Sari y yo intercambiamos una mirada de duda.

De noche, la pirámide parecía mucho más grande y más oscura. Un fuerte viento chocaba contra sus paredes, como si quisiera advertirnos de que no entráramos.

Nos arrastramos hasta un montón de piedras que habían dejado los trabajadores.

—Aguardaremos aquí hasta que salga papá —sugirió Sari.

No dije nada. De hecho, no teníamos linternas ni ningún otro tipo de luz. Sin algo que nos alumbrara el camino en el interior, no llegaríamos muy lejos.

Me apoyé en las piedras y observé la entrada de la pirámide. Sari se quedó contemplando la media luna, alrededor de la cual flotaban delgadas capas de nubes. Frente a nosotros, el camino se hacía más oscuro.

—¿Crees que papá está en un apuro? —preguntó Sari—. Primero nos dice que no confía en el doctor Fielding y, ahora…

—Seguro que tío Ben está bien —la reconforté—. Piensa que el doctor Fielding es un científico, no un asesino o algo por el estilo.

—Pero ¿por qué ha obligado a papá a meterse en la pirámide en mitad de la noche? —insistió Sari, asustada—. ¿Y de qué estaban discutiendo?

No supe qué responder, me limité a encogerme de hombros. Creo que aquélla era la primera vez que veía a Sari tan asustada. En otra ocasión, habría disfrutado con aquella situación. Ella siempre estaba alardeando de su valor y atrevimiento, sobre todo si se comparaba conmigo.

Pero en ese momento, ¡era imposible disfrutar con ello! ¡Entre otras razones porque yo estaba tan asustado como ella!

Realmente, por lo que habíamos visto, daba la sensación de que ambos científicos estaban forcejeando. Y también estaba bastante claro que Fielding había empujado a tío Ben al interior de la pirámide.

Sari cruzó los brazos sobre su jersey una vez más y dirigió una mirada hacia la entrada. El viento agitaba sus cabellos, que se arremolinaban en mechones sobre su frente, pero ella ni siquiera se preocupaba por retirárselos de la cara.

—¿Qué podía ser tan importante? —me preguntó—. ¿Por qué han entrado en la pirámide a estas horas de la noche? ¿Crees que alguien puede haber robado algo? ¿No estaban protegiendo la cámara aquellos policías de El Cairo?

—Vi como los cuatro agentes se marchaban —le aclaré—. Se montaron en su pequeño automóvil y se fueron, justo antes de la cena. No sé por qué razón. Quizá se les ordenó que regresaran a la ciudad.

—Estoy tan… tan confundida —admitió Sari—. Y también muy preocupada. No me ha gustado nada la expresión de la cara de Fielding. Ni tampoco el modo tan brusco con que ha entrado en la tienda hace un rato. Nos ha dado un susto de muerte y ni siquiera ha dicho «hola».

—Cálmate, Sari —le dije afectuosamente—. Es mejor que esperemos. Todo irá bien.

Ella exhaló un largo suspiro, pero no dijo una palabra.

Aguardamos en silencio. No sé cuánto tiempo pasó, pero nos parecieron horas.

Las nubes que había en el cielo se disiparon y dejaron la luna al descubierto. El viento continuaba soplando misteriosamente alrededor de la pirámide.

—¿Pero dónde están? ¿Qué es lo que están haciendo ahí dentro? —inquirió Sari.

Me disponía a decir algo cuando, de pronto, vi una luz oscilante que procedía de la entrada de piedra.

Agarré a mi prima por el brazo.

—¡Mira! —le susurré.

La luz se hacía cada vez más intensa. Unos segundos después, la silueta de un hombre surgía entre la penumbra, moviéndose con rapidez.

Era el doctor Fielding.

Cuando la luz de la luna lo iluminó, capté una extraña expresión en su cara. Sus diminutos ojos negros parecían los de un loco y miraban de un lado a otro frenéticamente. Tenía las cejas arqueadas y una extraña mueca en la boca. Parecía que respiraba con dificultad.

Fielding se sacudió la arena de la ropa con ambas manos y empezó a alejarse de la pirámide. Caminaba tambaleándose, con pasos largos y rápidos.

—Pero… ¿y papá? —dijo Sari en voz baja.

Me asomé por un lado del montón de piedras y observé con atención la entrada. No se divisaba el parpadeo de ninguna otra luz. No había señales de tío Ben.

—¡No-no va a salir! —tartamudeó Sari.

Y, antes de que pudiera reaccionar, mi prima se puso en pie de un salto y salió de nuestro escondrijo… ¡para bloquearle el paso a Fielding!

—¡Doctor Fielding! —gritó desesperada—. ¿Dónde está mi padre?

Me levanté rápidamente e intenté detenerla. Vi cómo él la miraba con ojos desorbitados, pero no respondió.

—¿Dónde está mi padre? —repitió ella casi histérica.

Él fingió no verla. Pasó por su lado, caminando con dificultad y tambaleándose, balanceando los brazos como si estuviera borracho.

—¡Doctor Fielding! —chilló de nuevo.

El continuó corriendo entre las sombras de la noche hacia la hilera de tiendas.

Sari se volvió hacia mí. Tenía la cara desencajada de terror.

—¡Le ha hecho algo malo a papá! —dijo entre sollozos—. ¡Estoy segura!