Las piernas me temblaban de tal forma que casi tropecé con Sari al retirarme unos pasos hacia atrás.
Vi que sus ojos denotaban sorpresa y… pánico.
La sombra se movía con rapidez hacia la entrada de la tienda.
Ni siquiera nos dio tiempo a gritar. No tuvimos tiempo de reaccionar para pedir ayuda.
Entre penumbras, percibí que la lona se abría… y que una cabeza asomaba por la abertura.
—¡Aaah! —Dejé escapar un chillido de terror mientras la negra figura se aproximaba más hacia nosotros.
«¡La momia está viva! ¡La momia está viva!», aquel horrible pensamiento acudía una y otra vez a mi mente mientras seguía retirándome hacia atrás.
—¿Doctor Fielding? —gritó Sari.
—¿Cómo? —Entrecerré los ojos para ver mejor. Efectivamente, se trataba del doctor Fielding.
Intenté con todas mis fuerzas saludarle. Pero el corazón me latía tan rápido, que no podía articular palabra. Inspiré larga y profundamente y contuve el aire en los pulmones unos segundos.
—Estoy buscando a tu padre —explicó Fielding a Sari—. Tengo que verlo inmediatamente. Es muy urgente.
—Está… Está llamando por teléfono —respondió Sari con voz trémula.
El doctor dio media vuelta y salió rápidamente de la tienda, haciendo que la puerta de lona se cerrara ruidosamente tras él. Me volví hacia Sari, todavía con el corazón en un puño.
—¡Me ha dado un susto de muerte! —admití—. Creía que estaba en El Cairo. Cuando he visto su pelada y brillante cabeza por la abertura de la tienda…
Mi prima se puso a reír.
—Lo cierto es que se parece bastante a una momia, ¿no crees? —Al momento, su sonrisa se desvaneció—. Me pregunto por qué querrá ver a papá con tanta urgencia…
—¡Sigámosle! —le propuse con decisión. La idea acudió a mi cabeza casi sin pensar.
—¡Sí, vamos! —No esperaba que Sari estuviera de acuerdo conmigo tan pronto. El caso es que, antes de que pudiera darme cuenta, ya estaba levantando la lona para salir.
La seguí. Había refrescado un poco. Un viento constante sacudía ligeramente las tiendas, lo que producía la sensación de que estaban temblando.
—¿Por dónde se ha ido? —le pregunté en voz baja.
Sari me hizo una señal con el dedo.
—Creo que esa tienda del fondo es la de las comunicaciones —contestó. Empezó a avanzar hacia allí rápidamente.
Mientras corríamos, el viento levantaba arena sobre nuestras piernas. Oí música y voces que procedían de una de las tiendas donde los trabajadores estaban celebrando el descubrimiento del día.
Por donde pasábamos, la luna arrojaba haces de luz plateada formando una especie de alfombra. Más allá, se distinguía el escuálido cuerpo del doctor Fielding, un poco encorvado, dirigiéndose hacia la última tienda con paso desmañado.
Cuando llegó, entró por una puerta lateral. Sari y yo nos detuvimos a una distancia prudencial. Evitábamos la luz de la luna, ocultándonos entre sombras gigantescas donde no pudiéramos ser vistos.
Se oía la potente voz del doctor Fielding a través de la lona. Hablaba rápida y acaloradamente.
—¿Entiendes lo que dice? —preguntó mi prima en voz baja.
Pero yo no lograba descifrar las palabras.
Unos segundos después, dos siluetas salieron de la tienda. Llevaban linternas y cruzaron la franja de luz de luna que se reflejaba sobre la arena. Se movían rápidamente entre las sombras.
El doctor Fielding parecía empujar a tío Ben, conduciéndolo hacia la pirámide.
—¿Qué está pasando aquí? —susurró Sari, tirándome de la manga—. ¿Está obligando a papá a ir con él?
El viento levantó una nube de arena a nuestro alrededor. Todo mi cuerpo se estremeció.
Los dos hombres hablaban al mismo tiempo, gritando y gesticulando con sendas linternas. Era obvio que estaban discutiendo.
El doctor Fielding tenía una mano sobre el hombro de tío Ben. ¿Le estaría empujando hacia el interior de la pirámide? ¿O, simplemente, tío Ben iba primero por su propio pie?
Era imposible saberlo.
—¡Vamos! —ordené a Sari.
Nos alejamos de la tienda donde nos ocultábamos y empezamos a seguirles. Avanzábamos lentamente, sin perderlos de vista, pero sin acercarnos demasiado.
—Si se dan la vuelta, nos descubrirán —observó Sari, sin apartarse de mi lado mientras nos arrastrábamos por la arena.
Ella tenía razón. En medio de aquel desierto, no había árboles ni ningún tipo de arbusto tras los que poder ocultarnos.
—Quizá no se giren —la tranquilicé.
Cuando estábamos más cerca, la pirámide apareció ante nosotros como un gigante de color oscuro.
Vimos como el doctor Fielding y tío Ben se detenían en la entrada lateral. Oí que seguían discutiendo acaloradamente, pero el viento me impedía comprender sus palabras.
Tío Ben fue el primero en desaparecer dentro de la pirámide. Fielding se introdujo inmediatamente después.
—¿Crees que ha empujado a papá? —preguntó Sari con voz trémula—. ¡Parecía como si lo estuviera obligando a entrar!
—No-no lo sé —tartamudeé.
Nos aproximamos a la entrada y nos detuvimos para intentar vislumbrar algo en la oscuridad. Sabía que ambos estábamos pensando lo mismo. Los dos nos hacíamos la misma pregunta: ¿Debíamos entrar también?