Cómo sabemos que vamos en la dirección correcta? —susurró con una vocecilla temblorosa.

Yo levanté los hombros e inspiré profundamente.

—Creí que tú sabías el camino —murmuré.

—Sólo he bajado aquí acompañada por papá —respondió mirando por encima de mis hombros para ver la cámara vacía.

—No importa. Continuaremos por aquí hasta que lo encontremos —le dije intentando que mi voz sonara firme, aunque en realidad estaba muerto de miedo.

Entonces pasó por mi lado y se adelantó enfocando con su linterna las paredes de la habitación vacía.

—¡Papá! —gritó—. ¡Papá! ¿Puedes oírme?

El eco de su voz resonó por todo el túnel de un modo espeluznante. Nos quedamos quietos como estatuas en espera de una respuesta. Pero nadie respondió.

—Continuemos —la animé. Tenía que agachar la cabeza para poder pasar por el estrecho túnel que seguía a la cámara.

¿Dónde nos conduciría? ¿Estaríamos dirigiéndonos a la tumba del príncipe Khor-Ru? Y si así era, ¿encontraríamos allí a tío Ben?

Todas eran preguntas sin respuesta. Intenté que mi cabeza dejara de dar vueltas, pero las dudas surgían sin que pudiera controlarlas, confundiéndome, martilleando en mi mente, mientras seguíamos caminando por las curvas de aquel túnel.

—¿Papá? ¿Papá? ¿Dónde estás? —chillaba Sari cada vez más desesperada a medida que nos introducíamos en aquel laberinto de corredores.

En un momento determinado, tuvimos que subir por una empinada curva que iba a dar a una planicie. Sari se paró de golpe. Choqué con ella por detrás, y casi le tiré la linterna al suelo.

—Perdona —me disculpé.

—¡Mira, Gabe! —exclamó enfocando la luz justo delante de sus zapatillas de deporte—. ¡Son pisadas!

Bajé la mirada hacia el pequeño círculo de luz. Divisé una serie de huellas entre el polvo que cubría el suelo. Tenían la forma de un tacón y unas marcas de suela de goma.

—¡Son de botas de goma! —murmuré.

Ella iluminó el suelo más adelante. Había diferentes huellas en la superficie que iban en nuestra misma dirección. Parecían indicarnos el camino.

—¿Significa esto que estamos avanzando por el camino correcto?

—Es posible —le contesté sin dejar de examinar las huellas—. Es difícil determinar si estas pisadas son antiguas o recientes.

—¿Papá? —gritó Sari muy ansiosa—. ¿Puedes oírme?

De nuevo se hizo el silencio.

Frunció el ceño y con un gesto me indicó que siguiéramos. El hecho de haber encontrado aquellas huellas nos había dado una nueva esperanza. Nos movíamos con más rapidez apoyándonos en la pared para mantener el equilibrio.

Ambos gritamos de alegría cuando nos percatamos de que habíamos llegado hasta la cámara anterior a la de la tumba. Con ayuda de la luz de las linternas vimos claramente los antiguos jeroglíficos que cubrían la pared y la puerta de entrada.

—¡Papá! ¡Papá! —La aguda voz de Sari rompió el tenso silencio.

Escudriñamos la habitación vacía con la mirada y, seguidamente, nos deslizamos por la estrecha abertura al interior de la otra sala. Ante nosotros, se extendía la cámara funeraria del príncipe Khor-Ru, oscura y silenciosa.

—¿Papá? ¿Papá? —insistió Sari.

—¿Tío Ben? —grité yo también—. ¿Estás aquí?

De nuevo, un silencio sepulcral.

Alumbré con la linterna el montón de tesoros que estaban esparcidos por toda aquella sala, así como los enormes cofres, las sillas, y la pila de jarrones de arcilla que estaban en un rincón.

—Aquí no está —dijo Sari sollozando.

—Entonces, si no está aquí… ¿Dónde llevó el doctor Fielding a tío Ben? —pregunté expresando mis pensamientos en voz alta—. No hay ningún otro lugar en la pirámide donde puedan haber ido.

Sari dejó su linterna apoyada en la tapa superior del sarcófago de la momia. Entrecerró los ojos de modo reflexivo.

—¡Tío Ben! ¿Estás en algún lugar de esta habitación? —grité frenéticamente.

Entonces Sari me agarró con fuerza por el brazo.

—¡Gabe, mira! —exclamó. Señaló hacia donde estaba su linterna.

Yo no tenía ni idea de lo que intentaba decirme.

—¿Qué tiene de extraño? —le pregunté.

—Mira la tapa —murmuró Sari.

Hice lo que me ordenaba. La pesada losa de piedra cerraba el sarcófago por completo.

—Está cerrada —continuó Sari, al tiempo que se apartaba un poco de mí y se aproximaba al sarcófago. Su linterna continuaba allí encima.

—Sí. ¿Y qué? —Yo seguía sin comprender lo que quería decirme.

—Cuando nos hemos marchado esta tarde —explicó Sari—, el sarcófago estaba abierto. De hecho, recuerdo perfectamente que papá ordenó a sus ayudantes que no cerraran la tapa por esta noche.

—¡Es verdad! —exclamé.

—Ayúdame, Gabe —me pidió Sari, mientras dejaba la linterna en el suelo—. Tenemos que abrir el sarcófago.

Yo vacilé un instante y sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo. Pero no tardé mucho en reaccionar. Inspiré aire profundamente y me apresuré a ayudar a Sari.

Ella ya estaba empujando la tapa de piedra con ambas manos.

Me coloqué a su lado y empujé también con todas mis fuerzas.

La pesada losa empezó a deslizarse con más facilidad de la que esperaba. No dejamos de empujar al unísono hasta que la piedra se movió aproximadamente unos treinta centímetros.

Entonces ambos asomamos la cabeza para inspeccionar el interior del sarcófago y… nos quedamos paralizados de terror.